Lars Rhömberg.

       La historia de Lars Rhömberg se remonta al año 1084, en las frías tierras escandinavas. Allí, en el seno de una familia modesta, nació un niño rubio, de ojos azules y piel clara. Lars, hijo único, creció en la cabaña familiar, en medio de la taiga, sólo acompañado por sus padres y por los animales que su progenitor se encargaba de criar: un rebaño de renos, un par de perros y unas pocas vacas.

       Durante los fríos inviernos, Lars se entretenía ayudando a su padre con las bestias. Le gustaba hacerlo, sobre todo porque ello le permitía observar sus comportamientos y reacciones. Tal era el interés del chico por los animales que comenzó a entenderlos mejor que nadie en decenas de kilómetros a la redonda. No le costó mucho adiestrar en la caza y el rastreo a los perros, seres a los que consideraba extremadamente leales e inteligentes.

       A los quince años murió su madre. Fue triste, pero, al fin y al cabo, la muerte es algo ante lo que no vale la pena resistirse, pues, más tarde o más temprano, llega ante tu puerta y reclama tu compañía. Además, un normando nunca rechaza el momento en el que Odín mismo le llama para que acuda a su eterno banquete. Poco después, Lars comenzó a desarrollar su otra gran afición: el ocultismo, especialmente centrado en todo lo referente a las diferentes leyendas sobre seres que se alimentan de sangre. A pesar de las dificultades para encontrar información sobre el tema, en una época y en un lugar en los que la cultura no es algo digno de mostrar (si no eres uno de esos “monjes” que pasan la vida enclaustrados en sucios agujeros), Lars logró notables avances en sus investigaciones. La mayor parte de las leyendas provenían de otros pastores con los que se compartía alguna que otra tormenta, ocultos en un oportuno y acogedor refugio.

       Con casi treinta años, Odín mandó llamar a su padre, que partió orgulloso a su encuentro. A partir de ahí, con sus animales como única compañía, Lars pasó un par de años manteniendo los rebaños de su familia. Pero esta vida no era demasiado divertida, así que un día decidió vender todo y partir, sólo con su dogo y sus armas - que no es poco - en busca de algo de acción. Por esos tiempos, los bretones andaban algo revueltos y los señores normandos habían decidido reclutar un buen grupo de guerreros para devolverles a todos a su asquerosa isla.

       Corría el año 1122. Tras un par de campañas contra las costas británicas, y visto que en la isla no había más leyendas que las de esos estúpidos dragones, Lars decidió volver a sus bosques, para intentar reunir un nuevo rebaño. Y fue al anochecer, durante una de sus salidas en busca de renos, cuando conoció a aquel tipo, que acababa de cazar un buen ejemplar.

       Los normandos son gente alta, fornida y de ojos, pelo y piel claros. Aquel hombre no era normando, aunque también era muy pálido. Aunque al perro no le hizo demasiada gracia su presencia, Lars encontraba algo ... “familiar” en el extraño. Tras acercarse decididamente a él y presentarse, comenzó una conversación que duró hasta bien entrada la noche. Luego, el sueño venció a Lars. Al despertar, poco antes del amanecer, el extraño estaba terminando de recoger sus escasas pertenencias. Su despedida fue bastante enigmática: - “Pues bien, mi rubio amigo, aquí se separan nuestros caminos, aunque a partir de esta noche ambas vías estarán más cerca que nunca. Adiós, disfrutad del regalo que os entrego”. Luego se marchó, mientras Lars se rascaba el cuello, allí donde estaba notando un ligero cosquilleo.

       Y se fue. Entonces no entendí su mensaje y tardé semanas en hacerlo. Poco a poco comencé a darme cuenta de que algo, todo, había cambiado. Incluso Thor, el gran danés que me acompañaba, pareció notarlo antes que yo, aunque siguió fiel a Lars Rhömberg, su amo y su compañero, que acababa de convertirse en... alguien diferente; más fuerte, más rápido y más cercano a la Bestia que late en cada animal.

       Sí, realmente aquel era un perro magnífico: grande, fuerte y extremadamente leal. Un auténtico gran danés blanco, con grandes manchas negras, y una curiosidad inmensa. Creo que fue eso, y el hecho de que ya estaba conmigo antes del Abrazo, lo que motivó que permaneciera al lado de un Cainita.

