La Maleta

      Una mañana cualquiera para el resto del mundo yo me levanté antes de que el sol hubiera salido. Ilusionado como estaba no podía dejar de pensar en el mes que me esperaba. Toda la noche imaginando aventuras, a gente que conocería y lugares que nunca hubiera imaginado, pequeños lugares donde me encontraría con amigos o tal vez con un amor de verano que nunca me olvidaría.

       Había logrado que en mi trabajo me dieran las vacaciones antes de hora, trabajaría en Julio pero merecía la pena. Salí hacía la estación de trenes, a partir de ese día yo era independiente del mundo, sin horarios, no iba a tener relación con nadie conocido anteriormente, todo nuevo, todo por descubrir. Esa sensación me llenaba de excitación.

       Para ir a la estación de trenes debería coger un taxi, pensé que era mejor no coger el coche, a esa hora no había autobuses, me jodía bastante tener que pagar tanto, no por el dinero sino porque en una aventura no se utiliza dinero, pero eso ya lo cambiaría.

       Llegué a la estación con tiempo de sobra, no me importaba, me encantaba aquella estación, con viejos trenes jubilados convertidos en un pequeño museo. Dentro de ellos uno se encontraba como en aquellos trenes del siglo pasado que salen en las películas. Vagones completamente revestidos de madera y una locomotora de carbón con la pala para meter el carbón en la caldera incluida en el lote.

       Paseé por la estación observando a la gente, era algo que me encantaba. Podía ver gente de todo tipo, pero me decidí a seguir a un hombre de unos treinta años, bien vestido, llevaba una maleta no muy grande e iba leyendo el periódico distraídamente, así que pensé dejarle pronto. Pero no obstante iba en una dirección muy concreta, caminando con seguridad, no como el que pasea sin rumbo mientras espera. El hombre del periódico aceleraba el paso mientras se metía entre los trenes que acababa de ver.

       Me quedé parado, miré la hora, aún tenía media hora para que dieran el primer aviso, así que subí al tren-museo y miré por una de las ventanas. Ya no veía a nadie. "Mierda" pensé, me estaba divirtiendo.

       En ese instante le vi bajar del vagón de delante, iba sin la maleta y esta vez no disimulaba sino que iba corriendo. Ya no le seguí, no podía verle, ahora quería encontrar la maleta.

       Salí del vagón en la dirección en que había salido corriendo para comprobar como se había perdido entre la multitud.

       Me dirigí hacía el vagón donde había entrado aquel hombre. No había nadie cerca.

      Enseguida me di cuenta de que el hombre ya sabía lo que tenía que hacer anteriormente, en tan poco tiempo era realmente difícil esconder una maleta tan bien en un vagón de época donde no había nada fuera de lugar. No podía imaginar los huecos que se podrían encontrar.

       Tardé bastante en decidir comportarme de forma tan desesperada como para buscar bajo de las laminas alargadas de madera que conformaban el suelo. Por suerte lo hice. Las laminas de debajo de un asiento estaban encajadas pero no encoladas como las demás.

       Las levanté y vi la maleta de diseño italiano. En mi incómoda posición la saqué de su escondite y me fui con paso firme hacia el tren que me llevaría lejos. Con más ganas que antes, ya que decidí no abrir la maleta hasta que no llegase la noche, no se porqué, pero a pesar de estar ya en mi dormitorio no estaba muy confiado, durante la noche no hay mucho ajetreo en un tren.

       Me acomodé y volví a sentir esa sensación de libertad que quería conseguir con el viaje. Todo bien hasta que pensé en los problemas que podría ocasionarme el robo de una maleta, intentaba tranquilizarme pensando en que la situación era demasiado extraña como para que lo denunciase a la policía, y eso mismo me ponía tan nervioso. Por la cabeza se me pasaban ideas cada cual más descabellada para un economista de segunda.

       Estuve mirando la maleta esperando que me contara lo que sabía, pensé que cuando llegara a la primera parada en el largo viaje compraría una maleta para meter el contenido y me desharía de la primera.

       Entonces, tras mirarla durante un rato me di cuenta de que tenía combinación de seis números, se me cayó el mundo encima, ahora si que deseaba saber su contenido. Empecé con el 000000 con paciencia, tiempo tenía.

       Vaya forma de pasar la tarde que se me había ocurrido. Iba por el 1039851, y no podía imaginarme las horas que llevaba con la maleta. Cuando fui al vagón comedor, no había ni personal, entonces me di cuenta de la hora que era y decidí dormir.

       Entré en mi compartimento y lo vi todo a oscuras. Ni me había dado cuenta de que con esa iluminación a penas se podía ver la combinación de la maleta. Encendí la luz y deshice mi maleta.

