Mi Mejor Trofeo.

       Ayer...fue...Una noche de caza increíble.

       Era la una de la madrugada cuando entramos en el local. Sino tuviera una explicación lógica, "natural" al hecho de que muchos de los hombres, y alguna mujer, me observarán detenidamente me hubiera sentido bastante incómoda. "Disculpad mi palidez. El astro sol y yo no congeniamos. De hecho estamos en proceso de divorcio", podía haber dado esta excusa con un ligero toque de humor para arrancar una sonrisa a los asombrados que no se esperaban una explicación por mi parte.

       Bajamos al segundo piso. Nos hicimos con el lugar más deseado. Un pequeño espacio con tablones de madera en la pared para dejar las bebidas y un banco largo y ancho para descansar y posar los abrigos a falta de percheros. Nada más poner un pie en aquel antro supe que algo extraordinario sucedería. Y no se hizo esperar demasiado. Después de quince minutos escasos apareció.

       Nada más verle entrar por la puerta supe que tenía que ser mío. Hubiera sacado los ojos y desollado a cualquier hembra que se le hubiera acercado con otras intenciones que no fueran las de pedirle un cigarrillo o la hora.

       Llevaba un abrigo negro abotonado que le llegaba por encima de los tobillos, dejando ver unos pantalones negros y unos zapatos marrones impecables. Lo llevaba abierto desde el cuello hasta mitad del pecho con una camisa blanca desabotonada en los tres primeros ojales. Tenía una piel suave y morena. Un pelo rubio un poco largo, unos labios carnosos y unos ojos marrones almendrados que derritieron el hielo que se había acumulado esa noche en mi pobre corazón.

       Entre el alboroto de la gente y la música, pude averiguar que se había acomodado al final de la barra del piso donde yo estaba con mis acompañantes.

       Y le oí con toda claridad como pedía un Martini Blanco. Aquella era la señal. Me fui despacio entre la gente, estaba apoyado de costado en la barra. Pasé a su lado y rocé el borde de su mano con mis dedos.

       Pasé demasiado rápido a su lado como para que advirtiera quien había sido. Me incliné para pedirle a la camarera un Martini igual que el suyo.

       Cuando me lo sirvió su mano se deslizó sobre la barra con un billete de 20 entre sus dedos. "Esta la pago yo" me susurró al oído. Me disfracé con la sonrisa y mirada más inocente de mi repertorio y concentré todo mi poder en una palabra: Gracias.

       Volví junto con mis acompañantes. Tardó poco en alejarse del grupo a una habitación contigua... a media luz. Se dejó caer en un pequeño sillón tapizado con una mesita redonda delante. Era el momento. Abandoné por última vez a la gente que estaba conmigo.

       Me acerqué a él, alargó su brazo para que le cogiera de la mano y me senté a su lado.

       Le besé....aquellos labios jugosos, mi lengua se deslizó por su garganta, luego desabrochando los botones de su camisa... Y ascendí hacia su cuello. Su olor me mareaba.

       Pero no quería acabar de aquella manera.

       Me detuve a unos milímetros de su piel. Mis labios rozando su tez. No podía más. Cerré los ojos y hundí mis colmillos despacio, sobre una piel suave que se desgarró sin que sintiera el más mínimo dolor. No quería hacerle daño. Su sangre corrió por mi cuerpo más dulce que la vida misma.

       Le hubiera desangrado, sumergida en aquel éxtasis de calor, sabor y excitación; de no haber sido por el comentario de un par de jovencitas que pasaban por allí "Ese se va hoy a su casa marcado".

       ¿Una marca? Hacían referencia a un cardenal.

       Me retiré de su lado, dejándole la cabeza apoyada con cuidado sobre la esquina de la pared. Con el tiempo y la práctica aprendí a no dejar ninguna huella demasiado visible, solo dos ligeros puntitos rojos.... Me levanté. La cabeza me daba vueltas, tenía mucho calor.

       Pase por delante de todo el mundo pero nadie pasó ante mis ojos.

       Entré en los lavabos sin preocuparme por si había alguien allí. Sumergí la cara en agua helada en el lavamanos y levanté la cabeza para mirarme al espejo. Mis mejillas estaban sonrosadas. Y los ojos me brillaban de una forma sobrenatural.

       Detrás de mí tres mujeres de unos 23 años me miraban. Una de ellas comentó algo así como que no se podía beber tanto si no se estaba acostumbrada.

       Sonreí dejando entre ver mis caninos aún punzantes. Sus rostros denotaron pánico. "Queridas mías", dije, "dentro de vuestras humilde humanidad nunca sabréis lo que se siente al beber algo más fresco que el agua, más embriagador que el alcohol y más dulce que un licor." Abandoné el local. Fuera llovía.

