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Ahora, mis oscuros y profundos ojos de vampiro estudian con desgana el movimiento del cálido líquido carmesí en la copa cristalina a la que doy vueltas con delgados y mortecinos dedos. Y ahora, todavía, puedo recordar con apatía e infelicidad cómo empezó todo. Cómo me lancé de lleno al mundo de la desesperanza, los remordimientos, la locura y la condenación eterna. Cómo penetré y me hundí en esta vida de tinieblas.
Recuerdo que por aquel entonces era yo un apuesto y renombrado hombre de negocios, rico y poderoso, y propietario del señorío de Nueva Victoria, en el condado de la Oliva en el Admorum de los Vasos Apolinares, del reino de Jaén. Dueño y Señor de amplias tierras, poseedor de múltiples títulos que ahora carecen de sentido para mí, mi vida no podía ser más dichosa, en especial después de conocer al primer amor de mi vida, y al único rodeado de una esencia enteramente humana. Elenna era blanca y pura, y en sus radiantes ojos brillaba la luz del esplendoroso sol del mediodía todas las jornadas, cuando regresaba a nuestro hogar con ella, dispuesto para el almuerzo, la charla y el amor, tras mi diaria inspección rutinaria a caballo por los feudos que me pertenecían por derecho y por ley. Corría el año 1779 de nuestro Señor, y gozaba yo en aquel tiempo de veintidós años jóvenes y límpios, uno más que el número de primaveras que Elenna había contemplado y uno menos de los que ahora aparento, tras siglos de agonía y desesperación.
La beatitud y gloria de nuestras vidas eran plenas; nos amábamos y nuestra casa era bendita, mas muy pronto todo eso fue arrastrado por el destino igual que hojas de otoño barridas por una corriente de frío viento invernal.
Me encontraba yo gozando de la compañía de mi amada Elenna, cuyos cabellos eran dorados como el amanecer, caminando despacio con su brazo agarrado al mío por el paseo de las Brezas una oscura y fresca noche de verano. Habíamos estado haciendo el amor bajo los almendros varias horas, y tras una larga conversación en el paseo del lago, ahora tan sólo nos dedicábamos a aspirar el frescor de las flores estivales y a escuchar el croar de las criaturas de las aguas del lago al compás del andar de mis mocasines sobre el empedrado.
Fue entonces cuando surgió de pronto la figura de un ladrón, o lo que yo creí en un primer momento que era un ladrón, tras el muro de las enredaderas, apuntándonos con un florete largo y afilado. Pidió la bolsa y yo se la cedí, no a causa de cobardía en mi corazón, sino más bien instigado por las palabras suplicantes de Elenna, que no deseaba correr riesgo alguno.
Pero el rufián hizo después la obscena petición de contemplar los pechos de la Señora un instante, amenazando con matarla si no se cumplían sus propósitos, y en ese momento no pude contener mi rabia y le ataqué con toda mi furia. Los senos de una bella mujer noble no eran para los de tan inestimable calaña, pensé yo dominado por la ira y el orgullo, y menos si pertenecían a mi propia querida esposa. Ahora medito y considero la posibilidad de que tal vez si hubiera obrado de otra forma los resultados hubieran sido diferentes y mi destino sería otro distinto, mas es difícil de sentenciar sabiendo lo que después supe y descubriendo como descubrí que mi hado estaba ya escrito aún en contra de mi voluntad. Pero de nada sirve ahora pensar lo que pudo o no pudo haber sido y sucedido.
Desenfundé mi espada con toda la rapidez de que fui capaz, y con palabras amargas y duras le desafié, defendiendo el honor de mi esposa. Pero él se burló de mis insultos y de mis amenazas y esgrimiendo el arma con una ligereza nunca antes contemplada por mis mortales ojos, me infligió dos heridas antes de que yo tuviera tiempo de detenerle, una en cada uno de mis antebrazos, dejándome totalmente inútil para la defensa, mía propia o la de... mi esposa Elenna.
Pero no me mató. ¡Ay! Aquí mi infortunio comenzó a hacerse notar. Porque en lugar de terminar su asunto conmigo, lanzó una estocada límpia y rápida contra mi querida Elenna traspasándole el corazón y causándole la muerte casi inmediata. Los ojos de Elenna quedaron posados sobre mí justo antes de traspasar el umbral de la vida y la muerte, y sus suaves y cálidas manos cayeron sobre su regazo inertes.
Exhalé un grito espantoso desde mi posición en el suelo, y arremetí contra el bandido con el propio peso de mi cuerpo. Pero este esquivó mi desesperado ataque de venganza con unos reflejos inhumanos, y echó a correr paseo alante, perdiéndose en la oscuridad del callejón.
Tropecé y caí junto a Elenna, comprendiendo que jamás podría seguir al vil malhechor, y agarrando las muñecas de Elenna con mis propias manos entendí también que ella estaba definitivamente muerta. Entonces la levanté y la abracé, y mi cuerpo se manchó con su sangre. Y así terminó mi primer gran amor, y así mi condena y la historia de mi no-vida comenzaron, para mi propia desgracia.
Durante los meses siguientes busqué desesperadamente y por todos los medios de que fui capaz un indicio que me llevara hasta el malvado bandido culpable de la muerte de mi esposa, una señal, una pista que me condujera a la morada de mi odiado enemigo, para estrangularlo con mis propias manos. Pero mis intentos fueron en todo momento infructuosos y finalmente abandoné mi búsqueda y mi venganza, cayendo a partir de entonces en un estado de lamento y tristeza incomparables.
Varios meses después la demencia había empezado a ganar terreno en mi mente, para infortunio de la cordura, y en mis más oscuros y profundos deseos veía a la muerte como una salida digna y un escape total al dolor que imperaba en mi corazón.
Solía pasear por las calles atisbadas de borrachines del barrio marginal de la localidad de los Vasos Apolinares, con enormes dosis yo también de alcohol contenida en mi sangre, fruto del vino que ingería cada noche en las sucias tabernas, mohosas y ruinosas, de este destartalado barrio. Había descuidado así mismo mis ocupaciones como regidor de Nueva Victoria y mi registro diario de las labores llevadas a cabo en mis tierras, y mis esclavos y sirvientes me encontraban profundamente apenado, a menudo con la mirada vidriosa perdida en el vacío. Entraban a veces preocupados en mis aposentos para preguntarme sobre mi estado, o lo hacían en el comedor cuando me observaban no probar bocado alguno, y yo los echaba como a insectos, de mis estancias privadas o incluso del comedor, como si ellos mismos tuviesen la culpa de mis desdichas. Y es que mi corazón era un puño cerrado y apretado. Nada tenía sentido para mí sin la compañía de la dulce Elenna. Ansiaba la muerte del mismo modo en que los conquistadores aman la victoria.
