En la Guarida del Demonio.

      El maldito coche volvió a pararse. Aquélla carretera de mierda no era para un pobre Renault cinco como el mío, por Dios. Cada vez que miraba para abajo me daban escalofríos.

       Después de salirme de la carretera donde me habían indicado, cogí el camino marcado y ahora circulaba por un tercer camino de cabras lateral, al borde del maldito barranco, con espacio apenas suficiente para el coche. El camino estaba lleno de piedras, y el coche se bamboleaba como una atracción de feria, y yo rezaba por no pasar sobre una grande y terminar como una loncha de jamón entre el coche y el fondo del barranco.

       Metí la primera, aceleré y logré volver a poner en funcionamiento el coche. Mientras saltaba sobre las piedras como si fuera un campo de minas, vi a lo lejos un muro de piedra que bloqueaba el camino y el barranco hasta el otro extremo. Tenía espacio para el agua en el poco probable caso de que el barranco corriera, pero aún así yo estaba atrapado.

       Detuve el coche y me acerqué al muro a ver si podía saltarlo, o algo así, pero entonces vi algo. Justo debajo de una especie de ankh invertido y adornado con una serpiente que se mordía la cola, idéntico al sello de la carta que me había llegado el mes pasado, había una puerta. Estaba bien disimulada, y el marco era casi imperceptible, pero ahí estaba, y había espacio suficiente para el coche.

       Respirando aliviado, abrí la puerta, pasé con el coche y la volví a cerrar, por si acaso (si estaba disimulada sería por algo) continué subiendo por el maldito barranco, hasta que llegué a un camino lateral, en el que estaba grabado sobre una piedra el mismo símbolo de la puerta. Continué por éste, agradecido de abandonar el del barranco, y comencé a ascender la maldita montaña. Sólo iba por la mitad, y me habían dicho que la casa a la que iba estaba en la cumbre.

       No sabía que alguna zona de Canarias podía parecerse a los Cárpatos ni siquiera remotamente, pero éste era clavada. El turismo no es lo mío, pero siempre me habían dicho que esto era una especie de playa gigante con palmeras y sol hasta de noche. Había árboles a ambos lados del camino, que extendían sus ramas sobre él como un techo vegetal, y las piedras abundaban menos, aunque tenía la extraña sensación de que me miraban. Incluso había un poco de niebla. Al cabo de un rato el camino se despejaba un poco. Los árboles estaban más separados y parecían menos amenazadores. Estaba ya cerca de la cumbre, que veía desde aquí. Una mansión antigua, de granito negro, y rodeada por un gran muro, dominaba la montaña como el castillo de un señor feudal. Me pareció que mis ojos me engañaban cuando vi circular relámpagos entre las puntas de acero que coronaban el muro. Daba igual. Al final llegué al muro y toqué al portero automático. Demonios, no me engañaba, aquel muro estaba electrificado, había chispas saltando por todas partes entre las puntas aquéllas. Poco después de tocar, se oyó una voz a través del portero:

       -¿Quién es?

       -Eh, soy...Heinrich von Trier. Me han ofrecido un contrato de profesor particular y...

       Sin dejarme terminar, abrieron la puerta. Sin embargo, no sonó nada. La enorme puerta de hierro forjado, con un escudo de armas que mostraba un dragón en la parte superior, se abrió sola, sin ruido, dejando ante mí un camino de grava que iba directo a la puerta, flanqueado por un jardín descuidado y de aspecto salvaje. Me pareció oír gruñidos y jadeos animales entre la vegetación, y un par de veces vi brillar unos ojos, pero preferí no especular.

       Finalmente llegué ante la puerta, que era de roble negro, al parecer, y muy antigua. Por el aspecto del llamador de bronce y la cerradura, calculé al menos el siglo XVIII, probablemente más. Esperé a que me abrieran, mientras se oía un ruido impresionante de cadenas y candados, y la puerta se abría lentamente. Frente a mí estaba mi anfitrión...pero demasiado lejos como para haber abierto él nada, y la puerta estaba abierta completamente, de forma que nadie podría haberse escondido detrás. No le di mayor importancia, aunque en su momento me inquietó mucho, y observé a mi anfitrión, que estaba flanqueado por varios hombres morenos vestidos de smoking.