       Antes de acostarme me quedé observando el paisaje, la extensión quedaba limitada por las primeras montañas de los Alpes, los cuales estabamos pasando tangecialmente. Me di cuenta de que ya habíamos hecho la parada de dos horas que se hacía en Marsella, y yo sin darme cuenta de nada, con las ganas que tenía de verla.

       Después de familiarizarme con el compartimento y dejarlo todo en su sitio, me cambié y me acosté. Pensando, como estaba tumbado en la cama de un tren que cruzaba Europa, uno podía tener pensamientos bastante particulares, mucho más particulares si se tenía una maleta de un desconocido de la cual no se conocía el contenido.

       Acabé pensando en si había hecho bien con el viaje. ¿Por qué me había ido? No tenía ni idea. Solo se que quería cambiar, ver otras caras, notar olores diferentes. No soportaba la idea de estar toda mi vida preso de un trabajo, de unos amigos, en definitiva de una sociedad establecida hasta tal punto que no te deja plantearte la idea de si se puede cambiar, o si esa es la forma de vida adecuada. Veía todo tan igual al día anterior que me daba nauseas levantarme todos los días a la misma hora, desayunar lo mismo, hacer el mismo trayecto y ver las mismas caras por muy sonrientes que estuvieran.

       Estuve tiempo pensando en mi vida, mucho tiempo hasta que decidí hacer un viaje por Europa, el presupuesto no me daba para más, aún sabiendo que eso no iba a cambiar nada, después de un mes todo volvería a ser igual. Debería irme para siempre pero ni me lo planteé, sabía de sobra que no tenía valor suficiente para dejar al infierno al que yo me había dejado llevar. Había olvidado todo eso por culpa de la maleta, en ese momento tumbado en la cama decidí pasarlo bien y aprovechar la oportunidad que tenía para ser otro, eso era todo lo que pedía, ser alguien diferente y tener otra vida.

       Aunque ya supiera que acabaría y todo habría permanecido igual en mi mundo predeterminado por mis acciones, no podía desaprovechar una oportunidad como esa para vivir de verdad.

       Imaginé pequeños pueblos con habitantes pintorescos, paisajes nunca antes vistos por mis ojos, acostumbrados a la suciedad de la ciudad. Finalmente me dormí seguramente con una sonrisa esbozada en la boca. Esa noche dormí profundamente.

       Me desperté totalmente descansado, me sentía pletórico realmente, el viaje estaba funcionando, aunque posiblemente mi esfuerzo, mis ganas porque eso fuera así hacían bastante para que yo me creyera mi propia felicidad.

       Mientras esperaba la hora de comer decidí seguir con la maleta, hice pocas combinaciones, ya que me entretenía observando el paisaje, el cual era cada vez más impactante, no se podía decir que fuera lo que se dice bonito, pero me hacía sentir realmente, me imaginé viviendo allí para siempre, no me importaría en absoluto haber nacido allí, en Hungría.

       La vegetación no era muy abundante, pero no dejaba de ser un manto sobre - eso parecía a simple vista- las llanuras que se extendían hasta lo lejos. En mi imagen de el centro de Europa, creada con ilusa imaginación, no veía ni polución ni apenas lo que se conoce como grandes ciudades, nada más lejos de la realidad. Aún no había llegado a Budapest y ya podía sentir como echaba de menos la sensación de paz que había en Austria, pese a haberla cruzado casi tangencialmente. Ya se veían los grandes polígonos industriales, el cielo se tornaba gris a medida que el tren se acercaba al núcleo industrial del país. La escasa vegetación ya no era ni eso, simplemente algunos matojos sueltos posiblemente muertos esperando a ser arrancados por el fuerte viento cargado de impurezas que azotaba en esa época del año a Hungría.

       Salí fuera de mi habitación y me fui a tomar algo al vagón-comedor, me senté en una mesa para dos y pedí un café. Una mujer también sola me observaba desde la barra con cierta curiosidad. Le hice un leve gesto, a modo de saludo, levantando la taza de café. Durante un rato la seguí observando esperando que esa atractiva mujer fuera la aventura que estaba esperando. No pasó nada.

       Con el café acabado me fui al lavabo y descubrí la razón de la curiosa mirada de aquella mujer: mi aspecto no podía ser peor. No me había cambiado desde que subí al tren, no me había hecho el pelo ni afeitado, en verdad estaba hecho un vagabundo con los ojos aún hinchados de la siesta. Decidí irme a duchar y cambiarme.

       Salí del lavabo después de haber hecho unos arreglos de urgencia, cuando pasé por delante de ella ni la miré, me imaginaba lo que pensaría de mi.