Entonces fue que, en una de mis noches de deambular por las callejas nada prósperas del barrio antiguo de los Vasos Apolinares, bien bebido de vino tinto de baja calidad y gran resaca posterior, me encontré con el guardian de mi sino, el poderoso personaje oscuro que me introdujo en el mundo de tinieblas, que me condenó a una vida sin luz y poblada de dolor, mi futuro Sire.
Se me presentó aquella tétrica noche, surgiendo de entre las tinieblas como por arte de magia. Recuerdo que llovía sin parar, y me tendió una enguantada mano para ofrecerme una alentadora guía hacia un refugio en el cual resguardarse de la abundante capa de agua que caía desde el nuboso manto de la noche. Accedí a su ayuda, puesto que mi mansión andaba lejos y no tenía nada que hacer en aquel momento, ni ninguna ocupación se formaba en idea, y en seguida me encontré en una estancia amplia y bien decorada, en un hotel de las afueras, que contrastaba de forma casi desagradable con la degradación de las calles exteriores.
Allí se me despejó la nube que atormentaba mis sentidos y la vista se me aclaró, empañada como estaba anteriormente por el efecto de la bebida, y pude contemplar el temple orgulloso y altivo del extraño personaje. Era alto y de constitución normal, y vestía exquisitamente con un frac negro. Me habló con palabras claras y directas, como quien tiene una prisa impaciente por llevar a cabo su misión:
- Puedo hacer que la angustia que sentís por la muerte de vuestra esposa termine en breve, cese y se apague como una llama bajo un vendaval del desierto.
- Que sea rápido - pedí yo, tan seguro como estaba de que se refería a terminar con mi vida y totalmente decidido a aceptar su oferta.
- No se trata de lo que vos estáis pensando. Os ofrezco una vida totalmente distinta, en la que muy pronto el dolor que os invade será suplantado por emociones de muy diversa índole y mucho más fuertes que las que sentiréis como humano.
Aquellas palabras me desconcertaron sobradamente, y frunciendo el ceño le pregunté:
- ¿Quiénes sois? ¿Y cómo es que conocéis mi maculada historia y el dolor de mi corazón?
A lo que él respondió:
- Eso no importa ahora. Lo que importa es vuestra respuesta inmediata. Os ofrezco un don que os hará olvidar a vuestra esposa. Pero no os garantizo paz de espíritu, pues otros dolores infinitamente más terribles taladrarán vuestra razón.
- Olvidar a mi esposa en vida es imposible- dije yo sin titubear, y por aquel entonces no sabía cuánto de acertadas eran estas palabras -. Pero si me decís que habrá otros dolores que eclipsarán el que ahora me trae de cabeza, quiero comprobarlo.
- Os lo advierto. El mundo de tinieblas no es para un espíritu débil.
- No soy débil. ¡Y ahora decidme de una maldita vez de qué se trata! ¿Qué misterio me ofrecéis?
Entonces, sin dudar un solo instante, se abalanzó sobre mí y me cubrió por entero con su capa. Sentí el beso de la muerte en mis propias carnes, y sus colmillos fervientes taladraron la carne de mi garganta antes de empezar a chupar mi esencia.
Sentí como mis fuerzas iban desapareciendo bajo su influjo, como mi vida se extinguía bajo su poder. Mi vida se empañó de sangre, y en mitad de la oscuridad visualicé una luz, a la que no llegué a conocer de cerca. Porque muy pronto, la vida volvió a mí en un suspiro y en mitad de unas náuseas increíbles, y el arrebato de deleite más grande jamás sentido por mí hasta aquella fecha inundó mis pensamientos y sentimientos. Un dulce néctar divino perforó mi garganta, quemándola y causándome un placer indescriptible. Y abriendo los ojos de nuevo, contemplé a Gerard, que así se llamaba el vampiro que me hizo, sujetando su muñeca frente a mi rostro. Y de su muñeca abierta goteaba el líquido rojo que tanto placer me había proporcionado y que me había devuelto a la vida, aunque no sé si la denominación 'vida' es totalmente correcta.
Así fue como mi transformación fue completa, y cómo mi vida en muerte se inició, mi horrible vivencia como vampiro, mi maldito destino. Deseé haber contemplado una última puesta de sol antes del terrible Abrazo de Gerard, pero era ya demasiado tarde. No pude despedirme de la luz del astro rey, y nunca jamás la volvería a contemplar.
Muy pronto Gerard de Laurent comenzó a enseñarme todo lo que sabía sobre la realidad del vampiro o Vástago, o al menos así lo creí yo; y el trauma del Abrazo fue evadiéndose poco a poco bajo la sombra de nuevos pesares, aunque nunca el primero de los dolores de la no-vida vampírica desapareció, el traumatismo de la conversión, y tampoco en un principio el nudo en la garganta por la muerte de Elenna.
Mi cuerpo ahora tenía reacciones diferentes; era como vivir con mi alma personal enmascarada y cubierta por otro ser, de índole totalmente distinta a la mía propia, y así era en verdad. Resultaba extraño comprobar que no era ya necesario respirar para sobrevivir, ya que los pulmones no servían para nada ahora que mi impío cuerpo estaba materialmente muerto. De la misma forma, el corazón no latía ni bombeaba sangre, y mi pulso era inerte. Solamente la sangre de otras personas suministraba a mi cuerpo de vampiro la energía suficiente para la locomoción propicia de cada miembro, y para el correcto funcionamiento de mi mente, como dentro de unos segundos explicaré. Ya no era capaz de saborear y tragar la sabrosa comida normal y corriente, dormía de día y muy despierto estaba durante la noche. No obstante, mi celeridad, fortaleza y fuerza se engrandecieron con el cambio, y también me había sido concedido el poder de escuchar y ver ciertos aspectos del mundo que anteriormente a mi metamorfósis era incapaz de imaginar siquiera; mis sentidos habían despertado según una orden mística. Empero, todos mis nuevos dones no fueron capaz de mitigar el infierno en el que me había adentrado, pobre de mí.
