Carlo Di Lido.

       Me llamo Carlo Di Lido y esta es mi historia.

       Dicen que Dios escribe en reglones torcidos. A mí siempre me gustó la caligrafía del diablo. Nací en el Lido, una pequeña isla en la ciudad estado de Venecia. Allí mi padre regentaba un no muy próspero negocio de telas (seda, lana, tintes). Era un hombre ancho y alto, aunque me tuvo de segundas nupcias a edad algo avanzada. Mi madre murió en el parto. El negocio familiar pretendía ser mi destino, a juzgar por las palabras de mi padre: "este negocio tiene 5 generaciones a su espalda, niño, y tú vas a ser la sexta o morirás de hambre en cualquier muelle. En realidad aquel negocio me aburría sobremanera, y decidí que no quería quedar atrapado en él, sin salir jamas al continente.

       Se qué pensarás cuando leas esto, que la Bestia habita en mi, pero yo no lo creo. Sí, mi querido lector, me encargué de que el negocio no pasara a mis manos. Le prendí fuego a los almacenes y al barco de mi padre. Todo un angelito ¿verdad?. Las deudas contraídas por mi padre hicieron que se suicidara antes de que sus deudos lo mataran. Quedé huérfano de madre al nacer, como ya he dicho, y con la mayoría de edad, a los 16, huérfano de Patter. ¿Qué me dejó mi padre?. Nada material, pero su muerte (que no lamenté) me abrió las puertas a un futuro de libertad.

       Conocía como funcionaban las caravanas por tierra, y viajar en una de ellas me resultó una forma de conocer mundo. También sabía que las grandes caravanas jamás desembarcaban en el Lido, así que lo primero que hice fue mudarme a los muelles de Venecia, la capital. La vida aquí era difícil, y aprendí que para sobrevivir más que las ratas, uno tenía que robar, no sólo sin que se dieran cuenta, sino intentando además que las culpas recayeran en otro, a ser posible en alguien que no pudiese defenderse de las acusaciones. ¿Que cómo sobreviví?. Pues realizando todas aquellas tareas que los demás rechazaban. Pude conseguirle jovencitos a los frailes, secuestrándolos en el mercado, maté a los peones de un comerciante cuando otro me pagó por ello, hice de correo llevando materiales prohibidos, como opio, cannabis y libros de oscuro contenido. No siempre cobraba en ducados, a veces lo hacía en cobijo, en mujeres o en conocimientos.

       Mi azarosa vida me hizo aprender a defenderme, ya que muchos antes que yo habían muerto en una pelea de taberna, y yo sabía que ese no podía ser mi destino. Me enrolé en un barco que de mercenarios como escudero. Bah, nobles caballeros, no pensarías lo mismo si vieses lo que hacen al atacar una ciudad; violaciones, asesinatos, pillaje... Aprendí que la naturaleza humana es distinta de la que los Clérigos quieren hacerte ver. No existe la misericordia, es una invención para reprimir nuestro estado habitual.

       Pasé varios años viajando en compañía de estos mercenarios, hasta que aprendí de ellos todo lo que podían enseñarme. Tuve que traicionarlos cuando uno de ellos intentó robarme. Conocer a los enemigos de tus "amigos" tiene ciertas ventajas. El comerciante a quien los entregué me proporcionó una considerable suma de dinero, dinero que resguardé bien de los vicios y las tentaciones. Lo utilicé para fletar una pequeña nave y comprar algunas mercancias. Mi destino era Constantinopla, todavía recuperándose del pillaje que allí cometieron los cristianos romanos contra los ortodoxos. Pero el destino, oh negro destino, se puso en mi contra, no llegue a puerto nada más que con arena en los bolsillos y salitre en la boca. Tardé dos meses en llegar a pie a Constantinopla. ¡Qué desilusión!. Era como Venecia, sucia, corrupta, infecta, llena de iglesias, pero más grande. Atrás habían quedado sus días de explendor, muy atrás...

       Para ganarme la vida aquí, traté con bárbaros del norte que me contrataban como escolta para sus caravanas a las tierras de oriente, Jiraq, como decían ellos. Esta resultó ser una de las épocas más agradable de mi vida. No temía a ninguno de mis compañeros. Todos sabíamos que si no permanecíamos unidos y compenetrados, no llegaríamos siquiera a salir de la ciudad. Tardamos un año en completar el viaje, matamos a muchos vándalos y visité lugares que jamás había siquiera soñado ver.

       Después de volver, el señor para el que trabajaba, un Búlgaro creo, me contrató permanentemente para hacer de escolta a las caravanas que iban de su tierra hacia el puerto del Mar Adriático que más cercano estaba. Hice muchas veces esa ruta sin perder demasiadas mercancías quizá porque conocía las aldeas del trayecto y supieron desde la primera vez que si me asaltaban, mis hombre y yo haríamos arder hasta la última brizna de paja, tanto de sus techos como de sus cultivos.

       Llevo 5 años ya al servicio de este bárbaro y he transportado de todo. Hombres de piel oscura, mujeres de piel clara, opio... No me importa lo que sea, paga bien y me gusta, aunque... Yo siempre he sido un alma inquieta.

       Personalidad.

       Por naturaleza desconfiado, por lo menos hasta que conoce alguna debilidad de la gente con la que trata. TODOS tienen alguna debilidad que puede usarse en su contra. Puede ser vil y despiadado, pero es fiel a su palabra, algo que según él mismo, es lo único que lo diferencia de los sucios bastardos traidores que se amontonan allí donde el hombre llama a un lugar ciudad.

       No le preocupa otra cosa que su bienestar y su supervivencia, y no tiene reparos en colaborar si es necesario para salvar la cabeza. Roba, maltrata y mata sin compasión si le reporta algún tipo de beneficio, no por el placer de hacerlo, lo que no significa que no disfrute mientras lo hace.

       Mantiene una "sana" enemistad con el clero por considerarlos los más falsos de todas las personas. Hasta una rata diría más verdades si pudiera hablar. Se siente a gusto en las ciudades, cuanto más grandes mejor, porque en ellas siempre puedes encontrar a alguien que quiera contratarte para dañar a otro, y eso siempre es buen negocio. Aunque como ya he dicho, puede trabajar dentro de un grupo, si alguien lo traiciona de forma premeditada, se vengará de la forma más vil y cruel que pueda, atacando aquello que más quiera su ofensor: su mujer, su hija, su dinero o sus propiedades, y por qué no, todo a la vez.

       Aspecto.

       Es un hombre de unos 30 años, corpulento y de piel morena. Lleva su cabello castaño atado con una cinta de cuero en una coleta que le alcanza los hombros. Sus ojos son azules y oscuros, y parece tener siempre una expresión de enfado en su rostro, marcado por alguna cicatriz de pequeño tamaño. Lleva todas sus pertenencias encima y su ropa siempre es de viaje. Prefiere los colores oscuros para vestirse y usa con frecuencia una capa de viaje, azul marino con capucha. A veces usa un pañuelo de seda negra para cubrirse el cuello y la cara hasta los ojos. Siempre va armado al menos con una daga, y en su caballo lleva un alfanje que "adquirió" de un amable asaltante de carretas. Su calzado es de cuero, forrado con pieles en el invierno y esconde en ellos un pequeño cuchillo y unas monedas de oro (su reserva de emergencia).