El recuento de los años

       Hoy mi vida ha dado un vuelco que no pude prever, pero que tuvo su inicio desde que Claudio, mi esposo, expresó no apoyar las ideas del Cesar. Pasaron 11 años antes de alguien lo supiera.

       Hoy mi hijo Casius a sus 11 años es todo un hombre, pero apenas estará por comprender la maldad de la vida y de los hombres. Llevo varios días huyendo con un grupo de viajeros, esta noche estoy a salvo en tierras lejanas pero ¿Qué pasó? Apenas comienzo a entenderlo, o más bien, a recordarlo.

       Estábamos tranquilos esa noche haciendo nuestras labores diarias, cuando un grupo de 14 pretorianos llegó a arrestar a Claudio. Él se resistió y en ese momento fui apartada de ellos, me ataron, golpearon y ultrajaron hasta que perdí la consciencia.

       Cuando reaccioné todo estaba en cenizas con algunas llamas aún prendidas, poco podía moverme; mi cuerpo se encontraba lacerado por el fuego y los golpes y los míos estaban crucificados y quemados en vida, ahora sé bien que escuche sus lamentos entre la vaguedad de mi inconsciencia.

       Llena de rabia, dolor e impotencia maldije a los dioses por haberme dejado con vida. Pero esa misma rabia me hizo salir de ahí, huyendo medio muerta a mitad de la noche. Pasaron varios días hasta que encontré un grupo que me trajeron a Jerusalén y horas después me dejaron en Galilea.

       Al llegar al pueblo las heridas, llagas y quemaduras en mi cuerpo así como mi rostro sangrante hicieron que la gente me confundiera con una leprosa, así que me echaron a una cuevas a las afueras de la ciudad.

       Pasaron varios meses de mi llegada en los que había estado más tiempo inconsciente que lúcida, pero en un momento de alerta pude ver a un hombre que daba la apariencia de estar demasiado sano para vivir ahí. Él siempre cuidaba de todos, pero sobre todo me hacía mucha compañía relatándome como se escabullía en el pueblo y hasta en la ciudad, pero solo algunas veces pude acompañarlo.

       Un año había pasado. Éramos ya buenos amigos, sin embargo mi condición empeoraba cada vez más y a pesar de que la lepra no me había tocado, me estaba muriendo, la infección era demasiado fuerte para mi precario estado. Muchos me acompañaron como lo hacían con tanta gente que moría a diario, pero una vez sola él vino a mí. Hablamos por largo rato de cosas que no puedo recordar pues el dolor me impedía mantenerme despierta, pero hubieron algunas palabras que aún resuenan en mi mente: “Me llamo Kafernaum, soy inmortal, si vienes conmigo las huellas de tu pasado no cambiarán, pero no morirás ni ahora ni nunca. ...Piénsalo: no te obligare”

       Sobreviví el día siguiente, no sabía que hacer. Quería seguir el camino que parecía inevitable, y ver a mi esposo y a mi hijo, sin embargo un pensamiento abarcó mi mente: “no así, no ahora”.

       Pasé el día rumiando en mi cabeza toda posibilidad, pero al final de este fui en busca de Kafernamun. Él estaba solo y al aproximarme pude ver a un hombre de deformado aspecto que no había visto antes pero no importó, así que me acerqué y lo abracé sin temor. Aún recuerdo su mirada al recibir mi repuesta: “me quedaré contigo”: Su rostro reflejó alegría mientras decía: “Serás una gran compañera”.

       Besó mi cuello y no sentí dolor. No comparado con el que había sentido antes, tomó mi sangre y en un momento sentí que parte de mí, Alessandra se había ido para siempre. Él me enseñó a hacer lo mismo, fue cuando sentí la muerte abrazándome mientras en la vaguedad de la ilusión vi alejarse cada vez más a mis seres queridos diciéndome adiós para siempre.

       Pasaron meses para cuando tomé un nuevo nombre, pues el anterior junto con todo lo que fui, dejó de existir: Galilea me puse como el lugar donde nací.

       Así fueron pasando los meses y los años; Kafernaum intentaba explicarse el porqué mi aspecto no había cambiado más, manteniéndose igual de deformado que cuando me abrazó, aunque ante esa cuestión aún no tenemos respuesta.

       El tiempo pasaba y entre los parias formamos una familia de la cual cada vez éramos más, un buen día escuchamos hablar de un profeta al que llamaban “El hijo de Dios”, Él hablaba de la bondad y de la venida del Reino, de una vida de entrega a los otros y del perdón. Desde ese día comenzamos a seguirlo a la distancia convirtiéndose su filosofía en nuestra vía de redención. Fuimos de un lugar a otro para saber de Él, hasta que un buen día fue arrestado y enjuiciado. Una vez más Roma había cometido una gran injusticia, al tercer día de su muerte escuchamos rumores de su resurrección.