Al principio traté de resistirme a los inhumanos consejos de mi Sire y a mis propios instintos caníbales, y trataba de controlar la Bestia que ardía en mi interior, así como me esforzaba por no beber la sangre de mis prójimos. ¡Alimentarse de sangre humana era tan terrible para mí! Pero el Hambre era tan absolutamente atroz que nada ni nadie podía contenerlo del todo al final. Y finalmente caí, una y otra vez, y llegué a asesinar a mis víctimas para así aplacar a la Bestia interior.
Recuerdo la primera vez. Se trataba de una damisela de rostro sonrosado que se dedicaba al oficio más antiguo del mundo. La mujer se asustó un poco al principio al ver a la luz de las antorchas mi semblante pálido y mis ojos ardientes. Pero en seguida se agarró a mi brazo y me condujo por un sendero oscuro, en camino quizás hacia el burdel donde trabajaba. Ella reía sin parar y no paraba de besarme el cuello. Y cuando al fin estuvimos a una distancia prudencial de las calles principales y con la suficiente oscuridad, que proporciona la seguridad del ataque del vampiro, Gerard apareció detrás de mí y me indicó que aquel era el momento. Entonces agarré por los hombros a la prostituta y coloqué mis colmillos sobre su garganta. Ella trató de chillar, pero su grito de auxilio y terror quedó ahogado cuando mis armas mortales rasgaron su carne y dando con una arteria comencé a chupar. El Hambre me atormentaba, y comencé a sentir de nuevo ese éxtasis que me había llenado por completo el cuerpo de un goce sin igual. La vitae se extendió por mi cuerpo como manjar de Dioses, y la lujuria me hizo absorver más y más aprisa.
Cuando me detuve, saciado por completo, supe que la mujer había muerto. Pero mi Hambre había sido mitigada, y la demente Bestia interior estaba calmada.
- Lo siento - susurré entre sollozos, abrazado al cuerpo inerte de la fémina, cuyas ropas se habían ensuciado de sangre y lágrimas carmesíes -. En qué me he convertido, Dios mío... ¡en qué me he convertido, en qué!
Aquel día sentí mis primeros remordimientos, y no fueron los únicos ni los últimos.
Gerard me contaba que era necesario acallar a la Bestia para que esta no surgiera al exterior del ser, lo que provocaba una reacción que él llamaba "frenesí" y que hacía enloquecer completamente al vampiro que era poseído por ella; y esto era todavía más peligroso para el mismo vampiro y para los mortales a su alrededor que si de vez en cuando un cuerpo era tomado para controlar ese Hambre aterrador. Y yo le creí en todo, y ahora sé a buen seguro que era cierto. "Bestia somos para en bestia no convertirnos", parafraseaba irónicamente él. Sin embargo, el solo hecho de pensar lo que era imprescindible para mi cuerpo, lo que necesitaba afanosamente para sobrevivir, me aterraba y atormentaba, y llenaba de pánico mis sueños diurnos, transformándolos en horribles pesadillas sin sentido, cuando el sol avanzaba sobre el firmamento y yo tan sólo podía descansar.
Pero la razón de existir de este ansia de la sangre, de este apetito voraz e infrahumano que generaba la carencia de flujo sanguíneo humano, no era únicamente debido a la necesidad de mantener a la Bestia dormida en mi interior y de aplacar mi Hambre. Porque el Hambre era mucho más que eso. Provocaba un placer inexplicable y colosal, como el que ya he tratado de comentar, y el defecto de vitae ocasionaba dolor y angustia en mi apagado cuerpo de ente de las tinieblas. Y tras absorver la fuerza viva de cada víctima, la adicción por aquella poderosa fuente de alborozo y delicia se acrecentaba. Esta adicción era excesivamente más poderosa que cualquier droga mortal, y este estado de éxtasis que producía su consumo era infinitamente más placentero que cualquier orgasmo humano. Y el sexo para mí ya no significaba nada, independientemente de que en mi nuevo estado fuera capaz de practicarlo o no.
Muchas otras dudas fueron resueltas por Gerard, y hubo innumerables respuestas a cuestiones pobladas de curiosidad por mi parte. Enseguida aprendí que las leyendas que rodeaban la figura clásica del vampiro eran sólo eso: leyendas; y que la verdad era mucho más rica y compleja que la que se conocía públicamente a través del mito. No obstante, todo cuento tiene una base de verdad, y eso también se aplica aquí, en el mundo de la Estirpe.
El ajo y el agua corriente son las mayores falacias que sobre nosotros se han dicho y escrito. El ajo y otras hierbas supuestamente mortales para nosotros nos causan el mismo daño que puede causarle a cualquier mortal, y en el caso del agua corriente somos todavía más inmunes a ella que los humanos, dado que estamos tangiblemente muertos y por tanto no podemos ahogarnos. Tampoco es cierto que no podamos entrar en morada alguna sin ser invitados por un anfitrión. Un vampiro es libre de viajar a donde desee, y de entrar donde le plazca si los medios así se lo permiten, y los medios de un príncipe de las tinieblas son superiores a los de cualquier mortal. Así mismo, las cruces, el agua bendita y otros elementos religiosos no producen efecto alguno en nosotros, salvo que el portador de estas esté dominado por una ciega Fe divina, en cuyo caso es esta fe canalizada a través de dichos objetos la que causa ese malestar y ese terror en el vampiro. Nunca he comprendido bien esta cuestión, pero ciertamente la fe es un arma poderosa de la que pueden hacerse valer los mortales para combatir a sus más fieros depredadores.
En cualquier caso, es cierto que las estacas de madera son una forma fiel y peligrosa, si no de matar completamente a uno de los nuestros, sí al menos de paralizarlo de forma total, atravesando su corazón con esta mortífera y extraordinaria maldición de punta afilada. Y también es verdad que la luz del sol quema la piel y priva de la existencia a los vampiros. El sol, fuente de vida y de iluminación, es nuestro mayor y más mortal enemigo. No hay forma alguna de combatirlo, y por consiguiente el único modo de protegerse de sus fauces es evitándolo. Además, nuestros movimientos se vuelven lentos y costosos durante el día, y nos cuesta mucho trabajo mantenernos despiertos cuando el sol gobierna la azul capa celeste. Y para colmo, la oscuridad y tranquilidad de la etapa nocturna nos facilita la seguridad necesaria para obrar con considerablemente menor riesgo cuando nos disponemos a obtener a nuestra presa. En definitiva, estamos significativamente destinados a subsistir eternamente en una vida nocturna.
