El Bufón y la Dama

            "-¡Lady Rhianna, Lady Rhianna! Hermoso nombre para tan hermosa dama."

       Lady Rhianna Montgomery, primogénita del Conde Montgomery de Sussex, Inglaterra, paseaba a caballo mientras contemplaba la labor de los plebeyos que trabajaban para ella. Las tierras, los siervos, el ganado... la vista era tan extensa, que Rhianna perdió la cuenta de todo lo que su familia poseía. Su padre marchó a las Cruzadas con el rey Ricardo Corazón de León, a combatir a los infieles en la lejana Tierra Santa. El conde dejó a Rhianna a cargo del castillo. Rhianna se había transformado en la señora del Castillo tras la prematura muerte de su madre cuando ella contaba tan sólo con once años y su hermano Stephen cuatro. Cuando Rhianna recordaba lo lejos que se encontraba su hermano en estos momentos, la embargaba la tristeza. El conde mandó a su hijo Stephen para que le sirviera de escudero a su viejo amigo, el duque de Devonshire, quien se aseguraría de convertir al joven Stephen en un caballero. Pero eso no era lo único que entristecía a Rhianna en ese claro día de otoño. Otros pensamientos nada gratos rondaban la mente de la joven. Su compromiso con el barón Shelton había sido concertado antes de que su padre marchara a las Cruzadas. Rhianna odiaba profundamente al barón. La única razón por la cual no estaba ya casada era que Rhianna debía esperar a que su padre regresara de la guerra para que se llevase a cabo la ceremonia.

       La montura de Rhianna relinchó.

       - Shhhh Tranquila, ¿quieres hacer ejercicio? Bien- Y con estas palabras puso a su montura al galope tendido. Rhianna disfrutaba cabalgando su hermosa yegua negra. Su padre se la regaló cuando cumplió 14 años. Ella educó especialmente a Black Fury para que acudiera a su silbido y no se dejara montar por otra persona que no fuera ella.

       Mientras cabalgaba Rhianna estaba convencida de que en cualquier momento moriría de felicidad. El viento soplaba fuerte a su alrededor y los árboles apenas eran una mancha borrosa. Cabalgó y cabalgó hasta que la abandonó el aliento y detuvo a Black Fury. Dio la vuelta y retomó el camino hacia el castillo. Y una vez más se sumió en sus pensamientos.

       Unos minutos después, Rhianna escuchó el inequívoco sonido de los cascos de otro caballo que se acercaba en su dirección. Su corazón la dio un vuelco cuando vio la silueta del desconocido. No había ninguna duda: se trataba de su hermano Stephen. Cuando llegó a su lado vio que había cambiado mucho. A sus trece años, Stephen se había convertido en un apuesto muchacho. Stephen había heredado el cabello claro de su padre y los ojos negros de su madre. Una exótica combinación. Stephen era de mediana estatura y su entrenamiento le había dado la fuerza muscular que necesitaba para rellenar los ropajes que llevaba.

       - ¡Rhianna! Me dijeron que podría encontrarte aquí.- dijo Stephen.

       - ¡Stephen! ¿Qué haces aquí? Pensé que no regresarías hasta navidad.-

       - ¡Ah! Pero tu hermano se lleva tan bien con el duque que cuando éste le dijo que planeabas una gran cena esta noche, no se opuso a darme unos días de descanso para que te pudiera visitar. ¿Qué te parece?-y sonrió tras decir esto.

       - ¡Me parece estupendo! Me alegra tenerte aquí conmigo.- Y ella también sonrió como no lo había hecho en mucho tiempo.

       - Por cierto, hermana, ¿ya has contratado a los artistas para esta noche?-

       - Sí, un par de bardos nos recitarán unos poemas y nos cantarán mientras comemos. ¿Por qué lo preguntas?-

       - Verás, es que viniendo hacia aquí vi a un grupo de artistas acampando al otro lado del bosque y parecían realmente buenos. Me preguntaba si no te molestaría que los invitara a que actuasen esta noche para nosotros. ¿Qué dices?

       Stephen observó a su hermana. Una vez más se maravilló de que ese ser tan menudo era su hermana. Ambos eran tan diferentes y, sin embargo, la misma sangre corría por sus venas. Rhianna era muy menuda. A sus diecisiete años Rhianna se había convertido en toda una belleza. De cabellos oscuros y ojos azules, Rhianna tenía una nariz respingona que la confería un aire desafiante. Nadie en su sano juicio se atrevería a llevarla la contraria. Tenía el porte de una reina. Stephen siguió mirando atentamente a su hermana. Y sabía que no había nada que ella no le concediese. Y así, ante la mirada suplicante de Stephen y el entusiasmo que se reflejaba en su cara, Rhianna no podía hacer nada salvo aceptar su sugerencia.

