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Voy a intentar abordar este artículo desde mi propia historia como aficionado a los cómics.
Mi primer contacto fue a través de unas publicaciones (que, desde la distancia de los años, recuerdo con nostalgia) que compraba en mis veranos en el pueblecillo en el que nací (increíble lo que, a veces, se puede encontrar en los quiosquillos de pueblo). Las más habituales eran: Cimoc, Zona 84 y Creepy.
El tipo de historias, dibujo y los dibujantes que intervenían en ellas no son para nada lo que hoy por hoy ha copado el núcleo comercial (y americanizado) de los comics: Jordi Bernet y su "Torpedo", José Ortiz y su "Hombre", Moebius, Eisner,....
Y, a mis 14 años, me dejé atrapar por la Marvel y sus superhéroes. Abandoné aquellas lecturas más duras, densas, reales y aquellos dibujos (en su 90% en blanco y negro) por las impactantes imágenes de la fábrica de sueños.
Durante años cambié superhéroes de mallas por superhéroes en taparrabos, chicos enmascarados por otros con capa y así sucesivamente hasta que me marqué un paréntesis.
Lo que me lleva al hilo central de este artículo es mi vuelta hace cinco años al mundo del cómic. Con mis ya casi treinta años cumplidos en aquel momento y volví al mismo error que un lector adolescente. Me dejé caer por el primer certamen de "Viñetas desde o Atlántico" en mi ciudad (A Coruña) e, inconscientemente, huí en todo momento de esos tomos que mostraban algunos puestos. Tomos algunos en blanco y negro, otros en color pero, todos ellos, con un diseño que no me atraía. Sin saber cómo (¿o sí?), recalé en puestos (Ivrea, Planeta,...) con comics impactantes, con dibujos amerimanga, con colores digitales...
Miro, ahora, hacia atrás y me lamento de todo el tiempo perdido, de todo el dinero gastado, de todos los estantes que estoy ocupando. Si he de establecer un criterio mínimo de calidad, ni el 5% de lo que he comprado en esa línea merece la pena. Y no me entendáis mal, no digo que sean malos pero es como si me hubiese comprado la colección en dvd de "Verano Azul" y me hubiese perdido todas las buenas películas de los últimos años.
He vuelto a las novelas gráficas. Y las llamo así no por la definición basada en la primera obra de Will Eisner, sino por esa idea sentimental que recuerda aquellas historias de mis viejas revistas. He vuelto al dibujo no-facilón, al que se sumerge y fusiona con el guión (existente, contundente, bien escrito), al que crea ambiente. He vuelto a las buenas historias, a las que empiezan y terminan, a las que tienen mensaje, a las que te dejan pensando en algo cuando acabas de leerlas. He vuelto a los grandes dibujantes y me he librado, al fin y a mis treinta y tantos, de los creadores de posters, de los cómics que parecen una interminable secuencia de portadas, de los superhéroes superhinchados, de los dientes apretados en las caras inexpresivas de Jim Lee, de las cinturas imposibles de las chicas de Michael Turner, de las historias coloreadas por ordenador de Tony Daniel, de los guiones inexistentes (pero infinitos) de las series regulares. He vuelto a todo lo que para mí significa "Novela Gráfica", a una buena historia, bien ilustrada y que conforman una expresión de arte.
En mi opinión, si el comic es minoritario, la afición a la novela gráfica es casi inexistente. La compra de una novela gráfica implica muchos más factores que la compra de un cómic. No hay modas. No hay películas. Su precio es mayor (relativamente, ya que si quieres encuadernar en cualquier imprenta tus cómics, prepárate para desembolsar unos 15 € por cada 20 números. Haz cuentas).
Con todas estas premisas negativas, creo que hay que tener mucha afición para pasarse a este submundo. Aunque he de reconocer que, después de hacer unas cuantas compras y disfrutar como un loco con su lectura, me vuelvo a sentir en casa.
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