       Realmente notaba como era otra persona, viéndome en el espejo del cuarto de baño no veía a un aburrido repetidor, sino a un viajero, de los que no sabes nunca hacia donde irán o que harán allí. Siempre he admirado a esas personas que se mueven por impulsos, que viven lo que hacen y que no se atan a ningún sitio. Por un momento pensé en dejarlo todo definitivamente, pero sabía que era demasiado cobarde.

       El tren estaba llegando a la estación de Budapest, hice la maleta y miré un momento la maleta extra de mi viaje, no sabía ya que hacer con ella. Ya no tenía tanta emoción como al principio, decidí cogerla. Luego ya vería que haría con ella, en mi compartimento no la podía dejar.

       La estación era bastante grande y decorada al viejo estilo de los primeros trenes. La gente no parecía tener mucha prisa, debido, posiblemente, a la grandeza de la estación, que nada tenía que ver con las rápidas estaciones de metro de algunas ciudades. Hacía una temperatura agradable para el calor que pasaba hace unos días en España.

       Salí tranquilo y observando a la gente hasta que me di cuenta de que llevaba una maleta robada. Me puse nervioso y aceleré el paso con lo que resaltaba mucho más que antes entre la multitud.

       Pero, ¿Cómo he llegado aquí? No puede ser que me pase esto a mi. ¿Y si me están buscando?

       Una vez fuera de la estación cogí un taxi y me llevó a un hotel barato de la ciudad. Había pensado dormir la primera noche en un hotel y luego salir a buscar algo, ya sabría el qué cuando lo encontrase.

       Una vez en el taxi, cuando pasaba por delante de un hotel de lujo, vi a la atractiva mujer del tren. No llevaba mucho equipaje por lo que llegué a ver. El taxi siguió su camino hacía el hotel, pese a la insistencia del taxista de recorrer los lugares más pintorescos de Budapest en un improvisado recorrido turístico e incluso de conseguir damas de compañía, las mejores, según sus palabras. ‘Debo llevar la marca de turista en la cara’ pensé ‘pese a intentar ir de hombre de aventuras que conoce medio mundo’. La intención era en vano, claro.

       Compré un periódico y me dispuse a sacarle todo el jugo que pudiera, no podía dejar pasar mi oportunidad. Si de una cosa estaba seguro es que iba a llegar, me tocaba a mi estar atento por si iba muy deprisa.

       Tras leer unos cuantos anuncios me cansé de esa letra tan pequeña, y decidí leer un poco las noticias en si. Como gran noticia y en primera plana estaba la guerra entre Ucrania y Bielorrusia. Por lo que entendí se trataba de una escasa zona de gran riqueza agrícola. Conforme a la situación de los dos países no se que sería más rentable: una guerra con todo lo que conlleva o quedarse sin unas cuantas hectáreas que no reducirían en una cantidad considerable su deuda y ni mucho menos pagaría una guerra.

       Pese a limitar con Hungría las repercusiones de la guerra no llegaban ni mucho menos a Budapest.

       Ya que entre los dos países enfrentados solo habían deudas, ninguna fuerza internacional había intervenido aún, seguramente estarían decidiendo si gastarse su dinero o comprar más bombas, por si acaso atacaban unos marcianos o algo así.

       Me estaba acalorando solo de leerlo, decidí salir a dar una vuelta y empezar a moverme por las calles de la ciudad. Paseé durante diez minutos escasos hasta que llegué a un parque bastante grande y con un tono único de verde mirarás donde mirarás; le daba al parque una sensación de profundidad. Perfecto, pensé.

       Me senté en un banco a la sombra para seguir leyendo mi periódico, bastante arrugado por el nerviosismo de la primera noticia. Me olvidé de esa parte para volver, de nuevo, a la sección de demandas.

       Camarero, limpieza, burgers... no me imaginaba que cantidad de trabajos más sosos y aburridos que el mío había. Alguno interesante remarcado con un boli. Ya estaba haciendo una primera selección para pensar cuando oí una voz justo delante de mi:

       -¡Vaya! Que coincidencia- absorto en mi búsqueda no me había dado cuenta de que la atractiva mujer del vagón-comedor estaba delante de mi. -Cierto- contesté.

       -Nos vemos en el tren y ahora viene a sentarse a mi banco preferido- su voz sonaba amigable y familiar como si fuéramos buenos amigos. No iba a ser yo quien cambiara el tono.

       -Realmente el mundo es un pañuelo- contesté lamentando haber usado una frase hecha.

       -Sí, sí que lo es- dijo sonriendo- ¿Puedo sentarme? Le parecerá una tontería pero le tengo un cierto aprecio a este banco y hace tiempo que no me siento en él.

       -¿Y si tomamos algo en aquella terraza? ¿No le apetece?- señalé una terraza de verano soleada y tranquila, como la ciudad en si.

