Sonaba y no sabíaa ciencia cierta desde donde. Carlos buscaba un pequeño teléfonoinalámbrico entre una montaña de resúmenes y fotocopiasque compendiaban todo el conocimiento necesario para, al menos, entraren la bolsa de trabajo de un Departamento totalmente ajeno a su ampliaformación universitaria. Y, aunque desperdiciaba más de diezhoras diarias frente a libros y apuntes, por su cabeza no pasaba la ideade sacar una de las doce plazas a las que opositaban casi cuarenta milpersonas. Se conformaba con que el próximo año pudiese hacerun par de sustituciones que le reportasen el dinero suficiente para hacersu soñado viaje por el Lejano Oriente. Lo había planeadoen diferentes ocasiones y siempre un percance de última hora habíaabortado sus planes. Ahora era un reto personal, algo que solo teníavalor para él. Lo había decidido. Si esta vez sacaba el dinerosuficiente se marcharía con su macuto y su cámara como únicoscompañeros de viaje. Tras mover una montaña de folios garabateadosvio la corta antena del inalámbrico y tiró de ella como side un ente con vida apunto de escapársele se tratase . Pulso elbotón ON y respondió: "Aquí no hay nadie y si lohay se encuentra estudiando tarde y noche, así que es como si noestuviese. Deja el mensaje después de los tres pitidos.
Apenas si había tenidotiempo para ducharse y buscar algo de ropa limpia que, por supuesto, noestaba planchada. Hacía dos semanas que sus padres se habíanido a la casa de la playa y en su marcha la lavadora estaba tambiénde vacaciones. Pronto tendría que ir a visitarlos con un par decontenedores radiactivos repletos de ropa sucia sudorosa. Caminaba a pasoacelerado pero controlando que su piel no empezara a sudar y se empapasellegando el inevitable tufo veraniego. Las breves palabras de Luis habíansonado muy bien al principio, pero al analizarlas más tranquilamentesabía que se estaba equivocando de plano al acudir a aquella citaa ciegas. "Joder Carlos, me tienes que hacer un favor, please. Ha venidola guiri del intercambio de hace dos años y ya sabes lo celosa quees Carmen. Si le digo que en mi última noche antes del curso enSebastopol tengo que quedarme para enseñarle la ciudad a una extranjera,esta noche es capaz de finiquitar. Está alojada en El Central, habitación521, le he dicho que iría un primo mío para que le enseñaseLa Ciudad. No me puedes decir que no. Te lo pagaré de sobra cuandovuelva." Aquel planteamiento hecho casi a las diez menos cuarto dela noche de un viernes de verano sofocante era una auténtica tentacióna la que por muchas razones no podía decir que no: conocíaa Luis desde niños aunque siempre había sido un poco cabrón;los sábados descansaba por las mañanas así que elviernes era su noche videofila; además hacia mas de ocho meses queno salía con una mujer en solitario. Aceptó como un quinceañeroy se dispuso a engalanarse. Mientras lo hacía comenzaron a caerpreguntas sobre su cabeza como si de un aluvión de piedras se tratasen.Ante todo Carlos tenía que recordar donde Luis, el hombre de losmil viajes VISA papi, había estado hace dos años. A principiode año estuvo dos meses en Canadá. Después pasóla Semana Santa en la zona del Río de la Plata. Pero su clásicointercambio de verano no lo conseguía recordar. Podría habersido cualquier país asiático o uno norte europeo. No lo recordaba.Así que, ni corto ni perezoso, llamó a Paula, la antiguanovia de Luis con la que mantenía unas excelentes relaciones deamistad que acabarían el día en que se atreviese a decirlealguna de las dos mil proposiciones, decentes e indecentes, que pasabanpor su cabeza con solo oír su voz. La llamada fue corta, ella habíaquedado con unos chicos de Canteras para una noche de metal&signal,pero lo volvió a seducir por enésima vez. La respuesta fuerápida. "Ese mamarracho se pasó dos meses en Lituaniareconstruyendo monasterios y poniéndome los cuernos hasta con lasabadesas de ochenta años". Y a Carlos lo único que lequedó fue una pregunta que lo acompañó durante todoel camino desde su casa al Hotel Central: ¿De qué demoniospuedo yo hablar con un Lituana?. Todo lo que sabía Carlos sobreLituania procedía de las canchas de baloncesto y ese tema, a noser que ella fuese pivote de un equipo femenino, tenía sus minutosde vida contados. Carlos se la había jugado otra vez y para colmoni se había