NECROLIBRO DE YULE

© Henry Armitage & Dogon

I

Henry Armitage

En un universo inverso, de pronto me encontré en medio de un paisaje densamente pablado de seres informes, que caminaban arrastrando los pies sobre una superficie irregular de nieve negra. Había nevado de noche y, sin lógica alguna, había nevado la noche. Lo supe por las bombillas de las estrellas que alumbraban un panorama de sombras muy tibias.
No había silencio absoluto como sería de esperar. Eran murmullos que vocalizaban perfectamente.
- Se acercan tiempos de Yule - decía una boca que parecía flotar sobre el manto negro de la nieve.
- Me estoy preparando. Ya tengo las alforjas casi llenas - se oyó una voz en ondulaciones extrañas, pero sumamente agradables a la vista y desagradables al oido.
Poco a poco se acercaban los seres que dejaban un rastro sin intenciones.

II

Dogon

Los copos caían, lentamente, cansados, cubriendo la superficie rugosa de su piel pálida. Su mano de marfil apoyaba sus suaves uñas alargadas sobre la balaustrada de ónice. A lo lejos, crispando su mirada, las nubes se acercaban veloces. Un impenetrable pensamiento sacudió la comisura de sus labios. Si la tormenta llegaba a su punto culminante antes del amanecer, ya no tendría ninguna posibilidad. Volvió sus ojos vacíos de todo brillo hacia el interior del salón donde danzaban los demás, pero no encontró al que fuera el amor de su duro corazón. Ya no importaba, nada le devolvería lo que los siglos se habían llevado consigo, hace siglos. Se echó la capucha sobre lo que quedaba de su cráneo y, con una ligera sacudida de sus hombros, decidió olvidar aquel rostro inasible. Sus descarnados labios quisieron murmurar un adiós definitivo, pero sus quebrados dientes no dieron suficiente apoyo a su ya muerta lengua, y las palabras no surgieron con la entonación necesaria. Se entremezcló con los otros, que seguían bailando sin ton ni son bajo las grandes luminarias del salón. Posiblemente, de esa manera, la tormenta no le encontrase. Posiblemente, la tormenta no llegase a él con los ecos de los recuerdos fatídicos de su rostro, de aquel rostro que nunca había intuído en su total dimensión. Levantó la mirada hacia el techo, que comenzaba a desplomarse sobre la multitud danzante e indiferente. Volvió a ver sus manos, haciéndose polvo de a poco, un polvo grisáceo que iba dejando un sendero de muerte a paso. Y pensó que era una suerte que nunca terminara de deshacerse, porque, ¿qué sería de los mundos si la muerte terminara por morir? Siguió desplazándose como por sobre el aire hacia los cuartos íntimos, quizás en la soledad de su habitación, rodeado de sus ausencias, pudiera encontrar un respiro a su incesante tarea. Pero la pieza, al igual que el castillo todo, estaba en completa ruina y hasta las ausencias se habían marchado, temerosas de cobrar presencia ante él. No había nada que hacer, la fecha se acercaba en la tormenta y él tendría que tomar otros rumbos. No era como en otros tiempos y otros ritos; la maldita modernidad le había vulgarizado al punto de que, ahora, los mortales regalaban a sus vástagos vagas imitaciones de sus capacidades para terminar con la vitalidad. ¡Qué vergüenza! Que la muerte no sea temida como antaño, cuando todos temían verla aunque hablaran de ella. Ahora la muestran y relatan y nadie le teme, porque nadie piensa en ella. Iba a ser una Navidad triste, sin que nadie le recordara excepto los que vendrían a danzar en el remozado hogar que acababa de erigir, con sus dedos de hueso y carne podrida, con sus ojos fríos y muertos, con sus labios descarnados, incapaces de pronunciar palabra alguna que no fuera la sentencia del condenado por el tiempo, la enfermedad, la crueldad o el odio. Otra Navidad en casa, se dijo, esperando que lleguen los convocados. Este año parece que serán más que nunca, el Señor me ha dicho que esta es la última Navidad. ¿Alcanzarán los presentes? ¿Y la bebida? Una sonrisa cruzó su carencia de boca y rostro, pero se le heló al instante, porque se dio cuenta de que, si ese era el caso, también significaba su última Navidad, porque, si no quedaban seres que morir o matar, ¿no moriría finalmente la muerte? Entonces, al fin, se cumplirían las predicciones inmemoriales, y el que yace en R'lyeh, durmiendo, terminaría despertando, matando a la muerte, resurgiendo...