Porque, realmente somos inmortales, y salvo la luz del sol y el fuego, nada nos daña de manera irremediable. Las espadas rasgan y hacen daño, y también las armas de fuego; pero las heridas curan. Los miembros pueden ser amputados, pero en seguida crecen. Las caídas, la asfixia, las enfermedades... sentimos dolor, pero nada de esto puede acabar con nosotros. Y además, nuestro cuerpo no envejece con el paso de los dolorosos años; se mantiene de forma similar al aspecto que teníamos cuando nos privaron de la vida mortal, salvo ligeras diferencias como los retráctiles colmillos y el color pálido de la piel, debido entre otras cosas a los siglos de los que podemos ser testigos sin atisbar ni siquiera un solo fino rayo de sol. Nuestra inmortalidad es a la par nuestro poder y nuestra condena, nuestra pujanza y nuestra damnación eterna.
Y de esta forma, terminé por último sabiendo de la existencia de otros como nosotros, de la forma en que la población vampírica estaba organizada y de su división en múltiples clanes y sectas, ya que la Estirpe también poseía sus reglas particulares, su estilo de vida y su amoral sociedad.
Viajamos por numerosos lugares de toda Europa: París, Roma, Amsterdam, Sofía, Viena, Ginebra, Frankfurt, Estocolmo, Milán, Oporto, Atenas, Londres... Habían transcurrido ya varias décadas desde mi monstruosa transformación y cada día que pasaba tenía claros muchos menos aspectos. Los remordimientos me acosaban como diablos surgidos de mi propio ego. Los fantasmas de mis víctimas me atormentaban durante el descanso matutino, y la sombra del pasado todavía no había desaparecido del todo, aunque bien es cierto que Elenna se me presentaba más y más borrosa a cada momento. Y yo le solía preguntar a Gerard:
- ¿Cómo podéis vivir con esta terrible carga?
Y sin tan siquiera dignarse a dedicarme una mirada, me aclaraba casi con desprecio:
- Todos los neonatos sois iguales, preocupándoos por la Canalla que nos da el poder y la vida. Con el paso del tiempo aprenderéis a resignaros y a aceptar lo que sois y en lo que os habéis convertido. Entonces desaparecerán vuestros temores y vuestras aflicciones, y vuestra conciencia caminará tranquila. Del mismo modo en que se ha aceptado el capricho de la naturaleza que lleva a unos seres a alimentarse de otros, tal y como el hombre se alimenta de los animales y estos de las plantas, llegará un día en que comprenderéis que esto forma parte del ciclo de la vida. Somos la cúspide de la pirámide alimenticia, el depredador último de las criaturas del mundo, y eso no puede alterarse, aunque sí admitirse y recibirse con orgullo.
- Pero... ¡somos monstruos! ¿Qué me decís del frenesí? ¿Qué me decís del espectáculo y los estragos que la Bestia interior provoca cuando se muestra en todo su apogeo?
- Son reacciones instintivas, fruto de un Hambre natural.
- ¡Un Hambre totalmente irracional, un Hambre inhumana! Vos me contásteis una vez aquella historia de Sires que encerraban a sus Chiquillos recien convertidos en una celda junto con sus congéneres, varias noches seguidas, hasta que les era imposible el aguante y el Hambre los enloquecía por completo, la Bestia imperaba en ellos y finalmente acababan asesinando a sus amores para poder consumir su esencia vital. ¿Es eso acaso natural? ¿Va eso ligado a las emociones del hombre, a la humanidad? Para mí, monstruos es la palabra que nos define completamente...
- Es vuestro punto de vista. El ansia del Hambre no es sino un estado de alarma del alma hambrienta, que mediante un resorte pide su dosis diaria de energía. Es la respuesta de nuestra anatomía ante una tremebunda necesidad, y esto es tan cierto como que la noche hace acto de presencia cuando el sol se pone en occidente. Recordad lo que os digo: tarde o temprano cambiaréis de opinión. Siempre se acaba aceptando la naturaleza propia. O enloqueciendo, y ya es muy tarde para que vos acabéis de este modo.
En esto Gerard llevaba toda la razón. Pero nunca jamás llegué a acostumbrarme a mi forma de vida, al modo de ver las cosas de Gerard y a su descarada inhumanidad, mientras este estuvo con vida.
Fue durante una corta estancia en Venecia donde conocí a la dama que ocupa la primera posición en importancia en mi vida, por encima de Elenna. La estrella de Europa, la dama oscura, la duquesa de la góndola, o simplemente Evaluna. Apareció una noche en la cual me había separado temporalmente de Gerard para alimentarme, y caminaba despacio por un barrio de deliciosa belleza arquitectónica, observando el paseo de las caras góndolas nocturnas por el canal adyacente, que transportaban a las más románticas y ricas de las parejas de enamorados.
La vi venir hacia mí en una de las preciosas naves, e iba sola, salvo por el alto gondolero que guiaba la embarcación y que la ayudó a bajar a tierra firme. La dama pagó al muchacho, que se alejó con la góndola canal abajo, y seguidamente se me acercó despacio. Anduve sin detenerme, haciendo que no la había visto, puesto que suponía equivocadamente que había debido confundirse con otra persona, y quería atraerla hacia algún lugar de características más tranquilas e íntimas para proceder a mi horripilante caza. Pero ella se presentó frente mí con sorprendente velocidad, y tras observarla detenidamente supe que se trataba de otro vampiro. Quedé fascinado ante su indescriptible belleza física, y fui testigo del aura de majestuosidad que rodeaba su esbelta figura. Vestía totalmente de negro, y sus largos cabellos eran así mismo azabaches como una noche sin luna, en cristalina disparidad con la blancura que presentaban sus delgados y suaves brazos y las delicadas y hermosísimas facciones de su rostro.
- Saludos, caballero - dirigió sus palabras hacia mí al tiempo que me dedicaba una sonrisa.
Gesticulé una reverencia, y besé su mano, antes de contestar:
- Buenas noches, señora; a su servicio.
- Mi nombre es Evaluna. ¿De caza por estos lares? Nunca os había visto por aquí. Sois nuevo en la ciudad, ¿verdad?
Me sorprendió la simplicidad con que pronunciaba aquellas palabras, pero no dudé en contestarle:
- Sí, he llegado hace aproximadamente un mes, y partiré pronto. Sólo estamos de paso.