atrevido a describirla, lo que significaba que seríauna adefesio con puntos suficientes para poder habitar en una jaula conosos hormigueros o elefantes en cualquier circo del mundo. "MalditoLuis" pensó Carlos durante un buen rato. Cuando faltaban a penascincuenta metros para que llegase al Central, Carlos se detuvo y sopesódurante unos instantes la posibilidad de devolverle la moneda a su buenamigo: se daría la vuelta y tranquilamente volvería a casa,pondría cualquier película que su hermanita hubiese grabadoa lo largo de la semana y disfrutaría de su soledad videoadictahasta altas horas de la madrugada. Y quién sabe, tal vez, con muchasuerte, podría sintonizar alguna de las emisoras piratas de músicaque emitían pasada la madrugada. Pero un resorte en sus piernaslo impulsó a seguir caminando hasta que el inmenso neón gastadodel viejo hotel se reflejó parpadeante en su cara.
Permaneció sentado durante más de veinte minutos en larecepción del hotel. Un muchacho oriental lo había atendidocuando pidió que comunicase a la huésped de la habitación521 que el primo de Carlos la esperaba en recepción. Durante esetiempo tuvo tiempo de ver como las marinas que colgaban de las paredesla primera vez que fue con su padre al hotel, hace once años, habíancedido su espacio a imágenes termodinámica sensitivas. Tambiénobservó como, al menos, media docena de cucarachas que salíande un agujero próximo a la recepción cruzaban el pasillohasta llegar a su otra guarida en las escaleras junto al ascensor. Estamigración cucarachil tan típica en las edificaciones antiguasde Ciudad B coincidió con la llegada de un autobús de turistasafricanos que al cruzarse con las cucarachas comenzaron a gritar con unpánico extremo hasta el punto que un par de mujeres cayeron al suelodesmayadas. Por lo que Carlos pudo entender en la conversación eninglés que mantuvieron el guía de la expedición yel conserje antes de que los turistas se marcharan, la cucaracha era unser asociado con la ruina y la podredumbre entre los ancestros de los clientes,aquellos antiguos cazadores de leones y otras bestias que vivíanen chozas de paja hasta que descubrieron los yacimientos de Killium, elcombustible incontaminante. Desde la marcha de los turistas hasta que Carlosdecidió ir a recepción para que volviesen avisar a la lituanahabían pasado ocho minutos en los que el nerviosismo y el catastrofismohabía hecho mella en la débil moral de Carlos que se volvíaa sentir engañado por aquel caradura profesional. Se habíalevantado, apoyado sobre el mostrador de mármol viejo y esperabaque el conserje malhumorado acabase de cancelar las reservas cuando laspuertas de madera del viejo ascensor se abrieron como si de las de un salóndel salvaje oeste se tratasen. Vio salir a una mujer rubia de unos treintay pocos años, con unos pantalones de tela a cuadros y una camisaroja que le caía hasta las rodillas. Aunque el aspecto de la damaera bastante imponente, Carlos, nervioso y contagiado por el malhumor delconserje, continuó mirando el monitor donde se iban cancelando alos turistas africanos. El conserje hizo un leve giro para ver si el clienteque había salido del ascensor requería alguno de sus serviciosy cuando vio a la mujer hizo un gesto con los ojos a Carlos al que le pasódesapercibido debido a su fijación casi mesmérica en el monitor.El conserje pasó a la interjección: "Caballero la damade la 521 acaba de llegar al hall". Carlos no lo podía creer,aquella atractiva mujer iba a ser su compañía, cuando vieraa Luis le daría un beso en los morros. Se giró mientras quela mujer despistada buscaba a alguien por el pequeño salónhasta que tras un giro de cuello vio a Carlos en actitud expectante. Ahorasi que el joven opositor observó todos los rasgos de aquella paisanade Kurtinaitis. Tenía el pelo recogido en un gran moño quedebido a sus rasgos afilados en pómulos, mentón y nariz ledaba un cierto aspecto brujeril pero que suavizaban con unos cálidosojos verdes muy lejanos de los típicos felinos. Su cuerpo era espigadopero la amplia camisa dificultaba cualquier apreciación sobre suszonas más eróticas pero, bueno, a Carlos le daba igual. Erala pareja más atractiva que había tenido en los últimosaños. " Tu eres Carlos ¿verdad?, me llamo Raisha"dijo en un perfecto castellano con ligero acento euroriental.
