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Avance de “Historia Alternativa, volumen 2”

Advance Dreamers


Grupo Ajec nos ha remitido el avance de la segunda entrega de su serie de antologías dedicadas a explorar “qué hubiera pasado en la Historia si...”

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¿Cómo se hubiera desarrollado la historia de la humanidad si los alemanes y los japoneses hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial?
¿O si la carrera espacial entre los Estados Unidos y la URSS hubiese seguido por otros caminos?
¿O si Edison hubiese sido el Presidente de los Estados Unidos?
¿O si en los años 50 hubiera estallado la Guerra Fría?

La Historia Alternativa (o Ucronía) es un género literario que pretende responder mediante la ficción a todas esas preguntas y muchas más que se plantean en un mundo tan cambiante e inestable como el nuestro.
Mediante algunos de los mejores escritores de la fantasía y ciencia-ficción actual, en este segundo Volumen de Historia Alternativa, contamos con siete apasionantes relatos acerca de un mundo que no pudo ser, todo ello complementado con varios estudios históricos y literarios que rematan este absorbente libro.Añadir Anotación

Se incluyen en el volumen los siguientes relatos:

El Frente Humano. Ken Macleod. Premio Sidewise 2001
Recuperando El Apollo 8. Kristine Kathryn Rusch. Finalista Premio Hugo 2007. Ganador del Premio Sidewise 2007
El Misterio Del Pacífico. Stephen Baxter. Finalista del Premio Sidewise 2006
Lo Desconocido. William Sanders. Premio Sidewise 1998. Finalista del Hugo y Nebula 1998
Los Ojos De América. Geoffrey A. Landis. Finalista del Premio Sidewise 2004
El Imperio Invisible. John Kessel. Finalista Del Premio Sidewise 2002
Misivas Del Futuro Posible 1: Resultados De Búsqueda De Historia Alternativa. John Scalzi. Finalista del Premio Sidewise 2007


Ficha Técnica:

Título: Historia Alternativa. Volumen II
Autor: Ken Mcleod; Kistine Kathryn Rusch; Stephen Baxter; William Sanders; Geoffrey A. Landis; John Kessel; John Scalzi
Traductor: Raúl Gonzálvez
Diseño De Portada: Estudio Ajec.
Precio: 15,95 Euros
Tamaño: 23x16 Cm
Páginas: 256
Isbn: 978-84-96013-61-2





