|
| |
Autor : Eduardo Vaquerizo Editorial : Minotauro Colección : Ucronía Año : 2005 Nº de páginas : 297 Precio : 17,50 €
Danza de tinieblas es la primera finalista del premio Minotauro de novela fantástica del año 2005 que se pone a la venta, varios meses después de publicarse la ganadora, Los sicarios del cielo de Rodolfo Martínez. Su autor es Eduardo Vaquerizo, un escritor que suena bastante en los círculos de aficionados al fantástico pero que resulta poco leído. No por nada esta obra supone su segunda publicación de importancia en una editorial profesional tras la novelización de Stranded (2001), película de María Lidón con guión de Juan Miguel Aguilera que pasó absolutamente desapercibida por nuestra cartelera. Para la ocasión ha retomado la base argumental de su relato “Negras águilas”, premio Ignotus al mejor relato del año 2003, con el fin de construir una ucronía de género negro con un fuerte componente cañí.
En el mundo en que tiene lugar, Felipe II murió en un accidente de caza en 1571 y fue su hermanastro Juan de Austria quien, a la vuelta del triunfo en Lepanto, tomaría las riendas del Imperio. Pero lejos de seguir apegado al sendero marcado por la iglesia católica se alejó la ortodoxia romana, originándose una realidad ajena a la que conocemos y que sitúa a comienzos del siglo XX una España que mantiene intactos la mayor parte de sus territorios de comienzos de la Era Moderna y está en permanente conflicto con los países del norte de Europa, católicos hasta la médula.
Danza de tinieblas se desarrolla en el Madrid de 1927. Joannes Salamanca, cabo de alguaciles, es requerido por el inquisidor Fray Faustino Alhárquez para investigar la muerte en extrañas circunstancias de varios judíos cabalistas. Mientras realizan sus pesquisas se dejarán caer por los bajos fondos del Madrid de la época, visitarán la judería, entrarán en contacto con el gremio de cabalistas, conocerán a la bella hermana de uno de los asesinados y descubrirán un complot que amenaza con poner de vuelta y media la estabilidad de un Imperio convulso, sometido a multitud de luchas internas y externas.
Como toda buena ucronía, Danza de tinieblas destaca por el cuidado exhibido a la hora de crear una ambientación que sumerja al lector y que se experimente con total satisfacción. Eduardo Vaquerizo nos sume en un Madrid no muy diferente al de 1927 que podamos tener en nuestras mentes pero pasado por una serie de tamices que potencian su aspecto añejo y un tanto excéntrico. El más evidente se apoya en el deliberado aire steampunk impreso al conjunto; la tecnología que se observa en la narración vive anclada en un perenne siglo XIX que no se ha abierto a los cambios de finales de dicho siglo o comienzos del XX. Por ejemplo es revelador el primer capítulo, en el que Salamanca tiene que escoltar a un marqués a un teatrón, espectáculo de variedades que combina el teatro con todo tipo de efectos ópticos, pirotécnicos o sonoros y que se aleja por completo del cine que entonces debiera estar a punto de iniciar su etapa sonora. Aunque, sin duda, el elemento más ideosincrático referido a este aspecto sean las herramientas que utilizan los judíos para hacer sus informes o previsiones futuras, una llamativa amalgama entre la tecnología basada en la máquina de vapor, la máquina diferencial de Babagge y la cábala, que gobiernan la economía y la vida del país.
También es de justicia destacar el uso que hace Vaquerizo del lenguaje, castizo, con multitud de giros arcaizantes y un vocabulario propio de siglos pasados que recuerda, por poner un ejemplo inmediato, al desplegado por Pérez Reverte en sus novelas del Capitán Alatriste. Una referencia nada gratuita al beber Danza de tinieblas de la novela de aventuras más clásica, con un potente toque policiaco.
Los personajes se antojan bastante estereotipados y no se puede asegurar que tengan el relieve suficiente como para trascender en lo más mínimo su papel. Sin embargo el protagonista absoluto, Salamanca, destaca dentro del rol de hombre de acción, sin excesivos recursos a la hora de desfacer una trama complicada más allá de a) liarse a guantazos con sus contrincantes, b) hacer lo que se espera de él, y c) huir cuando vienen mal dadas. Cumple con garantías.
No se puede decir lo mismo de una trama que padece un nítido desajuste en lo que se refiere a la dosificación de la acción. Después de más de un tercio de novela bien enhebrado, uniforme y con una adecuada mixtura entre inmersión, descripción, presentación de personajes, narración, intriga, pesquisas,… Vaquerizo opta por cortar por lo sano y se introduce en una espiral de persecuciones, capturas, fugas, destrucción, muertes, casualidades,… que mantiene la tensión pero que puede llegar a cansar en la medida que la narración corre desbocada y, aparentemente, fuera de control. En este sentido habría sido deseable unas dosis mayores de calma y mesura, siguiendo, en la medida de lo posible, el modus operandi de ese primer tercio de novela. Una circunstancia que no empaña, de ninguna manera, la valoración final.
Danza de tinieblas presenta un escenario atrevido, suspende la incredulidad, crea una atmósfera llamativa y depara una lectura con notables cotas de entretenimiento y gotas de fascinación. Además permite observar que hay material para crear más historias. Historias que, esperemos, nos abran la puerta al resto de un mundo tan luminoso como oscuro.
Ignacio Illarregui Gárate
|