Hay un diálogo que tú y yo jamás mantendremos, porque en él no habrán palabras pronunciadas. Ni tú ni yo hablaremos ni diremos nada. Serán gritos de silencio que se oirán más allá de cualquier distancia y lugar.
Voces sin sonido que se desplazarán recubriendo cada esencia de este mundo, dotándolas de un brillo único y dolorosamente eterno. Un eco de una explosión muda que no podrá apagarse nunca.
Hay un encuentro, el primero, que tú y yo jamás tendremos, porque no seremos ni tú ni yo, sino los dos que somos, quienes se mirarán mientras hablan con palabras que nadie sino todo escuchará.
Estaré yo, como siempre, en medio del bosque de mis sueños, tumbada en la hierba y rodeada de guardianes protectores, gigantes de verde vitalidad que me obsequiarán con la música de sus hojas mecidas por el viento y los trinos y cantos de sus hermanos alados. En mis manos, el cincel de mis pensamientos, pincel de los bosquejos de mi alma que en papel pinta imágenes en palabras, haciéndolo cuadro de mis sueños y anhelos más hermosos.
Absorta, no te oiré acercarte y tu voz me llegará como desde ningún sitio. Como desde donde me habla mi espíritu. Dirás con voz suave:
“Perdona, ando buscando un sueño que se me escapa, un sueño que huye y se esconde. Te vi aquí y pensé que quizá supieras algo de él”.
Me daré cuenta de que estás presente cuando tu segunda frase me revele que eres tú quien la pronuncia, levantaré la mirada y te veré entonces. La sonrisa que tendré colgada en los labios será tuya cuando permita que tus ojos se adueñen de ella. Te diré entonces:
“Bueno, eso depende. Hay más de mil sueños por soñador que los sueña y miles de soñadores en esta tierra”.
Me responderás al acto, divertido:
“Pues no veo aquí sino sólo un soñador con un sueño esquivo. Entonces, ¿dices que no sabes nada de él?”
Te daré rápida la réplica a tu ruego:
“No hay nada aquí más que tú y yo, soñador. Somos dos soñadores de sueños perdidos. Pero yo puedo ser tu sueño si tú quieres ser el mío. Si te atreves a soñar que soy el sueño que persigues”
Te tumbarás entonces a mi lado, cubriendo con tu cuerpo el mío en un abrazo de pura felicidad desatada y me dirás en un susurro:
“Entonces dejo hoy de perseguirte, sueño esquivo, porque hoy mi camino se ha cruzado contigo”
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