       - De acuerdo, Stephen. Enviaré a alguien nada mas llegar al castillo.-

       Y tras esto, ambos hermanos cabalgaron charlando sobre la estancia de Stephen con el duque de Devonshire y su entrenamiento para convertirse en caballero. Mientras hablaban Rhianna recordó algo.

       - Stephen, escucha. Los condes de Dunreith ya están aquí. Lord Dunreith me ha pedido que te convenza para que pidas en matrimonio la mano de su hija mayor.-

       - Pero, Rhianna, ella es mi prima. Ese tipo de matrimonios ya no están bien vistos por el rey.-Dijo Stephen con un gesto de repulsión ante la idea.

       - Tienes razón, pero el rey no está aquí. Ya sabes cómo están las cosas con los condes. Yo solo quería asegurarme de que tú sabías lo que está pasando. Tengo entendido que el mismo conde intentará disuadirte durante la cena. -Rhianna estaba realmente preocupada.

       - No te preocupes, hermana. No tengo ningún deseo de casarme con su hija, aunque he de admitir que es muy bella. -Y tras esto continuaron silenciosamente su cabalgata.

       Mientras se acercaban a la puerta principal del castillo, Stephen observó conteniendo el aliento, la hermosa imagen que tenían ante él. Rhianna le miró y sonrió. Ese era el efecto más común para aquellos que se habían ausentado durante bastante tiempo de su casa. El castillo de la familia Montgomery estaba erigido en una pequeña montaña y alrededor de él había un foso lleno de agua. Rhianna intentaba mantenerlo limpio, pero siempre había alguien dispuesto a echar los desperdicios a las negras aguas del castillo. El castillo tenía dos entradas: la principal, con puente levadizo, y otra secundaria, más pequeña y con las dimensiones exactas para dejar pasar a una sola persona montada a caballo. Cuando Rhianna y Stephen atravesaron el puente levadizo, entraron en el patio de armas donde los soldados se estaban entrenando bajo la atenta mirada del capitán de la guardia, quien inclinó la cabeza respetuosamente cuando ellos pasaron. Los dos se acercaron a la entrada principal de la casa. Un mozo de cuadra salió, casi por arte de magia, para atender a la montura de lady Rhianna y Lord Stephen. La construcción principal constaba de tres pisos: en el primer piso había una sala común donde tenía lugar toda la actividad social del castillo, en ella se podían ver tres chimeneas distribuidas estratégicamente por toda la sala. La mesa principal que se encontraba encima de una especie de tarima de cemento. También había otras mesas para los jefes de armas y sus lugartenientes un poco más abajo; a un lado de esta sala se encontraba la cocina con su enorme fogón y un sin fin de sirvientas de cara rojiza se movían de un lado a otro preparando la cena de esa noche. En el segundo piso se encontraban las habitaciones de las damas del castillo, familiares e invitados. Y por último, en el tercer piso estaban los aposentos del señor y la señora, las habitaciones de los niños y la sala de estudios ya que el conde había insistido mucho para que sus hijos aprendieran a leer y a escribir.

       Mientras Stephen se instalaba en sus aposentos, Rhianna preparaba animadamente la cena de esa noche. Dio órdenes a las cocinas para que se esmeraran en preparar el menú que ella quería. Supervisó la limpieza de la sala principal y las habitaciones de los invitados. Pidió a varios siervos que trajeran las pocas flores de temporada para que decoraran el interior del castillo. También recibió a los invitados que fueron llegando a lo largo del día. Y al final, todo estuvo listo cuando ya oscurecía.

       Rhianna se marchó a sus habitaciones a cambiarse de ropa para recibir a los invitados que llegarían esa misma noche. Cuando entró en sus aposentos vio que delante de la cómoda se encontraba la copa de vino de Borgoña, importado de Francia, que ella siempre tomaba antes de cenar. Su vestido era de satén blanco y plateado. Llevaba un cinto de color plata con zafiros incrustados, haciendo juego con el color de sus ojos. A un lado de su cinturón, colgaba una daga de 50 cm de plata con empuñadura de brillantes, la cual había sido un regalo de su madre antes de morir. La doncella la cepilló sus largos cabellos negros. Al terminar Rhianna llevaba el pelo suelto con dos pequeñas trenzas a los lados de las sienes, y una diadema plateada alrededor de la frente recogía el resto del cabello. Rhianna echó una última mirada al reflejo del pequeño espejo, se tomó el resto del vino y salió en busca de su hermano.

