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Confieso que he amado. Amé al hombre por el cual escribo estas líneas en lo que parece que va a ser la nota de suicidio de un vampiro.
Confieso que he soñado. Soñé que al final la eternidad no seria un valle sombrío y frío. Soñé con unos ojos, con una voz, con un “ángel “que estuvo a mi lado y por el que estuve dispuesta a que una parte de mi humanidad muriera para darle mi amor hasta el final de los tiempos. Porque yo, al igual que el guardián de Pilatos, vivo sin poder morir hasta el final de estos días.
Y que lejos veía entonces ese final, cuando mi amado aún mortal, aún débil, estaba a mi lado. Y cuan cerca lo siento ahora que me lo han robado.
Confieso que he perdido la esperanza. Yo, que pertenezco a ese inmenso árbol, cuya raíz fue Caín, he sido abandonada por esa pasión tan humana. Porque vi al origen de mi dicha, al humano al que amé, alejarse de mi sombra protectora e imperecedera, en pos de unos brazos de su misma condición.
Y por último yo confieso que incluso habiendo jurado sobre nuestro evangelio, que jamás me autodestruiría, desaparezco de este mundo conscientemente.
No temo la venganza del Padre, ni de ningún dios vampiro maléfico y vengativo lleno de cólera hacia mí por el acto impío que voy a cometer.
No me asustan las posibles condenas que, puede que si; puede que no, me esperan en el más allá.
Y como incluso de las heridas más profundas el alma extrae una pequeña enseñanza, yo he aprendido que el amor es un arma de doble filo. Puede crear y destruir felicidades, ideales e incluso personas a velocidades vertiginosas.
El amanecer se acera. Lo oigo llegar. Mi cuerpo se estremece porque dentro de apenas una hora estaré Dios sabe donde.
¿Se me permite un último deseo? ¿Sí, puedo? Gracias.
Si pudiera tocar su piel y acariciar su largo cabello negro como el color de mi corazón dentro de esta armazón de piel, huesos y tristeza. El destino incierto que me espera sería menos doloroso si pudiera…
¡OH! No puede ser, mis ojos de vampiro no dan crédito a lo que veo a mi lado. ¡¿Eres tú?!
He alargado el brazo pero justo en el momento en que iba a acariciarle se ha desvanecido en el aire.
El corazón es desalmado incluso en lo últimos momentos de vida.
Bien, ya ha llegado. El sol ha hecho acto de presencia en la estancia. Desde donde escribo la penumbra me cobija.
Unas últimas palabras antes de situarme en el centro de esta habitación para que el astro rey haga su justicia sobre mí…
Lo siento, ya no hay palabras.
Jera : Hiupersis@hotmail.com