Recuperando el Apolo 8
Kristine Kathryn Rusch

Primera parte: 2007

Richard lo recordaba con inexactitud. Lo recordaba como si fuera un cuadro que él estuviera observando, en lugar de un auténtico recuerdo del que había formado parte.
La imagen era tan vívida, de hecho, que había hecho pintarla con los primeros de los que llegarían a convertirse en obscenos beneficios de su negocio, y colocó el cuadro en su oficina, en cada una de sus oficinas, habiendo crecido tanto las más recientes que tenía que encontrar una forma especial de exhibir la pintura, una manera de ayudarla a permanecer en el centro de su visión.Añadir Anotación
La memoria falsa —y el cuadro— era así:
Él está de pie en su jardín trasero. A su izquierda, está el columpio: a su derecha, tendederos de ropa extendiéndose hacia adelante como raíles de ferrocarril.
Tiene ocho años, pequeño para su edad, muy rubio, sus rasgos inmaduros. Su cara está girada hacia el cielo nocturno, la Luna más grande que nunca. Ilumina su cara como un halo de un cuadro religioso medieval; su blancura es tan vívida que parece más viva que él mismo.
Él, sin embargo, no está mirando a la Luna. Está mirando más allá, donde una pequeña nave con forma de cono se dirige hacia la oscuridad. La nave es casi invisible, excepto por un borde que atrapa la luz reflejada de la Luna. Un brillo tenue surge de la nave, lo suficiente para parecer como si la nave estuviera gastando su último pedacito de energía en un intento desesperado por salvarse, un intento que incluso él, con ocho años, sabe que fallará.Añadir Anotación
Alguien le preguntó una vez por qué tenía un lienzo acerca de la pérdida en el centro de su oficina.
Se quedó asombrado.
No pensaba en el cuadro, o los recuerdos de hecho, como algo que representase pérdida.
En lugar de eso, representaba la esperanza. Ese último, desesperado intento no habría ocurrido sin la esperanza de que pudiese funcionar.
Eso es lo que solía decir.
Lo que pensaba es que la esperanza residía en el chico, en su memoria, y en su deseo de cambiar uno de los más significativos momentos de su pasado.
Los recuerdos reales eran prosaicos:
La pequeña cocina estaba pintada de amarillo chillón, aunque no parecía pequeña entonces. Detrás de su silla estaban las repisas, alacenas y un profundo fregadero con una pequeña ventana sobre él, una ventana que dominaba la vereda hasta el garaje. A su izquierda dos ventanas más que miraban al amplio patio y al resto de la manzana. El fogón estaba al otro lado de la mesa. Siempre se imaginaba a su madre frente a él, incluso cuando tenía una silla en la mesa también. La silla de su padre estaba a su izquierda, debajo de las ventanas.Añadir Anotación
La radio situada en lo alto del frigorífico, el cual no estaba lo suficientemente lejos del fogón. Pero en el centro de la habitación, a su derecha y casi detrás de él, estaba el televisor, que permanecía encendido constantemente.
Su padre podía leer en la mesa, pero Richard no. Su madre intentaba conversar con él, pero hacia el fin de su infancia, las diferencias entre sus cocientes intelectuales empezaban a mostrarse.
Era una mujer lista, pero él estaba fuera de las gráficas. Su padre, quien al menos comprendía algo de lo que su hijo decía, permanecía silencioso mirando la cara de su hijo superdotado. Silencioso y orgulloso. Compartían el nombre: Richard J. Johansenn, la J era de Jacob, el mismo nombre que el patriarca de la familia, el padre de su padre: el hombre que había llegado a este país con sus progenitores a la edad de ocho años, esperando —y descubriendo— un mundo mejor.Añadir Anotación