       Poco después volví a ver a mi Sire. Creo que su aparición coincidió con mi auténtico despertar dentro del mundo de los no-muertos. Supongo que estuvo ahí durante todas esas semanas de cambio, mientras yo, obedeciendo a mis nuevos instintos, vagaba de noche por los bosques y dormía profundamente durante el corto y frío día del invierno normando. Mi Sire me explicó, en su segunda aparición, algunas cosas que considera básicas para mi nueva... existencia. Después, me invitó a acompañarle hacia el sur, a un lugar llamado París del que yo apenas había oído hablar, argumentando que me convenía relacionarme con mis semejantes y que además, tenía un asunto por resolver en esa ciudad.

       Durante nuestro viaje hacia el sur, mis nuevas habilidades fueron puestas a prueba en numerosas ocasiones por parte de mi Sire. Cuanto más nos acercábamos a nuestro destino, más incómodo me sentía; no sé si era la falta de verdaderos árboles, altos y rectos como los del norte, o era la gente, bajita, de piel y pelo oscuro, más desagradables a la vista que los bretones. Cerca ya de París, mi Sire me reveló sus planes para mí. Me encargó unirme a un grupo de neonatos como yo, apenas recién abrazados, que debían entrar en la ciudad para apoyar a un candidato al principado parisino. Aunque no mostré mis sensaciones reales, me desagradó profundamente tener que entrar en un lugar atestado de débiles humanos a los que, probablemente, desearía matar al primer vistazo. Pero, en las pocas semanas de viaje con mi Sire, aprendí rápido que era mejor obedecerle pues, en cierto modo, se parece a los grandes osos blancos de los hielos, unos animales realmente bellos y bastante listos, aunque muy peligrosos si se les hace enfadar. Pero, si extrañas me resultaron las costumbres de los hombres y mujeres de París, aún más lo son las de mis nuevos compañeros de viaje.

       Por un lado, Iván Letckov, un tipo inmenso y bastante irracional que, según las enseñanzas de mi Sire, debe ser uno de esos que llaman Tzimisce. Tiene habilidades poderosas, aunque pronto descubrí que las utiliza para fines ridículos, jugando con su aspecto físico sólo para “ser más guapo”.

       También está Nicole Depardieu, la primera hembra Cainita que conocí. Jamás la vi durante su vida humana, pero puedo asegurar que ha ganado en su transformación. Por su aspecto frágil, no habría sido rival ni para la más débil de las mujeres normandas. Además, adora las costumbres humanas, sobre todo eso que ellos llaman “arte”. Creo que todos los suyos - los Toreadores - son así.

       El príncipe de la ciudad había incurrido en acciones merecedoras de un duelo con el candidato que nuestro grupo debía apoyar. En busca de alguna prueba de ello, seguimos a su “mano derecha”, un tal Jules, por los subterráneos de la ciudad. Estos túneles han sido excavados para amontonar las basuras de los hombres bajo sus pies, demostrando lo absurdas que resultan ser las personas más allá de las tierras normandas. La persecución de Jules por esos túneles, llamados cloacas, se tornó en desesperada huida en cuanto nuestro contrincante demostró poseer un notable dominio de la Vicisitud, convirtiéndose en una gran mole monstruosa, armada con largas garras y tachonada de afilados pinchos. En el transcurso de tan cobarde acción, hubimos de acarrear los cuerpos de todos los que iban cayendo presa del más intenso pánico que he observado jamás. Resulta irónico, ¿no?. Nosotros, que nos contamos entre los seres más poderosos del mundo conocido, corrimos a escondernos entre los despojos de los humanos ante nuestro primer oponente serio.

       Finalmente, logramos huir de Jules y, tras dormir en las cloacas y bañarnos en el Sena al caer la noche, regresamos al castillo, donde, poco después, se precipitaron los acontecimientos que llevaron a un interesante duelo que resultó en el cambio de gobernante en la ciudad, cambio favorable a los intereses de nuestros Sires. Después de tan accidentada toma de contacto con mis nuevos congéneres, ellos decidieron partir hacia el Este, a un lugar de los Cárpatos.