Sentados en una estrecha mesa de un chiringo de comida rápida,Carlos no salía de su asombro. Cuando vio a la lituana sonrientefrente a él en la recepción del hotel, su cabeza generóinmediatamente la imagen de una cena íntima con todos los rasgosde una cita romántica: penumbra, velas, vino y una vista de la bahíadesde alguno de los montes circundantes. Pero los planes de Raisha erantotalmente diferentes. La pregunta "¿Que te gustaría cenar,frente a la orill...?" no pudo ser terminada ante la interrupciónde Raisha: "Burger, una buena hamburgesa en un TukkoTukkon, Luis mehabló tanto de sus hamburguesas que se me derrite el paladar consolo pensarlo". "Ese tío es un hortera por muy temprano quese levante o muchas tarjetas de crédito de las que pueda sacar pelas"pensó Carlos con rabia interior y apariencia complaciente mientrasdecía: "De acuerdo. Hay uno a un par de manzanas de aquí".Sentados en una estrecha mesa del TukkoTukkon de la Avenida Los Palacios,con una patata frita casi tan larga como la pata de una mesa, Carlos veíacomo la mostaza y el kepchupt se escapaban por las comisuras de la jovenrubia que devoraba la hamburgesa como un perro hambriento haríacon un trozo de carne fresca. Entre bocado y bocado de aquella hamburguesabautizada como Torre, debido a sus cinco niveles de porquería, Raishasonreía y sorbía el carismático néctar negroamericano con la misma ansia que aplicaba al burger. De la sonrisa, Carlospudo ver como unos lejanos rasgos asiáticos aparecían ensus ojos y su nariz, que le daban la apariencia de una ratita rubia. Cuandoterminó la Torre, comió algunas patatas fritas, acabócon la cola y se ausentó a los servicios durante más de diezminutos. Carlos comenzó a pensar que las largas esperas eran partede las costumbres de los países del este, pero él aprovechópara confeccionar un itinerario con el que deslumbrarla. De repente, Carlosse imaginó la cara de Raisha a solo unos centímetros de lasuya, mirándose a los ojos... en ese momento Raisha saliódel baño. Su sonrisa de oreja a oreja iba acompañada de unligero tinte frenético en sus ojos. Se acercó a la mesa condos saltitos como si de una bailarina de ballet se tratase y cogióa Carlos del brazo diciéndole: "Marcha, marcha, veamos cuantome aguanta esta ciudad".