Esa noche, 24 de diciembre de 1968, la casa estaba decorada para las navidades. Ramas de pino en la mesa del comedor, tarjetas navideñas en un trineo en lo alto de la televisión del salón. Velas en la mesa de la cocina, de las que su padre se quejaba cada vez que abría el periódico. El perfume del pino, la cera de las velas, las galletas.Añadir Anotación
Su madre horneaba durante las vacaciones y más allá; era una maravilla, con todos esos dulces rodeándole, ya que nunca engordaba. Esa noche, en cambio, tendrían una cena normal, dado que Nochebuena no era su fiesta; su celebración acontecía el día de Navidad.
A pesar de eso estaba excitado. Amaba la época, la comida, la música, las luces contra el cielo nocturno. Incluso la nieve, algo que normalmente aborrecía, parecía bella. Podía quedarse en su corteza helada y miraba arriba, buscando constelaciones, o simplemente mirando a la propia Luna, preguntándose cómo algo así podía ser tan lejano y frío.Añadir Anotación
Esa noche, su madre le avisó para la cena. Había estado mirando a la Luna a través del telescopio que su padre le había regalado por su octavo cumpleaños, en julio. Había esperado ver el Apolo 8 en su camino a la órbita lunar.
En su camino a la historia.
En lugar de eso, se fue adentro y se sentó ante un filete de ternera (o pastel de carne, o carne en lata y repollo), girando su silla ligeramente para poder ver la televisión. Walter Cronkite, el epítome, pensó Richard, de adulto masculino y de confianza, informaba desde el Control de Misión, pareciendo serio y juvenil al mismo tiempo.Añadir Anotación
Cronkite amaba la aventura del espacio casi tanto como lo hacía Richard, Y Cronkite estaba tan cerca de esa aventura como podía estarlo un hombre sin ser parte de ella.
Lo que a Richard no le gustaba eran las fotografías simuladas. Era imposible filmar al Apolo 8 en su viaje, así que algún pobre estúpido hacía dibujos.
En aquel momento, Richard, con el resto del país, fijó su atención en la zona LOS, la zona de Pérdida De Señal en la cara oculta de la Luna. Si los astronautas la alcanzaban, serían parte de la órbita lunar, a sesenta y nueve millas de la superficie lunar. Pero la gran multitud americana no sabría si los astronautas habían tenido éxito hasta que salieran de la zona LOS.Añadir Anotación
La zona LOS asustaba a todo el mundo. Incluso al padre de Richard, quien raramente admitía estar asustado.
El padre de Richard, profesor de ciencias y matemáticas en el instituto, que sentado con su hijo el sábado 21 de diciembre —el día que el Apolo 8 había despegado— le había explicado lo mejor que había podido, la mecánica orbital. Le enseñó a Richard las ecuaciones, y había intentado explicarle el riesgo que los astronautas estaban corriendo.Añadir Anotación
Un error en las matemáticas, un leve error de cálculo —incluso aunque fuese accidental— un temblor en la deflagración de la nave espacial mientras se alejaba de la órbita terrestre, la pérdida de unos pocos segundos, podía enviar a los astronautas a una órbita más extensa alrededor de la Luna, o a una amplia órbita terrestre. O, Dios no lo quisiera, a una trayectoria en línea recta lejos de la Tierra, y lejos de la Luna, llevarlos a la inmensidad de lo desconocido, y nunca regresar.Añadir Anotación
La madre de Richard pensaba que su marido lo estaba ayudando con los deberes. Cuando había descubierto la verdad, lo había arrastrado a su habitación para una de sus peleas de susurros.
«¿Qué crees que estás haciendo?» Había preguntado. «Tiene ocho años».
«Necesita comprender», había respondido su padre.
«No, no lo necesita», había dicho ella. «Estará asustado durante días».
«¿Y si fracasan?», había preguntado su padre. «Se lo tendría que explicar entonces».
Su voz había parecido tirante cuando había respondido:
«No fracasarán».

