Dígito más, dígito menos, prefijo numéricoo alfabético, daba lo mismo. La Organización teníael mismo teléfono en todas sus sedes. Había llegado a CiudadB hacía menos de dos horas y siguiendo las normas evitó llamardesde el aeropuerto donde muchos teléfonos estaban pinchados. Cogióun taxi y le dio la dirección de una pensión donde pasaríala noche. Tras instalarse en una húmeda habitación en laque los insectos parecían acechar tras cualquier cosa que se pudieramover, salió a la calle para hacer la llamada. Era Martes y habíapoca gente. Si lo siguiesen lo percibiría rápido y actuaría.Sus objetivos estaban cercanos.
Cuando colgó el auricular maldijo en todas las lenguas que conocía.La Organización había puesto sobre él un códigoámbar. Lo dejaba en suspenso en aquella puerca y deprimente ciudadhasta al menos la próxima llamada, es decir dentro de 120 horas.Su ira fue en aumento hasta que, de una patada, tumbó una señalde tráfico. Debía controlar sus impulsos y nada mejor queuna copa para calmar los ánimos.
Era el típico bar de divorciados que no escarmientan y solteronesirremediables donde cualquier día de la semana había al menostreinta personas. Todo con una decoración post-del-post y unas camarerasque debían rozar la ilegalidad. Sentado al final de la barra, allídonde estaban las puertas de los lavabos pidió una Grúa deNueva Orleans, cocktail de Bourbon y frutas tropicales, y fijó susojos en el espejo que ocultaban la extensa colección de botellasque había tras la barra. Pensó en la última operación.En las molestias que tenía en el codo. En las pérdidas devisión que su falso ojo izquierdo sufría cuando volaba amás de seis mil metros. Se pregunto qué haría Carlaen esos momentos. Ella ya era feliz. Había alcanzado conexióndirecta parcial con el Núcleo. Y eso los alejaba un poco más.
Entró en el lavabo, subió la manga de su jersey de paño,tensó su bíceps izquierdo y, con cuidado, abrió unimperceptible pliegue de piel. sacó de su bolsillo la cápsulade mantenimiento y la introdujo con sutileza hasta que creyó quehabía encajado en su cubil. Destensó el bíceps y estiróel brazo. Escuchó el suave click de la ruptura de la pequeñaampolla y se bajó la manga. Aunque no le dolía, un malestarlo recorría cada vez que debía ejercer de mecánicode su propio cuerpo.
Pidió otra Grúa y sacó la cartera para pagar lasdos copas. De la billetera se le cayó una pequeña nota grisácea.Con las prisas del avión la había olvidado. Uko se la dejóen la taquilla del aeropuerto de Las Vegas y aún no la habíaleído. Aquel viejo loco siempre con sus ideas paranoicas. Aúnno se podía explicar como la Organización no se lo habíaquitado de encima. La nota era breve: "Como se encuentra el Ámbarentre los huevos de las serpientes." Volvió a maldecir en todoslos idiomas que sabia y golpeó con su puño izquierda la barra.Seis copas se tambalearon y su última grúa se derramó.La camarera rubia que le sirvió las copas le preguntó porsu estado. El, conteniendo la ira, pidió otra grúa y dejócinco mil malkos sobre la barra mojada. El Nido de las Serpientes, el lugardonde se preparaba la siguiente generación. Y todo apuntaba a queél iba a servir como examen de caza.
A esa grúa le siguieron tres más y le hubiera seguidouna cuarta si un tipo alto de no más de cuarenta, vestido con untraje sport no le hubiera cogido del hombro y con suavidad le hubiera dadola vuelta al taburete. Era Iriarte y le acompañaban dos de sus zorraspsicoesclavizadas. La competencia había dado con él.
-Querido Cruz, por lo que parece tus amigos te han olvidado momentáneamente.
- Pasa de mi Iriarte. Tu y yo tenemos poco de qué hablar.
- Es un buen momento para navegar con nuevos vientos. Si no fuerapor que eres un tipo con potencial no estaría en esta ciudad demierda intentando salvarte el pellejo. De todos es conocido que La Organizaciónha puesto sobre ti una diana. Yo te ofrezco una nueva ocupación.
- Será mejor que te abras, antes que rompa las mínimasnormas de cortesía que hasta ahora he mantenido contigo.
-Ok, negro. Tu mismo has dado la primera palada a tu fosa. Bye. Vamosnenas.