       Allí, un vampiro había usurpado el puesto de Iván Letckov en su castillo, maltratando y asesinando a sus familiares y vasallos. Yo preferí permanecer en los boscosos alrededores de París, donde, ciertamente, me hallaba más a gusto que estando acompañado por humanos o vampiros. Presentía que debía cambiar mi actitud si pretendía sobrevivir en mi nuevo estatus, pero necesitaba tiempo. Es justo, ¿no?. Si ellos deseaban aventuras, no era mi labor la de ir tras ellos dondequiera que decidiesen hincar sus colmillos.

       Sin embargo, a pesar de tener la eternidad entre mis manos, el destino sigue siendo esquivo y burlón. Así, pocas semanas después de la separación, recibí un mensaje que me comunicaba la captura de Iván y los demás en sus propias tierras. No tenía alternativa, si no quería contravenir a mi Sire; debía ir inmediatamente a los Cárpatos. No confiaba demasiado en mis posibilidades, pues, ¿qué podía hacer yo contra alguien capaz de capturar a cuatro neonatos?. Finalmente, a mi llegada a las tierras de Letckov, pude reclutar a un buen número de aldeanos dispuestos a combatir hasta la muerte por su señor. Entonces comencé a ver algunas posibilidades en la situación; me encontraba todo lo cómodo que un vampiro puede hallarse entre humanos, pues éstos actuaban y se conducían del mismo modo que los míos..., es decir, igual que las gentes de las tierras de las que provenía… cuando vivía. Con tan valerosos combatientes bajo mis órdenes, y con la ayuda de una bandada de cuervos cuya ayuda solicité en virtud de mi especial sintonía con las especies animales, creé una maniobra de distracción en el acceso principal. Los infernales engendros alados que escudriñaban los alrededores desde las murallas - extraños seres que pude identificar como Gárgolas - despertaron de su letargo para enfrentarse a aldeanos y aves, momento aprovechado por mí para saltar con facilidad la muralla este, entrar en los subterráneos del castillo y liberar a los demás sin impedimento alguno. Si bien no resultó un modo honorable de concebir el asalto a una fortaleza, era el único viable para traspasar las defensas del lugar. Espero que el progenitor y los mentores en el combate que una vez conocieron al humano Lars Rhömberg comprendan que mi análisis de la situación fue el más justo... aunque debo reconocer haber estado tentado de arremeter contra los defensores frontalmente, blandiendo mi espada e invocando a los dioses que una vez veneré.

       Al salir, encontramos en el salón principal al usurpador. Tras un breve combate, fue enviado ante Odín... perdón, ruego disculpéis este desliz; a veces me sorprendo pensando como si aún me hayase en mi blanco Norte.

       Como os iba diciendo, aquel usurpador fue derrotado e inmovilizado para que Iván tomara su justa compensación por el mal que había sufrido. Pero la roja sed de vida de los neonatos parece ser muy intensa en momentos como ese. Así, de repente, fueron varios los candidatos a consumar la “diablerie”. Pero, ante mis ojos, permitir algo así no habría sido justo; si alguien debía tener el honor de saciar su sed con la sangre y el alma del usurpador, ése era Iván. De este modo, mientras él mantenía a raya a un tal Lutter Le Noire (un miembro de mi clan que se les unió camino del castillo), mi acero y el canino instinto de mi acompañante Thor se dirigieron hacia David Stromberg, un hijo del clan Brujah que, subrepticiamente, pretendía aprovechar la confusión para acercarse al cadáver. Fue realmente muy afortunado para ambos que él no reaccionara dejándose llevar por el frenesí en el que tan fácil y tontamente caen todos los de su clan. ¿Por qué “afortunado”?. Pues porque, probablemente, esa noche hubiese desaparecido otro Brujah de la faz de la tierra. Por otro lado, con el tiempo, Stromberg ha demostrado ser un valioso aliado, con un correcto sentido de la justicia. Pero aún no hemos llegado a esa parte de la historia. Finalmente, la justicia prevaleció, Iván tomó cumplida revancha con el enemigo vencido y yo también fui premiado. Por un lado, fui testigo de una “diablerie”, uno de los fines más terribles para un vampiro y un destino que no me está asignado. Lo sé porque siempre, mortal o Cainita, he sido capaz de superar cualquier adversidad y ahora, desde mi recién adquirida condición cuasi - inmortal, sé que, por encima de todo, sobreviviré.

