El Abrazo de un Ravnos.

      La noche de mi abrazo me encaminaba con mi padrino en la fragoneta, aquella noche hacía un calor sofocante, nos encontramos a varios paisanos en el camino, arrecogimos unos cuantos. Resulta que eran primos terceros por parte de padre de la hermanastra der Papa. Los primos nus invitaron a un casamiento que estaba teniendo lugar en una campa que había en algún sitio del que no me acuerdo. Llegamos a la campa y nus encontramos con que había muchísimas más mujeres que hombres.

       Cuando baje de la fragoneta acudieron a mi olfato embriagadoras fragancias que me sumergieron en un limbo en el que el éxtasis y el sexo controlaban todas mis acciones. Me abandoné durante horas a un sexo descontrolado e impersonal del que sólo recuerdo la ingente cantidad de felaciones que me hicieron.

       Una vez la niebla del éxtasis abandonó las elucubraciones de mi mente una mujer de sobrecogedores encantos se acerco a mí y sin mediar palabra escuché los susurros con los que me incitaba a convertirme. Azorado al no entender sus palabra dirigí una mirada a sus ojos y me hundí en las profundidades de sus acerados y deslumbrantes iris. Una vez más me quedé sin palabras y tuve que volver una mirada de súplica, esta vez sin mirar directamente a las profundidades que tenía por ojos. Esta vez obtuve una respuesta la mujer me tocó con sus albos dedos el cuello, aquello me produjo un gran placer mayor incluso que del que sentí hace unos instantes en la orgía. Me explicó todo, lo que era lo que yo podría ser lo que podría sentir, me ofreció todo lo que me enseñó.

       Lo que me mostró, al principio, me asustó, pero por muy poco tiempo cuando la mujer me volvió a acariciar el cuello acepté sin demoras ni ningún tipo de duda. Volví a sentir aquel intensísimo placer pero solamente con la diferencia de que esta vez lo que acariciaba mi cuello no eran sus esbeltas manos sino que ahora mi cuello era horadado por unos afilados colmillos, que aunque me desgarraron la piel, me hicieron sentir un inmenso placer. Una vez hubo acabado de absorber mi sangre se rasguño la muñeca haciendo que corriera un hilillo de sangre que fue a parar a mi boca. Inmediatamente después acudió a mí un hambre voraz que me desgarraba las entrañas en cruentos retortijones. Cuando me acercaron a una temblorosa muchacha no me percaté de su presencia hasta que me fijé en su cuello. Salté sobre su cuello y hundí en el mis nuevos y afilados colmillos para mi sorpresa la muchacha no trato de desembarazarse de mis fauces sino me pareció que mecía mi cabeza.

Laurentzi Martínez Morilla.