EN LAS PAREDES por Guillermo Narbona R.

        ¿Quieres que te hablede un viejo amigo? No te preocupes, no te voy a deprimir contándotela historia de un triunfador, con docenas de tías lamiendo sus pasos,erecciones de dos días, una cuenta corriente de ocho o nueve cifrasy un equilibrista consumado en relaciones públicas. Este colega,de cuyo nombre solo me acuerdo algunas tardes lluviosas, es un tíobastante peculiar. Vive en una vieja torre en el centro de la ciudad, enun pequeño apartamento donde el único mobiliario que encontrarásserá un viejo tocadiscos de aguja diamantina y un pequeñofrigorífico lleno de refrescos, cervezas y yogures caducados. Solitarioe introvertido, no creas que siempre ha vivido ahí. Hace años,cuando lo conocí, vivía junto a sus padres en una zona residencialdel Parque Norte. Es curioso, en aquellos días su imagen era lade un apuesto tipo responsable con proyectos y ambiciones en el salvajeentorno de la prosperidad moderna, un tipo capaz de tomar decisiones másallá de sus propias responsabilidades. En pocas palabras, un auténticoprotohombre de Ciudad B. El tiempo pasó, más de lo que debería,y una tarde, mientras merodeaba por una tienda de segunda mano, me lo encontré.Estaba más grueso, acompañado de un olor rancio marinerobastante penetrante, con la frente amplia y los ojos semicircundados pordos manchas negras más propias de un maquillaje vampíricoque de un aún estudiante de una carrera no deseada, como mástarde me confesó. Sorprendido por el encuentro después detanto tiempo, me invitó a tomar café y hablamos. Másde tres horas pasamos rememorando los viejos tiempos sin aparecer nuncala palabra futuro, bien porque el no la nombraba, bien porque yo intuíque esa palabra había perdido el significado para aquel tardíoveinteañero. Cuando estabamos despidiéndonos su rostro setornó frenético, una necesidad imperiosa surgió delo más profundo de su sentir y agarrándome de un brazo meinvitó a que lo acompañara a su casa, tenía algo quequería que viese. Aunque me hubiese negado, su presa era tan violentay fuerte que hubiese sido arrastrado hasta salir de aquel vetusto ascensorde doble puerta y casi me empujase a entrar en aquel cuchitril ordenadoen el caos mental de aquel pobre diablo. Lo primero que me llamóla atención fue que, en la habitación que junto a un ventanaly un pequeño lavabo con retrete componían su hogar, sus únicosmuebles eran el tocadiscos y la nevera antes citados. El suelo era un marde discos, LP y singles, de vinilo salpicados por un oleaje de cintas devídeo amontonadas en pirámides casi siempre sin carátula.Me guió por un camino invisible que increíblemente evitabapisar ninguno de los objetos esparcidos desordenadamente e hizo que mesentará, apoyándome en un columna que sobresalía dela pared, junto al tocadiscos. La luz del atardecer comenzaba a abandonarnosy encendió un flexo que proyectó contra la pared que habíafrente a nosotros. Al principio creí que la suciedad de la paredse remontaba a muchos años ha y que su falta de higiene corporalla había trasladado a su precario lar. Pero tras afinar la visión,pude ver como toda la pared estaba llena de pequeños dibujos queal acercarse se iban transformados en puntos hasta que a menos de un palmoeran cadenas de palabras en diferentes direcciones recorriendo la pared.Mientras yo me había ido acercando hasta leer las palabras en lapared, el había puesto un viejo disco de nuestros años deadolescencia y permanecía callado dejándome descubrir supasatiempo secreto, la imagen de su esencia vital, su obra. Las tres cuartaspartes de aquella pared estaban cubiertas de letras de canciones de todaslas décadas excepto de la última, principalmente letras quehablaban de amor y traición, de rebeldía y añoranza.El tiempo fue pasando sin apenas darme cuenta, estaba maravillado leyendotodas aquellas letras, algunas conocía la música otras simplementeme atrapaban en un sentimiento inenarrable a medio camino entre la penay la esperanza. Y durante toda el tiempo que pasé leyendo, y sinsaber bien cómo, el se anticipaba y ponía las canciones queyo iba leyendo. No le pregunté cual era el origen de su magia, esoera parte del encanto de la velada.

        Pasadas las dos de la madrugada,saco dos refrescos y un yoghurt sin decirme nada y los puso cerca de mipara volver a pinchar. Conforme iba leyendo descubrí como las direccionesde las canciones y las grafías de las letras se podían agrupary comencé a descubrir los acrónimos que con la primera letrade cada título de canción de una determinada grafíame llevaban al nombre de una mujer. Lara en letras góticas, Doloresen caracteres enlazados, María en letra de maquina de escribir,Susana en caracteres estilizados,... Leí más de treinta nombres,todos en diferentes canciones, en aquella pared y las canciones que loscontenían parecían enlazar unas con otras como si compusieranuna historia real. Todo tenía un perfecto orden en aquel pequeñocaos.

        El amanecer me sorprendióleyendo la historia de Rebecca. De sus seis canciones solo pude leer lascuatro primeras. La conoció en un fiesta pero no la volvióa ver hasta pasado un tiempo, ella tenía una pareja, la dejóy se fueron a vivir juntos y ... en ese momento la música se paró,me volví y sonriéndome me dijo que me invitaba a tomar uncafé para desayunar. Aunque cansado, rápidamente comprendíque era el momento de despedirme de aquel muro maravilloso que conteníalos sentimientos de toda una vida. Me levanté y observé comolas otras paredes también estaban escritas pero sin tanta densidadcomo en la que yo me había sumergido toda la noche. Cuando bajábamospor el ascensor sentí rabia. Rabia por sentirme vacío anteaquel hombre en su apariencia escondía el trabajo titánicode los sentimiento de toda una vida.

        He querido volver a ver ami viejo amigo pero no me ha sido posible. Se que solo si él meinvita podré volver a su templo y espero impaciente que ese díallegue pronto.