       -De acuerdo- dijo la extraña mujer-. Por cierto me llamo Elena.

       -Yo soy Juan, encantado- todo lo caballerosamente que supe me levanté e hice intención de iniciar el camino. Ella me siguió y pude observar, para confirmar mis sospechas de que era una mujer de cierta elegancia, que caminaba con soltura y gran decisión. Tenía que ser así, si no se hubiera atrevido a dirigirse a un extraño en Budapest, pese a ser los dos españoles.

       Al momento estabamos los dos sentados en una bonita mesa para dos, bajo la sombrilla el sol no molestaba y la brisa de última hora de tarde convertía la situación en modélica para una buena conversación o un momento romántico con tu pareja.

       Pedimos dos cervezas nacionales y llegó el momento, mi sospecha, de la situación de silencio incomodo. Debía ser hábil y mostrarme inteligente. Confiaba en mi. ¿O no era yo una persona distinta desde que inicié mi viaje? Pero nada más lejos de la realidad. Era una excelente conversadora y la situación fue relajada y agradable, al menos para mi, acostumbrado como estaba a hablar solo de los tipos de interés con mis compañeros de trabajo.

       Trajeron las cervezas en dos jarras grandes y prácticamente heladas. El color rojizo de la cerveza ya presagiaba el fuerte sabor que me esperaba en aquella jarra de excelente relieve, que mostraba, a mi parecer, figuras tradicionales de la cultura húngara. En la de ella me pareció ver la figura de Bela Lugosi.

       Ver a Bela Lugosi con un fondo rojizo, mezcla de tierra seca y fuego, producía una sensación respeto hacía aquella jarra. La cogí con las dos manos y observé la decoración.

       -Son muy bonitas- dijo Elena- deben tener mucho trabajo. Acariciaba con el dedo la mirada de Bela Lugosi con pequeños movimientos circulares sobre el mítico actor.

       -Tiene mucho mérito- contesté yo- siempre me he preguntado como se puede conseguir esa perfección sobre el cristal. Es tan frágil que debe ser realmente laborioso.

       -Prefiero mi papel en este caso- dijo después de dar un pequeño sorbo a la cerveza- disfrutar del trabajo ya hecho, - sonrió - aunque una vez vi como se hacían y es de verdad un espectáculo.

       -Lo imagino- dije- veo documentales.- Los dos reímos un instante, para que al momento se hiciera el silencio. No me sentía obligado a hablar como suele pasar, simplemente observamos el parque en el final del día.

       Era un momento totalmente relajado. No era lo que buscaba durante el viaje pero me alegré de haberlo encontrado. La luz del sol se filtraba por las copas de los árboles del parque y producía un mosaico móvil por la brisa que movía las hojas de los árboles. Todo ello producía una alfombra sobre la acera. El murmullo de la gente en húngaro, era cálido y agradable. Te hacía sentir aislado de todo y a la vez cerca de todo ese movimiento, del ajetreo de las gentes, de la vida.

       Ella parecía sentir la misma sensación que yo en ese instante, ya que en su rostro pude observar una efecto relajante, como el que producía esa ciudad. De repente volvió a la conversación con una pregunta de no fácil respuesta.

       -Por cierto.-dijo- ¿Has venido por placer o por negocios?- me quedé un momento, pensativo.

       -He venido a vivir. -Dije, pensando que era una respuesta que resumía la intención de mi viaje de forma bastante precisa. - a improvisar y cambiar, eso es todo.

       -Vaya. Eso es digno de admiración.- dijo haciéndome sentir realmente halagado.- ¿qué quieres hacer exactamente?

       -Buscaré un trabajo, lo que sea. Intentaré encontrar un apartamento, me da igual que sea una pocilga. Si la cosa sale bien ya veré como sigo- explique el sencillo plan que tanto me había costado trazar- es difícil de explicar. En España tengo un buen trabajo, pero a veces eso no es suficiente para quedarte en un sitio. Necesitaba irme de allí, si no me sale bien volveré, pero si encuentro solo un poco de esperanza aquí, sin duda que me quedo. Bueno, si tengo valor. Pero es una bonita utopía ¿no?. - ella asintió. Parecía interesada en lo que decía.- en verdad no se que quiero exactamente. Solo se que tengo que salir a buscarlo. -Hice una breve pausa, para beber un poco de cerveza vampírica- ¿Has visto un lugar en el mundo?

       -Si,- dijo ella- es muy bonito. Creo que comprendo lo que quieres decir, y si la gente se lo planteara, seguro que muchos más se lanzaban a la aventura. Es decir, los que tuvieran valor. Como tú.- me miró como si me envidiase, como mira un niño a su padre, de forma casi sumisa. O me lo imaginaba yo. Estaba seguro de que esta noche iba a soñar con ella. Una mujer que tenía todo lo que podía buscar. No pensé que fuera amor, ahora ya estoy seguro de que no, lo veía como una relación de respeto y admiración podía ser su amigo. Eso me gustaba de ella, a pesar de su belleza serena, podía ser su amigo.

