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“Al igual que más allá de la oscuridad siempre podremos encontrar una luz, si tratas de ir más allá de esa luz, te encontrarás con la oscuridad”.
Eso es lo que solía decir siempre mi maestro. Y yo siempre pensé que era un viejo inútil y temeroso que no se atrevía a mirar más allá por simple y puro miedo.
Yo era curiosa por naturaleza, y no soportaba la oscuridad de la ignorancia, así que pasaba las horas preguntando todo lo que me venia a la cabeza. Nada era suficiente para mí. Ningún conocimiento, ningún poder que de él aprendiese a utilizar, me saciaba. Y en ocasiones, le pedía que me enseñara cosas y sólo obtenía esa respuesta de él.”Ya sabes lo suficiente. Si te dijera más, te volverías loca”. Y yo le odiaba. Pensaba que el conocimiento siempre era bienvenido, que no era peligroso, que la ignorancia lo era mucho más…
Pero me equivocaba. Y lo he comprobado, pero de nada me sirve haber aprendido la lección. Es demasiado tarde.
Él nunca me prohibió que tratara de poner en práctica nada. Sólo me advertía con aquella maldita frase que acabé por aborrecer. Y fui adquiriendo poder y más poder, hasta que me independicé de sus enseñanzas y comencé a arreglármelas por mi misma. Y entones no hubo nada, salvo mi propia prudencia, que me advirtiera de que más allá de la luz, mucho más allá, también se esconde la oscuridad.
Y así, llegué a adquirir un conocimiento que jamás él me habría enseñado. Un conocimiento que, a lo largo de los años, mis predecesores habían evitado por su propia seguridad. Pero a mi, en ese momento y consumida por la curiosidad y el ansia de saber, me pareció que era lo que había buscado toda mi vida
Reuní toda la información de la que fui capaz y me dispuse a poner en práctica el experimento. Conseguir reunir la fuerza necesaria y el poder requerido fue la más ardua tarea a la que jamás me había enfrentado. Y lo conseguí, pero el experimento salió mal. O salió bien, mejor dicho. Justo como debía, solo que yo me había negado a ver que sería así.
Adquirir los conocimientos de todos los que existieron antes que yo, y cuyas almas y sabiduría forman todavía parte de la esencia del mundo era más de lo que nunca había soñado. Con mi poder, los reuniría a todos, en un solo ser supremo: yo. Me convertiría en una especie de dios.
Lo sentí. Llegué a sentir el inmenso océano de poder que me colmó cuando llevé a cabo la prueba definitiva. Pero sólo durante unos segundos. Entonces, comencé a oír voces. Voces viejas, voces jóvenes, voces de hombre, de mujer, voces que me susurraban, voces que gritaban, voces que lloraban, voces que me herían por dentro maldiciéndome por mi pecado, voces dándome ordenes, otras consejos, todos dispares…Los miles de espíritus de mis antepasados muertos se alzaron a la vez en mi cabeza para honrarme con sus conocimientos, o con su odio por encerrarlos dentro de mi. Comencé a gritar para no tener que escucharlos, era realmente insoportable. Pero ellos no pararían, no lo harían jamás. Me había condenado a mi misma a la locura, a la desesperación. Jamás se irían. Jamás se callarían. Y yo jamás podría descansar. Mi mente ya no era mía, era de los muertos, que luchaban entre ellos por alzarse sobre mí. Consciente de la magnitud de mi error vagué como un alma en pena gritando, sollozando, con las manos en la cabeza. Corrí por toda la torre. La paredes volaban a mi alrededor, pero las voces no me permitían oír siquiera el sonido de mi propio llanto ni el de mis gritos desgarradores. Tropecé mil veces sin querer y otras mil veces aposta, pensando que el dolor me aclararía la mente y me haría recuperar la conciencia de mi misma. Pero yo ya no existía. Lo último que recuerdo es una pared acercándose a toda velocidad había mi, o quizá era yo la que volaba hacia a ella, mientras miles de voces seguían resonando en mi cabeza. Y entonces vi sangre, la mía, y todo se volvió negro…
He despertado en una cama, no sé cuanto tiempo ha pasado. Las voces no estaban y, por un momento he pensado que había sido tan sólo una pesadilla. Pero mi maestro está a mi lado. Es él quien las mantiene a raya, aunque no podrá por mucho tiempo.
“Supongo que habrás aprendido la lección. Lástima que sea demasiado tarde”me dice.”Sabes cuál es la única salida que te queda”. He asentido, comprendiendo de inmediato el significado de sus palabras.”Hazlo ya”, le he pedido. “No”, ha contestado tendiéndome un papel y una pluma.”Escribe tu experiencia. Quizá algún día logremos reunir suficientes testimonios para frenar a otros como tú”.
Ese es el motivo de que esté escribiendo esto. Mi maestro está preparado. “Eras una gran aprendiz…es una pena”, es lo último que me ha dicho y me dirá. Para llevar a cabo su misión tiene que liberar el poder que ha extendido sobre mí y me ha permitido recuperar momentáneamente la conciencia. En cuanto lo libere, las voces volverán a adueñarse de mí. Las voces de los muertos.
Pero no por mucho tiempo. En cuanto deje la pluma habré firmado mi sentencia. Confío en que la muerte pueda devolverme la luz.
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