|
El vampiro es el señor de la noche. Ningún ser humano está a salvo cuando un vampiro ronda cerca. Es la criatura más temible de la ciudad. Su poder está más allá de las habilidades de los seres humanos. Su fuerza es la fuerza de las tinieblas, y su crueldad sólo es comparable a la fascinación que ejerce sobre las personas.
Sin embargo, pocos conocen el dolor que siente un vampiro cuando le acosa el Ansia de la sangre. Entonces una Bestia parece surgir del interior de estos seres inmortales y se apodera de sus actos y de sus pensamientos, obligándoles a matar en busca de la ansiada sangre que les mantiene con vida...
Pero menos aún conocen el vacío de alma que sienten unos pocos vampiros, sólo unos pocos, cuando saben que deberán matar para sobrevivir, para satisfacer el Ansia. Y tampoco conocen los terribles sufrimientos y remordimientos que padecen cuando recobran el control de sí mismos y se hallan con un ser humano desangrado entre sus brazos. No, esa tortura no la conocen la mayoría de las personas que saben de la existencia de los vampiros.
Estos vampiros que sufren por su terrible destino no son vástagos normales, no son aquellos seres engreídos y crueles más bestias que humanos que pueblan la noche. No, son vampiros que no pidieron ser Abrazados, que no pidieron ser traídos al Mundo de las Tinieblas, y que maldicen siempre su condición y al que se la otorgó.
Jonathan Crame es uno de ellos. Fue convertido en vampiro contra su voluntad hace casi medio siglo. Después, su creador le abandonó a su suerte. Vive solo en medio de la gran ciudad de Chicago, y cada anochecer es para él una nueva agonía, una nueva búsqueda de una respuesta que dé sentido a su existencia... o le dé una razón para morir.
Anochecía. Jonathan Crame se levantó en la oscuridad de la casa donde vivía. Se sentía débil y sabía que la Bestia se apoderaría de él si no cazaba pronto. Como tantas veces durante medio siglo, sentía escalofríos ante la idea.
Silencioso, salió a la calle. Hacía frío y estaba llena de gente que iba y venía. Crame sabía que no le veían. Su condición de vampiro le otorgaba poderes, y uno de ellos era el pasar inadvertido entre la gente, camuflado en las sombras. Pero allí, en la ruidosa calle, no estaba su presa. Crame nunca cazaba entre gente normal, sino que siempre recurría a los vagabundos que poblaban las calles; los vagabundos son personas sin ilusiones, sin futuro, y los remordimientos eran menores si accidentalmente mataba a alguno.
Pero generalmente no ocurría eso. Sólo bebía algo de su sangre y luego desaparecía, sin que nadie supiese siquiera que había estado allí.
Sumido en sus pensamientos, ante él se abrió un callejón nutrido de sucios vagabundos.
-Pobres infelices -pensó el vampiro-. Lo suyo no puede llamarse vida. Pero al menos ellos son mortales y un día abandonarán este mundo terrible.
Sus penetrantes ojos atisbaron en la oscuridad del callejón una solitaria figura tumbada al fondo, junto a la pared. Se arropaba con una sucia manta y aferraba con desconfianza su macuto, su única posesión.
Sigilosamente, como una sombra, llegó ante él. Su cuello estaba a la vista y Crame sintió en su interior cómo palpitaba su corazón, cómo el Ansia despertaba en él. Sin apenas darse cuenta sus colmillos se extendieron, preparados para la caza, y se inclinó sobre el desdichado.
Pero al sentir una presencia amenazante el vagabundo se despertó y se giró sobresaltado, y Crame pudo ver sorprendido, que se trataba de una mujer joven que le miraba aterrada, sin poder creerse lo que veía y sabiendo inconscientemente que iba a morir.
El vampiro se echó hacia atrás, asustado, con la imagen de la mirada de la mujer clavada hasta lo más profundo de su ser. A él acudieron antiguas imágenes de sufrimiento, de otra mujer con su mismo rostro que le miraba con idéntico terror y sorpresa, y luego la imagen de esa mujer muerta entre sus brazos. El sufrimiento era terrible.
La joven pareció despertar de una pesadilla. Se encontró mirando a la oscuridad, asustada, como si hubiera visto un monstruo. Pero allí no había nadie. Pensó que debía haber sido una pesadilla, pero dentro de ella una extraña sensación la inquietaba. Con un escalofrío, se arropó con su manta y volvió a dormirse aferrada a su mochila.