III

Henry Armitage

Es un noche de frío y escarcha. Al otro lado de los ladrillos, se oyen cánticos acompañados de panderetas y sonidos como croar de ranas. En el centro, la mesa del sacrificio ritual donde el tierno codero espera la daga del Sumo Sacerdote que le abrirá en canal para regocijo de los Oficiantes. Vuelven a croar las ranas en cadencias muy singulares, casi siniestras. Alrededor del altar se reparten rostros grotescos: carmines, muecas, lunares y un interminable viso de familiaridad. Caras hinchadas como melones lunáticos y fantasmales que entonan unas letanías ancestrales. Sonrisas alcohólicas que dan dentelladas a una nostalgia siempre triste y sin esperanza. Llega el momento del sacrificio y redoblan un batir de palmas, que asemejan a un batir de alas membranosas. Las bocas se abren en una vocal "o" repetida hasta llegar al chirrido, el crujido de unos dientes amarillentos y entre sus mellas se oyen extrañas palabras:

- Ost ncho os ncho boon moñon o novdod - sonaba familiar, como la velada, la festividad y el cordero sacrificado.
- Ost ncho os ncho boon moñon o novdod - Parecía un disco de vinilo que no se escucha a la velocidad adecuada. Había que colocar bien las vocales: Abrir y cerrar esas caras que cantanban en vocal "o" y reconocer la vieja cantinela.
- Esta noche es...

IV

Dogon

Ese mes siempre era malditamente caluroso, desde el origen del mundo. La humedad y el sol tornaban el ambiente en un aire bochornoso y malsano que atentaba contra salud y bienestar. Los lugareños ni se molestaban en hacer algo: toda madera, toda tela, todo cuero terminaba pudriéndose bajo sus efectos perniciosos. Apenas se contentaban con usar hamacas y enseres entretejidos con las fibras incorruptibles de ciertos arbustos y pastizales, que sólo ellos conocían, ubicados bien en lo profundo de la selva; una selva deslumbrante que lo devoraba todo en su desbordado crecimiento, favorecido por las copiosas lluvias tropicales y los riachos que inundaban todo a su alrededor en tiempos de crecidas, los cuales, oh, casualidad, coincidían con aquellos torrentes acuáticos caídos del cielo.
Pero ese era un mes muy especial: era el mes de la Navidad, y todos los lugareños, convenientemente adoctrinados por los hechiceros blancos que vestían de blanco o negro, según, pensaban ellos, sus jerarquías y pertenencia. Porque si bien estos hechiceros "blanconegros" a veces predicaban cosas algo diferentes, todos coincidían en la santidad de la fecha navideña, cuando nació el dios de su devoción, y, ahora, de los lugareños también.
Porque, oh, casualidad, la conmemoración del natalicio divino coincidía con una antigua tradición de la religión local, un conjunto de sandeces, al decir de los hechiceros "blanconegros", pero que los nativos tomaban muy en serio. Cuando esos hechiceros denostaban tales costumbres como "indignas, inhumanas o viles", los pobladores ponían cara adusta y asentían y oraban las palabras que ellos querían oír. Porque no había más que una genuina coincidencia entre ambos sistemas de creencias: el Árbol de Navidad pletórico de "regalos" colgando de sus ramas. Los hechiceros extranjeros dijeron y entendieron, en un principio, que los lugareños eran unos "salvajes, brutos y politeístas" personajes con "mentalidad de niños": había que ver con que premura aceptaron el hecho de los regalos colgados en las ramas del Árbol.
La tarde del 24 de diciembre, cuando los hechiceros "blanconegros" tuvieron tiempo y ganas de "armar el arbolito", los nativos se reunieron alrededor de ellos y les miraron hacer; ninguno ayudó a erigirlo, ni poner la estrella en la punta, ni a esparcir las cintitas plateadas que imitaban una imaginaria cosa llamada "nieve" por esos hombres. Sin embargo, cuando terminaron aquellos de hacer todas esas cosas, todos los lugareños se arrojaron sobre ellos, les cortaron las cabezas a hachazos, y, con demenciales gritos y risas, las colgaron de las ramas del Árbol de Navidad, congratulándose los unos a los otros por esos "magníficos presentes".

V

Carlos Gardel - Henry Armitage

Soy un gran aficionado a los tangos. Siempre me han divertido sus historias truculentas, siempre tan pasionales y tan violentas. Hace algún tiempo escuché un tango de Carlos Gardel, que siempre me ha parecido francamente increíble y que pienso debería encontrarse entre los fragmentos de este Necrolibro de Yule.