Iriarte había abonado la incertidumbre que la nota de Uko habíaplantado en la mente de Cruz. Si este era la ciudad donde se preparabanlos nuevos prototipos, Cruz sabía que ni él ni ninguno dela Serie ZZ debían estar allí. Y si estaban... Iriarte habíasalido por la puerta del bar cuando Cruz decidió aceptar su invitación.Para sorpresa de Cruz, Iriarte y su dos acompañantes lo esperabanfrente a la puerta del bar y sin mediar palabra encaminaron sus pasos haciael aparcamiento subterráneo de la Plaza de Los Mártires Desconocidos.Durante el camino, Iriarte hizo dos llamadas en las que habló apoyandoel micro del teléfono móvil en su garganta. Cruz caminabaentre las dos bellezas atléticas con caras de niñas de quinceaños capaces de descuartizar cualquier vivo con sus propias manos.
Se montaron en el ascensor e Iriarte pulsó el último sótano.Cruz estaba contra la pared metálica opuesta a la puerta y cadauna de las muchachas en una de las paredes laterales. El ascensor era paraocho personas y Cruz decidió actuar. Pulso dos botones invisiblesen su muñeca y cuando escuchó un pitido inaudible en su cabeza,comenzó a rascarse su espalda mientras cerraba sus ojos. Cuandolos abrió, su visión estaba filtrada por el rojo intermitentede su Amax-Eye y en los cuerpos de su acompañantes se distinguíanpequeñas manchas de calor de distintas intensidades. La mano desu espalda volvió con la Barcom 48.15 que tantos servicios habíahecho a la Organización. Sin tiempo para darse cuenta, la gatitade su izquierda tenía un agujero en su frente del tamañode una vaso de chupito y su compañera escuchaba impotente el crujirde los huesos de su cuello encerrados por los poderosos dedos del IronSlave.Iriarte se volvió con buscando algo en su axila izquierda. No ledio tiempo a encontrarlo. De una patada, el esternón de Iriarteatravesó uno de sus pulmones y cayó al suelo. Un ding dongindicaba que habían llegado al último subsótano. Cruzno permitió que la puerta se abriese. Tenía la impresiónde que lo esperaban.
La puerta del ascensor se abrió en el sótano superior.Cruz contó hasta cinco y corrió hacia las escaleras que dabanacceso a la calle. Un Lambort 130 verde casi lo atropelló. Pitóy siguió su camino. Cuando subía las escaleras un látigometálico le atenazó la pierna derecha y haciéndolecaer. Se giró y con la Barcom prolongando su mano derecha hizo dosdisparos contra la oscuridad del principio de la escalera. Solo le quedabaun disparo y lo hizo contra aquel látigo que ya le habíaarrancado la piel sintética de su tobillo y estaba quemando el metalde la articulación. El proyectil partió la soga metálicapero no disminuyó la presión del trozo ligado a su pierna.Corrió escaleras arriba con un pie totalmente desactivado, eso si,sin ningún tipo de dolor. En la Plaza de los Mártires Desconocidostodo el mundo miró al hombre que corría cojeando con unapierna de la que colgaba un trozo de metal. Cruz miró a todos losviandantes de la plaza buscando algo que aún no sabía comoera ni podía imaginárselo.
Preludio
Han pasado dos semanas y Cruz ya sabe como es la Serie ZZ. Dos palabraslos definen: Perfectos e inexpertos. Fue hace dos noches y por suerte nolo vieron. Cruz lo descubrió en una pelea callejera cerca del quehasta entonces era su refugio en la zona de las Torres. Se deshizo de seisD-9 en menos de tres minutos quince. Primero una versión perfeccionadadel Eco de Ruido. Un par de giros sobre una pierna y golpes a la caderacon la otra. Para terminar atravesó el cuello de cada uno de elloscon su pulgar. Eso lo retrasó más de minuto y medio minuto.A Cruz le pareció como si no supiese cómo hacerlo. Su tardanzadio tiempo a que apareciesen otros D-9 en un coche y lo viesen sobre loscadáveres. Abrieron fuego pero se confundió en las sombrasy desapareció. Ni Cruz supo donde fue.
De la cabeza de Cruz desaparece la imagen de aquellos delincuentes conel cuello perforado. El podría estar como ellos si Iriarte no hubiesellamado por teléfono aquella noche. Cuando hizo aquellas llamadas,Iriarte olvidó (o desconocía) una de las primeras leccionesque se aprenden cuando te forman en El Foso de La Organización:Reconocimiento de diales acústicos. Y Cruz reconocióel número de la segunda llamada, era el mismo número de LaOrganización al que el llamó.
Sentado sobre un cartón húmedo, Cruz mascullaba su venganza.No se marcharía de Ciudad B hasta que viera arder el Nido de lasSerpientes con todos sus huevos. Y la frase favorita del loco Uko comomúsica de fondo: "Al final esto es como la Pepsi y la Coca-Cola,las dos son del mismo dueño."