       -Bueno- continuo ella señalando el periódico- ¿Has encontrado algo?

       -No, nada por ahora- dije mirando el periódico distraídamente.

       -Lo digo porque yo podría tener algo para ti.- bebió el último sorbo de la cerveza- ¿Qué hacías en España?

       -Era contable, pero no he venido aquí para seguir con lo que hacía allí.-contesté con suma curiosidad por lo que me iba a proponer.

       -No, tranquilo, no es eso. Ni mucho menos. Es algo menos fuerte. - dijo sonriendo- ¿Te gustaría trabajar en mi oficina? Se que no es gran cosa, pero no buscabas algo así?

       -¿Haciendo exactamente que?- pregunté claramente intrigado.

       - Llevarías un poco el orden en mi horario de visitas, reuniones y todo eso.- contestó.- Necesito a alguien que hable español. La mayoría de los clientes son de España.

       -Sí, claro. No es mala idea. ¡Si.! -Dije con una gran sonrisa en los labios. -Me gusta ese trabajo.

       -Bueno ya es tarde- dijo Elena- toma, aquí está la dirección ven mañana a las ocho y media, ¿Sabrás llegar o voy a buscarte?

       -No, gracias, ya lo encontraré.-contesté. Me dio la dirección en una tarjeta y nos fuimos a casa.

       Empecé a caminar por el mismo recorrido que había seguido para llegar al parque. Durante el trayecto no podía dejar de pensar en todo lo que había acontecido en un día. ¿Y por qué habría de negarlo? Tenía miedo. No sabía como iban a seguir las cosas a partir de ese momento. Tuve muchas dudas, más que nunca desde que empezó el viaje. Pensé seriamente en volver de "mis vacaciones" y seguir como hasta ahora, no estaba tan mal, ahora que sabía que podía hacerlo. Pero no tenía que engañarme, si volvía en ese momento no lo habría conseguido. Además estaba Elena y no quería dejarla plantada, me resultaba imposible irme sin dar explicaciones, así mismo como decirle que no podía trabajar con ella sin una razón convincente.

       Pensé de nuevo en el viaje, ya no me arrepentía de haber salido de España, de todas formas ¿Quien había allí que valiera la pena? Nadie. No echaba de menos a nadie, en cambio un día en Hungría había conocido a una mujer que me importaba más que mis amigos del trabajo. No era amor, ni que me sintiera atraído, simplemente me importaba. ¿Acaso hay razones especiales para ser amigo de uno y no de otros? Se es amigo de alguien sólo si existe esa chispa, no importa como sea esa persona. Al acabar la conversación con Elena sabía que había chispa. El hecho de que fuera española me hacía verlo más claro. Era una señal. Tenía que irme de esa monotonía, la maleta era otra señal de lo acertada de mi decisión. En España no me hubiera ocurrido nada semejante en siglos. Pero estaba claro de que al irme las cosas me iban a ir muy bien.

       Seguí caminando por las estrechas callejuelas que componían el entramado del casco antiguo de la ciudad. La gente estaba ya en sus casas y la aglomeración de hace unos minutos se diluía rápidamente, como si hubiera sonado el timbre de volver a clase. El Sol ya había desaparecido y la ciudad, como por un milagro, parecía otra totalmente distinta. La iluminación de la parte más antigua de Budapest le daba una atmósfera misteriosa, incluso sensual, podría decir que en ese camino de vuelta al hotel me enamoré de una ciudad en la que llevaba sólo un día.

       Giré una esquina y vi el letrero del hotel iluminado justo lo suficiente para poder leerlo desde la distancia a la que me encontraba, pero más que la floristería que había al lado, cuyas flores proveían de un olor casi sofocante a la calle e incluso al interior del hotel, de todas formas se agradecía verlas cuando salía del hotel, aunque sólo fuesen dos días más.

       Entré en el hotel barato y justo cuando entraba me vino a la mente como una aparición, quizá demasiado imprevista, la imagen de la maleta encima de la cama. Parecía que me esperaba impaciente, como si viera el presente y no fuera el recuerdo de esa mañana. Subí a la habitación rápidamente y entre con violencia buscando con los ojos la dichosa maleta. En ese momento me volví a arrepentir de haberla cogido pero me moría por saber lo que había dentro. Más decidido que nunca decidí abrirla esa misma noche, no esperaría hasta mañana. Mientras pensaba en abrirla me tumbé en la cama. Estaba muy cansado pero no me dormí.