       Era muy alto, algo menos de dos metros, pálido, con el pelo, negro y ondulado, largo hasta los hombros, y los ojos del mismo color. Vestía un smoking negro, corbata roja y una gabardina negra, y se apoyaba en un bastón de madera negra, rematado en plata por la parte inferior, y con un dragón de bronce como empuñadura. Cuando habló, lo hizo en alemán, pero con acento eslavo:

       -Bienvenido honorable invitado, mil veces bienvenido a mi casa, que ahora es la suya. Pase, por favor.

       Sin saber qué decir, entré, y me dirigí, acompañado por él, a través de un salón con chimenea y varios sillones, hasta una puerta que daba acceso a un comedor, donde había dispuesto sobre la mesa un servicio completo para una persona, con candelabros que proporcionaban toda la luz de la sala. Mi anfitrión me hizo sentar en una silla muy antigua, en la que aparecía tallado (recientemente, como pude apreciar) el mismo escudo de armas que había en la puerta.

       - Confío en que disculpará que yo no coma con usted, pues mi enfermedad me limita a una dieta especial, que ya he consumido esta noche.

       Comí, pues, sin acompañamiento, aunque él se sentó en el otro extremo de la mesa, hablando conmigo mientras comía, y uno de los criados permanecía a mi derecha con una botella en la mano, llenándome la copa cada poco tiempo. La comida era típica de Hungría, por lo visto. Paprika hendl, o pollo con pimentón, y el vino era Mediasch dorado. Al darme cuenta de esto tuve un escalofrío. Aquello cada vez se parecía más a Drácula. Mi anfitrión se disculpó varias veces por no haberse presentado. Se llamaba Janos Narov, me dijo, y, aunque nació en Hungría, había vivido muchos años en Alemania. Quería que diera clases nocturnas de bioquímica a su hija.

       -¿Nocturnas? ¿Qué edad tiene?

       Narov sonrió maquiavélicamente... pero sólo con la boca. Los ojos estaban fijos en mí y no mostraban la más mínima seña de diversión.

       -Dieciséis. Pero sabe más medicina que muchos parásitos de la seguridad social.

       Me ahogué con el vino, lo confieso.

       -¿Cómo es eso posible? No puede ser, tendría que haber estado estudiando desde los seis años para completar la carrera...para la que se requiere un bachillerato ya terminado, la primaria...imposible, imposible.

       Mi extraño anfitrión frunció el ceño.

       - El tiempo es muy relativo, señor mío. Lo que para algunos es un instante para otros puede ser una eternidad, y lo que para unos representa un breve parpadeo puede ser toda una vida para otros. Confíe en mi, mi hija tiene los conocimientos necesarios para comenzar con la bioquímica. Tiene ya algunas bases, de hecho.

       No hablamos más sobre eso, con excepción de concertar los horarios y el sueldo. Una vez terminé de comer, me llevaron a mi habitación, que estaba en el piso superior. Ascendimos por una escalera barroca de caoba, que nos condujo a un pasillo de la mitad del cual salían otros dos en direcciones opuestas, de forma que las habitaciones quedaban distribuidas en cuatro bloques. En todas las paredes había tapices que databan, al menos, del siglo XII, pero llegaban hasta el XVII. Representaban escudos de armas (en particular el del dragón y otro que mostraba un dragón y un lobo negros en horizontal, como corriendo, sobre un fondo plateado), escenas de batallas y asedios, el extraño ankh que había visto en la puerta...

       Los criados, con Narov a la cabeza, me condujeron hasta una de ellas, entregándome la pesada llave de hierro de la puerta y dejándome solo, no sin antes instarme a que llamara a un criado para cualquier cosa que necesitara.