- ¿Estamos?
- Viajo con... un amigo.
- Sé quién es aquel al que llamáis amigo, y eso me sorprende. Su reputación le precede, y no es frecuente verlo con amigos.
- ¿A qué os estáis refiriendo exactamente? Si me permitís la pregunta y el interés que esta despierta, Lady Evaluna.
- No es mi deseo meterme en asuntos que no son de mi incumbencia, así que prefiero desviar la conversación hacia otro tema de mayor interés. Disculpad pues la desfachatez del comentario.
- Estáis disculpada, distinguida señora. Contadme entonces, ¿qué hace una dama como vos viviendo en una ciudad como esta?
- ¿Qué mejor ciudad que la que nos ocupa para dedicar algunas décadas de la interminable existencia? Es un lugar agradable, de belleza indudable, y con grandes facilidades para la caza, la alimentación y la ofuscación. Es una urbe ideal. Venid conmigo, os enseñaré la ciudad.
- Por favor, si sois tan amable- acepté, cediendo mi brazo.
Nada más pude averiguar sobre ella en aquella ocasión (y poco más en las siguientes), a pesar de que disfruté de su compañía toda la noche y de que incluso accedí a compartir la intimidad del acecho de la presa con ella. La vi varias veces durante mi permanencia en la magnífica ciudad italiana, pero ella no hablaba más que de motivos banales, y nunca volvió a hacer alusión a Gerard, aunque yo le insinué mi deseo de ello guiando la conversación en vano en un par de ocasiones. Tampoco hablaba de su pasado, de su transformación o de sus anhelos, y nada pude sonsacarle en relación con sus designios o con su historia personal.
Caminábamos juntos a la luz de la luna o de las estrellas, escuchando el sonido del suave mecer del agua, como si de dos amantes nos tratáramos, y la aflicción de mi corazón se suavizaba un trecho en su compañía, reservada y también cálida.
Pero una noche Gerard tuvo noticias de nuestros agradables paseos nocturnos; en cuanto se enteró me pidió audiencia y habló seriamente conmigo acerca de ella. Me aconsejó dejar de verla, por muchos motivos, siendo uno de ellos la poca fiabilidad que según Gerard la dama oscura ofrecía. Su singular discurso fue bastante inteligente, sus serias palabras convincentes; por lo tanto le hice caso en todo y dejé de ver a Evaluna, dado que en aquel tiempo no conocía bien a la misteriosa vampiresa y sin embargo confiaba en Gerard, aunque no plenamente. Al menos cierto es que era mi maestro y guía. Pero nada le dije a mi Sire acerca del comentario de ella la noche en que nos conocimos.
Mas con el tiempo, la mitificación y el respeto hacia Gerard perdieron vigor, y también el aire paternal que solía emanar de él en los primeros años. Ya no podía soportar su dejadez y su falta de respeto ante la vida humana, y la confianza depositada en mi Sire fue decreciendo paulatinamente. Porque una vez comenzaron a asaltarme una serie de nuevas dudas que no vacilé en escupir a Gerard inquisitivamente.
Nos hospedábamos por aquel entonces en un lujoso hotel de majestuosidad y riqueza sin par, en la bellísima ciudad de París, cuyos altos e iluminados edificios vieron nacer, tanto naturalmente como en las tinieblas, a mi Sire y maestro Gerard de Laurent. La ciudad ardía de viveza y de beatitud, y allí descubrí que Evaluna, de la que llevaba bastante tiempo sin tener noticias, se alojaba en una pensión no lejos de nuestro propio hostal. Me crucé con ella en tan sólo un par de ocasiones, en las que intercambiamos algunos saludos y palabras, pero nada de esto le conté a Gerard, si es que él mismo no la había descubierto ya.
Yo daba por cierto que la presencia de Evaluna en París era únicamente una coincidencia, pero algún tiempo después descubrí que dicho pensamiento se alejaba bastante de la verdad.
Pero a lo que iba. El caso es que nuevos recelos nacían y gobernaban mi mente, y no siendo capaz de soportar la incertidumbre que me acosaba, resolví debatirlos con Gerard.
Abrí una noche las puertas dobles de su habitación y, tras una reverencia de respeto y cortesía, le hablé de este modo:
- Maestro, nunca me habéis contado acerca de vuestro mundo y vuestro interior. ¿Quién os Abrazó? ¿Cuáles son vuestras expectativas de futuro y vuestros planes? Contadme sobre vuestra historia. A veces marcháis de acá para allá, sin confiarme ni una sola palabra de vuestras acciones y de vuestros negocios privados. Me decís: "Tengo que ausentarme unos días", "tengo unos asuntos que atender"..., pero nunca me explicáis de forma clara y cristalina en qué consisten esos asuntos y cuáles son vuestras ocupaciones.
- Eso no importa mucho- carraspeó Gerard, quizás sorprendido por la pregunta -. Yo me ocupo de que nuestra comodidad y confort sean inmaculados, y de que vivamos sin tener que preocuparnos de la economía y del sustento material. Y vos, por vuestra parte, de la única responsabilidad de la que tenéis que ocuparos es de no hacer ninguna pregunta relacionada con este tema. Es un trato justo, me parece a mí. ¿Me equivoco?
Guardé silencio por un instante, mientras observaba desde la butaca y tras la ventana enmarcada las luces de las farolas iluminando una calle nocturna llena de vida y alto status social. Finalmente me resigné y argumenté:
- Es bien justo que lo único que me pidáis sea guardad vuestra intimidad, y por mi parte estoy dispuesto a cumplir ese vuestro deseo. No os molestaré más en relación con esta materia si así lo deseáis, tenéis todo el derecho del mundo a solicitar privacidad personal- pude ver como el semblante generalmente impasible de mi Sire se transformaba en una media sonrisa, una mueca de victoria y de alivio, por lo que no dudé en precipitarme en añadir: - Sin embargo, hay algo que me atañe y por tanto debéis compartir conmigo, os guste o no.
El anterior suspiro de Gerard quedó cortado con mis afiladas palabras, y tragando saliva se atrevió a instar:
- Decidme qué os aflige pues.
- Decidme vos la razón por la que me Abrazásteis, por la que me transformásteis en lo que soy, así como la causa por la que me mantenéis a vuestro lado.