       Además de la observación de este rasgo de las “relaciones sociales” de mis congéneres, pudimos rescatar para nuestro uso personal ciertos objetos que obraban en posesión del infortunado colmilludo. Quedaron así bajo mi custodia un voluminoso baúl, compartido por una olla grande y dos docenas de cabezas humanas cortadas, y un cáliz dorado. Así mismo, entre las frías manos de mis recuperados compañeros reposan una esfera de cristal de aspecto extraño y un rosal que produce bayas de una tonalidad similar a la de la sangre. Inmediatamente, Nicole se hizo cargo de la planta, demostrando de nuevo la debilidad de los Toreadores por cualquier objeto que se ajuste a su concepción de la belleza.

       De camino hacia el oeste, todos coincidíamos en que resultaba cuando menos intrigante el hecho de que un Cainita de tan escasa entidad como el que acabábamos de eliminar hubiese estado en posesión de seres como las Gárgolas y de la técnica a aplicar para su creación. Además, quién sabe qué objetivos podrían abarcarse con una nutrida tropa de tan eficaces peones.

       Respecto a los objetos, durante el viaje, en las aburridas noches que pasé en el carromato con Thor como única compañía agradable, rememoré mis conocimientos sobre ocultismo para concluir en que el contenido del baúl debía ser lo que en la mitología vampírica se denomina “Vati”, un objeto mágico que posee dotes adivinatorias. Su funcionamiento es simple: se estacan las cabezas en círculo alrededor de la olla, que debe estar llena de sangre, a ser posible de vaca o humana. Dicen que la de los cachorros de los hombres es realmente sublime, aunque no he tenido aún la oportunidad de experimentarlo. Una vez colocados los elementos de esa guisa, se procede a ejecutar un ritual que permite preguntar cualquier cosa a las cabezas. Éstas responderán con la verdad, de forma más clara cuanto mayor sea el grado de concentración del celebrante. Sin duda, se trataba del objeto mágico dotado del más oscuro de los poderes imaginables.

       El otro objeto, la copa dorada, era un artefacto llamado “Falso Cáliz” que vacía un punto de sangre de aquel que ose tocarlo con las manos desnudas. La ingestión del líquido drenado tiene notabilísimos efectos reparadores sobre el organismo vampírico. Sin duda, ambos objetos eran suficientemente valiosos como para mantenerlos bajo constante vigilancia, y ambos demostraron su utilidad y capacidades en diversas ocasiones.

       Nuestra siguiente parada fue Ausburgo, una ciudad germánica a la que arribamos de vuelta a la Europa populosa. Ya en los arrabales de la ciudad, pudimos observar que reinaba un ambiente sombrío que salpicaba a todas las cosas. La gente parecía menos activa como en otras urbes, mostrando un carácter ciertamente esquivo. A mí no me molestaba; al contrario, cuanto menos tuviese que tratar con los humanos, mejor.

       En cuanto atravesamos las murallas, descubrimos el motivo del extraño proceder de las gentes. Tras presentarnos ante el Príncipe, llegamos a la conclusión de que la ciudad entera estaba al borde del caos. La peste perseguía a los vivos en nombre de la Muerte, cuyo olor atraía a los no-muertos. La guardia del Príncipe se veía superada por la llegada progresiva de Cainitas ávidos de sangre y mientras tanto, el líder nocturno de Ausburgo enloquecía por la ausencia de su escultor favorito, secuestrado y retenido en algún lugar dentro de las murallas.