Pero lo hicieron.
Fracasaron.
Control de Misión tuvo un presentimiento durante el LOS, pero no lo confirmaron con los astronautas, no inmediatamente. Pidieron algunas cosas, otra ignición controlada, esperando que la nave pudiera regresar al rumbo, unos cuantos informes más de los normales para conseguir las voces de los hombres en una grabación mientras aún estaban calmados (aparentemente), pero nada de ello cambió el trágico hecho de que los astronautas no regresarían a la Tierra.Añadir Anotación
Flotarían para siempre en la oscuridad del espacio.
Y durante un rato, no lo supieron. La propia nave tenía controles limitados y apenas contaba con telemetría. Los astronautas tenían que confiar en Control de Misión para toda la información orbital, y de hecho para la mayor parte de la información critica.
Más tarde, se descubrió que los astronautas dedujeron el problema casi inmediatamente e intentaron solucionarlo ellos mismos.
Por supuesto, no lo lograron.
Eso era por lo que Cronkite parecía tan tenso esa Nochebuena, sentado en el área exclusiva para medios en Control de Misión. Cronkite había sabido que los tres astronautas aún seguían vivos, seguirían vivos durante días mientras su pequeña cápsula se dirigía al vasto más allá. Mantuvieron el contacto por radio durante más tiempo del que cualquiera se hubiera sentido cómodo, y como eran héroes, nunca se quejaron.Añadir Anotación
Hablaron de las planicies de la Luna, y de la belleza de la Tierra vista desde más allá. Aparentemente, en un circuito cerrado, hablaron a sus viudas e hijos una última vez. Ellos pertenecieron a la Tierra tanto como se mantuvo la señal de radio. Tanto como aguantó el oxígeno. Tanto como perduró la esperanza.Añadir Anotación
Eso era lo que Richard recordaba: recordaba la esperanza.
Nadie reprodujo nunca más la cinta de Lovell, Borman y Anders, hablando del futuro. El futuro había llegado y se había marchado. Lo que los reporteros, documentalistas e historiadores reproducían hoy en día eran las despedidas, o, si eran más caritativos, las descripciones de la Tierra, lo bella que lucía, lo pequeña, lo unida.Añadir Anotación
«Es duro de creer», dijo Lovell en lo que se convertiría en su cita más famosa, «que un lugar tan bello pueda alojar tanta gente enfadada. Desde la distancia, parece que todo el planeta está en paz».
Por supuesto no lo estaba.
Pero eso no le importaba a Richard entonces.
Lo que le preocupaba —lo que le asustaba— era que ese fallo en el programa espacial pudiera suponer su final.
También le preocupaba a los astronautas. Hicieron una petición conjunta con lo que muy bien pudo haber sido su último aliento.
«Esto no es una derrota. Estamos orgullosos de ser los primeros humanos en aventurarse más allá de la Luna. Por favor, continúen con el programa espacial. Llévennos a la Luna. Construyan una base en la Luna. Envíen otro grupo para explorar el Sistema Solar, uno que pueda regresar. Háganlo en nuestro nombre, y con nuestra bendición.Añadir Anotación
Felices Navidades a todos.
Y a todos, una buena noche».