En el fondo del callejón, invisible entre las sombras, el vampiro miraba y sufría.
Había sido un día muy duro para Carol. Apenas había probado bocado y no había parado de andar desde que amaneció, buscando a un anticuario que pudiese identificar la extraña copa azteca por la que murió su padre.
Todos habían querido comprársela, pero sólo la ofrecían una miseria pensando que era robada.
-Estúpidos -pensaba- ellos que sabrán. Mi padre no murió por sólo 100 dólares. Y ya que estoy en la calle por culpa de esta maldita copa, he
de conseguir por ella lo suficiente como para volver a vivir con dignidad.
El último anticuario que visitó, un tal Dredmon, le dio la dirección de una mujer, madam Bredén, diciendo que seguramente se la compraría por un buen precio.
Dredmon le daba escalofríos; era un tipo muy extraño, casi peor que la pesadilla que tuvo la noche anterior.
Se había hecho de noche mientras hablaba con el anticuario, y aún quedaba un largo camino hasta la casa de Madam Bredén. Cuando llevaba casi una hora andando empezó a notar una extraña sensación. Parecía como si alguien la siguiera, pero por más que miró y se aseguró no pudo ver a nadie. Aceleró su paso, asustada, apretando el macuto contra su cuerpo.
Por fin vio la casa. Era un viejo caserón de dos plantas, aislado en medio de la ciudad. Corrió hacia el portal y golpeó frenéticamente la puerta con la aldaba.
La puerta se abrió despacio, pero Carol no vio a nadie que la abriera. Aquello no le daba buena espina. Volvió a mirar hacia atrás y, tragando saliva, entró y cerró el portón tras ella. Miró hacia todas las direcciones pero no vio quién podía haber abierto la puerta.
-La he abierto yo, Carol, con el poder de mi mente. -La voz de una vieja la sobresaltó, saliendo del interior de la casa-. Ven, pasa.
Carol sintió un escalofrío. ¿Estaba ante una telequinética?
-Y una telépata, si quieres llamarme así. Pero acércate. -La mujer la estaba asustando, haciendo gala de tan extraños poderes.
Carol no se atrevió a pensar, impresionada. Entró en la habitación desde donde le había hablado, y vio un enorme salón decorado con cuadros y tapices de temas esotéricos. Al calor del fuego de una chimenea se sentaba una anciana de pelo gris y abundante maquillaje y bisutería.
La mujer se presentó:
-Soy Madam Bredén, como ya te habrá dicho Dredmon.
-E...Encantada -respondío titubeante Carol-. Mi nombre es Carol Stevenson, y venía a...
Pero la anciana la interrumpió.
-Sé a lo que vienes.
Se levantó, ansiosa, alargando las manos nerviosamente.
-Enséñamelo, venga.
Carol buscó en su mochila y extrajo una copa de oro ennegrecido, decorado con espantosos demonios. Nada más verlo, madam Bredén adelantó las manos para cogerlo, pero Carol lo apartó enseguida.
-Antes de nada, ¿cuánto me va a pagar?
-Tranquila, pequeña, te daré tanto dinero que podrás rehacer tu vida.
Casi involuntariamente Carol cedió, y la mujer cogió la copa. Parecía estar en éxtasis.
-¡Por fin! Dime, pequeña, ¿dónde lo conseguiste?
-Me la envió mi padre por correo a la universidad. -Carol recordó con tristeza las palabras de su padre- Me decía en la carta que si le pasaba algo a él que viniese a Chicago a buscar a un anticuario que se interesase por ella.
Los ojos de madam Bredén brillaron llenos de curiosidad.
-¿Cómo murió tu padre?
Carol apartó la mirada, molesta. La desesperaba hablar con alguien que leía sus pensamientos.
-Nuestra casa ardió cuando él estaba dentro. Él era mi única familia, señora Bredén, y ahora no tengo nada. Vivo en la calle desde hace semanas y vender esta copa es mi única salvación.
La vieja se agitó impaciente.
-Si, ya sé todo eso, pero lo que quiero saber es de qué murió él. ¿Viste el informe del forense?
Carol estaba realmente molesta con la falta de tacto de la mujer.
-Supongo que murió quemado. ¿Por qué me hace esa pregunta?
Pero la voz seca que la respondió no era la de Madam Bredén...