       Tampoco la corte del Príncipe inspiraba demasiada confianza, menos incluso que la que tenía en mis compañeros. Para colmo de males, Lutter, el único vampiro del grupo que parecía ligeramente afín a mí, decidió abandonarnos antes de ver tan poco halagüeño panorama. Habiéndonos sido encomendada la caprichosa y absurda misión de hallar y libertar al escultor del Príncipe, decidimos rastrear, cuales sabuesos, toda la ciudad, acompañados por uno de los guardias del Príncipe (Dani) y por Vladimir Rumanov, otro recién llegado. Pronto nos dimos cuenta de que dos lugares sobresalían en interés por encima del resto. Uno era la catedral. El otro, una oscura torre abandonada y semiderruida que se erguía dentro de los límites de la ciudad. En su interior, declarado maldito por los supersticiosos lugareños, habitaba un extraño ser de rasgos vampíricos poco definidos que poseía la notable cualidad de poder fundirse con las sombras de su morada, haciendo casi imposible su localización. Sin embargo, lejos de maldiciones mortales, el ser resultó ser amistoso, dispuesto a ayudarnos en lo posible.

       Tras establecernos con nuestros carromatos cerca de la torre y concluir nuestras pesquisas, llegamos a la conclusión de que uno o varios monjes de la catedral de Ausburgo estaban al corriente del paradero del escultor. El destino nos acercaba a nuestro objetivo, pero justo en ese momento, Jules reapareció en nuestro camino, acompañado por un demoníaco ser y dispuesto a acabar con nosotros, como venganza por haber truncado sus planes en París. De nuevo, y muy a mi pesar, hube de retirarme. Los demás, Nicole, Iván y (…) fueron capturados. No así Vladimir, quien, presa del más absoluto pánico, corrió lejos de la plaza de la catedral, prohibido edificio que fue testigo de tan lamentable enfrentamiento. Pero el viento cambia. Sólo hay que sentarse a esperar el momento adecuado. Y así, poco después, logramos liberar a los cautivos y seguir la búsqueda. ¿Jules?. Se fue, como el viento…

       Finalmente, localizada la casa en la que estaba retenido el escultor humano, decidimos asaltarla. Yo estaba impaciente por ver llegar el momento de matar al responsable de mi presencia en tan infecta ciudad. Deseaba poner cuanta más tierra mejor entre Ausburgo y yo. Ni siquiera Thor se encontraba a gusto en ese lugar. Los acontecimientos estaban comenzando a precipitarse: las calles de la urbe eran recorridas por un número inusualmente elevado de sedientos Cainitas y entre ellos podía estar Jules. De camino hacia la casa, pasamos por delante de donde se enfrentaban a muerte cuatro vampiros. Dos de ellos vestían extrañas armaduras que los señalaban como miembros de la misma organización. Cegados por la sangre, mis alocados compañeros ignoraron que Vladimir había partido antes que nosotros hacia nuestro objetivo y decidieron participar en la reyerta. Ignoro lo que allí pasó, pero en aquel momento dudé acerca de la sensatez de mis acompañantes. Mis ojos se abrieron y vi cómo lo que empezaba a tomar por mi nueva “manada” no era sino un grupo de locos olvidadizos. Allá ellos si caían en su estúpido combate; yo iba a sobrevivir, iba a devolver al estúpido escultor humano a su loco amo entronizado e iba a marchar de Ausburgo antes de que acabara conmigo.

       La casa estaba tranquila. Ordené a Thor que montara guardia en la entrada y salté por encima del muro del patio delantero. Allí, iluminados por la luna, estaban los guardias que esperaba encontrar. Vladimir debería haber pasado ya por aquí, pero si había sido así, ¿por qué estaban vivos los guardias?. Pronto descubrí que estos humanos eran duros. Tras un igualado combate, salté de nuevo fuera de la casa, curé mis heridas y entré de nuevo. Thor me miró y meneó el rabo: - “Lo siento, amigo. Esos guardias son míos, pero te traeré un pedazo de uno de ellos” – le dije. Salté dentro otra vez, seguido por Iván, Nicole y los otros, que acababan de llegar… tarde. Tras interponerse en “mi” combate con los guardias, éstos murieron rápidamente. Pero el mago que les lideraba escapó por la trampilla del sótano. Allí, estacados en la pared, estaban Vladimir y (…). Mientras los demás los liberaban, yo seguí por un pasadizo al fugitivo, que se escabulló tras atravesar misteriosamente una reja de las cloacas de Ausburgo. Descubrimos que el mago era responsable de la creación de las gárgolas que vimos en las tierras de Iván. También encontramos al escultor, que fue devuelto entero al Príncipe. Nicole se hizo con un extraño libro que guardó de nuestros ojos de modo egoísta. Sospecho que el libro tuvo algo que ver con que el extraño de la torre abandonara su encierro y también creo que (Dani) deseaba el libro por algún motivo. En mi opinión, el libro era maligno y el mejor final para él era la destrucción, pero mi propuesta fue ignorada de modo cortante.