Esa retransmisión hizo que la madre de Richard llorase. El padre de Richard puso una mano firme en su hombro. Y Walter Cronkite, el adulto decidido, se quitó las gafas, se frotó los ojos durante un momento y reunió fuerzas, como había hecho cinco años antes, cuando el presidente había muerto inesperadamente.Añadir Anotación
Cronkite no dijo mucho más. No reprodujo los informes de radio hasta el amargo final. Dejó que la última expresión de los deseos de Lovell, Borman y Anders fuese su última declaración.
No especuló sobre el significado de sus muertes, no fijó su atención en el fallo.
La fijó en el futuro.
La fijó en la esperanza.
Y lo mismo hizo Richard.
Al menos, lo intentó.
Pero mientras, trabajó hacia la conquista del espacio, mientras estudiaba física y astronomía, permaneciendo en una gran forma física para poder llegar a convertirse en un astronauta en el momento adecuado, seguía mirando a través de su telescopio hacia la oscuridad más allá de la Luna, y se preguntaba:Añadir Anotación
¿Qué habían visto en sus últimas horas?
¿Qué habían sentido?
¿Y dónde estaban ahora?


Casi cuarenta años después, estaban volviendo a casa.
O al menos tan cerca de casa como pudiera alcanzar una nave muerta y una tripulación muerta, sin nadie que se acercase para saludarlos.
El Apolo 8 había finalizado una órbita elíptica alrededor del Sol, como los expertos habían predicho que podría suceder. La órbita se completaría en dieciséis meses, pero mantendría la pequeña nave muy por encima del plano de la órbita de la Tierra la mayor parte del tiempo. La primera vez que el Apolo 8 había vuelto a casa, o al menos cerca de casa, había sido hacía unos dieciocho años.Añadir Anotación
Esa primera vez fueron descubiertos casi por accidente. La luz del sol, centelleando desde la cápsula, llamó la atención de astrónomos aficionados por todo el mundo. Algo pequeño, algo insignificante, reflejando luz de una manera inusual.
La gente especuló sobre qué era, qué podría ser. Desde el telescopio gigante del Observatorio Lowell hasta el nuevo telescopio orbital comenzaron a rastrearlo, y las fotos llegaron, fotos mostrando una familiar figura cónica.
No puede ser, dijeron los expertos.
Pero era.
Todo el mundo esperaba que lo fuera.
Richard pasó esos días suplicando a sus amigos en el observatorio de la Universidad de Wisconsin para que enfocaran el telescopio hacia ella, perjudicando sus investigaciones, estaba seguro, pero no le importaba. Ya no era un estudiante de astronomía. Había hecho sus estudios de postgrado en aeronáutica e ingeniería, y acababa de fundar la empresa que le haría ser el primer billonario del país.Añadir Anotación
Pero en esos días aún era un estudiante, con poco poder y aun menos control.
Al final tuvo que ir a las afueras de la ciudad, lejos de las luces, e intentar ver la cápsula por sí mismo. Se mantuvo de pie en el intenso frío, con la nieve hasta los tobillos y miró durante horas.
Finalmente se convenció a sí mismo de que veía un guiño de luz que no era polvo espacial o la estación espacial que los Estados Unidos estaba construyendo en la órbita terrestre, o ni siquiera alguno de los satélites que habían sido lanzados en los últimos años.
No, se convenció a sí mismo de que veía la nave, y eso echó aún más combustible a su obsesión.
Quizá eso, más que el recuerdo incorrecto de la pérdida original, originó el guiño de luz en la cápsula de su cuadro.
Quizá eso fue el catalizador de todo lo demás.
O quizá fue, como su madre afirmaba, su imaginación hiperactiva, fijada por su primera experiencia —su primera comprensión real— de la muerte.
Sólo que eso no parecía la muerte a ojos de Richard. Nunca lo pareció. En su mente, siempre hubo una oportunidad de que los tres hombres hubieran vivido. Quizá habían continuado, mientras su nave seguía adelante, explorando el Sistema Solar, viendo cosas que ningún hombre había contemplado de cerca. O quizá habían encontrado extraterrestres, y estos, benignos como los de la serie Star Trek de la infancia de Richard, los habían salvado.Añadir Anotación
Sabía que tales cosas eran imposibles. Había estado dentro de una cápsula Apolo en el museo, en Huntsville, Alabama, y le había impactado cómo de pequeñas eran esas cápsulas. Los seres humanos no podían vivir en esos espacios tan pequeños.
También sabía cómo eran de frágiles las cápsulas. El hecho de que la cápsula hubiera sobrevivido durante tantos años era un milagro. Lo sabía. Y sabía que sus pensamientos de hombres sobreviviendo eran un remanente de su propia infancia, cuando no quería creer que los héroes morían.
Todos sus planes, todas sus esperanzas, para los siguientes dieciocho años, estaban basados en la teoría (la certeza) de que los astronautas estaban muertos. Y de que el Apolo 8 sobreviviría de nuevo, y regresaría.
Las naves que había construido, las misiones que había planeado durante esos años, estaban basadas en la idea de que perseguía una nave muerta, un pedazo de historia. Iba a recuperar el Apolo 8, del mismo modo que un arqueólogo resucitaba una tumba de la arena, o un explorador del océano grababa los restos de barcos famosos como el Titanic.Añadir Anotación
Richard había gastado mucho de su fortuna y mucho de su vida encontrando formas de recibir al Apolo 8 en su próximo regreso a la Tierra.
Y ahora que la nave había sido avistada en su extraña órbita elíptica —en el momento fijado, como habían dicho los científicos que lo sería— estaba listo.
Y estaba aterrorizado.
Algunas noches se levantaba bañado en sudor frío, preguntándose si un hombre debía alguna vez conseguir los sueños de su infancia.
Entonces recordaba que aún no había conseguido el sueño. Sólo había creado la oportunidad.
Y algunas veces se preguntaba por qué eso no era suficiente.

