Capítulo 2: Ajenjo.

       En épocas pasadas, Dios fue testigo de los males provocados por los Hijos de Seth y los Hijos de Caín, y envió el Gran Diluvio para borrar estos hechos y a sus hacedores con la esperanza de que un mundo más pacífico y creyente renacería de la semilla de Noé y su linaje, un mundo en el que los hombres obedecerán la palabra de Dios y buscarían crear una réplica del Cielo en la Tierra. Cuando las inundaciones remitieron, Dios forjó una Alianza con los descendientes de Noé, prometiendo que “la carne nunca más sería arrancada por las aguas de un diluvio, ni habría nunca más un diluvio que destruyera la tierra”.

       Dios contempló como la progenie de Caín volvía a sus perversas sendas y los Antediluvianos acechaban una vez más al hombre sin temor al castigo, pero Él mantuvo la Alianza. El orgullo, la envidia, la ira, la gula, la avaricia y la lascivia florecieron como negras semillas en los corazones de aquellos que cayeron bajo el yugo de los Vástagos y pronto la Tierra no fue distinta de lo que antes había sido; peor aún. Mientras por todo el globo surgían nuevas ciudades y las distintas civilizaciones se convertían en el terreno de juego para la progenie de Caín, los Cainitas Abrazaban a los mortales a voluntad, les maldecían con su Sangre maldita y extendían su influencia por todos los rincones del mundo. Transcurrieron los siglos y las naciones florecían y se derrumbaban, pero el corrupto toque de los vampiros siempre se sentía. Incluso en las noches más difíciles para estas criaturas, cuando la Inquisición estaba en su máximo apogeo, los oscuros no-muertos continuaban con sus juegos y atraían a tantos mortales a su servicio como era prudente. No era éste el mundo que Dios había esperado que surgiera de los restos del Diluvio Universal.

       Aunque muchos mortales trataron de seguir la senda del amor y la fe, los hijos de Caín les pusieron las cosas difíciles. Los Vástagos crearon un mundo a su propia perversa imagen, un mundo que se adaptara mejor a sus predadoras y monstruosas necesidades. En algunas ocasiones Dios intercedió para golpear a los verdaderamente perversos o para ofrecer salvación a los que más la merecían, pero no podía romper su Alianza: nunca más podría purificar la Tierra de sus pecados y pecadores para comenzar de nuevo. La progenie de Caín sabía esto y aulló de placer, sin temor al castigo divino. Eso fue un gran error.[…]

       Ajenjo. Con esta sencilla palabra Dios ha invocado la segunda gran purificación de la tierra, aunque no romperá Su Alianza con Noé. Esta vez no será el poder de las aguas el que ahogue a la humanidad y devaste sus logros. Será la ira de Dios en forma de niebla mortal la que descienda de los cielos y cubra el mundo, sin dejar lugar seguro para los Vástagos. Más espiritual que física, pasará desapercibido para los Hijos de Seth y para todos los Cainitas salvo para los más perceptivos, traerá la Muerte Definitiva sólo para aquellos cuya hora ha llegado finalmente. Durante 40 noches la amarga fuerza del castigo se desencadenará sobre la Tierra y, cuando acabe, la Maldición de Caín y todos aquellos marcados por la Maldición se habrán ido sin dejar rastro y su mancha habrá desaparecido. Puede que los hijos de Seth puedan edificar el mundo que se les prometió, un mundo que glorifique a Dios y cante Sus obras como nunca antes.

       La Gehena no es lo que los Vástagos pensaban que sería. No hay una gran guerra entre los generales Antediluvianos de la Yihad, ni todo lo que se había profetizado llegará a ocurrir. Tampoco la Gehena es otro giro de alguna rueda cósmica y no anuncia el regreso triunfante de Caín el Padre Oscuro para castigar o dirigir a sus multitudes. No hay aviso previo. No hay trompetas de plata que anuncien la llegada del Día del Juicio de los Vástagos, ni huestes de ángeles alados, ni una atronadora voz desde las alturas. Sólo hay un repentino torrente de emanación divina que inunda el mundo y que borra a todos los vampiros y todo lo que éstos habían hecho. Durante 40 noches los vampiros se ahogarán en sus penas, buscarán desesperadamente la vital y se marchitarán bajo el peso de sus pecados. Durante 40 noches aprenderán el significado del miedo y sabrán que ha llegado su última hora. Ningún vampiro, ni siquiera los Antediluvianos, podrán escapar al castigo que supone Ajenjo. Todos aquellos poderes de los que alardeaban ahora ya no sirven de nada. La Gehena es el final de uno de los fallos de Dios, nada más y nada menos.

