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Autor : Richard Morgan Título original : Altered Carbon Año de publicación original : 2002 Editorial : Minotauro Colección : Kronos Año : 2005 Traductor : Marcelo Tombetta y Estela Gutiérrez Nº de páginas : 475 Precio : 19 €
En los últimos meses estamos asistiendo a la aparición de una serie de obras que, partiendo de los elementos de la novela cyberpunk, y aunque prescinden de su trasfondo ideológico, están reintroduciendo dicha temática en nuestro mercado. A parte de la largamente esperada Cismatrix, de Bruce Sterling, que mezcla el cyberpunk con el space opera que tanto se lleva ahora, me vienen a la cabeza dos narraciones estimables que sirven para representar este resurgimiento: El sueño del Rey Rojo de Rodolfo Martínez, EMHO mucho más conseguida y sólida que Los sicarios del cielo con la que ganó el Premio Minotauro 2005, y la irregular aunque interesante Noches de Nueva York, de Eric Brown. No obstante, sin haber leído la novela de Sterling, no hay ni punto de comparación con este Carbono alterado que publica ahora Minotauro, la ópera prima de Richard Morgan que ganó el premio Philip K. Dick a la mejor novela de ciencia ficción publicada en rústica en EE.UU. del año 2003.
Carbono alterado nos traslada al siglo XXV, donde la humanidad se ha extendido por la galaxia y una nueva tecnología de uso cotidiano la ha transformado por completo. La conciencia se ha conseguido digitalizar y se almacena en unos discos que se sitúan en la base del cerebro. Así cualquiera puede salvar distancias interplanetarias prácticamente inabordables mediante la mera transmisión de información, para verse "enfundado" en otro cuerpo, ya sea perteneciente a otra persona (que lo ha perdido) o cultivado a tal efecto mediante clonación. Esto permite que los más pudientes hayan convertido la inmortalidad en un hecho al disponer de las herramientas necesarias para implantar su mente en otros cuerpos cuando estimen oportuno.
Takeshi Kovacs, antiguo miembro de las Brigadas de Choque de la ONU, especialista en salir vivo de entornos hostiles utilizando medidas extremas, es liberado de su cautiverio y transmitido hasta la Tierra para solucionar un caso aparentemente cerrado. Laurens Bancroft, que no puede morir al disponer de un sistema que le asegura la vida eterna, le contrata para resolver su propio asesinato. Un asesinato que para la policía sólo puede ser suicidio pero que no puede ser suicidio porque Bancroft no puede morir. Obviamente, Kovacs se encontrará una situación mucho más compleja que la resumida aquí y que le pondrá en el ojo de un huracán insospechado.
En este esquema argumental, denso pero desarrollado con una fluidez incontestable, nos sumergimos en la novela negra más clásica, con un protagonista que debe resolver un gran caso repleto de pequeños misterios, nadar y guardar la ropa con una mujer fatal que intenta manipularle, utilizar una serie de métodos que distan mucho de respetar los que moral y legalmente están permitidos,… Mientras el estilo se ajusta al conocido patrón de primera persona, que nos coloca en el mismo plano que el narrador, con lo que cualquier giro lo vivimos con su misma sorpresa y facilita una identificación con unas acciones que no siempre son fáciles de digerir. Pero, a la vez, también nos sumergimos en el ya mencionado cyberpunk ya que la informática y sus avances han alterado por completo la vida de los seres humanos y la sociedad que estos han construido, o los films de James Bond. Un Bond, es necesario decirlo, con una mala hostia descomunal y un sentido de la venganza desbocado.
El escenario está, como es de recibo, muy cuidado. Todo el arsenal tecnológico del que hace uso Morgan está urdido de forma compacta y no sólo se explora su uso sino también la manera en que ha cambiado al ser humano y la sociedad. Por ejemplo es interesante ver cómo ha reaccionado la religión católica al hecho de que la muerte ya no sea algo definitivo o la manera en que se castiga a los criminales, con largos confinamientos de muchas decenas de años con un elevado poder disuasorio. También es necesario destacar el camino que ha utilizado para introducirnos en el universo, sumamente verosímil y estimulante. Aunque ayuda mucho el recurso de la primera persona y la circunstancia de que Kovacs sea un recién llegado a la Tierra, no hay absurdas explicaciones de los elementos novedosos ante los que nos vamos topando sino que es el lector el que debe ir deduciendo su funcionamiento a partir de los usos y conversaciones que va observando. Una lectura activa que no por exigir esfuerzo deja de ser asequible.
Aunque también es cierto que hay detalles que no me terminan de convencer. El fundamental es que en sí mismo, a pesar de lo satisfactoria que es su lectura, no innova y se queda lejos de aportar nada al imaginario de la ciencia ficción. Morgan se limita a coger diversos elementos preexistentes y ponerlos juntitos con una cocción a la que le falta un poco de personalidad, circunstancia que a pesar de ir con el sino de los tiempos no deja de ser mejorable. Como hecho curioso, durante su lectura me acordé de sendas novelas cortas de José Antonio Cotrina de unos años atrás, “Mala racha” y “Salir de fase”, en las que se describía un universo donde la mente también se almacena en un disco de datos, lo que propiciaba el cambio de cuerpo (entorno al cual basculaba gran parte de la trama), y que comparten un decidido tono oscuro, aunque menos violento.
Aun así, o el hecho de que Kovacs sea un personaje tan marmóreo como los habitualmente interpretados por los cachas de Hollywood, es indiscutible que con Carbono alterado Richard Morgan ha logrado una narración excitante repleta de intriga, giros, violencia, persecuciones, planes soterrados, revelaciones y, sobre todo, acción. Un thriller frenético de casi 500 páginas que se lee con una facilidad descomunal.
Ignacio Illarregui Gárate
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