Era medianoche, y la fiesta transcurría alegremente en casa de los Smith, gente adinerada y de buena posición social. Celebraban el décimo aniversario de la compañía de Matilda Smith, la MT Corporation. Nuestro protagonista era un detective privado de baja categoría, Carlos Lupin, viejo conocido de la familia. Por esas horas, estaba sentado en una mesa del gran salón, con algunos acompañantes: - ¡Imposible! ¡Seguro que pierden! – Exclamó alegremente un hombre corpulento, de unos cincuenta años. – ¡Los Speeds llevan años sin ganar la liga! - No lo creo. - Añadió Lupin con un tono muy pedante. – Perdone que le corrija, señor Smith, pero las estadísticas que he reunido le dan a los Speeds una posibilidad entre tres de ganar la liga. – - ¡Vamos hombre! No va a ser todo cosa de estadísticas, ¿no? – Respondió Matilda Smith. Era de la misma edad que su marido, morena y un poco delgada. - Es verdad, las estadísticas no lo pueden predecir todo. – Añadió un hombre más joven, de unos veintipocos, delgaducho y con el pelo de punta. – Pueden equivocarse. - Mi novio tiene razón. – Se apresuró a defender una chica que estaba junto al anterior. Era rubia, con el pelo corto. Llevaba un vestido negro. Ella era Cordelia Pérez, amiga de la infancia de la hija de los Smith, que murió en un accidente tres años atrás, en una excursión al campo con Cordelia y su novio Arthur Sánchez. Desde entonces, la relación de los Smith con la joven pareja era un poco brusca, al menos por la parte de Matilda, que parecía echar las culpas a Cordelia y su novio. Pero no fue así, puesto que un sexto tertuliano también estuvo durante el accidente, el hermano gemelo de la hija de los Smith: Maurice Smith. - A mi esto del baloncesto no me gusta mucho, sinceramente. – Comentó Maurice respecto a la conversación anterior. – - ¡Ja! ¡Lógico! Tú siempre tan distinto, tan apartado, no me extraña que seas la oveja negra de la familia. – Le lanzó el Sr. Smith a su hijo. Este se calló de inmediato, triste por unos comentarios que, al parecer, tenía que aguantar siempre. - ¡Por favor! – Saltó Matilda. – Ya es suficiente. ¿Qué te ha hecho Maurice? – - Fue en esa excursión, y tú lo sabes. Podría haber evitado la tragedia. ¡Si hubiese estado más atento! Pero no, no lo estuvo, siempre ha demostrado que él es distinto. Y gracias a eso la perdimos. – - No fue su culpa. – Dijo fríamente Matilda al tiempo que lanzaba una mirada a Cordelia y Arthur. - ¡Ya es suficiente! – Gritó Arthur. - ¿Cree que fue culpa nuestra, no? Fue un accidente. Se acercó demasiado al precipicio, y, - Su voz sonaba entrecortada. – cuando nos dimos cuenta, ya era demasiado tarde… - ¡Bah! – Suspiró Matilda. – Esto es una indignación… - Arthur se levantó. Lupin, que hasta ahora había permanecido callado, murmuró: - No vaya a cometer ninguna locura, caballero. – - No, hombre, no. – Rió este. – Solo quiero ir a los servicios. Si me hace el favor de indicarme donde están, Sr. Smith. – - Si, al fondo a la derecha. – - Muchas gracias. – Después de estás palabras se alejó andando entre la multitud de gente sentada en las diversas mesitas y la que estaba de pie con un refrigerio. Unos segundos después de que Arthur se marchase, el Sr. Smith se levantó: - Perdón, es que me he olvidado las pastillas para el corazón en mi habitación. – Y se fue apresuradamente. Después de que el Sr. Smith marchase, su mujer recordó que las pastillas no estaban en su habitación y se fue a buscarle. - Yo voy a buscar un refresco. – Anunció Lupin, y se fue hacia la barra para pedir su bebida.