       Stephen y Rhianna bajaron las escaleras cogidos de la mano hasta que llegaron a la sala. Allí ya estaban todos esperándolos. Rhianna había reunido a un buen número de personas. Entre ellos estaban sus tíos los condes de Dunreith, con sus tres hijos y su hija; la duquesa de Ca'thyren con su hija; algunos primos lejanos y tres de los señores cuyas tierras colindaban con las de la familia Montgomery. Por desgracia también se hallaba entre los presentes su prometido, el barón de Shelton. Todos se sentaron cuando Stephen y Rhianna ocuparon su lugar. En ese momento se acercó el barón de Shelton a Rhianna.

       - Mi señora, estáis tan bella como las estrellas que brillan en el cielo.-dijo.

       - ¿Ahora sois poeta, mi señor?-dijo con un tono seco.

       - ¡Ah! Hay muchas cosas que no sabéis de mí, mi señora. Por cierto, espero que no os haya molestado que venga sin invitación-el resentimiento que había en su voz era obvio.

       - ¡Oh! ¡Vaya! Habría jurado que envié vuestra invitación hace días. Lo más probable es que se haya extraviado. Pero eso no os ha detenido para que asistáis a esta fiesta, ¿no? Así que no sé por qué os preocupáis, mi señor. Ahora si os place, ¿podríais regresar a vuestra mesa? Creo que mi tío le está buscando- con estas palabras Rhianna terminó la desagradable conversación y el barón regresó a su mesa sin decir una palabra. En ese momento se sirvió la cena. Un sin fin de siervos entraron en la sala cargando con los más exquisitos manjares: pato a la naranja, jabalí asado, carnes frías y otros platos que desprendieron un rico aroma a especias.

       La música empezó a sonar y un par de trovadores cantaron a la belleza de lady Rhianna. Los artistas desfilaron unos tras otros, había de todo. En más de una ocasión Rhianna se dio cuenta de que Lord Dunreith intentaba entablar conversación con su hermano Stephen, pero éste siempre le eludía. Rhianna sonrió para sí pensando en la frustración de su tío.

       Al final, durante el postre, apareció un extraño bufón. Se trataba de un hombre alto y delgado, tal vez era demasiado delgado. Las facciones de su cara estaban hundidas. Su cara era pálida, tan solo sus labios tenían un vestigio de color, un rojo profundo. Su ropa era extraña. El bufón llevaba un traje hecho de diferentes materiales y colores, pero los colores no eran brillantes como todos estaban acostumbrados, sino unos colores apagados. Su extravagante sombrero de dos puntas hacía juego con el resto del vestuario. En sus puntas se hallaban dos cascabeles que tintineaban cuando él caminaba.

       Según se acercaba al centro de la sala, sus ojos se clavaron por unos segundos en Lady Rhianna. Por un momento Rhianna se perdió en esos ojos claros, tan claros que no parecían reales. En ese momento una dulce flauta comenzó a sonar. El bufón se empezó a mover como las serpientes, de un lado a otro, contando una extraña historia acaecida en un tiempo muy lejano. Tan solo Rhianna era capaz de notar cómo los ojos del bufón buscaban los suyos. Y Rhianna tuvo la sensación de que ella era la única espectadora. Rhianna cerró los ojos por unos instantes. El sonido de la flauta inundó sus sentidos, sabía que sus invitados estaban hablando por lo bajo, pero daba igual. Todos los sentidos de Rhianna estaban centrados en esa flauta y la seductora voz del bufón. Sus cascabeles tintineaban según movía la cabeza, los hombros y los pies con exóticos movimientos. En el aire se podía respirar un suave aroma de flores silvestres mezclado con las especias de la comida. Rhianna abrió los ojos. El bufón la seguía mirando intensamente. La historia era solo suya, sus movimientos eran solo suyos, sus susurros la pertenecían sólo a ella... Estaba como hipnotizada. El bufón se acercó a su mesa. La miró. Tomó la mano de Lady Rhianna y se la llevó a sus labios. Sus manos estaban frías y su beso parecía estar hecho de nieve. Estaban tan cerca que Rhianna podía oler la decadencia que emanaba del bufón. La cantidad de comida y de alcohol que Rhianna había ingerido la impide romper el hechizo mágico que hizo imposible que ella apartara sus ojos de él. En ese momento Rhianna sintió que algo iba mal. Tras un gran final el bufón se retiró y se dio por concluida la velada.

