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Alzó la vista mirando a la luna. Densas lágrimas de sangre recorrían sus mejillas muriendo en sus temblorosos labios de increíble color granadino. Sus ojos, tan azules como el mar, tenían el brillo de tristeza que antaño había visto en alguien. Solo que ahora estaba sola.
Se apoyo en una pared, resbalando hasta sentarse en el suelo. Sus delgados brazos abrazaron fuertemente sus rodillas. ¡Ya estaba! Lo había hecho, él se lo merecía.
Miró su mano, que aún conservaba el anillo, ¿de veras había estado alguna vez enamorado de ella? Cerró los ojos con fuerza a la vez que deslizaba el anillo fuera de su dedo anular. El rubí brillaba con más fuerza, con más intensidad. Le dio vueltas en la mano perdiendo su mirada en los destellos que provocaba. A su mente acudían cientos de preguntas, preguntas que ahora jamás tendrían respuesta; sólo conjeturas.
Su mano se cerró sobre el anillo como si quisiera derretirlo, hacerlo pedazos. Su mirada vagó ahora por el oscuro callejón. A lo lejos, donde este se perdía en la calle principal, había un vagabundo. Se levanto con agilidad y se acercó decididamente. El hombre estaba demasiado borracho como para mirarla siquiera. Se acuclilló ante él y tomó su mentón alzando su rostro.
Un hombre de mirada vacía, curtido de arrugas que le hacían aparentar más edad de la que quizás tenía. No la miraba a ella, parecía como si la atravesara, como si su presencia no le importase lo más mínimo.
Ella sonrió. El hombre apestaba a whisky barato. El color de su rostro indicaba que le quedaba poco tiempo de vida, quizás unos días, un mes, o tal vez… ella fuese lo suficientemente piadosa como para no dejar que sufriera.
“Muerte piadosa”, así la llamaba él en los momentos de ira cuando la dejaba en ridículo por el mero placer que ello le otorgaba... no, no debía pensar en él. No por lo de ahora.
-Viejo, vas a morir... – su voz sonó fría, sus ojos adquirieron un tono rojizo, el tono que la caracterizaba. Sus labios se abrieron dejando entrever lo que podía ser una sonrisa pero lo que más impactaba eran sus colmillos.
El hombre no dio muestra alguna de haber oído sus palabras y continuó perdido en la nada. “Al menos no sufrirá” - pensó ella.
Con un rápido movimiento hundió sus colmillos en la carne de su cuello, tan tierna, tan deliciosa. Cerró los ojos comenzando a extraerle la vida deleitándose con el sabor de su sangre, más tarde pagaría las consecuencias; el hombre estaba ebrio. Entonces fue cuando él habló. Solo pronunció un par de palabras antes de perder la consciencia. Palabras que la impresionaron lo suficiente como para que se alejase de él y le mirara a los ojos.
-Descansa en paz entonces... – el hombre falleció sonriendo. Quedó paralizada sin saber que hacer durante unos minutos, hasta que se dio cuenta que su mano se cernía sobre el anillo.Lo miró de nuevo haciendo que se deslizara a su dedo otra vez.
Esbozó una sonrisa y miró el cadáver del hombre.
-Gracias viejo – comentó mientras besaba sus labios, que comenzaban a tornarse violetas.
Se levantó abrochándose la capa que le cubría, mientras, sin saber por que razón, comenzó a silbar una extraña melodía. Melodía que cantó su sire antes de que ella lo matara. Sin poderlo evitar, sonrió. Volvió a mirar el anillo y negó incrédula.
-Por fin me has dejado en paz... – murmuró. Pero una voz en su mente, soltó una carcajada.
-Eso ni lo sueñes, Cherie...
By Lady Pandora Sheridan Van Hull, Baronesa de Verona.