       Abrí la puerta y entré en la habitación, mientras un par de criados entraban mis maletas. Había una gran cama en el centro, pero pegada a la pared, de caoba labrada, y con el escudo del dragón y el lobo grabado sobre la cabecera. También había una mesa de noche, un escritorio con su silla, un armario, un gran sofá y un espejo colgado de la pared. Una puerta llevaba a un pequeño cuarto de baño. Todo parecía muy antiguo, pero bien cuidado, y estaba en perfectas condiciones, desde luego. Miré el reloj: las seis. ¡Desde luego que el tiempo era relativo!. Me acosté a ver qué me deparaba el siguiente día.

       Cuando abrí los ojos eran las dos de la tarde. Me duché, me vestí rápidamente, y bajé al primer piso. Estaba todo vacío. Únicamente en el comedor encontré a los cinco criados junto con un hombre enorme que parecía un gorila de discoteca o un guardaespaldas y un anciano alto y delgado. Comían en silencio. También había una chica con ellos, supongo que la hija de Narov, aunque se parecía más a los criados. Quizá fuera adoptada. Al verme, el anciano hizo un gesto a uno de los otros, que se levantó y preparó rápidamente otro servicio para mí.

       -Muchas gracias, buenos días. ¿Sabe usted dónde está el señor Narov?- la pregunta iba dirigida al anciano, que parecía ser el mayordomo o algo parecido.

       -No está. Tuvo que salir temprano esta mañana y no volverá hasta la noche. Usted puede ir a cualquier lugar de la casa que desee, excepto donde las puertas estén cerradas con llave y disponer de todo como si fuera su casa. Sólo le pedimos que esté aquí para las clases.

       - Ah, sí, las clases -me volví hacia la chica-. Tú eres la hija del señor Narov ¿me equivoco? Me miró fríamente. Aquella niña parecía no ser muy sociable.

       - No. No se equivoca.

       - Yo me llamo Heinrich ¿cómo te llamas?

       - Buenas tardes, señor von Trier. Me llamo Livia.

       Bien, abandonemos la estrategia de hacernos amigos de ella. Creo que no me dejaría. Pasé al pan B: interés académico.

       -¿Es cierto que sabes más medicina que muchos médicos?

       - Pregunte.

       Y pregunté. Vaya que si pregunté. La maldita niña sabía casi más que yo. Hasta que amable pero fríamente me dijo que se tenía que ir, cerca de las cinco, estuve, sentado yo en un sillón del salón y ella tendida cuan larga era en el sofá (me iba a sentar en el sillón que quedaba frente a ella, pero el condenado parecía desafiarme a que lo intentara, como si me mirara amenazante o algo) haciéndole preguntas a nivel de tercero de Medicina y se las sabía todas. Tenía que ser superdotada, o algo.

       Bueno, pasé el resto del día paseando por la casa y ordenando mis cosas. Indudablemente, la casa era antigua, y bastante lujosa. Las paredes estaban adornadas con antigüedades que valdrían millones si quisiera venderlas, desde cuadros y tapices hasta panoplias completas de todos los periodos desde el siglo X al XIX. Allí había cotas de mallas, armaduras de caballero, uniformes de húsar, espadas y hachas, y alguna que otra cimitarra turca en las paredes... Los muebles eran todos de roble o caoba, y como muy recientes del siglo XIX. La mayoría estaban labrados y tallados barrocamente. Los escudos de armas que había visto antes abundaban, junto a otro que mostraba un perro a los pies de un dragón. La iluminación procedía íntegramente de velas, pese a que yo había visto que había electricidad, pues en mi habitación había una televisión, y otra en el salón, por no hablar del muro electrificado. Al final me di cuenta de dos datos que me hicieron estremecer: Primero, las velas no se consumían. Segundo, no despedían calor. Sólo luz.

       Sin embargo, la casa era cálida y no había corrientes de aire ni hacía frío. Con un sudor helado, continué paseando. Las paredes eran de granito negro, y el suelo de madera muy antigua, aunque en perfecto estado. Me sentía extrañamente observado, pero no había nadie cerca. Desde luego, la casa era demasiado grande para sus escasos nueve habitantes (diez conmigo), y era raro encontrarse con alguien.