La nave, que había tenido aprovisionada y lista desde principios de año, se llamaba la Carphatia, igual que el barco que había rescatado a la mayoría de los supervivientes del Titanic. Le gustaba la metáfora, incluso aunque sabía en lo más hondo que no había supervivientes del Apolo 8. El módulo mismo era un superviviente; un navío tripulado que había llegado más lejos y por más tiempo que cualquier otro vehículo fabricado por el hombre, y había regresado.Añadir Anotación
La Humanidad había enviado naves a casi cualquier sitio del sistema, desde rovers en Marte hasta sondas a Venus, y tenía el mayor conocimiento del Sistema Solar hasta la fecha. La NASA planeaba enviar nuevas naves incluso más lejos, esperando llegar más allá de los confines del Sistema Solar y observar el resto de la galaxia.Añadir Anotación
La financiación gubernamental estaba allí —siempre había estado allí— para el viaje espacial. La última porción del Siglo Veinte y la primera del Veintiuno fueron llamadas la Época del Viaje Espacial.
A Richard le gustaba creer que la humanidad miraría atrás, y la llamaría el Comienzo del Viaje Espacial. Odiaba pensar que los satélites, una gran y completamente equipada estación espacial en órbita, una pequeña base en la Luna y algo de tráfico comercial pudiera ser todo lo que hubiera de viaje espacial.Añadir Anotación
Quería ver humanos en Marte; humanos —no naves teledirigidas— explorando los lejanos límites del Sistema Solar; humanos yendo con valentía, como su serie favorita de la infancia solía decir, dónde nadie había ido jamás.
Y por eso es por lo que fundó Johansen Interplanetaria, todos aquellos años atrás. Con una versión más amplia de ese discurso, con una gran estrategia de marketing, y con las mejores mentes del país ayudándole a crear los vehículos espaciales, las bases de los prototipos en Marte y más allá, y finalmente, el último año, la tecnología de gravitación artificial que llevaría a la humanidad a las estrellas.Añadir Anotación
La mayor parte de esta tecnología, primitiva como era, tenía aplicaciones militares, de modo que Richard consiguió su dinero. Fue la primera firma privada que se especializó en el viaje espacial, aunque no llevó a cabo viajes espaciales hasta unas cuantas décadas después de su fundación. En lugar de eso, creó subcorporaciones para dedicarse a los otros desarrollos científicos. La gravedad artificial era sólo un componente. También llevó al redil a científicos de computación para que le ayudaran diseñar pequeños ordenadores, de modo que la nave espacial no necesitara computadores voluminosos a bordo. Y uno de esos visionarios de los ordenadores, un hombre llamado Gates, le había propuesto vender esos pequeños ordenadores en el mercado.Añadir Anotación
La sola idea había hecho a Richard multimillonario.
Otras, desde la comida liofilizada hasta los trajes espaciales más-ligeros-que-el-aire, simplemente se añadieron a su fortuna.
Todo el mundo pensaba que era un visionario, cuando en realidad todo lo que quería era una sola cosa desde que era tan joven en 1968.
Rescatar el Apolo 8.


