La diablerie de Cappadocius (spoiler la Ultima Cena)

       Tras arreglar un encuentro, Claudius Giovanni y Japheth se reunen en el Monasterio de San Timoteo.

       El jardín interior del monasterio de los capadocios resulta sorpendentemente grande para tratarse de un patio santuario. Resguardado de los elementos está protegido por los altos muros del monasterio y tres grandes rocas alzadas en su lado norte. El jardín está rodeado en tres de sus lados por muros de piedra gris. Sólo las formaciones rocosas marcan el lado noret. Este "muro" incluye varias grutas ocultas. Los monjes han plantado varios arbustos y plantas espinosas en el jardín como recoratorio del dolor que todas las personas deben soportar antes de alcanzar la perfección del eterno abrazo de Dios.

       La mayor de las grutas está rodeada por un semicírculo de roca. Los monjes pasaron siglos trabajando la piedra para labrar bancos y asientos en la roca. Tres de estos asientos rocosos son particularmemente imponentes, con el mayor de ellos flanqueado por los otros dos.

       Japheth se acomoda en el asiento de la derecha. El del centro está vacío, pero en el izquierdo se sienta un viejo vampiro de duras faccines, con el brazo derecho deforme. Es Augustus Giovanni, el padre y sire de Claudius.

       La Conspiración de Isaac ofrece una paloma a Japheth, que se levanta y la acepta, mientras Augustus permanece sentado. El capadocio pide a Claudus que se acerque, el cual se aproxima con una burlona sonrisa de penitente en su arrogante rostros, mientras sus compañeros de conspiración permanecen a una respetuosa distancia. Se arrodilla ante Japheth y dice:

       - Perdóname, hermano, pues he pecado contra tí.

       - Ay, hermano, sí que lo has hecho -respondió Japheth-. Pero mi sire lo perdona todo, como hace mi Sire en el cielo. Y así te perdono yo.

       Claudius se incorpora, haciendo un espectáculo de sacudirse el polvo de sus calzas de seda.

       Japheth agarra a claudius, manteniendo al Giovanni a la distancia de su brazo. Con la otra mano, sujeta a la paloma frente a su pecho, casi protectoramente: "Vete, y no peques más".

       -¿Qué es esto? ¿No besas a tu hermano? -le provoca Claudius- ¿No le das un beso de paz y perdón?

       Japheth suelta el brazo de Claudius, y éste se acerca a su pecho. Súbitamente, Japheth le coge la cabeza entre las manos, diciendo: "Oyeme bien, "hermano". Soy yo quien se sienta a la diestr a de nuestro Padre. Obedezco su voluntad y su palabra. ¡Ten bien presente el destino de quienes abandonan su sendero!"

       Sollozando, libera al Nigromante: "Vamos, Claudius. Estoy esperando tu beso de paz. Conozcamos cada uno el alma del otro y acabemos con ello".

       Claudius aferra a Japheth y tira de él en un solo y brusco movimiento. La paloma, atrapada entre ambos, cae al suelo con el cuello roto, mientras Claudius hunde sus colmillos en el delgado y pálido pecho de Japheth, desgarrando el hábito del monje y haciendo que la sangre salga a chorros. Esta rebosa los gruesos y codiciosos labios del Giovanni y cae, roja y brillante, sobre las antes inmaculadas ropas de Japheth. La boca de éste se retuerce en una mueca, pero su cuerpo permanece imávido, los brazos abiertos para aceptar el "beso" de su hermano. Sólo sus puños crispados y la sangre que cae por su barbilla, al haberse hundido los colmillos en sus propios labios, traicionan lo involuntario de su sumisión.

       Tras terminar su diablerie contra Japheth, un triunfante Claudius, henchido de sangre y poder, grita exultante a los furiosos cielos y a los vientos que le azotan. Burlón exclama entre los relámpagos: "¡Quién coma mi carne y beba mi sangre tendrá la vida eterna; y yo le alzaré el día final!".

       En ese momento llega Cappadocius

      . El Antediluviano aparece en el asiento central de la roca, al lado de Augustus. Paece muy enfadado y rebosante de poder. Feroces vientos recorren la cara de la roca, haciendo que todos retrocedan ante él.

       -Claudius Giovanni, ¿Qué es lo que has hecho? -pregunta, con su voz resonando incluso por encima de los bramidos del viento.

       Claudius queda paralizado en medio de la tormenta con una expresión de asombro y culpabilidad en el rostros. Mira con miedo en dirección a Augustus. Éste dice:

       -Ha hecho lo que yo le ordené, Sire. Ha tomado el lugar de tu propio hijo... como yo voy a tomar el tuyo. ¡Quiero tu sangre, Padre!

       -No puedo dártela. Pertenece a Dios -respondió Cappadocius-.

       -Entonces espero que me perdone por derramarla.

       -Su perdón alcanza a todos, incluso a quienes son como tú.

       -¡Cretino santurrón! ¡Voy a acabar contigo!

       Augustus ataca, pero le resulta difícil moverse, como si el viento o el aura de Cappadocius se lo impidiese.

       -Piensa en lo que haces, hijo mío -dice Cappadocius-. El mismo Caín me ha hablado y me ha dicho: "Hagamos de ti un eterno sacrificio, para que todos tengamos la vida eterna". He de crear el Cielo en la Tierra, liberándonos a todos de la maldición de Dios, y liberando a los mortales de la tumba.

       -¿El Cielo en la Tierra? ¡Nunca!

       Con un gran esfuerzo Augustus llega hasta su sire.

       -No puedes detenerme. Me he entregado libremente, y mi alma perdurará incluso aunque esta forma se extinga.

       -Entonces tendré tu alma además de tu poder! -respondió Augustus-.

       Cuando Augustus salta sobre su sire, también el comienza a resplandecer. Desnuda sus colmillos y bebe ansiosamente del traslúcido pecho del Antediluviano. Cappadocius cierra los ojos y acuna gentilmente la cabeza del Nigromante sobre su seno. Chorros de sangre caen de la boca de Augustus cuando resuella:

       - "¡Ahhh! ¡Su sangre quema!

       Fuertes vientos se arremolinan en torno a la pareja siendo esta la manifestación física del Maelstrom. Nadie conseguirá detenerlo pues la barrera de Cappadocius es muy poderosa, y cuando Augustus concluye, el cuerpo de Cappadocius se funde en la nada y su alma desaparece.

       Los rugientes vientos van debilitándose con la llegada de la lluvia. El Maelstrom se ha ido.

Extracto de la Ultima Cena - Crónicas Giovanni I