       Cuando Rhianna salió de la sala se dio la vuelta y notó como la seguían los ojos del bufón, y un pequeño escalofrío recorrió su columna vertebral. Tras esto, Rhianna se dio la vuelta y corrió escaleras arriba intentando escapar de la amenaza que la acechaba, fuese la que fuese. Pero mientras corría notó un ardor en el estómago, era un dolor tan fuerte que cayó de bruces al suelo. Con un esfuerzo sobrehumano, Rhianna se levantó y llegó a sus aposentos. Allí se subió a la cama y se retorció de dolor. Una luz de entendimiento cruzó sus ojos cuando se dio cuenta de que se estaba muriendo. Pero, no. ¿Cómo podía ser cierto? En ese momento otro espasmo de dolor hizo que abriera la boca e intentara gritar. Imposible, su voz nunca llegó. No podía gritar ni siquiera para pedir auxilio, su debilidad era tal que la impedía hacer otra cosa que no fuera gemir de dolor. Pero entre sus delirios, Rhianna creyó ver una sombra. Una pequeña esperanza despertó en su corazón. Había alguien ahí con ella. Intentó pedir ayuda, pero sólo salió un hilo de voz de sus cansados labios. La sombra se acercó a su cama... y con la única vela encendida en la habitación Rhianna distinguió la figura del bufón. ¿Cómo había llegado allí? Rhianna nunca lo sabría porque se estaba muriendo. Con lentos movimientos el bufón recorrió la habitación, y la miró atentamente:

       -¡Lady Rhianna, Lady Rhianna! Hermoso nombre para tan hermosa dama. Os estáis muriendo, mi señora-con un rápido movimiento el bufón tomó la copa de vino que Rhianna bebió antes de bajar a cenar y una risa maligna salió de su boca.-¡Ah! Todavía no os lo habéis imaginado, ¿verdad? Os han envenenado, mi señora. Ya estáis muerta. ¡Lady Rhianna, Lady Rhianna! Hermoso nombre para tan hermosa dama. ¿Os duele? Ya lo sé, el dolor puede ser tan terrible, pero también bello. Vuestros ojos son bellos, mi señora. ¡Oh! ¡Qué ojos! ¡Tan vacíos, tan vidriosos! Saben que te estás muriendo. ¡Lady Rhianna, Lady Rhianna! Hermoso nombre para tan hermosa dama. Yo os puedo aliviar el dolor, yo os puedo dar la vida eterna. Yo puedo tocaros con la mano de Dios. Vos solamente tenéis que pedirlo. Miradme a los ojos y decidme lo que queréis. Yo puedo ayudaros, tan solo os pido a cambio vuestra cordura. ¿Me la daréis, señora? ¿Vuestra cordura por la vida eterna? Pedídmelo, decid que sí y seréis liberada del dolor. Decid que no y seréis presentada ante el Altísimo.

       Mientras el bufón hablaba, se movía de un lado a otro de la cama, un momento la miraba y al otro estaba sentado en la ventana. Parecía como si el espacio no tuviese lugar en ese sitio, para ese ser. Otra punzada de dolor atravesaba las entrañas de Rhianna haciendo que perdiera el aliento. Ella sabía que no le quedaba mucho tiempo. Tenía que tomar una decisión y con un último esfuerzo dijo:

       -Sí, bufón, sí. Ayudadme. Liberadme de esta tortura.-

       Según salieron estas palabras de la boca de Rhianna, el bufón se acercó a ella, tomó su brazo y con sus dientes le hizo una profunda incisión en la muñeca. Después tomó su otro brazo y realizó la misma operación. Después el bufón la tomó en sus brazos y clavó sus afilados dientes en su cuello. Tras realizar esta incisión se separó y observó a la dama que yacía desangrándose en la cama. Ésta ya empezaba a chorrear sangre por todos lados. El blanco vestido de Rhianna ahora estaba teñido de rojo, el rojo de su propia sangre. Se estaba debilitando aún más y todas sus creencias se vienen abajo. Ya no pensaba. No podía. Su vida se escapaba otra vez entre sus manos. Sin que Rhianna se diera cuenta, el bufón se acercó una vez más a ella. La dama notó cómo el bufón puso algo en sus labios, una gota templada. Al principio, Rhianna no quería beber, pero un instinto de supervivencia la obligó a tragar el denso líquido rojo que manaba del antebrazo del bufón. Bebió, y bebió, y bebió... Hasta que el bufón la gritó "basta".