Gerard meditó largo tiempo, caminando lentamente por la estancia de una esquina a otra, hasta que por último respondió:
- Sabía que este momento tenía que llegar, y en verdad me extraña que estos pensamientos no os hayan atormentado antes. Pero no tenéis porqué preocuparos. Mis motivos no son oscuros. Llega un momento en el que todo Vástago necesita un compañero y alumno. Entonces, cuando cree estar preparado y sus superiores antiguos se lo permiten, Abraza a un compañero que se transforma en su Chiquillo, convirtiéndose él así mismo en Sire. Le enseña todo lo que a él le han enseñado sus maestros y su experiencia personal, y el Saber de la Estirpe pasa de una generación a otra. Es así como sobrevivimos. Os estuve investigando largo tiempo en su día, después de la muerte de vuestra esposa, y os creí capacitado para recoger el don tenebroso. Erais ideal: fuerte de cuerpo y mente, valeroso, y vuestra vida ya no tenía sentido. Y decidí adoptaros. Eso es todo.
Simulé estar satisfecho con la respuesta y, tras la clásica y típica reverencia, abandoné sus aposentos con la excusa de salir a cazar una nueva presa mortal. Pero yo sabía perfectamente que algo turbio me estaba ocultando. Desafortunadamente para él, me había enseñado lo suficiente acerca de nuestra sociedad y de las tradiciones como para saber que un vampiro no convierte a otro así como así, puesto que las leyes acerca de la población vampírica eran muy rígidas, y se necesitaban muchos permisos de vampiros de mayor posición y edad. Además, un nuevo Vástago era a su vez un nuevo competidor por la posición social y por la obtención de alimento, y por tanto el beso de la muerte no se ofrecía a la ligera.
Caminé despacio por las grandes avenues del centro de París, meditando sobre las escondidas y confusas intenciones de Gerard. Y al final fue cierto que perseguí a una doncella de impresionante busto y gracioso cuello de cisne, desbordante de color, cuyas arterias me llamaban como a un amante poseso, hasta que la abordé en un callejón estrecho en el que volví a sentir de nuevo la tremenda lujuria que me regalaba su exquisita sangre cuando la tomaba; aunque no la privé en esta ocasión de tanta cantidad como para causarle la muerte a la mujer.
Desde aquella velada, un plan maquiavélico y astuto se formó en los recovecos de mi mente.
Y en la siguiente ausencia de Gerard, yo le seguí guardando cierta distancia para afianzar mi seguridad y evitar las probabilidades de encontrarme en una comprometedora situación.
Sabía que los poderes de Gerard eran grandes, que todavía no me había enseñado todos los secretos que él dominaba, y por ello no lo subestimé. Mi persecución fue próspera y mi figura quedó oculta en las sombras. Asomé mi testa por el hueco del respiradero que comunicaba el exterior con el piso bajo de la tenducha en el que mi Sire había entrado, para contemplar la escena, y mis ojos y oídos de vampiro no me engañaron. Mucho escuché y vi de aquella conversación que mantenía con los que para mí no cabía ninguna duda que se trataban de otros vampiros de nuestro clan, hermanos de sangre y dominio, y aunque no pude sonsacar todos sus trapos sucios, al menos sí consiguieron que una sombra de duda creciera en mi interior. Y comencé a sospechar la verdad del asunto.
Fue otra noche cuando me decidí a atar cabos sueltos, y así fue. Partió él para otra de sus reuniones privadas, pero yo esta vez no lo seguí. En contra, visité uno de los refugios secretos que sabía a ciencia cierta que tenía en los barrios periféricos de la capital del romanticismo, y sin dudarlo eché la puerta abajo y me dispuse a registrar la habitación a fondo, para encontrar algún tipo de pista o de vestigio que me aclarara todo el enigma y me reafirmara la autenticidad de mis sospechas.
Y la buena fortuna me acompañó en aquella ocasión, un oasis en mitad de un hado desdichado y maldito. Encontré pues una serie de documentos protegidos por la supuesta seguridad del doble fondo de un cajón y de un sello cuyo escudo me resultaba familiar. Leí con detenimiento los documentos. Con tristeza deletreé mi nombre escrito en todos ellos y contemplé la imperfecta falsificación de mi propia firma al final de cada uno de los pergaminos de propiedad, ya que eso es lo que eran. Entonces una luz se iluminó en las tinieblas de mi mente, y el conocimiento de la verdad al completo causó en mí un frenesí dificilmente superable.
Apareció en ese mismo instante la figura de Evaluna detrás de mí, que adivinando o sospechando mis intenciones había debido seguirme, y sin mudar palabra alguna me contestó con un gesto afirmativo cuando la interrogué con la mirada, invadido por la furia. Después la aparté a un lado con brusquedad y falta de modales, y salí presto de la guarida, con una única cosa en mente y con la Bestia muy cerca del borde de mi ánimo corrompido. Sin detenerme, me dirigí a un lugar conciso dispuesto a obrar enloquecidamente, pero con justicia.
De camino a mi destino final, pasé por una calle donde se estaban llevando a cabo unas reformas del empedrado y la restauración de varios edificios. Me desvié de mi camino recto para acercarme al lugar y hacerme con un pedazo de astilla de medio metro terminada en punta que se había desprendido del entablado de la temporal base sobre la que los pintores y restauradores se dedicaban con aplomo y dedicación a su labor. Ya no volví a desviar mi decidido caminar ni un solo segundo más. Deseaba acabar cuanto antes.
Una vez más abrí las puertas dobles de la cámara privada de mi Sire en el hotel, esta vez sin cuidado alguno y haciéndome valer de mi fuerza. Gerard ya había regresado de su reunión clandestina, y guiado por una ira incontrolable lo agarré por la solapa de la chaqueta y lo lancé contra el mueble, al fondo de la habitación. Antes de que le diera tiempo a emitir alguna queja, a exigir alguna justificación o a defenderse de alguna manera, le clavé justo en el corazón la improvisada estaca que escondía bajo la capa, y la garganta de Gerard lanzó un estridente chillido de agonía, suplicio y terror. Sin embargo, no me libré del todo del poder de mi Sire, puesto que justo antes de mi arremetida bestial, Gerard sacó unas terribles garras de la punta de sus dedos que rasgaron mi ropa y ocasionaron sendas heridas en mi rostro y en mi torso, cuyas cicatrices tardaron mucho más tiempo del habitual en curarse del todo.