       Pronto comenzamos a seguir, proteger y esconder a sus seguidores durante los largos años de la persecución, una noche nos encontrábamos reunidos cuando varios hombres y vástagos llegaron a arrestarnos por nuestras creencias, muchos huyeron y pocos quedamos dispuestos a morir por nuestra fe, después de una buena lucha que duró toda la noche salimos bien librados la mayoría del grupo.

       Años pasaron y Kafernaum se alejó unos meses, cuando regresó a nuestra gran familia venía con uno más: Mediam. Un pordiosero al que había tomado al igual que a mí, ya que le había rogado no dejarlo morir.

       Largos años pasaron, mucha gente pasó por nuestra vidas, vivíamos en cierta paz, en esos tiempos llegó a mis manos un regalo muy extraño: una máscara de arlequín pintada a mano hecha a la medida de mi rostro que alguien me dio a cambio de un favor. Nunca permanecíamos en un solo lugar mucho tiempo, pero esta vez ya teníamos algunos años en ese lugar, organizando a las personas, enseñando el sistema que aprendimos de los misioneros. Una noche fuimos atacados por un enemigo natural para nosotros los Nosferatu, pronto supe su nombre de los labios de mi sire: Nictuku, y él nos defendía mientras en la lucha orábamos para salir vivos... Como es de suponer la fe de los tres le hizo un daño considerable lo que nos permitió salir y huir.

       Fuimos a dar a París en tiempos anteriores a la revolución, tuvimos muchos seguidores a nuestro estilo de vida, comenzamos a cooperar de manera anónima con la revolución y al ser invisibles para el mundo regíamos todo, la guerra fue atroz y sufrimos muchas lamentables pérdidas, producto del hambre y la batalla. La guerra terminó con una victoria para nosotros.

       Después de un tiempo de relativa paz, el Niktucku nos encontró de nuevo y sin nuestros viejos aliados fuimos atacados de manera brutal, sin embargo una vez más la fe ayudó, pudimos huir y separarnos: Nuestro gran conocimiento de la ciudad nos permitió despistarlo. Kafernaum buscó que el Nictuku lo siguiera y enfrentarse sólo a él pero no fue así, el inteligente demonio encontró al más débil: Mediam.

       Me mantuve escondida aunque busqué a Kafernaum y a Mediam por 2 noches. Comenzaba a temer lo peor, para cuando encontré a Kafernaum él se encontraba débil y herido los rayos del sol lo habían sorprendido en su lucha contra aquel ser. Dudosa y llena de ira y preocupación empecé a reunir gente que me ayudaran a buscar a mi hermano; sin embargo Kafernaum me detuvo al decirme “Nunca lo encontrarás. Él fue destruido”.

       Esperamos un tiempo para estar completamente recuperados del dolor y de las heridas y fue cuando decidimos huir de nuevo, pero esta vez nos separaríamos tal vez para siempre aunque en el fondo ese lazo que iba más allá de la sangre y que nos mantuvo unidos nos permitiría saber como encontrarnos, él se fue sin mayor despedida con rumbo incierto.

       Pasó mucho tiempo en el que vagué por París viendo pasar muchas lunas, recuperé mis fuerzas para reconstruir lo que las guerras del paso del tiempo y el Nictucku me habían quitado, mi familia y una vez estando ellos seguros de nuevo me despedí y me fui en busca de conocer el Nuevo mundo.

       Pasaron 50 años o tal vez más, envuelta en la monotonía de manejar la ciudad y la información. Vivía y lo único que me daba alegría era la enseñanza del valor, de la bondad, de la fe en el Señor y sus bienaventuranzas cuidando de todos aquellos pobres seres humanos que para nadie más existían. Fue así que con el paso del tiempo sentí nostalgia y regresé al viejo mundo vagando de lado en lado pasando por todos aquellos lugares que me habían sido familiares, buscando los restos de mis viejos pasos y encontrando con gusto que en buena parte de los lugares el estilo de vida instituido por nosotros seguía vigente, sin señales de aquel que me creó y encontrando a muchos como yo que poco sabían lo que nos pasó pero que habían escuchado de nosotros.

       Pasaron muchas noches... no sé cuantas: pudieron haber sido semanas, meses o años hace tiempo que dejó de interesarme el paso de los años, hoy he llegado aquí a esta nueva ciudad, muchos se han reunido ya bajo mi consejo pero, ¿Qué pasará? Aún no lo sé, sin embargo lo que sí sé es que el Nictucku que me había pisado los talones por varias veces parece haberme perdido la pista aunque no puedo asegurar que no volveremos a combatir.

       ¿Dónde se fue aquél que fue mi sire, mentor y amigo? No lo sé con seguridad, nos encontraremos a su tiempo. Por ahora que he formado una familia una vez más solo me queda esperar, luchar, esperar y orar cada noche para que Mediam descanse en paz y para que Dios nos proteja de todo mal.

Por Galilea.