Habían cruzado toda la ciudad al menos seis veces. Desde Uruguayosa Monserrat. Desde Las Torres hasta Pequeña Praga. Desde El Cieloal Infierno recorrieron bares de todo tipo de música y ambientesy por cada uno que pasaban Raisha dejaba su huella. En el RollerCoaster,un tugurio de rave lleno de quinceañeros de vacaciones, Raisha simulóun streeptease sobre una plataforma de go-go que dejó a la vistasus firmes pechos atrapados por un sujetador con forma de estrella y suscontorneadas caderas ajustadas por un pantaloncillo ajustado de color rojocon los cachetes medio rotos. Mientras Carlos miraba impotente como algunosmuchachos, lanzados por los efectos del Turbo, se intentaban acercar osubir al pedestal mientras los camareros los repelían a guantazos.Y Raisha lo miraba con una sonrisa a medio camino entre la ingenuidad delque no sabe realmente que lo que hace puede probocar un cataclismo y lapicaronería del que tiene el poder en sus manos y lo sabe muy bien.A ritmo de maracas y tambores tribales, bailó en Son-Son con unafricano y un sudamericano un lento son lleno de erotismo que dejóboquiabiertos a la poblada concurrencia del local. Mientras Carlos en labarra apuraba dos Zupaniecos con lima y evitaba los cruces de miradas conla demás concurrencia del bar, que para Carlos lo veríancomo un cabronazo consentidor. En Kizzozz Raisha se soltó el gigantemoño, miró a Carlos como si de un reto se tratase, al queel joven opositor no supo responder, y movió la cabeza al ritmofrenético de Children of New Chaos quedando sola en la pequeñapista de baile al tiempo que alucinaba a los aguerridos neohards que inundabanel local. Dos tipos se pelearon por bailar con ella en Retro73. Y mientras,Carlos se sentaba en la barra pasando de la devoción a la frustracióna intervalos de milisegundos, pudiendo solo hablar con ella el breve instanteque pasaban en el taxi siempre bajo el oído infalible del conductorde turno. Cuando salieron de Alcatrax, ella le dijo al taxista que la llevaraa un lugar de música dance y Carlos, sin pensarlo ni premeditarlodijo que no, que los llevase a La Punta. Ella se quedó contrariada,pero su cara no mostró síntomas de enfado. Era la primeravez en toda la noche que Carlos decía donde irían y Raishacalló durante todo el viaje.
El taxi se marchó lentamente por el pequeño carril flanqueadopor el agua aceitosa del mar al tiempo que Carlos, sin preocuparse de Raisha,trepaba por uno de los montículos de piedras que tantas veces habíaescalado con pericia durante su infancia. El padre de Carlos fue un expertopescador que pasaba innumerables horas frente al mar cuando la bahíano era el vertedero de los trasatlánticos y los cargueros que atracabanen ella. Carlos recordaba aquellos días con especial cariñosiguiendo a su padre con el cubo de los peces y el de los cebos, escalandolas rocas para buscar las lápidas conmemorativas de las ampliacionesdel puerto y contando las luces de los barquitos pesqueros. Todo eso habíacambiado en apenas quince años. El puerto pasó a ser propiedadde varias compañías navieras que disponían de élcomo un oso de su cueva: cerraron el paso público, comenzaron ahacer obras a diestro y siniestro y permitían el vertido de suciedadesy otras sustancias desconocidas sin ningún control a la bahía.Con los años eso le costó la multa de construir los dos megafiltros,las tres plantas desalinizadoras y permitir el paso por La Punta, el extremomás austral de Ciudad B. Pero el daño ya estaba hecho, elpadre de Carlos nunca más quiso ir a pescar al puerto. Era curiosoque esa noche no hubiese nadie allí, normalmente todas las parejasque querían acabar la noche con un romántico revolcónacababan en La Punta. Desde lo alto del montículo Carlos cogióuna lasca y la lanzó. Ni la oscuridad ni la bruma permitieron verqué lejos llegó aquella pequeña piedra. Sentado sobrela piedra que contiene la Lápida de 1956, Carlos miró haciaatrás y no vio a nadie. Un latigazo de adrenalina le recorriótodo el cuerpo "¿Donde se ha metido la tía esta?".Saltó de la piedra, bajó a tropezones hasta la carreterillay no vio a nadie. De repente, a su espalda, una sonrisita se escuchabadébilmente. Giró como si la vida le fuese en ello y la vio.Sentada sobre la Lápida de 1956 con su camisa roja abierta hastael ombligo y una cándida sonrisa de oreja a oreja como si no percibieseel malhumor que recorría el sistema nervioso central del estresadoopositor. La furia brotó de Carlos y en dos saltos