       La noche me sorprendió en la biblioteca, repasando los centenares de tomos que la plagaban. La mayoría trataban sobre ocultismo, pero también los había de medicina. Hojeé tratados de anatomía del siglo XVI en adelante, llenos de anotaciones que...¡¡habían sido escritas por la misma mano!!. Y las anotaciones parecían ser de la misma época que el resto del texto. Me dejé caer en la silla, abrumado por lo que había visto... y una mano se posó repentinamente en mi hombro.

       -Buenas noches, señor Trier. Creo que ya ha conocido a mi hija.

       Tragué saliva. Me había sobresaltado, estaba sudando.

       -S...sí, sí. Es sorprendente. Casi sabe más que yo.

       -Ya le he dicho que sabe bastante. Mañana comenzarán las clases, pues. Disfrute del resto de la noche. Yo tengo que salir de nuevo, pero mis gho...mis criados se ocuparán de usted.

       - Muy bien muchas gracias.

       Me levanté, dejé el libro sobre la mesa y salí de la biblioteca, pálido como un muerto y sudando. Todavía estaba estupefacto con las anotaciones. A mis espaldas oí la voz de Narov.

       - Veo que ha encontrado el libro de anatomía del abuelo de mi abuelo. Tenemos una caligrafía muy parecida, ¿no cree?

       Al día siguiente comenzaron las clases, pues. Sí que tenía bases de bioquímica la dichosa niña, y además parecía tener un don natural. Yo me sentía muy raro dando clases a nivel universitario a una niña de dieciséis años, pero la cosa es que mientras estabas allí nada parecía fuera de lugar. Eso por no hablar del sueldo...

       Teníamos dos horas de clase cada noche, de siete a nueve, en el piso superior. Raramente veía a Narov, pero cuando lo hacía parecía ocupado y nervioso. En una ocasión me pidió perdón pero me dijo que tenía que llevarse urgentemente a todos los criados. Me dijo que tenía a mi disposición a sus otros criados, que vivían en el pueblo más abajo, por el lado contrario de la montaña, y que estaban de vacaciones pero habían consentido en volver brevemente al trabajo. Tardé más de una semana en volver a verlos. Traían largas cajas de madera, que bajaron por una escalera de caracol hacia el sótano, tras abrir un enorme portalón de roble y hierro que había cerca del salón. El "jefe" se disculpó por haber tardado tanto, pero:

       -Obligaciones ineludibles me retenían lejos de aquí. Al menos he recolectado material para mis investigaciones...

       Poco después de eso salí por ahí tras la clase, y, al volver, me encontré con el gran portalón entreabierto. Sonreí. Parecía una escena de una película mala de terror. Bueno, la tentación era demasiado fuerte, y, después de todo, había que seguir el guión. Procurando no hacer mucho ruido, comencé a bajar los interminables escalones de piedra que llevaban a las profundidades de la montaña.

       Después de un tiempo que soy incapaz de precisar recorriendo aquellos gastados escalones, alcancé un rellano con una puerta de hierro forjado, también entreabierta. Las escaleras seguían hacia abajo. La curiosidad me venció y miré a través del hueco de la puerta. Tenía ante mi vista toda la extensión del laboratorio, pues eso es lo que era. Bisturíes, sierras, catéteres, sondas, fórceps, tijeras, tubos, mascarillas, cuchillos de carnicero, látigos (sí, látigos), cuchillas para sangrías de al menos un par de siglos, agujas, jeringuillas, largos pinchos, ¡estacas! y cientos de otras cosas por el estilo se apilaban en las paredes, sobre expositores de madera. Mientras tanto, en mesas de metal, reposaban mecheros Bunsen, probetas, instrumental usado y tanques de ácido, formaldehído, formol, alcohol y algo que parecía sangre, junto con otros productos de todos los colores posibles en tarros.