Pero yo había vencido la batalla, quizás debido al factor sorpresa y al frenesí que dominaba mi ser, ya que todavía estaba a muchas leguas de poseer el potencial de mi Sire en el combate.
Pero ahora Gerard estaba inmóvil y aterrorizado frente a mí, con la estaca clavada en el corazón. Y supe que muy pronto su consciencia se desvanecería, y que tenía poco tiempo. Así que me limpié la sangre que empañaba mi vista e inicié mi explicación rápidamente, con la seguridad que me proporcionaba la parálisis motivada por el sobrenatural arma de madera.
- Gerard, maestro... Por fin lo he comprendido todo...- mis palabras y mis gestos estaban enturbiados por la locura que otorga la temible Bestia, que todavía no había desaparecido del todo de mi alma, tal y como se podía apreciar en el brillo de mis ojos -. Vos me convertisteis en el desagradable demonio que soy ahora. ¡Y todo para apoderaros de mis bienes y mis riquezas! Sí, yo era un hombre poderoso, un hombre rico y famoso... y vos necesitabais de mi poder financiero para llevar a buen fin los sucios asuntos de los superiores de nuestro clan. Os hicisteis con mis tierras, os hicisteis con mi fortuna, y lo que es peor, me arrebatasteis la vida de la que disfrutaba... Y ahora mirad lo que soy...
Hice una pausa, mas fui rápido en proseguir cuando atisbé una señal de pérdida y de caída en los ojos de Gerard.
- Sin embargo, todo esto os hubiera perdonado. Todo, si me lo hubiérais argumentado con palabras justas y no faltas de seguridad, convenciéndome como siempre lo habéis hecho. Tal vez hubiera encontrado una justificación a vuestros viles actos, repletos de egoísmo y maldad. Tal vez os hubiera permitido actuar de esta vomitiva forma, ya que, después de todo, el dinero, la servidumbre y los terrenos nada me importan ya. Pero hay algo que no os perdono y que nunca os perdonaría, bajo ningún concepto. Y ese algo es... la muerte de mi esposa Elenna.
Los ojos de Gerard temblaron, poseídos por un miedo atroz. Era el único indicio dinámico del cuerpo inmóvil del maestro.
- Sí, ahora lo sé, Gerard - continué -... Vos asesinasteis a mi esposa, puesto que sabíais que nunca accedería al Abrazo mientras que mi dicha fuera siempre en ascenso, mientras que mi fortuna se mantuviera igual. Tampoco podíais convertirme en vampiro a la fuerza, puesto que entonces nunca me fiaría de vos y nunca hubiera abandonado mi hogar para seguiros, con lo que la obtención de mis riquezas se hubiera imposibilitado. Así que vuestro plan fue el siguiente: Asesinar a mi esposa para que sintiera la necesidad del cambio, haciéndoos pasar por un vulgar ladronzuelo, y luego transformarme en bestia para apartarme de mis propiedades, haceros con mi fortuna y dedicarla a vuestra asquerosa Yihad, la lucha por el control político de la sociedad de los Vástagos, vuestra absurda y aciaga cruzada particular. Pero ahora, Gerard, vais a pagar por todos vuestros crímenes, vais a pagar por vuestra insolencia, vuestro descaro y vuestro corrupto espíritu amoral. ¡Prestad atención, porque mi venganza ya ha llegado!
Acto seguido, le corté la cabeza con una daga que adornaba la pared interior de la habitación de mi Señor, y prendí fuego a su cuerpo. Me sentí reconfortado inmediatamente, y la Bestia abandonó completamente mi ser externo, adormeciéndose en mi interior, en espera de un nuevo cambio de estado de ánimo o de la aparición del Hambre una vez más.
Entonces, mientras observaba las llamas azules y rojas crujiendo y chispeando en torno al cadáver inerte de Gerard, sentí una paz interior que llevaba mucho tiempo sin disfrutar, una plenitud de espíritu que me había sido divinamente otorgada durante un corto espacio de tiempo. El dolor y el pesar desaparecieron por unos benditos segundos, y también el nudo de la garganta. Pero la pena que cargaba por la muerte de Elenna desapareció para siempre, y nunca jamás volví a sentirme martirizado y acongojado por este hecho. Ese dolor se había marchitado y había perecido al fin. Estaba libre de él.
Salí de la estancia, abordado por tantas sensaciones que no fui capaz de darme cuenta de la presencia de Evaluna, que había estado observando toda la escena sin inmutarse, desde fuera de la habitación.
Y cuando los sirvientes del hotel dieron la alarma de fuego, yo ya me encontraba lejos, muy lejos del lugar...
Al anochecer siguiente, una duda adicional germinó en el interior de mi corazón. Me levanté y me vestí con el traje y la capa negra, y salí decidido a encontrar a Evaluna y formularle unas cuantas preguntas. La busqué en la pensión en la que se hospedaba, pero allí no se encotraba. La dueña de la pensión no me fue de gran ayuda, aunque me sugirió varios lugares donde podría encontrarla, pero lógicamente Evaluna había engañado con respecto a los locales que solía frecuentar. Nadie debía conocer su verdadera naturaleza.
Finalmente, tras un largo deambular, por fin di con la dama oscura por casualidad en un parque débilmente iluminado por las altas y lejanas farolas de las calles adyacentes. Cuando ella se acercó al reconocerme y contemplé bajo la luna la sonrisa enigmática en su rostro pálido y los verde azulados ojos animados de mi fantasmagórica igual, tuve la extraña sensación de que era ella la que me había encontrado a mí.
- ¿Me buscábais? - inquirió con una voz sensualmente provocadora y burlonamente sarcástica al mismo tiempo.
- Ciertamente sí - dije yo, impaciente -. Quiero tener claras algunas tediosas dudas que turban mi descanso, despejar algunas incógnitas en relación con vos.
- Adelante, que no os intimide preguntar...
- Bien. Eso es lo que voy a hacer- tragué saliva y la agarré por los brazos con fuerza antes de continuar -. Decidme de una vez, y os ruego que no guardéis silencio: ¿Por qué vinísteis a mí en un principio? ¿Qué os llevó a conocerme, y a tratar de entablar amistad conmigo? ¿Por qué razón me seguísteis a París, por qué razón me seguísteis a escondidas a la casa de mi endemoniado Sire? ¡Contestad!