       Comencé a andar por las calles desiertas, empapada, pero no sentía frió. La cabeza se me había aposentado, las gotas de lluvia refrescaban mi rostro aún encendido por la sangre de mi "amante". Le dejé descansar allí, sentado, reponiéndose de nuestro encuentro.

       Y no le deslicé ni mi número de teléfono móvil, ni mi dirección de e-mail dentro del bolsillo de su camisa como hubiera hecho el amor de una noche al despertarse a la mañana siguiente a su lado en la cama. No lo hice por una simple razón. Porque sabía que dentro de siete días no sería yo quien tuviera que buscarle. El vendría a mí, por otra y última vez.

      

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      Tarde en la noche. La oscuridad acechaba en cada esquina. Las farolas ya encendidas desprendían su claridad sobre los rostros de la muchedumbre. Multitud de aromas se agolpaban a mí alrededor y me acariciaban.

       Toda una jungla de texturas y colores a mi alcance.

       Caminaba distraída a través de una avenida iluminada por escaparates de multitud de tiendas. No le daba importancia a ninguno. Tan solo disfrutaba con el brillo que algunos desprendían sobre mis ojos. Pequeños detalles a los que "nosotros" dábamos importancia.

       Para mi sorpresa, al fondo de la calle una galería de arte tenía sus puertas abiertas. Aquella noche los mortales me parecían demasiado aburridos. Tal vez porque aún no había encontrado lo que buscaba. Decidí entrar y navegar por aquel océano de colores plasmados en los lienzos hasta que mis fuerzas me dejaran y tuviera que abandonarme a quehaceres menos humanos.

       El mar en su estado más brutal jugaba a hundir una pequeña embarcación atracada en un puerto. Bodegones de frutas, otros de carne. Naturalezas muertas. ¿Naturalezas muertas? El solo nombre me provocó una sonrisa. ¿Acaso alguno de nosotros se hubiera parado alguna vez a pensar que nos pudiéramos identificar con una liebre colgada por las patas? Increíble forma de disfrazar el lado más cruel de la naturaleza sin escandalizar al personal.

       Pero algo diferente atrajo mi atención. El resplandor de la mañana asomaba entre unas cumbres. Un manto de árboles lamían sus faldas con tonos ocres y verdes. En una ladera un pueblo se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Mi tierra. Me recordaba tanto a ella.

       De repente alguien se detuvo a mi lado.

       << ¿Maravilloso, ¿verdad? >> preguntó una voz cálida y varonil. No me resultó muy difícil saber de quien se trataba. Allí estaba otra vez. El color claro de sus ropas le daba un aire angelical. << La persona que lo pintó no pudo imaginar el dolor que podía causar a alguien con tanta belleza >> respondí intentando ahogar aquella marea de emociones.

       << Te he estado buscando todo este tiempo. Desde la última vez cada fibra de mi cuerpo te llamaba. Me dejaste sin más. Me hubiera conformado con alguna señal para saber donde podrías estar >>

       << Eres afortunado. Otro en tu lugar no estaría hablando ahora conmigo >> Salimos a la calle. Había comenzado a soplar una brisa helada. Su cuerpo se estremeció a mi lado. Hablamos durante horas, sentados a la mesa de algún café. Ni el lugar ni la gente que allí había tenían relevancia. Solo él era lo que realmente importaba. Sus ideas, sueños, aspiraciones. Lo volcó todo sobre mí. Mientras, yo escuchaba embelesada por aquel cóctel de belleza, entusiasmo e inteligencia.

       Pero la conversación se rompió bruscamente. Tal vez llevaba mucho tiempo en aquel estado sin darme cuenta. La debilidad era muy acusada.

       <> se ofreció.

       "¿Tú? "Pensé "¿Cómo podrías hacerlo si ya estoy condenada a no poder darte lo que esperar de una mujer de tu condición? "

       << ¿Acaso crees que no me he dado cuenta? Todo el mundo sabe lo que son los vampiros. Yo no creía en su existencia hasta que fui víctima de uno de los más hermosos. >> Cogió mis manos entre las suyas, acariciándome con su calor. << Déjame salvarte solo una vez más >>

       Una invitación imposible de rechazar para un alma débil, congelada tras tantas noches de caza furtiva sin encontrar los latidos de un corazón que me diera un aliento de vida fugaz. Lo que sucedió después es de imaginar. Sucedió en su alcoba. Lo desangré hasta el borde la muerte. Luego me rasgué la lengua y le hice cómplice de mi secreto en un beso cálido y rojo. Han pasado solo un par de lunas de lo que leéis. Y ahora, sentada a este escritorio, escribiendo con la noche despidiéndose de mí entre las torres de edificios sé que si me giro le veré durmiendo en esa cama de sábanas blancas. Un color que no podrá apreciar como antes. Pero todo compensa al hecho de que la inmortalidad nos une hasta que el destino decida separarnos.

Jera : Hiupersis@hotmail.com