       "Ya es la hora" pensé "por fin voy a ver lo que hay en esa dichosa maleta" el miedo crecía en mi a gran velocidad, ninguna explicación lógica me servía de tranquilizante. Cogí la maleta de debajo de la cama y la puse sobre ella. La observé detenidamente, como si esperara que me dijera algo o que se abriera mostrando su secreto. "¿Secreto?" me dije a mi mismo "el único secreto que habrá ahora será sólo mío y de aquel pobre infeliz" sonreí intentando mostrarme duro y seguro pero mi intento había fracasado, ni el meterme con aquel hombre ni adoptar esa postura de hombre confiado y valiente me ayudaron en absoluto.

       ¿Que se puede hacer cuando estás solo si tienes miedo? Yo que se. En aquel momento tenía miedo y pensé en lanzar la maleta a algún basurero en el anonimato de la noche. No lo hice. Seguramente porque tenía más miedo de salir fuera que de permanecer en mi habitación con mis miedos pero sin desconocidos con una segura pinta sospechosa.

       Cogí el martillo y el destornillador que había comprado hace un momento de camino hacía el hotel. Introduje el destornillador y golpeé con fuerza. Paré bruscamente, pese a no hacer mucho ruido me pareció algo estruendoso. Otra cosa debería pensar.

       Yo, una vez desistí de la idea de abrir la maleta a martillazos, intenté relajarme y dormir para mi primer día de trabajo en Hungría. A punto de irme a dormir me asomé a la ventana para darle un último vistazo a la ciudad antes de dormir, entonces le vi. Un hombre que más tarde me parecería sospechoso, llevaba una gabardina marrón, bastante vieja. Sólo le vi una vez más, justo cuando no se por qué, al encontrarse nuestras miradas me pareció ser observado. Paranoias de alguien que quería abrir una maleta ajena. Algo viejo y encorvado paseaba distraídamente sin mirar hacia ningún lado en especial, no le di importancia y me fui a dormir.

       Esa noche dormí profundamente, desde hacía ya algún tiempo no dormía mucho, los días previos al viaje y en el tren fueron noches de insomnio.

       El siguiente día en el trabajo no pude ver a Elena en todo el día, sólo oía su voz por el interfono, realmente estaba ocupada, no la vi ni en la hora de comer donde estuve charlando con unos compañeros de la oficina también españoles. El día se me pasó bastante rápido, el trabajo no era complicado, solo pasar llamadas, dar recados y controlar algunos papeles. Cuando llegó la hora de irse a casa pregunté por Elena para tomar algo juntos, pero no estaba. Con una sensación de vacío e insatisfacción volví al hotel con no muchas ganas de encontrarme allí una maleta ajena.

       El mismo olor del día anterior me produjo una sensación cálida, agradable... familiar, diría yo. Paré en seco, miré las flores del exterior. Colocadas de forma aleatoria, parecía que no tuvieran cuidado alguno, pero nada más lejos de la realidad, eran demasiado hermosas para creerse que nadie las cuidaba como si de hijos propios se tratase. Entré en la tienda y el olor se multiplicó, aún hoy recuerdo como estuve a punto de desmayarme de lo intenso de la fragancia que allí me aguardaba, y aún hoy sigo buscando unas flores con un aroma como ese, fuerte e intenso, pero también suave y penetrante a un tiempo. Hice que la vieja dependienta me hiciera un ramo a su antojo, no entendía nada de flores y sigo sin saber más que dos o tres nombres que a duras penas relaciono con la flor en cuestión.

       Salí de la tienda con el ramo en mano pegado a mi nariz, me vi a mi mismo extraño caminando con un ramo en la mano no teniendo que dárselo a ninguna mujer amada, de todas formas... ¿a quien se lo iba a dar? No, a las amigas no se les regala flores el primer día que se las conoce. ¿O si? "¡Que coño!" pensé "¡Si son para mi!.¡Vaya tontería!"

       Ya a punto de entrar en el hotel vi al hombre de la noche anterior sentado en un sofá de los que hay en el vestíbulo del hotel, su mirada coincidió un momento con la mía para seguir mirando distraídamente el resto de la habitación. Pensé que era un cliente del hotel pese a tener la gabardina a su lado; está claro que pensé en que lo normal sería haberlo dejado primero arriba para luego bajar y tomar algo, aunque solo fuese el aire, pero lo que me preocupó fue su mirada, algo me dijo que no era un cruce casual de miradas.

       Subí a mi habitación preparado, mejor dicho habituado, a encontrar allí una maleta cerrada y desde anoche con un golpe de destornillador en el mecanismo de cierre.