El camarero, que era nuevo, tardó bastante en hacerle el cóctel, por lo que cuando volvió a su mesa, todos habían vuelto excepto Arthur. - ¿Y Arthur? – Preguntó Lupin. Cordelia no sabía donde estaba, Maurice tampoco, Matilda dijo que no había vuelto, y el Sr. Smith dijo que quizá seguía en el WC. - Le debe haber sentado mal la comida. – Bromeó el último. Esperaron veinte minutos más, pero Arthur no volvió. Entonces, Lupin se fue a buscarlo, con el Sr. Smith delante. - No vaya tan rápido, Sr. Smith. – Dijo Lupin, al ver la notable velocidad que cogió. Pero no le oyó, siguió tan rápido que apenas Lupin pudo seguirle. Al llegar a la puerta del WC, el Sr. Smith estaba tirando un papel a la basura mientras murmuraba “Maldito servicio” o algo similar. Al entrar al baño vieron, delante suyo y para su total asombro, al cadáver de Arthur Sánchez, de cara a la ventana y con un balazo en la nuca. El Sr. Smith gritó: - Rápido. ¡Llamad a la policía! –
Arthur fue muerto unos treinta minutos antes de que lo encontrasen, según la policía. - Murió por el tiro en la cabeza. – Comentó el inspector López, viejo amigo de Lupin. – Lo más probable es que estuviese mirando por la ventana y le sorprendiese algún ladrón. – - ¡Eso es impensable! – Ladró el Sr. Smith. – Hay unas medidas de seguridad extremas y… - - Y alguien pudo saltárselas. – - O podía ser alguien de dentro. – Apuntó Lupin. - Bien, el caso es que el ladrón querría estrangularlo con esta cuerda que hemos encontrado afuera. – Señaló una cuerda metida dentro de una bolsita de plástico. – Pero lo más probable es al entrar por la ventana, forcejeasen y finalmente, el ladrón le arrinconó y le disparó. - Lo dudo mucho. – Dijo Lupin. – Si quería matar a alguien sin que nadie lo supiese podía usar la cuerda o la pistola (que sin duda lleva silenciador). Pero lo que no es lógico es llevar las dos cosas a la vez. – - Si claro… - Musitó López. – En todo caso todo apunta hacia un intento de robo, ya que no le han quitado nada. Seguramente el ladrón se asustó y se fue antes. – Lupin se quedó pensativo.
No, esto no podía ser así, el asesino era alguien de dentro, y no era un asesinato cualquiera. Esto estaba planeado con meticulosa y espeluznante precisión. Esto llevaba a Lupin a la conclusión de que era algún conocido de la victima, es decir, uno de los tertulianos con los que, minutos antes, había charlado alegremente. Repasó mentalmente donde estaba cada uno de los sospechosos en el momento del crimen: El Sr. Smith había ido a su habitación a buscar las pastillas. La Sra. Smith había ido a buscarle. Y Cordelia y Maurice se habían quedado en la mesa. Eso dejaba, en un principio, dos sospechosos, los Sres. Smith, los anfitriones de la fiesta. Lupin salió de la escena del crimen y fue a reunirse con Matilda y su marido. Estaban hablando cuando él llegó. - ¿Donde estabas? He subido a buscarte para decirte que ahí no tenías las pastillas pero no estabas. ¿Dónde demonios te habías metido? – Protestó Matilda. - Es que no las había encontrado y me he ido a buscarlas por otras habitaciones. – - Pero te he llamado y... – No acabó la frase. - Si, estaba en el estudio, como está insonorizado no te he oído gritar. – - ¿Insonorizado? – Preguntó Lupin. – Oiga, ¿y las ventanas cómo las ha insonorizado? Es que tengo un colega músico que… - El Sr. Smith le interrumpió. - No, la ventana no está insonorizada, como da al jardín no hace falta… - Le aclaró. - ¡Ah! Vale… - Terminó Lupin.
“Espera”, pensó mientras volvía a la escena del crimen. Le dejaban pasar porque era amigo del inspector. “Hay varios cabos sueltos. Primero: ¿Por qué el cadáver está mirando hacia la ventana? Segundo: ¿Por qué usar una cuerda y una pistola cuando es más sencillo usar solo un elemento? Y tercero y más importante: ¿Por qué dijo eso? Además, creo que la ubicación del estudio tiene algo que ver en todo este puzzle…” - ¡Es horrible! – Gritó Cordelia, interrumpiendo los pensamientos de Lupin. – Arthur, no había hecho nada… - Un policía llegó hacia donde estaban y se dirigió a la chica: - No debería estar aquí. Acompáñeme, hay un equipo de psicólogos para familiares y amigos. – - Si, supongo que si. – Sacó un pañuelo de papel, se secó las lágrimas y lo tiró a la papelera. – Nos vemos Carlos. - ¡Cuídate! – Sonrió Lupin. “Lo ha tirado a la papelera…” Pensaba Lupin, “podría ser…” PLAF! Al entrar en el WC, Lupin había resbalado con algo y había acabado en el suelo. - Lupin, ¡sigues tan patoso como siempre! – Bromeó el inspector López mientras se acercaba a su amigo. - ¿Con qué he tropezado? – Preguntó Lupin mientras examinaba el suelo. - ¡Ah! Un clavo. – Cogió el objeto y examinó las paredes. Encontró dos agujeros a punta y punta de la habitación, y otro clavo tirado también por el suelo. López le miraba con cara divertida: - Por favor Lupin, ¿Qué narices estás haciendo? ¡Estamos ocupados revisando la escena del crimen! – Pero Lupin no le escuchaba. Sonrió y salió corriendo hacia las escaleras que conducían al primer piso.