Evaluna cambió su gesto casi infantilmente inocente por unos rasgos que denotaban seriedad y la sabiduría propia de un anciano, pero en ningún momento demostró tener miedo o sorpresa, aunque una chispa de tristeza y pesar pudo leerse en sus ojos. Guardó silencio por unos espesos segundos, y yo creí que había decidido no regalar respuesta a mis insolentes inquisiciones, pero finalmente dijo:
- Os lo contaré. En un principio, mis intereses también eran puramente políticos. Pertenezco a uno de los clanes vampíricos rivales al clan al que vos formáis parte, y a mis antiguos no les agradaba en absoluto la idea de que Gerard de Laurent adquiriera todas vuestras propiedades monetárias y terrenales. Ese chanchullo hubiera ocasionado a medio plazo que el dominio de vuestro clan se expandiera por todo el Sureste de España, región que actualmente nosotros dominamos. Era una pérdida grande en poder para los sagaces antiguos de mi clan, y no se podía consentir. Mi misión era inicialmente galantear con vos y cortejaros, obtener vuestra amistad, vuestra confianza en mí y tal vez vuestro corazón, para más tarde convenceros de las intenciones de vuestro maestro y hacedor. No obstante, nada de esto ha hecho falta, ya que por vos mismo habéis descubierto el gran mal que se ocultaba en el corazón de Gerard, mucho antes de lo que mis expectativas me confiaban.
- Comprendo - asentí. Y me dispuse a marcharme, amargamente satisfecho y sintiéndome más solo que nunca en la vida o en la muerte.
- ¡Pero esperad! Todavía no he acabado. Ahora mucho me arrepiento de mi anterior reverencia y fidelidad a mis superiores. Y me disculpo ante vos, aunque quizás nunca me perdonéis esta desdicha que he originado a ambos. Estoy tremendamente apenada, no puedo evitar sentirme dolorosamente mancillada y trágicamente equivocada por unas acciones tan faltas de ética y moral. ¡Debéis creerme! Hace ya mucho tiempo que mis políticas han cambiado, y otra razón me mueve ahora a seguiros, a seguiros hasta el fin del mundo. Sé que nunca podré expiar esta culpa y que cargaré con mi error eternamente, pero al menos dejadme explicarme. Luego podéis marchar con odio en vuestro corazón para nunca jamás dirigirme la palabra, si así lo estimáis justo. Mi misión era provocar un amor por mí en vuestro corazón, y paradójicamente, al iros conociendo, fue un enorme amor por vos lo que brotó dentro de mí. Rompí los lazos que me unían a mi clan y decidí no haceros más daño con mentiras y secretos. Pero no pude evitar seguiros hasta París, a pesar de que vos habíais demostrado que no deseabais más mi compañía, aunque yo esto nunca llegué a comprenderlo. Ahora mi clan me busca por traición, pero eso poco me importa. Más sufro por lo lejos que os observo de mí, lo distante y perdido que os siento. Os amo, debéis creerme en esto. Os amo.
Cuando hubo acabado, mi sorpresa no podía ser mayor. Miré a los ojos a Evaluna, durante interminables instantes, y supe ver más allá, en el núcleo de su misma alma. Comprendí que decía la verdad. Y del mismo modo me di cuenta de que yo siempre la había amado, y que las astutas palabras que Gerard había guiado hacia mis oídos habían ocultado esta gran verdad.
Le expliqué el motivo de mi desprecio hacia ella y le tendí mi perdón, a la par que le rogué el suyo. Entonces ella se echó a mis brazos precipitadamente y me besó en los labios con pasión.
Una nueva etapa de mi no-vida había comenzado. Un profundo amor nos unía ahora a Evaluna y a mí, y yo había ganado bastante en experiencia y sabiduría. Comprendía que Gerard no había sido un ente del mal debido a su corazón y a su forma de pensamiento. Había sido malvado porque pertenecía a una especie malvada, y eso no podía discutirse.
Evaluna y yo éramos almas gemelas, los dos nos aferrábamos a la humanidad que todavía nos quedaba para soportar la condenación y evitar que la Bestia devorara nuestros propios espíritus, amenazara con destruirnos para siempre. Al menos nos teníamos el uno al otro. Sin embargo, nuestra naturaleza no podía cambiarse, y tarde o temprano las redes de la oscuridad y la putrefacción de nuestro antiguo código de conducta caerían sobre nosotros y nos atraparían. El recuerdo de una vida tranquila se fue borrando en mi memoria, y mis pasos estaban cada vez más encaminados hasta mi triste destino. Porque no es el pensamiento del Hombre lo que despierta la corrupción, sino su cuerpo mortal y rebosante de necesidades materiales.
Además, yo era conocedor de las tradiciones de la Estirpe, que Gerard me había enseñado hacía décadas, y sabía que una Caza de Sangre se había convocado en torno a mi persona, la Ley del Talión, por haber asesinado a uno de mi propia sangre. Y Evaluna era perseguida por sus propios y manipuladores creadores, magos en el arte de la perversión y las maquinaciones ocultas, debido a su traición. Por otra parte, debíamos mantener nuestra demoníaca condición oculta a los ojos de los mortales, puesto que a pesar de nuestro indudable poder, la población humana se alzaría contra nosotros y nos destruiría si supiera de nuestra existencia, reduciendo nuestros cuerpos y nuestros interiores a polvo y a vacío olvido. Así que nos encontrábamos entre la espada y la pared, huyendo de un mundo al que hacía mucho tiempo nosotros mismos habíamos pertenecido, y por otro lado, de unos enfurecidos e invisibles Vástagos, regidos por sus propias leyes y castigos, oscuros señores que guiaban a su antojo la Gran Yihad, el eterno conflicto entre vampiros por el alzamiento de poder y la gloria, de la cual nosotros no éramos más que simples peones movidos por un azar que nos sobrepasaba.
Evaluna y yo vivíamos sin descanso, alimentando nuestra Bestia y sosegando nuestra insoportable sed de sangre al tiempo que cuidábamos de cada uno de nuestros movimientos, a sabiendas de que cualquier error podía ser el último. De esta forma, cada amanecer era un alivio para nuestros exasperados egos; habíamos sobrevivido a una noche más. Pero no sería la postrera.
Una eternidad de inquietud y desesperanza se extendía ante nosotros. La salvación no existía, y nuestra condena estaba ya escrita. Pero lo que vino después será contado en otra ocasión.
Darkmon de Mercol : darkmon@mixmail.com