       Una vez arriba, solo con ella, cogí el destornillador con una mano, el martillo con la otra. Con los brazos caídos en actitud ridículamente desafiante, aunque esta vez efectiva, me acerqué hacia ella, apoyé una rodilla sobre la cama, coloqué el destornillador en un hueco del cerrojo. Respiré hondo mientras subía el brazo. Permanecí en esa posición unos segundos, posiblemente para creerme que podía hacerlo.

       Golpeé con fuerza. Ahora no oí nada. Volví a hacerlo. No se cuantas veces lo hice, pero finalmente el destornillador se clavó completamente. Repetí el proceso en el cerrojo del otro lado.

       Me tumbé en la cama justo al lado de donde estaba ella. Estaba cansado, por un momento pensé que estaba todo hecho "Pero ¿qué hago?" me dije en voz alta "si ahora es cuando viene lo interesante". Me reí.

       En ese momento estaba tumbado en la cama junto a una maleta, mi brazo derecho sobre ella la convertía en mi amante, compartiendo mi secreto con ella, en mi cara se esbozaba una sonrisa de satisfacción. "¡Hecho!" me dije.

       Me arrodillé en la cama, me incliné sobre la maleta y la abrí. La decepción se apoderó de mi cuando vi la ropa que había dentro, "No puede ser que sólo halla ropa" pensé. Empecé a sacar la ropa de la maleta, hasta que vi un paquete bastante bien envuelto. La ilusión de mis aventuras volvieron a mi justo igual que el día que cogí la maleta. Lo desenvolví con cuidado. Enseguida pude comprobar que se trataba de una figura, bastante pesada pese a su tamaño. Ya la podía observar por completo, se trataba de una figura que representaba a la virgen, estaba hecha en mármol y era totalmente blanca. Realmente preciosa pese a no saber nada de arte. La cogí con las dos manos, la levanté y la observé detenidamente. Enseguida vino a mi mente la idea de una obra de arte robada de un museo, e inmediatamente la idea de una nada despreciable cantidad de dinero. Desistí de la idea enseguida. A alguien como yo, seguramente le timarían o lago peor, ya estaba contento por haber timado a unos ‘expertos’. Volví a reír.

       Cogí la maleta para guardarla debajo de la cama cuando vi que aún quedaba algo dentro de ella. Era un sobre. Lo cogí y lo miré intrigado, no me esperaba esto. "Será una nota para el cliente, para pagar o algo así." Volví a pensar en vender la figura, pero tenía mucho miedo, pese a reírme del hombre bien vestido de la estación constantemente.

       Abrí el sobre sin tener ni idea de que el contenido del mismo, me iba a dejar tan confuso. Saqué la hoja del interior del sobre. Vi una carta de una cara escrita a mano, con pluma:

       "Querida Mina:

       Escribir esta carta me cuesta mucho más de lo que nunca me ha costado hacer nada en este mundo. Te pido disculpas por no poder despedirme en persona, pero era demasiado peligroso para mi verte mientras te tengo que decir adiós.

       Se ha confirmado lo que sospechaba, no soy especial para ti, posiblemente es un acto de egoísmo pero si no lo soy no puedo verte porque tú si lo eres para mi y no soportaría mi inventada frustración. Como siempre, nunca pasa lo que quiero que me ocurra. Espero que a ti si.

       Creí haberme encontrado a mi mismo en tus ojos, nada más lejos de la realidad. Tu debes seguir tu camino mientras que yo, sin tener camino alguno que seguir, me doy cuenta de que mi lugar no está aquí, ¿sabes? No tengo a nadie y a nadie le importo.

       Tengo la sensación de que no sufrirás tanto como yo mientras la escribo cuando la estés leyendo, seguramente estarás pensando en nuestro primer encuentro; yo lo hago y sufro mucho por no poder repetir ese momento nunca, en realidad nunca se puede repetir nada. Pero al menos tu no sufrirás, y me alegro. Me alegro de que no me quisieras tanto como yo a ti, de esa forma solo yo lloraré.

       Dentro de cuatro días, el martes, será nuestro aniversario, yo estaré donde nos conocimos esperando que llegue la brisa y esperando que vengan nuestros recuerdos a hacerme compañía. Te pido que no vengas, ya te he dicho que no lo soportaría.

       Me despido con dulce amargura por atreverme a soñar cuando nadie me dio permiso para ello.

       Te quiere:

       Ya lo debes saber."

       Tenía los ojos pegados las líneas del papel que sostenía en mis manos. Pensé en esa historia de amor, en ese final. Intenté hacerme una imagen de los dos. Pensé en la reacción de ella al leer la carta si es que le había llegado. En una palabra me quedé prendado de una declaración tan determinista.