       Había camillas de metal distribuidas por toda la habitación, aunque dejando el espacio suficiente para moverse con comodidad. La mayoría estaban tapadas con sábanas blancas manchadas de sangre, y algunas se movían débilmente. En el centro del laboratorio, un hombre reposaba sobre una camilla, fuertemente sujeto con enormes correas reforzadas. La camilla estaba asegurada mediante esposas a varias mesillas de instrumental, y clavada al suelo. Junto al pobre hombre estaba Livia...y otro que debía ser Narov. Sin embargo, no se parecía en nada a él, aunque la voz era la misma, y, hasta cierto punto, la estructura facial. Donde antes había habido pelo largo y ondulado sólo había ahora piel blanca como el yeso, que sustituía a su habitual semblante ya pálido. Los ojos negros se habían vuelto rojos por completo. Espinas crecían en su cabeza y sus brazos. En ese momento estaba colocando uno de los frascos en un pulverizador, y rociando con él al hombre, que gritó y se agitó como si lo estuvieran matando, llegando a agitar la camilla pese a sus ataduras. Narov sonrió de forma maquiavélica. No había duda de que era él.

       - Observa como el ácido le quema sin que pueda remediarlo. Este daño no lo puede regenerar tan fácilmente como el normal - dicho esto, hizo con una cuchilla un corte en el brazo izquierdo del hombre, que sangró un poco y se cerró inmediatamente -. ¿Ves como la piel permanece quemada y destrozada sin poder repararse por completo? El daño no es tan grave como el que provoca la roca volcánica aún caliente, pero aún así es terrible. Sin embargo, si llevamos las cosas a un nivel estructural...

       Dicho esto ¡la caja torácica del hombre se abrió!. Las costillas se separaron rompiendo el esternón con un chasquido y moviéndose en direcciones opuestas como las puertas dobles de un hotel, y aquel...monstruo...se inclinó junto con la que ya dudaba que fuera su hija sobre la cavidad. Mientras huía luchando por contener las náuseas, oí sus disertaciones sobre la funcionalidad del corazón y como podía ser severamente dañado, e incluso mutilado, sin gran efecto.

       Escribo esto un año después de los hechos, en Agosto de 2001. Hoy termina mi contrato. He logrado contener el impulso de largarme sin previo aviso, o decir algo a mi anfitrión. ¿Para qué? Sólo conseguiría, en el mejor de los casos, terminar como el pobre hombre del sótano.

       He hecho más averiguaciones en estos meses. La casa está viva. Las puertas se abren y cierran solas, los muebles se mueven y todos me observan. Los cuadros están vivos, yo he visto a los dragones que adornan los tapices alzarse y amenazarme con sus garras y he oído los aullidos de los lobos bordados hace nueve siglos. Peor aún, mi anfitrión no es el único de los suyos.

       Otros han venido por aquí. Un joven muy parecido a él, pero casi más terrible. Un ocultista siniestro que se interesaba por los experimentos de su "sire", sea eso lo que sea. Un hombre enorme con espinas en los brazos, tan afiladas como estacas y tan largas como mi brazo. Un hombre vestido de negro, con un aspecto parecido al de los klingon de Star Trek, que hablaba con Narov sobre espíritus y muertos sin reposo, un joven enorme, más grande que el de las espinas y aparentemente loco, otro con barba y un corte en la cara que habla como un caballero medieval, un hombre calvo y que viste de forma muy anticuada, y otro joven canoso que viene muy a menudo.

       También he creído ver otras cosas en la casa. Seres deformes que recorren las estancias y pasillos, ocultándose de mi vista, y vigilándome. Uno de ellos es verde y parece casi humano, aunque su rostro se asemeja a una calavera, mientras que el otro es una monstruosidad bípeda encorvada como un animal obligado a andar de pie. Esta noche me iré y no volveré la vista atrás. No pondré un pie más, no ya en Canarias, ni siquiera en España. Hay horrores que no deberían ser comprendidos por el ser humano.

Fragmento del diario de Heinrich von Trier.
Encontrado muerto en su habitación del Hospital Psiquiátrico de Hamburgo, aún no se ha realizado la autopsia.