-Porque quiere saber si murió desangrado por un vampiro, niña. Y te puedo asegurar que eso es lo que hice.
La voz venía de la puerta del salón, donde un hombre de mirada y aspecto salvaje y cruel se relamía de placer recordando el sabor de la sangre, mientras enseñaba a las dos mujeres unos afilados y enormes colmillos.
A la mente de Carol acudieron las imágenes de la noche anterior como una danza de pesadilla. Aterrada soltó un chillido y retrocedió tropezando con los muebles. Madam Bredén sin embargo, reaccionando con desconcertante vitalidad sacó un crucifijo de plata y lo alzó frente a ella.
-¡¡Criatura de las tinieblas, por el poder de Dios y de todo lo Sagrado te conmino a que abandones este lugar y vuelvas al infierno al que perteneces!!
El crucifijo emitió un resplandor azulado y el vampiro chilló, retrocediendo unos pasos mientras de su cuerpo empezaba a salir humo. Carol se refugió detrás de un sillón ante el terrorífico espectáculo mientras madam Bredén continaba con su exhortación.
Pero entonces el vampiro pareció aúnar sus fuerzas y a mayor velocidad de la que podía captar el ojo se abalanzó sobre la vieja, clavándola sus afiladas garras en el corazón. Madam Bredén, exhalando un suspiro, cayó muerta al suelo.
Carol empezó a chillar, histérica, y el vampiro se volvió hacia ella, gruñendo.
-¡Maldita vieja! ¡Odio los crucifijos! ¡Casi me quema!
Carol, en ese momento, viendo que iba a correr la misma suerte que la mujer, sacó decisión de donde sólo había miedo y se abalanzó sobre el cadáver de la anciana, cogiendo la copa y el crucifijo y mostrándole éste al vampiro.
-¡Vete, criatura de las tinieblas! ¡Ve...vete al infierno de donde vienes!
El vampiro, sorprendido ante la reacción, se echó a reír.
-¡Niña estúpida! -La gritó, acercándose cada vez más- ¡Ese crucifijo en tus manos no es más que un trozo de metal inútil!
Carol retrocedió, deseando despertar de esa pesadilla.
-Dame el cáliz, niña, y puede que te mate sin que sientas nada.
-¡Tú mataste a mi padre! ¿Por qué? ¿Por una estúpida copa?
-Tu padre era un maldito ladrón de tumbas, y nos robó algo que era nuestro, algo que nosotros, los vampiros del Sabbath, usamos en nuestros rituales para absorber el poder de otros vampiros al beber su sangre.
El vampiro siguió acercándose a Carol hasta que la puso de espaldas a la pared. Su voz se tornó más suave, con un tono seductor...
-Esa vieja pensaba que le serviría para adquirir nuestros poderes. ¡Ja!
El vampiro pareció olfatear el aire alrededor de Carol.
-Mmmmm, el olor de tu sangre es delicioso...
Su boca se fue acercando lentamente al cuello de Carol, y sus colmillos se aprestaron a clavarse en él.
-¡No la toques, bestia inmunda!
La voz de Jonathan Crame sonó entonces terriblemente sobrenatural en la inmensa sala. El vampiro del Sabath se giró al reconocer la voz de alguien que no era humano.
Carol, petrificada por el terror, pudo reconocer en el ser que acababa de aparecer a aquél de su pesadilla. Tenía el aspecto de un hombre delgado, con pelo largo castaño y barba. Vestía una gabardina oscura y parecía que se fundía con las sombras del vano de la puerta. Sus ojos brillaban con el mayor desprecio que Carol había visto jamás. El vampiro que la amenazaba se separó lentamente de ella.
-¿Quién eres tú, que defiendes la vida de un miserable mortal? - gritó al recién llegado- ¿Acaso eres uno de esos maricas de la Camarilla?
Crame empezó a acercarse lentamente, con tal maestría que a Carol le parecía que flotaba sobre el suelo. Su mirada furibunda pero a la vez serena se clavaba en los ojos del vampiro del Sabbath.
-Yo no me asocio con vampiros, escoria. - Su voz era profunda y solemne - Suéltala.
-¿Tanto te interesa? - Contestó con desprecio el Sabbath- ¡Yo la vi primero!
-Te equivocas. Yo nunca osaría ponerle una mano encima. -Crame siguió avanzando lentamente-. Ella es mi protegida.
