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Nací en el año 1765, en Nueva York, por aquellos entonces una ciudad joven, en pleno crecimiento, y mis padres, inmigrantes europeos, pensaban que allí podrían cambiar su vida, en la tierra de las oportunidades, en América.
Mi padre poseía una finca, en la que trabajaba y ponía todas sus ilusiones en que el hijo que esperaba mi madre, o sea, yo heredase todas las tierras. Pero las cosas no fueron como mi padre esperaba y el hijo fuerte, orgulloso y con carácter con el que había soñado resultó ser un chico tímido, débil y atacado por las enfermedades.
Mi padre echo la culpa a mi madre de que yo hubiera nacido y nos pegaba a ambos. Mi madre no pudo soportar una de las constantes palizas y murió. Como mi padre era un hombre de prestigio, no fue acusado, ni siquiera fue juzgado.
Odiaba a mi padre con todas mis fuerzas, lo odiaba más que a nadie en este mundo, no por que me pegara, sino por lo que le hizo a mi madre, juré que me vengaría y a los 17 años, un año después de que mi madre muriera, me fui de casa. Cogí algo de dinero de mi padre y me fui a Washington, allí conocí a Maverick, que me hizo interesarme por el espiritismo y las ciencias ocultas.
Maverick era un tipo muy raro, nunca hablaba de su familia, ni de si mismo, desconocía donde vivía y sólo lo veía por las noches, cuando quedábamos para ir a la biblioteca a leer libros. Siempre hablaba de fantasmas, de hadas, de hombres lobo, de vampiros... Sabía todo tipo de historias, conocía la Biblia a la perfección, le encantaba el Apocalípsis y casi siempre hablaba de éste.
Un día le conté a Maverick por qué me fui de casa, Maverick me dijo:
"¿Te gustaría vengarte de tu padre?"
"Por supuesto, es lo que más deseo en este mundo"- respondí.
"Yo voy a hacer que te vengues de él"
"¿Como?" - le dije. Entonces el acercó sus dientes a mi cuello, me quedé paralizado, no sabía si del miedo o del placer, ¿estaba soñando? Aquello no podía ser cierto, miles de imágenes como flashblacks pasaban por mi cabeza, y perdí el conocimiento.
Cuando desperté tenía sed, pero no quería beber, mi sed era inhumana,
instintivamente me lancé al cuello de un "recipiente" que Maverick me había preparado, bebí hasta vaciarlo por completo. ¿Qué he hecho?- dije. Había matado a aquél hombre, no sabía qué me estaba pasando, mis sentidos se habían agudizado hasta tal punto que podía distinguir olores inimaginables, el olor de la sangre.
-No te preocupes- dijo Maverick al ver mi cara horrorizada-. Te acostumbrarás. Esto es sólo el principio.
-¿Qué me pasa?-
-Te he bendecido con la vida eterna, ahora eres inmortal, eres un vástago de Caín.
¿De qué hablas?, Estás -loco.
-¿Loco? Has vaciado a un hombre, tú mismo le has mordido el cuello y has bebido su vitae.
Tardé en comprender que me había pasado, pero ahora era distinto, había
cambiado, era más fuerte, más ágil, más rápido y más inhumano. Maverick me enseñó todo lo que sabía, y me presentó a otros como yo. Fui
aprendiendo todo lo necesario, por fin podría vengarme de todo lo que mi padre me había hecho.
Partí hacia Nueva York, cuando llegué a mi casa, mi padre vivía en el mismo sitio, el hijo de puta no se había ni dignado a buscarme. Lo mataría, al fin y al cabo era ganado, no era más que eso, un puto mortal.
Me acerqué a la puerta y llamé dos veces. Mi padre salió a los pocos minutos, no me reconoció hasta que hablé.
- Hola Roger, ¿te acuerdas de mí?
- Tú ya no eres mi hijo, vete de aquí.-
-Ya se que no soy tu hijo, he venido a saldar unas cuentas.- Lo cogí por el cuello, con una mano, y le miré a los ojos.- ¿Tienes miedo hijo de puta? Esta noche vas a pasar más miedo del que jamás hayas pasado, vas a pasar todo el miedo que yo pasé, vas a pagar por mamá y por mí, vas a pagar por todas las noches en vela, llorando y rezando para que esa noche no vinieras borracho o para que no vinieras. Vas a pasar mucho miedo, te lo juro por mi sangre.
- ¡Suéltame! - dijo-. Me encantaba ver esa expresión en los humanos, muertos de miedo, con las lágrimas en los ojos, tratándose de hacerse los valientes.
- Claro, te soltaré.- Cerré la puerta con la otra mano, lo cogí y lo tire contra una mesa de caoba que tenía en la entrada y se partió. Cogió una de las patas de la mesa y se abalanzó hacia mí, infeliz. Me partió la pata en la cabeza, pero cuál fue su sorpresa al ver que ni siquiera me inmuté.
- ¿Qué te ocurre Roger?, ¿Te has hecho pipí?, pareces asustado.
Le metí un puñetazo en la boca, giró la cara y escupió sangre.- ¡¡Levanta!! Ahora ya no eres tan hombre ¿verdad? - Le metí otro puñetazo, esta vez en el estómago, cayó de rodillas, tosiendo y llorando. Cuando estaba de rodillas le di una patada en la cara, ahora también sangraba por la nariz. Lo cogí por el cuello, trataba de soltarse, pero sabía que era imposible. Pensé en ahogarlo,
pero eso no era doloroso, tenía que buscar otra forma de matarlo. Saqué una garra, y le hice un pequeño corte en el cara, el cabrón lloraba y gemía. No grites, no te van a oir, ¿Recuerdas cuando me decías eso?, parece que ahora los papeles se han cambiado- estaba disfrutando como un niño, lo solté en el suelo, me quité la correa del pantalón y empecé a golpearle, pensando en mi madre, en mi, en todo lo que me había echo pasar.
Le golpee hasta dejarlo sin sentido, su cara era un mapa, estaba llena de cardenales, cortes y sangre, ahora no lo reconocería ni su propia madre. Sus ojos mostraban el miedo. Bueno, sólo un ojo, pues el otro lo tenía cerrado completamente. Pensé qué haría con él cuando recuperara el conocimiento, cuando volvió a abrir los ojos le ordené que se pusiera en pie. Se levantó tembloroso, pidiéndome perdón. - Claro que te voy a perdonar, cuando mueras- le dije. Saqué mis garras, y le despellejé un brazo.
- ¿Qué eres?- Gimió.
- ¿No me recuerdas?, soy tu hijo- repliqué.
- Tú no eres humano, eres una bestia.
- No, no soy humano, pero tampoco soy una bestia, la bestia aún no me ha dominado, si no ya te hubiera vaciado, y ahora estarías despedazado, aún no soy una bestia. Mira Roger, me he cansado de ti, voy a matarte, ¿de acuerdo?
Le metí la mano en el estómago y con mis uñas noté como se lo destrozaba, ahora vomitaba sangre, le dejé caer en el suelo, me fui al cuarto de baño, me limpié las manos y me marché.
Si no hubiera tenido tanto miedo al fuego, le hubiera quemado la casa, pero la maldición de Caín nos hacía temerosos del fuego, una lástima.
Volví a San Francisco, donde olvidé el asunto y continué con mi no vida.
Sí, soy del sabbat, gracias a mi padre, el me hizo comprender que los humanos están todos podridos, y que no valen más que un perro o una rata, te hablo de mi padre mortal, no de mi sire, mi sire decía que debíamos tener cuidado con los mortales, pero como ya he dicho antes, son ganado, simple y jodido ganado.