La quise como nadie
tal vez la haya querido
y la adoraba tanto
que hasta celos sentí,
por ella quise ser bueno
honrado y buen marido
y en hombre de trabajo
mi vida convertí.
Y al cabo de algún tiempo
de unir nuestro destino
nació un varoncito
orgullo de mi hogar
y era mi dicha tanta
ver claro mi camino
ser padre de familia
honrado y trabajar,
pero una Noche de Reyes,
cuando a mi hogar regresaba
comprobé que me engañaba
con el amigo más fiel
y ofendido en mi amor propio
quise vengar el ultraje
lleno de ira y coraje
sin compasión los maté.
¡Qué cuadro, compañeros!
No quiero recordarles
me llena de vergüenza
de odio y de rencor
de qué vale ser bueno
y aparte de vengarme
clavaron en mi pecho
la flecha del dolor
por eso, compañero,
como hoy es Día de Reyes
los zapatos el nene
afuera los dejó
espera un regalito
no sabe que la madre
por falsa y por canalla
su padre la mató.

Pienso que la historia no tiene desperdicio.

VI

Dogon

[...] de aquellos que están muertos pero moran en las susodichas hoquedades, bien dicho está que no habrá luz que les alumbre ni luminiscencia que les ilumine, pues ahí están y ahí se quedarán, por lo que, después del recitado del Dicho del Hablador Sereno, ya nada tienes que te[¿mer de ellas?...(no menos de doce palabras perdidas ...] por lo que retrocederán ante el Sello de Señora-del-Terror.
Una vez hecho eso, podrás acceder a la Sala de la Dualidad, que se te abrirá como un portal de dos hojas, dorado y refulgente, pues habrás superado a las Criaturas de la Noche, y entrarás con paso seguro y firme, sin temor alguno, pues las Sombras ya no podrán alcanzarte ni tentarte [...] o morirás si así no lo hicieras. Pero estáte atento, porque en la Sala de la Dualidad, todo tiene doble sentido, uno beneficioso y otro perjudicial; abre tus ojos sin temores, y mira bien a quien te exige la elección y toma la determinación que tus ojos te muestren como la más [***larga laguna***] saliendo finalmente de esa cámara de horro[res] que es llamada la Sala de la Dualidad.
Si hubieras hasta aquí llegado, sin cuestionarte el [... al menos, ocho palabras perdidas...] pruebas que te has impuesto por la Voluntad de [... perdido: ¿nombre de un ser sobrenatural?...] entonces [***larga laguna***]

FIN DEL FRAGMENTO

VII

Dogon

El tiempo de las lluvias del noroeste había pasado hacía unos días, aunque la aparición del sol después de un par de semanas de cielo encapotado y tormentoso no había ayudado mucho a disipar la humedad, que ahora subía como un vaho neblinoso a raz del suelo y hasta la altura de las rodillas. Los habitantes locales buscaban bajo la espesura umbría de los gigantescos palmares salvajes, las víctimas que alimentarían a las tribus durante el prolongado festival de Navidad. Los hechiceros "blanconegros" no serían suficientes, aunque sus cabezas habían cubierto el tema de los "maravillosos presentes" a ser repartidos entre niños y mujeres la madrugada del 25 de diciembre (según el calendario de aquellos magníficos regalos que De-Piedra-Tor, el dios de la verdura selvática, cuya mayor habilidad le convertía en el caza-hombres *par excellence* y en cambiar su piel por la de cualquier cosa del entorno: los nativos le imaginaban como un camaleón humanoide, porque nunca había mostrado su verdadera forma.
Ese era el mayor peligro ahora, cuando se dieron cuenta que tendrían que internarse en lo más profundo de la jungla para obtener más comida de lo esperado luego de la masacre de hechiceros extranjeros. Y eso que los había muchos. Por eso, formaron una expedición numerosa, e incluyeron a sus propios "hombres que saben las cosas", por las dudas; esos viejos paisanos *payeceros*, conocedores de los secretos del Reino de las Plantas y los Árboles, y del de los Animales, en la Tierra, el Cielo, las Aguas... Con valiente espíritu encararon la misión delegada por el Gran Cacique Tendotá, hábil charlatán y manipulador de su gente, que supo quedarse en su Gran Choza, "para proteger a los débiles, no sea cosa que aparezca por aquí, si ustedes van por allá".
Así aleccionados, y envalentonados por los epítetos escupidos por el mandamás, tales como "son muchos, no podrá matarlos a todos" o "hay cabezas de blanconegros para aquellos que regresen victoriosos... ah, y el reconocimiento gentil de alguna de "mischicas", ustedes deben saber de lo que hablo, la bailanta esa con pendejas"... En fin, que los muchachos encararon "pa´ adelante" sin temores y en medio de gran algarabía y expresiones de deseos: "que no se aparezca el De-Piedra-Tor ese, porque lo vamo´ a hacer polvo, lo vamo´", entre otras fanfarronadas.
Internados ya en la espesura, a buena distancia del último asentamiento tribal conocido, comenzaron a desaparecer, uno por uno, los miembros de la partida de caza.
No volvió ninguno. Y el Gran Cacique Tendotá se preocupó mucho: pero él era un hábil manipulador de las personas y encontró la solución perfecta. Envió un mensajero a las factorías de la costa que habían instalado los guerreros que acompañaban a los hechiceros blanconegros sacrificados, diciéndoles que sus hechiceros y gran parte de sus tribus habían sido devorados por una criatura monstruosa que vivía en la selva, que enviaran ayuda para acabar con "esa cosa" y salvaran a su pueblo, tanto material como espiritualmente, enviando también más "sacerdotes" para "cristianizar" a su gente.
Como es obvio, los soldados extranjeros, encabezados por un centroeuropeo llamado Chuanseneguer, acabaron con la bestia ultraterrena, y dejaron a merced del Gran Cacique Tendotá un suculento grupete de hechiceros, quienes pronto conocieron el destino que les tenía reservado.
"Ah, nada mejor que estar tranquilo con este asunto. Ahora sí que no va a faltar nada para esta Navidad", se dijo satisfecho, mientras pensaba en "mischicas", ¿cuál sería la afortunada, esa noche?