       Sin duda, Ausburgo nos afectó a todos, pero más que a nadie a Nicole y a mí, que comenzamos a mostrar un desprecio mutuo. A Iván tampoco le gustaba, pero eso no era importante, pues nunca le vi actuar de forma cabal. Ya se le pasará, pensé. Y si no, que venga a buscarme. David Stromberg, un Brujah que nos acompañaba desde el último encuentro con Jules, decidió ir hacia París, Vladimir quiso acompañarnos a Thor y a mí por la región. Nicole e Iván desaparecieron hacia la región montañosa del sur: los Alpes. Me alegré de perderles de vista. Pero mi gozo duró poco. Un mensajero trajo una nota de mi sire, que me ordenaba dirigirme al sur. A regañadientes, obedecí.

       Dos días después, estábamos cerca del carromato de los otros; estaba seguro de que aquel olor era el de Iván. David y Lutter (el gangrel) también estaban con ellos. En los siguientes días, apareció mucha gente que se interesaba por el baúl del Vati. Primero fueron aquellos monjes estúpidos que casi fríen a los otros al abrir los carromatos en pleno día. Pidieron el baúl amablemente y fueron espantados por el oso que acudió a mi llamada. Sólo mi Sire en persona podía exigirme el baúl y por descontado que no iba a dárselo a estos dos inútiles. Pero poco después, comenzaron a suceder cosas raras en el grupo. David, que siempre había sido amistoso, intentó atacarme a traición. Descubrió que no es bueno enfrentarse a quien porta una espada y sabe usarla. Puesto en fuga, malherido y solo, me pareció buena idea buscarle, ofrecerle el Falso Cáliz para reponerse de sus heridas y preguntarle si, como yo, también oía voces que le animaban a desconfiar de los demás. Resultó que sí, por lo que coincidimos en que alguien intentaba manipular nuestras mentes. Pero, ¿con qué fin?. ¿Para apoderarse del Vati, quizá?.

       Finalmente, entregamos el Vati a los Rosasables, que andaban buscándolo para custodiarlo hasta Normandía. Nosotros nos dirigimos hacia el sur, al encuentro de nuestros sires en un pueblecito de los Alpes. Recuerdo que las montañas nevadas me hicieron olvidar a mis acompañantes. Pero aún habríamos de enfrentarnos a otra sorpresa más: el lugar de la cita había sido arrasado por un alud y, en lugar de nuestros sires, estaba un tipo que, de un modo poco respetuoso, nos exigió el Vati. Al saber la verdad, la ira hizo presa en él y nos atacó. Si algo he aprendido a lo largo de los años, es que la ira perturba la destreza de los combatientes. Herido, nuestro enemigo huyó más rápido de lo que podíamos perseguirle, sumándose a mi lista de tareas por concluir.

       Nuestros sires habían sido capturados. Estaban en una cabaña sepultada por la avalancha. Una vez liberados, nos obligaron a llevar a cabo un ritual de vinculación que terminase con las disputas internas. Obligado, establecí un vínculo con Lutter, mientras Nicole, Iván y David hacían lo propio entre ellos. Vladimir decidió abandonarnos. Luego, nuestros sires nos explicaron la tensa situación que se cernía sobre Venecia, al sur de los Alpes. Allí, dos clanes competían por el poder: LaSombra y ¿Ventrue?. Se nos permitió tomar caminos diferentes durante unos años, prometiendo acudir a una cita en el pueblecito de montaña. Eso debió ser hacia finales del siglo doce. Durante más de setenta años, fui libre de nuevo. Aproveché el tiempo. Partí hacia mi Norte y me uní a unas pocas partidas de invasión sobre Gran Bretaña.