felinos, bastantearriesgados para un anquilosado exjugador de baloncesto, se encarócon la muchacha. Fue como en su breve ensoñamiento en el TukkoTukkon,sus caras a menos de diez centímetros mirándose a los ojospero su carácter era el de un karkayuk al que le hubiesen quitadola comida justo antes de dar el primer bocado. Gritó durante casiun minuto ininterrumpidamente. Le dijo cosas incoherentes, cosas que novenían a cuento, cosas fruto de su más profunda frustración,no solo las de la noche que soñó y no pudo ser sino las delos muchos años de fracasos y reconstrucción cíclicosque habían acabado con sus huesos frente a una mesa llena de temariosde oposiciones. Y ella miraba con una medio sonrisa escuchándolotodo con atención, con interés, como si no quisiera perderun solo matiz de todo lo que decía aquel desconocido que hasta esemomento solo le había servido de acompañante. De forma instintiva,Raisha extendió la mano y durante unos segundos cogió lade Carlos que continuaba gritando con los ojos salidos de sus órbitas.Ante los ojos de Carlos se presentaba una mujer, fuera del aspecto adolescenteque había mantenido toda la noche, una auténtica mujer comonunca antes se había echado a la cara. Y aquello congelósu retahila de improperios como cuando se desconecta una televisiónen pleno telediario. Cuando se dio cuenta del contacto de la larga y suavemano de la lituana el efecto de los zupaniecos con lima parecio concentrarsecomo un martillazo de placer en su cerebro. Ella acercó su cabezaal pecho del muchacho y este sintió como ella contaba recitaba algoal ritmo de sus latidos. Sin soltar la mano, Carlos la rodeo con el otrobrazo y dejó caer su cara sobre el liso cabello rubio de Raisha.El tiempo que permanecieron hasta que un golpe de agua bañósus pies no hay cronómetro en el mundo que lo pueda determinar.Como si el agua lo despertara de un sueño, Carlos se separóde ella, le sonrió, la miró como si sus ojos estuviesen sacandouna foto de aquella espigada mujer del este y comenzó a descenderpor las rocas, tendiéndole la mano para ayudarla. Después,como si lo que hubiese ocurrido en la roca fuese un lapso temporal, caminaronjuntos pero sin contacto, sin palabras, sin miradas hasta que llegarona una parada de taxis donde dormitaba el taxista que los había conducidohasta la Punta. Cuando se montaron, Carlos dijo: "Al XtremeDancePalace,por favor".
Despertó con una resaca de campeonato y le dolía la espaldacomo si le hubiese pasado un camión. Había dormido toda lanoche, o lo que pudo de ella, en el sillón que había a laentrada de su casa. Cuando llegó a casa no tenía fuerzaspara llegar a la cama. No estaba acostumbrado a bailar tanto y menos alritmo de Raisha. Después de La Punta habían estado en seiso siete garitos más, bebiendo y bailando como si el fin del mundollegase a la mañana siguiente. El alcohol nunca le habíasentado bien pero aquel fin de noche su organismo había hecho unextraordinario y los efluvios etílicos le inyectaron la carga deshinibidoraque hubiese necesitado al principio de la noche. "¡¡¡Qué estúpido has sido !!!" se recriminaba a si mismomientras que algún ritmo machacón aún buscaba la manerade salir de su cabeza bamboleante. Había quedado para almorzar conRaisha a las tres. Por la noche no había sido capaz de decirle loque de repente significaba para él, nunca creyó en el alcoholcomo interlocutor de sus mensajes de amor. Quería convencerla paraque no se marchara tan pronto. El estaba dispuesto a abandonar sus oposicionesdurante el tiempo que ella pasase allí. Hacía añosque Carlos no suspiraba por las mañanas y, desde luego, nunca lohizo de esa manera antes. Todavía mantenía en su estroboscópicaretina la imagen de Raisha entrando en el hotel y lanzándole unbeso al tiempo que marcaba un tres con sus dedos de la mano derecha. Unbeso era lo único que había faltado para que la noche hubiesesido totalmente perfecta. No la conocía bien, casi la desconocíapor completo, pero Raisha era la mujer en la que había pensado tantasveces frente a un folio lleno de estatutos y reglamentos, teníala seguridad de la irracionalidad y esa le bastaba. Ahora que la habíaencontrado, no podía permitirse el lujo de que se le escapase. Teníaque asearse y arreglarse rápido, seguro que le quedaba poco tiempo"¿Qué hora es?" se preguntó Carlos a mediocamino entre el fatalismo y la esperanza. Eran las cinco menos diez dela tarde de un caluroso sábado del mes de Julio en Ciudad B.