       El sentimiento que sobrecogió a Rhianna la tomó por sorpresa. Era algo terrible, todo parecía perder significado. Sufrió ataques paranoicos que rayaron en la histeria. Necesitaba algo más. Por alguna razón no había sido suficiente lo que el bufón la había dado. Notó cómo ella, Lady Rhianna Montgomery, estaba a punto de perder el control. En ese momento ella se levantó y empezó a girar y a girar, nada tenía sentido para ella. Cuando paró, la dama se dirigió a la ventana y por primera vez vio cuán hermosa era la noche. Parecía mentira, pero ahora podía ver a través de la oscuridad y se preguntaba por qué no se había fijado en eso antes. Estando allí parada, al lado de la ventana, Rhianna tuvo el impulso de saltar, saltar y volar como los halcones que tenía en el castillo. Cuando ella estaba a punto de caer al vacío sin fin de la oscuridad, una mano la agarró del pelo y con un gran impulso la metió dentro de la habitación. Rhianna no sabía lo que le pasaba quería algo desesperadamente pero no sabía bien el qué.

       -¡Lady Rhianna, Lady Rhianna! Hermoso nombre para tan hermosa dama. ¡Ah! Tenéis sed, mi señora. Yo os la puedo aplacar. Bebed, bebed...

       El bufón ofreció a Rhianna un cuerpo, alguien que intentaba gritar pero no podía, alguien que se revolvía en sus brazos. Lo peor era que Rhianna no podía hacer nada para evitar lo que estaba a punto de sobrevenir. Tomó su cuello y sació su sed. Absorbió hasta la última gota de su sangre, hasta la última gota de su vida. Tras tirar el cuerpo sin vida que el bufón la había traído, empezó a girar y a girar de nuevo. El bufón la miró, la observó, giraba con sus movimientos. Rhianna estaba atravesando la barrera del mundo real y se estaba convirtiendo en una criatura sobrenatural. Su mente quedó hecha pedazos, como los trozos de cristal que quedan cuando una copa de Bohemia se rompe. Sus ideas eran sólo despojos de lo que una vez fueron. El bufón le siguió mirando sin perder detalle de sus movimientos caóticos, frenéticos.

       Mucho más tarde, cuando Rhianna recobró algo del sentido que ya no tenía vio un cuerpo frío tirado en el suelo. Se trataba de su prometido, el barón Shelton. Por una extraña razón Rhianna experimentó cierto placer en lo que había hecho.

       -¡Lady Rhianna! ¡Lady Rhianna! ¡Hermoso nombre para tan hermosa dama! Ya es tarde, debemos irnos. Toma tus cosas y salgamos de aquí. Venid, bella entre las mujeres, venid.-

       Rhianna ya no sabía qué hacer, por supuesto tenía que ir con él. Un poder mayor que ella la obligaba a ello. Tal vez Dios quería que fuera con él ya que no se podía negar. Dentro de ella, la idea de que había sido envenenada cruzó su confusa mente. ¿Quién la había intentado asesinar? Rhianna sabía que debía estar muerta pero que por un milagro todavía vivía, ¿o no? Ya pensaría en ello con detenimiento. Rhianna recogió sus cosas, se echó su capa grisácea sobre los hombros y salió tras el bufón. Nadie se cruzó en el camino de la dama y el bufón a pesar de que tuvieron que saltar varios cuerpos que se hallaban durmiendo en la sala principal. Cuando salieron, se dirigieron a los establos. Una vez allí, Rhianna se acercó a Black Fury. La yegua relinchó y se puso muy nerviosa. Rhianna nunca la había visto en ese estado. Intentó apaciguarla. La susurró dulces palabras a su oído y por fin, la yegua aceptó a su nueva dueña. Rhianna ensilló a Black Fury y salió tras el bufón, el cual había traído una pequeña carreta cubierta. Salieron del castillo y Rhianna miró por última vez el castillo "¿Por última vez? Tal vez no, todavía había una cuenta que saldar".

      

Mónica Walker - ioreth@templodehecate.com