       Los planes me cambiaron por completo, no podía dejar a aquella mujer sin saber que había sido de su amado, o lo que fuese. Estaba realmente confuso, ¿Cómo podía hacerle llegar la carta? Y la figura a lo mejor era un regalo, pero no lo menciona en la carta, seguramente no vale todo lo que había imaginado.

       Decidí que el viaje había acabado, mañana pasaría por última vez por delante de la floristería, también decidí escribir lo ocurrido, no se por qué, pero empecé a hacerlo sobre las diez de la noche y ahora acabando este relato son las tres y media pasadas. No se quien lo puede leer, ni siquiera si alguien lo leerá alguna vez, me imagino un lector imaginario que me comprende y con el cual tendría una relación mucho más íntima que con cualquier otro, pese a no conocerle.

       Ahora voy a dejar la maleta con todo su contenido en cualquier lugar y mañana me despediré de Elena. Aún no se donde voy a ir, España o cualquier país para probar suerte de nuevo, este no se por que y ano me atrae en absoluto. Ya veré lo que hago.

       El sueño ya me está venciendo, el bolígrafo cada vez es más pesado, acabo de bostezar largamente. Será mejor que deje la maleta y me acueste. Mañana o pasado ya contaré lo que ha pasado. Ahora me voy, tengo cosas que hacer...

       Epilogo:

       Tomo aquí el relato para concluir la historia que Juan, un pobre desafortunado que se metió donde no debía, inició. No se por qué lo hago, sólo se que cuando entré en la habitación de Juan, vi un montón de folios escritos de forma desordenada, y a juzgar por la forma de la letra, demasiado apresurada.

       Aunque será mejor que me presente. No diré mi nombre porque no interesa a nadie, pero si diré que Juan me presentó como un hombre algo viejo y encorvado que le parecía sospechoso de observarle.

       Sí que debo estar viejo porque no debería haber sospechado nada, de todas formas como el mismo hizo, lo achaco a la presión de tener una maleta ajena.

       Ahora, lector imaginario, seguro que debes estar preguntándote que le pasó al dejar la maleta. Empiezo:

       Yo, como la noche anterior estaba abajo, en la calle, por si se le ocurría salir. Al acabar de escribir su historia salió nervioso y con una maleta en la mano. Llamé a mi superior y le seguí. Caminó durante una hora por las calles de Budapest, dando vueltas sin rumbo fijo, se giraba constantemente para ver si le seguían aunque esta vez no me vio.

       Finalmente vio un callejón lleno de basura, oscuro y mucho más húmedo que las calles principales. Resultaba gracioso ver lo sospechoso que era un turista en un callejón sin salida a esas horas de la madrugada. Lanzó la maleta, seguramente no pensaba con claridad en esos momentos, porque si lo que quería es hacer llegar la carta a la ‘amada Mina’ ese no era el mejor lugar para hacerlo. Imagino su confusión y nerviosismo. Después de dejar la maleta en una montaña de basura fue corriendo hacía su hotel. Allí, si todo iba bien estaría mi superior esperándole para aclarar las cosas. Mi trabajo sólo era informar.

       Llegó en media hora al hotel, no dio tantas vueltas. Una vez allí me fijé en como miraba por todo el vestíbulo buscando a alguien, seguramente a mi. Entonces me vio en la puerta del hotel. Me saludó con un hilo de voz apenas imperceptible.

       -Hola, ¿Quien es usted?-

       -¿Yo?- contesté haciéndome el borracho- Y a usted que coño le importa. Putos turistas, ¿qué se cree usted que soy? ¿Una atracción para turistas?- caminé torpemente hacia el ascensor y subí hacía su habitación. Por supuesto paré en el piso anterior. Luego subí y esperé en el rellano a que subiera, esta vez bien escondido, esperando que la actuación de viejo borracho hubiera funcionado.

       Al momento oí el ascensor, e inmediatamente después vi como más nervioso que antes abría la puerta de su cuarto.

       -¿Elena?- dijo sorprendido y animado a un tiempo- ¿Qué haces aquí?

       Después Elena me llamó. Entré en la habitación y le hice un gesto diciéndole que sabía donde estaba la maleta. Juan estaba terriblemente asustado. Elena, tras un pequeño interrogatorio, invitó a Juan a llevarle donde estaba la maleta. No se si por el miedo o por la decepción, a Juan se le veía diferente, respiraba rápidamente y se movía sin parar.

       Yo les seguí hacía le callejón sabiendo que Elena no quería a Juan para que le dijera donde estaba la maleta, para eso estaba yo.

       Llegaron al callejón y Elena cogió la maleta con la figura del siglo XV y la carta en clave con las instrucciones para realizar el cambio. Cerró la maleta, sacó una pistola y disparó a Juan una sola vez. Cayó en la montaña de basura justo donde momentos antes había dejado la maleta.