El estudio era una sala cuadrada, perfectamente insonorizada. Llena de viejos instrumentos musicales y partituras viejas. ¡Ah! La música. Hobby del Sr. Smith. Tal y como le explicaron, Lupin vio una ventana que daba al jardín. Se asomó y contempló el paisaje: Estaba exactamente encima del lavabo. Pegó un bote y salió disparado hacia abajo, de vuelta al salón.
“Si, ya tengo al asesino”, pensó. “Pero todavía sigo sin saber como logró matarle. Podría haber entrado alguien en el baño. ¿Y lo de la pistola y la cuerda? Sigue siendo un misterio, pero está claro que está relacionado con los clavos…” - Has dado en el clavo. – Oyó decir a un policía. – Has identificado correctamente las pruebas. Parece mentira que seas un estudiante en prácticas… - “Dar en el clavo…”Reaccionó Lupin. “¡Espera! Si se hace bien… Si, la cuerda fue encontrada en el jardín, y la pistola al lado del cuerpo… Ya lo tengo”. Las deducciones de Lupin cada vez eran más precisas. “Y lo de la papelera, ¡claro! Ya lo tengo.” - ¡Ya se quién es el asesino! – Anunció Lupin.
Todo el mundo se colocó cerca del detective, puesto que nadie quería perderse la explicación. El detective empezó su relato: - Si partimos de la base que el asesino entró desde el jardín llegamos a dos conclusiones: La primera es que no es nadie de fuera, y la segunda que es muy extraño que el cadáver esté en la ventana y con una bala incrustada en la nuca. >Esto nos remite al único hecho factible hasta entonces: Que el asesino no era alguien de fuera. – - Por lo tanto. – Interrumpió López. – El asesino es alguien de dentro. – - Exacto. – Prosiguió Lupin. – Aunque aparentemente nadie pudo cometerlo, ¿no es cierto? >Pero este apunte solo es viable si partimos del punto siguiente: El asesino entró en el lavabo, mató a Arthur y se fue. >Esta teoría, sin duda errónea, flaquea en distintos puntos: Primero: ¿Cómo es que nadie vio entrar o salir al asesino? Y segundo: Si era alguien de dentro, todo apunta a que es un crimen premeditado, entonces, ¿Por qué dejar el arma del crimen? >Si dejó la pistola fue, retomando el rumbo correcto del caso, porque no podía recuperarla. – - ¿Quieres decir que el asesino no estaba en el baño? – Preguntó López. - Eso mismo. – - ¡Esto es una tontería! – Exclamó Matilda. - ¿Cómo iba el asesino a cometer el crimen si no estaba presente? – Lupin sonrió: - No es tan difícil de deducir. De hecho, he tardado más porque he partido de un uso erróneo para la cuerda. – - ¿La cuerda? – Preguntó uno. - Si, la cuerda. Como les he dicho antes, hemos empezado diciendo que el asesino era alguien de fuera, lo que nos lleva a pensar que llevaba dos armas. Un método un tanto extraño pero comprensible para un ladrón. >Sin embargo, si nos planteamos la opción de que sea alguien de dentro, no encontraremos ninguna lógica en usar dos armas, y, menos aún, dejar las dos en la escena del crimen. >Ahora bien, supongamos que la cuerda tiene otros usos, por ejemplo, sujetar la pistola, siendo el engranaje de un sencillo mecanismo para disparar a alguien sin estar con él. >Verán, atamos un extremo al gatillo de la pistola. Después pasamos la cuerda por uno de los clavos que estaban ligeramente clavados en la pared. – Lupin indicó el lugar donde se encontraban dichos agujeros. – Y pasamos el extremo restante por el otro clavo situado en la pared de enfrente. >Esto hace que la pistola quede sujetada justo encima del marco de la puerta de entrada, gracias a la cuerda que la rodea. Ignoro cuantas vueltas dio para asegurar bien el arma, pero admitirán que esto carece de importancia. >Para terminar, el extremo opuesto de la cuerda