VIII

Dogon

No es fastidioso estar aquí. Menos ahora, que se acerca la noche, oh hermosa noche de la Sangre. Mis ojos fijos en el Ojo Fijo de la Estrella, y la mano quieta, bajo la mesa, acariciando el pomo romo de la afilada cuchilla. Todavía gotea. El charco en el suelo se agranda al ritmo de la dilatación de mis pupilas. No hago caso del gorgoteo que esa garganta todavía exuda. Ni miro el rostro que se desajusta por el corte sobre ella; ni me inmuto por el crujir de los huesos del espinazo cuando terminan de desprenderse del cuello y mucho menos cuando la cabeza rueda hacia un lado, dejando su ¿mirada? ¿mirarme? Si sangra puede morir, me dijo el abuelo de luenga barba blanca y bolsa al hombro. El Hombre de la Bolsa no trae más jueguetes sencillos, todos son complicados. Como esta vida. Tampoco quedan árboles de los cuales colgarlos. Ya no hay bosques, ni de plástico.
Oigo cómo las cosas del mundo me hablan despacio y en voz baja, como para no le escuche el que yace decapitado. Ni yo, que me siento aquí, al borde de la existencia, esperando a que lo que no existe venga a buscar lo que creó, lo que está tirado ahí, decapitado, sobre el piso de la cocina. El Hombre de la Bolsa era sabio, nunca salía sin juguetes. A Dios gracias, me dejó éste con el que juego y me entretengo degollando a las inexistencias que vienen a devenir aquí, justo en mi cocina. Son peores que las ratas y las cucarachas... y mucho más feos. Y se acerca la noche esa, en que hay que tener todo limpio y brillante, para esperar al Hombre de la Bolsa. Esta vez le pedí un juguete más grande, porque este año parece que las inexistencias devienen más seguido y con más saña. Es que han conocido nuestro mundo desde siempre, y ahora ven que está más apetecible que nunca..., sí, más apetecible que nunca. Dios, ¿porqué me habrás regalado este juguete y ese umbral? Nunca quise ser portero. Ni de fútbol.
Ops... parece que otra inexistencia empieza a devenir... y todavía no pude secar la sangre de la anterior... No hay caso, tienen razón las mujeres; el trabajo de la cocina es fatal.

IX

Henry Armitage

Rojo sobre blanco. En la Noche del Gallo las bocas se abren en canciones dulzonas, que recuerdan un extraño acontecimiento. Todos alrededor de la Gran Mesa, del Gran Altar, donde se sacrifican los animales más suculentos. Pero no sabemos que nos estamos exponiendo al examen de los Dioses Vigilantes, que experimentan con nuestros mecanismos de absurda satisfacción. Somos las cobayas de un gran laboratorio astral y no tenemos remedio.