El salvaje vampiro pareció desconcertado ante esta respuesta, y Crame aprovechó el momento para, en lo que a Carol le pareció una ráfaga de viento negro, lanzarse sobre el otro vampiro y arrojarle a cinco metros de distancia contra una estantería.
Carol, que hacía tiempo había dejado de entender nada, reaccionó alejándose en dirección a la chimenea, pegada a la pared. Entonces miró hacia el lugar donde estaba su defensor, pero se dio cuenta de que se había vuelto a desvanecer.
El Sabath se levantó de entre los restos de madera y cristal, con varias heridas sangrantes que, para sorpresa de la chica, se cerraron enseguida.
-¡Bastardo! -Sus ojos se habían teñido de sangre, y sus venas parecían a punto de estallar- ¡Nadie golpea a Gulagh dos veces!
Enfurecido agarró el tablón de un estante y golpeó al vacío. Para sorpresa de Carol, de él salió disparado Crame, golpeado cuando éste pensaba que no le veía. Gulagh se arrojó sobre él mientras de las puntas de sus dedos salían unas afiladas garras, intentando atravesarle el corazón. Crame apenas pudo frenarlas, y ambos forcejearon en una escalofriante lucha a muerte entre dos seres sobrenaturales, mientras Carol se desesperaba sin saber qué hacer. Entonces su mano se posó sobre el atizador, calentado por el fuego de la chimenea, y juntando todo el valor que aún le quedaba corrió con él en la mano y lo clavó en el cuerpo de Gulagh.
Éste, herido por uno de los peores enemigos de los vampiros, el fuego, lanzó un alarido agónico, soltando su presa sobre Crame, el cual aprovechó la oportunidad y le empujó con todas sus fuerzas hacia el fuego de la chimenea. El cuerpo del vampiro cayó sobre los leños ardiendo, y un grito espeluznante puso fin a la existencia del vampiro.
Carol se acercó a Jonathan, que se incorporaba en ese momento.
-¿Estás bien? -Carol se debatía entre el miedo y la compasión.
Fue a ayudarle a levantarse pero al contemplar su rostro blanquecino y sus ojos fríos no pudo evitar una mueca de espanto.
-Tranquila -Crame apartó la mirada-. Los vampiros nos recuperamos enseguida.
Carol dominó su instinto de rechazo y buscó la mirada del ser que la había ayudado.
- Gracias... por... salvarme.
Sus ojos se encontraron por un instante, y Carol pudo ver una infinita angustia en los del vampiro. Éste, notando surgir de su interior el deseo de sangre, se apartó rápidamente.
Carol se sentía desconcertada.
-¿Por qué me rehuyes?
-Tú no lo entiendes -contestó Crame-. Podría matarte por tu sangre.
-Pero me has salvado... ¿Por qué ibas a hacerlo? -Carol no entendía nada.
-Los vampiros somos seres malditos, mi querida Carol. Estamos dominados por nuestra sed de sangre. Por mucho que te aprecie, podría perder el control. Prefiero mantenerme apartado. Perdóname.
Crame empezó a alejarse lentamente, de espaldas, y su contorno empezaba a fundirse con las sombras. Pero Carol no podía aceptar esa respuesta.
-¡Espera, no te vayas! ¡Respóndeme! ¿Por qué, entonces, me has estado siguiendo y me has salvado? ¿Por qué anoche no bebiste mi sangre?
El vampiro se detuvo, asombrado de la chica hubiese recordado algo que sus poderes de vampiro deberían haber borrado de sus recuerdos. Pareció dudar durante lo que a Carol le pareció una eternidad, y finalmente respondió.
-No podía... matarte. Tú... me recuerdas a mi mujer.
A Carol le dio un vuelco el corazón. De los ojos de Crame caían lágrimas de sangre...
-¿Tienes mujer? ¿Un vampiro puede tener mujer?
-Ella murió. -El rostro de Crame cada vez se fundía más con las sombras.- Yo la maté. Fue la primera víctima de mi Ansia de sangre. Ella murió en mis brazos...
La voz del vampiro, la voz de Jonathan Crame, se fue apagando mientras su imagen desaparecía en la oscuridad. En la habitación, Carol se alegró de estar viva, y lamentó profundamente el cruel destino del vampiro...
Daniel Pérez Espinosa : (d888@dragonet.es)