       Al igual que su progenie Caín es destruido por Dios sin importarle nada. […] Al contrario de lo que Caín y sus descendientes creían, Dios nunca maldijo a Caín. En realidad, Dios amaba tanto a Caín que le concedió vida eterna para que tuviera el tiempo suficiente y acabara viendo el error que había cometido, para que comprendiera sus propios pecados y buscara el perdón por lo que había hecho. Pero Caín estaba ciego antes esta misericordia y nunca lo vio como la segunda oportunidad que era. […] La Maldición de Caín ha sido obra del propio Caín. La Bestia que cada noche forcejea para liberarse en el frío corazón de cada vampiro no es otra cosa que la propia ira de Caín transmitida a sus hijos, ardiente todavía tras todo este tiempo. Así son también los otros pecador de Caín heredados por aquellos a los que ha creado, desde su orgullo y envidia hasta la lascivia y la gula. […]

       Esto no quiere decir que Caín aprobase las atrocidades de sus hijos o que disfrutara con su perversidad. Al contrario, estaba horrorizado con el asesinato de su progenie por los de la Tercera Generación, y al igual que su Creador, él castigó a los pecadores. Pero seguían siendo los hijos de su Padre Oscuro, y ni siquiera los duros castigos impuestos sobre ellos podrían anular el pecado que crecía en sus corazones muertos. Cuando Caín vio esto, dio la espalda a lo que había creado, abandonando a su progenie para que se disputaran entre ellos la única cosa que todos deseaban: los Hijos de Seth. Ha continuado así durante milenios, sin inmiscuirse en absoluto en los asuntos de su linaje. […]

       Después de todo este tiempo no ha cambiado nada, al menos lo bastante como para conseguir que Caín pida perdón con verdadero remordimiento y fe en su corazón. Cuando uno de los nietos de Caín se despertó de su largo letargo en 1999, Dios lo vio como la prueba definitiva, una última oportunidad para que Caín aceptara su deber paternal y derribara a su díscolo chiquillo, librando al mundo de su ira y hambre monstruosa. Pero Caín no dio su brazo a torcer. Se limitó a observar y se negó a asumir su propia responsabilidad en todo este asunto. Al final, fue la humanidad la que se alzó para destruir al monstruo, utilizando la semilla semidivina plantada dentro de sus almas para enfrentarse al Antediluviano y declarar una guerra implacable contra él. Dios fue testigo de todo esto y supo entonces que la humanidad, a pesar de todos sus fallos, podía construir un mundo donde la virtud y la fe prevalecieran, psiempre que tuvieran una mínima oportunidad. Por el contrario, Dios observó que la inactividad de Caín era la prueba final que demostraba que el corazón del hijo de Adán nunca cambiaría. Ya no tenía razón para permitir que Caín o su progenie caminaran sobre la Tierra e impidieran que los Hijos de Seth alcanzaran el Cielo. […]

       Por último, a pesar de la aparente oscuridad y condenación y la inutilidad de dirigir una historia que casi con toda seguridad termina con la muerte de todos, hay una semilla de esperanza. La Gehena tiene la intención de purificar al mundo de todos los vampiros, […] Sin embargo, Dios ofrece una forma de escapar para aquellos que realmente se merecen la salvación eterna. Y porque Dios tiene una infinita capacidad para amar y perdonar, esta oferta está abierta a todos los personajes, sin importar si son unos viejos Tzimisce que se deleitan atormentando chicos o unos profundos filósofos Toreador que emplean su poder para construir instituciones humanitarias (como es lógico, si un Tzimisce de esta clase no se arrepiente realmente de sus pecados, esta oferta le será retirada rápidamente). En otras palabras, a todos los personajes se les da una última oportunidad para que se rediman realmente ante los ojos de Dios antes de que éste haga justicia.

Fragmentos extraídos del capítulo 2 del libro “Gehenna”.