se coloca en un lugar donde pueda estirarse, de manera que se accione el gatillo. Si se sigue estirando los clavos saltan, y la cuerda cae fuera de la habitación, mientras la pistola cae dentro. Si los nudos son suficientemente flojos se desatan por su propio pie. >El único lugar donde podía colocarse la cuerda de manera que nadie la viese, y de manera que el asesino pudiese estirarla es… el estudio que está justo encima de este baño. – El Sr. Smith empalideció, pero no dijo nada. - Con una excusa cualquiera, el asesino se fue al piso de arriba y cometió el asesinato. ¿Verdad Sr. Smith? – Preguntó Lupin. - Lo siento, pero carece de pruebas. – Empezó el acusado. – Es cierto que subí, pero no puede demostrar nada. Además, ¿Cómo está tan seguro de su montaje? Podría haber entrado alguien y verlo todo. Y otra cosa más, ¿Cómo se supone que yo sabía que entraría en los lavabos y que no vería la cuerda? – - Ja ja ja – Rió Lupin. – Supo solventar muy bien estos problemas. Usó un cartel de “FUERA DE SERVICIO” para que nadie entrase en el baño, que era lo que estaba tirando cuando yo fui con usted a ver si Arthur estaba bien. >Y si Arthur no sospechó nada, y entró en el lavabo a pesar de que estaba aparentemente fuera de servicio es por una simple razón: Arthur estaba esperando algo de usted. >La pregunta sobre donde estaba el baño era una especie de contraseña para que usted subiese al primer piso, para intercambiar información con Arthur, seguramente. Él estaba tan nervioso que no se dio cuenta del montaje, y al mirar por la ventana para ver si estaba usted, accionó el mecanismo y mató de un tiro certero en la nuca a Arthur Sánchez. – El Sr. Smith fue a protestar, pero Lupin le cortó y siguió. – Si se pregunta ahora si tengo pruebas la respuesta es sí: Solo usted o su esposa podrían preparar este montaje, puesto que esta es su casa. >Excluiremos a su esposa si examinamos las huellas dactilares del cartel de “FUERA DE SERVICIO” que seguramente sigue en esa papelera. – El Sr. Smith calló. Su tez estaba blanca, empezó a llorar. - Era un vulgar chantajista… Lo sabía, él lo sabía todo… - - Sabía que Cordelia es hija suya, ¿verdad? – Dijo Lupin. - Pero su mujer no lo sabe, y usted no quiere que ella lo sepa. Por eso mató a Arthur, para evitar que siguiese con el chantaje al que se veía sometido. Es más, creo que ni la propia Cordelia lo sabe. – - ¿Cómo sabe todo eso? – Preguntó el Sr. Smith sin duda sorprendido. - Verá, me he dado cuenta viendo el trato que les daba a ellos dos y comparándolo con el trato hacia su hijo. Y a partir de entonces, y gracias a lo que he ido deduciendo he podido sacar esta conclusión. >De hecho, el trato que les daba a esas tres personas era lógico: A Arthur porque si no podía delatarle, a Cordelia porque, al fin y al cabo era su hija. Y Maurice recibía ese trato porque sino sería muy sospechoso que tratase a todos con tanta benevolencia. – El Sr. Smith fue esposado por un policía. Ya se disponían a abandonar la casa cuando, de pronto, dijo, con una débil sonrisa en los labios: - Detective, ¿Cuál ha sido la prueba clave para detenerme? – Lupin sonrió una vez más en aquella noche infernal, y dijo: - Por lo que ha dicho al encontrar al cadáver: “Llamen a la policía” ¿Sabe? Lo lógico es, al ver alguien ensangrentado, llamar a una ambulancia. Pero usted sabia que estaba muerto de antemano. Este pequeño detalle fue el que me sirvió para descubrirle. – Aclaró Lupin. - Mi mujer siempre me decía que no paraba de hablar, y que algún día me costaría la vida. ¿Y sabe qué? Que tenía razón. –
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