De modo que así fue como se encontró a sí mismo llevando uno de sus propios trajes espaciales, de pie en la plataforma de atraque fuera de la Carpanthia, contemplando su aerodinámico diseño. Tan cerca no podía ver las alas de desaceleración, que permitían a la nave planear cuando era necesario. Tampoco podía ver la mayoría de los ventanucos instalados para los pasajeros, ya que esta nave había sido diseñada como vehículo de rescate tanto como crucero de lujo.Añadir Anotación
Podía ver la silueta del compartimento de bombas por debajo, añadido para que este diseño de nave, como muchos otros, pudiera ser vendido al ejército de los Estados Unidos para aplicaciones sobre las que no estaba seguro de querer pensar.
Que la Carpanthia tuviera compartimento de bombas, lo atribuía a la paranoia de su jefe de diseño, un hombre llamado Bremmer, quien, cuando se enteró del uso que quería dar realmente a esa nave Richard, había dicho:
—No sabes con qué te encontrarás. Vamos a asegurarnos de que este vehículo sea también completamente funcional militarmente.
Lo que significaba que debía tener una unidad militar a bordo, astronautas que supieran cómo usar las armas, las bombas y la tecnología militar que Richard sólo comprendía en teoría. Estaba la unidad militar y el equipo de rescate: verdaderos arqueólogos que habían tenido que practicar parte de sus habilidades en el espacio; un puñado de historiadores del espacio, y algo de personal médico, en caso de que algo horrible entrara en la Carpanthia a través del Apolo 8. Y después estaban los inversores, los “turistas”, como los verdaderos astronautas los llamaban. A Richard le gustaba llamarlos “observadores”, en parte por que él era uno, sin importar lo mucho que quisiera pretender que no lo era.Añadir Anotación
Los no astronautas habían entrenado al máximo de sus habilidades. Estaban en la mejor forma física de sus vidas; podían manejarse en gravedad cero como profesionales, e incluso habían sobrevivido a múltiples paseos espaciales simulados sin equivocarse.
Richard podía hacer todas esas cosas y más. Había tenido entrenamiento de astronauta en los 80, pero nunca había ido al espacio porque sus negocios habían despegado. Además, odiaba las reglas de la NASA, la mayoría de ellas ideadas después de las tragedias de los Apolo 1 y 8. Tuvo la corazonada de que las reglas serían incluso más restrictivas después de más tragedias, y lo dejó antes de que sucediera.Añadir Anotación
Aun así, su corazonada había sido profética. Después del espectacular choque del Apolo 20 contra la superficie lunar, las reglas para los astronautas se habían vuelto tan restrictivas que era un milagro que alguien firmase para el programa. Particularmente desde que el sector privado comenzó a realizar sus propios avances.Añadir Anotación
A pesar de su retirada del programa de la NASA, Richard continuó con su entrenamiento. Siempre había sido demasiado delgado. Entrenaba en varias máquinas de ejercicio más de dos horas al día, seis los fines de semana. Se convirtió en un maratoniano. Y, mientras la tecnología se volvía disponible, comenzó a dormir en una tienda hipobárica, de modo que sus pulmones aprendieron a ser eficientes con el mínimo oxígeno.Añadir Anotación
No era la persona en mejor forma de la misión —después de todo tenía casi cincuenta años— pero sí era el observador más en forma. Podía correr más que dos de los astronautas, y ciertamente superaba a todos los investigadores.
Aun así, se sentía nervioso en la plataforma de atraque de la nave que había ayudado a diseñar. Había estado dentro de estas naves cientos de veces durante años. Incluso había estado en órbitas de baja altura varias veces, así que encontrarse en la plataforma metido en un traje espacial no era nuevo.Añadir Anotación
Lo que era nuevo era la sensación de temor, este momento de surrealismo: se había imaginado yendo al espacio en una misión de rescate casi durante cuarenta años, y ahora estaba aquí.
Estaba cruzando a un nuevo territorio.
Cuando Richard se lo había mencionado a Bremmer, este había reído. «Llevas en un nuevo territorio toda tu vida, jefe», le había contestado.
Pero era un territorio imaginado, no sólo por él, sino también por sus especialistas.
Esto, esto era nuevo, para todos ellos.
Y no importaba cuánto lo justificase, no importaba lo similar que él proclamara que era recuperar cascos de naves históricas con encontrar tumbas de faraones, él sabía que no era así.
Cuando entrara en la Carpanthia, se convertiría en uno de los primeros humanos en recuperar un buque espacial. Sería alguien que capturaría y crearía historia al mismo tiempo.
En lugar de ser un multimillonario o un inventor o un excéntrico enloquecido —todos esos retratos que los medios habían lanzado sobre él, incluso ahora— se había convertido en lo que siempre había soñado.
Era un aventurero.
Por primera vez, se sentía como si estuviera dirigiéndose hacia su propia vida.