El segundo examen había sido una auténtica mierda, ahorasolo le quedaba esperar las calificaciones. Noviembre es un mes en el queen La Ciudad no hace excesivo frío. Frente al televisor Carlos hacíacomo si leyera el periódico. Sonó el teléfono y dejóque lo hiciese hasta que su madre o su hermana lo contestaran. Nadie sabíaque había vuelto. Los últimos dos meses los habíapasado empollando intensivo en casa de sus tíos en el campo. PeroAgosto fue diferente. La Noche, como Carlos la llamaba en su cabeza, nose marchaba de su pensamiento. Cuando llegó al hotel, el conserjele dijo que se había marchado y había dejado un sobre parael. Fue al aeropuerto, pero ¿cual sería el siguiente destinode su amor lituano?. Cuando llegó a su casa abrió el sobrey encontró un nota con un largo mechó de pelo rubio "Paraque me recuerdes frente a las olas". Agosto fue un infierno pensandoen Raisha. Carlos pasó encerrado casi quince días en casa,hasta sacó su vieja guitarra y compuso más de treinta cancionespensando en la lituana, estudió la geografía, historia ycostumbres de los lituanos y hasta llegó a pensar en buscar alguienen el puerto, los mayores políglotas que hay en Ciudad B se concentranentre estibadores, estraperlistas y marineros, que le enseñara ellituano (aunque siempre podría buscar a un jugador de baloncesto).Llamó a Luis un millón de veces pero el muy mamónno volvería de su intercambio en Sebastopol hasta entrado el otoñoy el era la única persona que podría dar el paradero de Raisha.Cuando volviera a verlo le sacaría las tripas y las esparciríapor La Punta. Después se lanzó a la calle todas las noches,sin rumbo establecido, como el que hace una procesión por los lugaressagrados recorriendo todos los bares donde estuvieron La Noche. Pero lacordura llegó en forma de cansancio y de ahí a la vueltaa las oposiciones intentando dejar atrás la idea del imposible.Cuando su hermana le dijo que era para él, hizo como si no la escuchase.Pero los gritos chillones de su quinceañera hermanita eran algodifícil de obviar. Cogió el pequeño inalámbricoy respondió: "¿Quién?"
"Soy Luis" resonó la siempre animosa voz del joven sinpreocupaciones.
"A ti te quería ver yo, jodido hijo de puta. Me vas a decirahora mismo la forma de contactar con Raisha..." Carlos se acelerabaen una cadena de adjetivos despectivos hasta que Luis dijo: "¿Raisha?Una chica increíble, por cierto te llamaba por ella. ¿Lopasasteis bien? Creo que sí pues he recibido más de seiscartas suyas durante estos meses y en todas me pregunta por ti. Por loque parece la dejaste plantada el día que se iba. Estás aprendiendorápido como mantener una tía interesada, bien, bien. La tíaquiere saber tu dirección, pero como te imaginaras no soy el típicocapullo que doy las direcciones de mis amigos a cualquier tipa. Siemprehay que mantener la intimidad" Cada palabra de Luis hacía aCarlos tener que tragar saliva hasta que lo único que hacíaera mover la reseca garganta con incredulidad. Luis prosiguió "fíjateque hasta me ha pedido una foto tuya, es que las tías del este nohay quien las entienda. Oye ¿estás ahí o no?"Mientras Luis esperaba una respuesta, Carlos soñaba con largos paseospor bosques lituanos del brazo de Raisha.