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Llamadme Heraldo de las Calaveras, llamadme lazareno, llamadme Sabbat... Pero no nos llaméis nigromantes. No nos comparéis con esos bastardos. Os contaré lo que ocurrió hace ya más de 500 años.
Ese maldito Augustus Giovanni, chiquillo de Ashur, el maestro de los maestros del arte de la muerte, fundador de los Capadocios, comenzó a dar el abrazo a multitud de humanos sin pensar en nada, sólo en levantarse contra nuestro Señor. Fue un combate terrible: estos monstruos nos superaban en número, nuestras fuerzas no eran suficientes contra aquella amenaza. Muchos de mis compañeros fueron torturados de formas tan repulsivas que son difíciles de expresar incluso en papel. Cada vez que recuerdo sus cuerpos agonizando siento más ira contra esos miserables usurpadores.
Sólo sobrevivimos unos pocos, por desgracia yo entre ellos. Habría preferido morir antes que soportar esta humillante y pesada carga. Por si fuera poco Giovanni, durante la revuelta, diabolizó a Capaddocius, destruyendo nuestras esperanzas con ello. Ahora, los últimos descendientes de Ashur, maestro de los maestros del arte de la muerte, vengaremos a nuestro Señor. Uno de nuestros más sabios ha leído en la biblioteca ocultista aceca de un poder sobrenatural que permite transformar al vampiro en un wraith para salvarse de la destrucción. Aún hay esperanza si es cierto.
Quizás nuestro Señor aún esté presente al otro lado del Manto esperando la llegada de la Muerte Definitiva de Giovanni y todos sus descendientes. Nos encargaremos de que así sea. Si Ashur, maestro de los maestros del arte de la muerte, volviese, arrasaríamos. ¿Qué estoy diciendo? Somos un puñado en comparción con ellos. Pero somos más poderosos, juntos podríamos con todos y cada uno, y si conseguimos ayuda, mejor. Muchos de mis compañeros se niegan, pero debemos aliarnos con cuantos podamos.
Ahora debo guardar esta carta donde nadie la encuentre; no quiero problemas. Seguro que nos destruirán si hallan esto por aquí.
Amphios, Matusalén de los Heraldos de las Calaveras (Capadocios)