La Carpanthia era espaciosa. Estaba diseñada para viajes largos con la comodidad en mente. Aunque sus camarotes eran pequeños, el hecho de que los tuviera ya la diferenciaba del resto de naves. Los espacios públicos eran grandes y confortables: un salón, dos cuartos de investigación, que podían ser usados tanto como habitaciones de equipamiento o camarotes de reserva; y un compartimento de carga, que tenía su propio y separado sistema ambiental, diseñado —aparentemente— para traer de vuelta objetos encontrados en la Luna. Richard había cuidado todas las especificaciones personalmente. Estaba seguro de que el compartimento también era lo suficientemente grande para cargar la cápsula de un Apolo de los 60, con bastante margen de error.Añadir Anotación
Aunque el capitán de la nave intentó darle el más espacioso, Richard insistió en el camarote más pequeño. Hizo hincapié en la privacidad, aunque había delegado tanto como le había sido posible, aún tenía que dirigir algunos negocios. Y siempre había sido un solitario. La mera idea de estar en cuartos contiguos junto a una docena de personas le hacía temblar. Necesitaba algo de privacidad, un lugar donde pudiera cerrar la puerta y no ver a nadie más. La misión tenía una duración indeterminada; necesitaba un lugar que lo mantuviera cuerdo.Añadir Anotación
Antes de partir, Richard intentó no mirar la cobertura de la prensa, pero se la tragó de todos modos: Proyecto de vanidad de Richard Johansenn, que probablemente lo mate; la esperanza imposible de Richard Johansenn; el sueño de Richard Johansenn.
Los columnistas lo acusaban de salteador de tumbas, o cosas peores. Entre ellos, los científicamente analfabetos consideraban que estaba tomando dinero de la boca de los niños para su pequeña aventura espacial; no se daban cuenta de que incluso si no recuperara la cápsula, él —y su país— aprenderían qué les ocurría a las naves que pasaban casi cuarenta años en el espacio solamente con las fotografías que tomaran de ella.Añadir Anotación
Intentó no albergar demasiadas expectativas. Intentó no imaginar —más de lo que ya lo había hecho— lo que encontraría.
En lugar de eso, descargó viejos recuerdos de las misiones Apolo y Géminis al igual que los relatos de los periódicos contemporáneos y libros escritos sobre esas misiones. También escudriñó entrevistas con aquellas tripulaciones, observándolos, viendo lo que tenían que decir.
Apenas prestó atención al viaje hacia la órbita; lo había hecho tantas veces que ya no le despertaba ninguna emoción. Dos de los arqueólogos se habían aferrado a sus sillones, aterrorizados. El resto de los novatos habían mirado con gran fascinación mientras la Carpanthia pasaba a través de la atmósfera y se establecía en una órbita elíptica que en tres virajes los columpiaría fuera de la Tierra, en el camino para emparejarse en curso y velocidad con el Apolo 8.Añadir Anotación
Por debajo, la Tierra estaba, como siempre parecía, plácida y en calma: un planeta de un azul intenso con un poquito de verde, cubierta de montones de nubes; la cosa más bella en el Sistema Solar, puede que incluso en todo el universo.
Era el hogar; extrañamente se sentía en casa incluso viajando sobre su superficie. Le hacía sentirse en casa del mismo modo que volver a Wisconsin lo hacía, del modo en que la nieve o la noche clara por la luz de luna le hacían sentir en casa, del modo en que llegar a su hogar en el coche lo hacía.
Algunas veces, cuando se sentía espiritual y nada científico, se preguntaba si esa sensación hogareña sería innata incluso cuando miraba el planeta desde el espacio. ¿Surgiría la sensación del hecho de que provenía de ese lugar? ¿O vendría de algo más innato, algo encerrado dentro de cada criatura nacida en esa superficie azul verdosa? ¿Tuvieron los astronautas del Apolo 8 ese sentimiento mientras se alejaban de la Tierra? ¿O mientras volaban sobre la Luna? ¿Habían mirado atrás de algún modo, y reflexionado sobre su propia absurdidad? ¿O se habían sentido como exploradores, consiguiendo finalmente una oportunidad de escapar?Añadir Anotación
Richard estuvo en su cabina la mayor parte de las veinte horas que les llevó alcanzar el Apolo 8. Estaba nervioso. Preocupado. Intentó dormir, pero no pudo.
Quería respuestas y las quería ya. Y al mismo tiempo estaba asustado de las respuestas, asustado de lo que pudiera encontrar. Finalmente consiguió adormecerse, y se despertó al instante con una llamada de Susan Kirmatsu.
Casi todo el vuelo era automático; aun así había contratado a Susan, una de las mejores pilotos, para la misión.
Rápidamente llegó hasta la cabina del piloto, situándose detrás de Susan para mirar. Llevaba el pelo negro cortado a cepillo, lo que acentuaba su bien proporcionado cráneo. La consola miniaturizada a su forma más pequeña, aunque controlaba la nave con tanta seguridad como él se controlaba a sí mismo. Susan comprobó las lecturas en la pantalla, ignorando las hojas dobles de las ventanas de vidrio que él había integrado en el morro de la nave.Añadir Anotación
Él, en cambio, era el único en mirar la oscuridad afuera. La Tierra se había reducido hasta el tamaño de un pomelo. Nunca había estado tan lejos antes.
El copiloto, Robbie Hamilton, estaba sentado ante otra consola y también miraba los instrumentos. Dos pilotos más, sentados detrás de él, seguían el flujo de información en sus pantallas portátiles, listos para saltar en el momento adecuado.
—La tenemos —dijo Susan—. Se aproxima en la trayectoria correcta.
El plan parecía simple: Se encontrarían en el curso del Apolo 8, aprisionarían la nave y la introducirían en el compartimento de carga.
Habían hecho este tipo de cosas antes; tales maniobras eran familiares para los astronautas a bordo. Dos de ellos habían ayudado a construir la estación espacial. Otro había recolectado satélites moribundos como parte de su trabajo para una de las compañías de Richard. Y Susan había volado en media docena de misiones prácticas, recogiendo de todo, desde piezas de satélites hasta trozos de roca, sólo para asegurarse de que los diseños de la clase Halcón como la Carpanthia podían desempeñar ese tipo de trabajos.Añadir Anotación
—¿Puedo verla? —preguntó Richard.Añadir Anotación

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DCFan, 5 de Diciembre de 2009
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