XX

Dogon

El sueño, tal como fue relatado por el soñador:

A escasa distancia, yacía en crispado agarramiento la mano siniestra del tumbado alguno; revirada boca arriba, la palma diestra, detenida como rocallosa pirca enfilada cuan largo era su ahora palmario cuerpo. Vestía oscuro y terso ambo sutil y ligero, como relámpago impactado contra la negritud noctámbula. Descalzado, sin calzado; detalle impropio en tan desgarbado y desgrabado despojo echado ahí, a la intemperie intemporal del bosque. Bajo el saco opaco de negrura tan renegrida, la fosforida musculosa. Y tampoco tenía rostro, sí, descarado. No tener rasgos puede ser terrible para quienes necesitan ser reconocidos.
¿Y el cadáver? Ahí, arrojado sobre la grave grava de ese sendero, lindero con el bosque umbrío, ocultante claroscuro mórbido, tenebroso, dañino. ¡Cuántos secretos sellaban sus hojas entre tanto fastuoso y fulgurante vedor!
Parado piernas abiertas, envuelto en brilloso impermeable grisado, el interrogativo pesquisa, inquisitivo, reflexiona para seguir cuestionando al humo de su consumido cigarrillo. Mientras, enfrente suyo, el bosque retorna sus preguntas al preguntón:
¿Y vos qué? ¿Y vos qué? ¿Y vos qué?...

El soñador:

Durante semanas, este sueño me ha estado atormentando. La escena giraba y giraba dentro de mi cabeza todo el tiempo, y yo me devanaba los sesos por saber quién era el muerto y quién el investigador, a quien sólo veía de espaldas. La vida de un detective de homicidios no es fácil. Lo parece en las películas, pero no lo es en la vida real. Se conocen y saben tantas cosas espantosas, que uno hubiera deseado jamás haberse dejado tentar por la imagen del héroe de turno. Suerte que no he tenido hijos.
Mi primera impresión del sueño fue la intriga por la identidad del asesinado; porque a las claras que había sido muerto por alguien, si no, ¿qué hacía ese desconocido detective en la escena del crimen? Y que no es el criminal, eso me parece seguro; olfato de policía... de la vieja escuela. Sólo 38 corto, reglamentario; sin segunda arma. Un "fósil legal". Me digo que se pueden ir todos a la mierda. En un par de meses me jubilo y me mando mudar para siempre.
¿Quién es ese tipo? ¿Será un ajuste de cuentas? ¿Narcotráfico? Porque, ¡que te corten todos los miembros del cuerpo!, eso no es común. !Y tampoco lo es que te arranquen el maxilar inferior, la nariz y las orejas! Crimen pasional no es; ninguna mujer haría semejante carnicería. ¿Y dónde estará todo lo que le sacaron, ahora? Un psicótico que colecciona trofeos... Una posibilidad. ¡Y esa espantosa musculosa fosforecente! No tiene nada que ver la ropa que tiene puesta; ambo formal y caro, ¡con una musculosa rosa fosforecente! ¿Será gay? Ni billetera ni nada en los bolsillos, supongo, si no, ¿qué tanto piensa ese detective, parado ahí, escuchando el rumor del viento en el bosque? Un caso jodido, difícil, no hay otra respuesta. No tiene una respuesta. No era un asalto fortuito. Parecía desfachatadamente planeado para embretar al investigador anónimo.

Epílogo:

"No sé que pensar", les dije a mis colegas cuando llegaron al lugar del crimen. Les dije que al tipo ese lo había encontrado por pura casualidad, cuando salí a dar un paseo por el parque. Que vi el bulto a la vera del sendero que lleva al bosque e investigué de qué se trataba, al ver que era un cuerpo masacrado, les llamé con mi celular. Que mi rostro estaba así porque venía de dormir, luego de cuarenta y ocho horas de trabajo en dos casos distintos. Que si pensaban que lo había hecho yo, estaban locos, yo, estaba durmiendo en mi cama; lo puede atestiguar Casandra, mi esposa, que dormía a mi lado. Algunos me miraron recelosos, sería por mi mirada febril y mi rostro desencajado; habrán pensado que me drogaba, pero yo soy bien "straight". "Winners don´t do drugs" es el lema de mi camiseta favorita. La cuestión es que aventé hábilmente sus sospechas iniciales, al poco de querer interrogarme, ¡a mí, un detective de homicidios! ¡Ja!
Me fui en un patrullero, acompañando con mi silencio a la ululante sirena. En la comisaría todos me creyeron, por supuesto. Me fui a casa, a dormir de nuevo, a entrar de vuelta en el mundo donde mis preguntas no pueden ser resueltas. A donde nadie me puede explicar porqué permanezco de pie, como si fuera otro, ignorado de mí mismo, contemplando el sanguinolento bulto que yace echado ahí, a la intemperie intemporal del bosque.Volver a soñar que las susurrantes hojas del bosque se agitan, con esa vida propia que nadie sabe de dónde procede, para preguntarme "¿Y vos qué? ¿Y vos qué? ¿Y vos qué?..."

 

Sede de la Nueva Logia del Tentáculo, Diciembre (Yule) de 2001