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Las junglas tropicales de Sudamérica, y en especial la cuenca amazónica, son un hervidero de extrañas criaturas y monstruosidades imposibles. Las aguas del Amazonas se tiñen de rojo cuando los Garou se enfrentan a los siervos del Wyrm en defensa de uno de los últimos baluartes de Gaia. Pero hombres lobo y fomori palidecen por igual a la mención de los Yacaré, los siniestros y bestiales ghouls de ciertos Tzimisce sudamericanos.
Si bien el continente sudamericano presenta numerosas ventajas para los Tzimisce, dado el carácter autoritario de la mayoría de sus gobiernos y los grandes espacios libres en los que pueden establecer sus dominios, a muy pocos Vástagos les gusta residir de forma permanente en un campo de batalla entre criaturas sobrenaturales. Los enfrentamientos en la zona han sido incesantes desde hace siglos: Camarilla contra Sabbat, Sabbat contra Setitas, Garou contra fomori, Camarilla contra Garou, Sabbat contra anarquistas... los ejemplos son interminables, y eso sin contar con el inconveniente añadido de los conflictos del ganado (revueltas campesinas, guerrillas y similares).
El clan Tzimisce se ha distinguido siempre por su uso de los ghouls: el cruel carácter de los Demonios y su Disciplina de Vicisitud, hace de sus siervos auténticas -y espantosas- máquinas de matar. Pero ni siquiera los ghouls tradicionales, los desdichados deformes conocidos como szlachta en el viejo continente, eran suficiente protección frente a los enemigos que surgían por todas partes. La necesidad de adoptar nuevas medidas quedaba fuera de toda cuestión.
Alrededor de 1920, el Tzimisce brasileño Emerson da Silva descubrió en la biblioteca de su sire ciertas referencias al monstruoso ghoul de guerra empleado por su clan en la Edad Media... el vozhd. Los vozhd eran seres creados a partir de 15 o más ghouls (animales, humanos o ambos), unidos mediante una combinación de poderes de Vicisitud y rituales Taumatúrgicos (es necesario tener Vicisitud 6+ y Alteración Corporal 6+, y conocer un ritual Taumatúrgico especial de nivel 6 para crear un vozhd). Su fuerza era proporcional a su tamaño, y el proceso de creación les hacía inmunes a la Disciplinas de Animalismo, Dominación y Presencia, aparte de volverlos absolutamente locos e incapaces de comprender órdenes de más de dos o tres palabras. Máquinas de asedio vivientes, e igualmente torpes y poco versátiles, la utilidad de los vozhd acabó con la Edad Media. Pero da Silva supo leer entre líneas y adecuar las características del vozhd al entorno tropical. Mucho más pequeños, creados a partir de dos o tres criaturas a lo sumo, los Yacaré, monstruosas amalgamas de hombre y caimán, empezaron a poblar sus dominios.
A pesar de su origen común, los Yacaré son tan diversos como lo permite el capricho de sus creadores. Algunos son pesadas bestias que se arrastran sobre cuatro patas, acorazadas de tal forma que casi resulta imposible herir su carne. Otros se mantienen ocultos en las aguas fluviales que cruzan los territorios de sus amos, convirtiéndose en el terror de los indios de la zona, que han bautizado a estos silenciosos asesinos como Igpupiara, espíritus malignos de las aguas.
Sin embargo, el Yacaré más común es una enorme figura bípeda, de unos 2.5 metros de alto y casi el mismo perímetro torácico. Su piel está fuertemente acorazada, sobre todo en el torso y la cabeza. Sus miembros son comparativamente cortos, gruesos y robustos, pero le bastan para moverse con una sorprendente rapidez. En cuanto a la cola, aparece en algunos ejemplares y en otros no, aunque cuando lo hace es siempre con propósitos ofensivos. La cabeza es posiblemente el aspecto más horroroso de todos los Yacaré: de enorme tamaño, a medio camino entre la de hombre y la de caimán, o simplemente con el aspecto de una encajada en la otra, casi parece estar partida en dos por una voraz boca sembrada de dientes irregulares y extremadamente puntiagudos y afilados. Es frecuente que tengan dos pares de ojos, uno frontal y otro, fuertemente protegido por una especie de visera córnea, situado en la parte superior del cráneo.
El Yacaré emplea este segundo par para observar su entorno oculto en el agua, asomando sólo la excrescencia córnea mencionada, que se puede confundir fácilmente con una piedra (son necesarios al menos 2 éxitos en una tirada de Percepción + Supervivencia a dificultad 8 para distinguir una cosa de otra).
Los Yacaré no son unas criaturas especialmente brillantes, pero sí muy tenaces y pacientes. Sus amos Tzimisce suelen encomendarles la custodia de un lugar determinado (un camino, la antesala de su refugio, la cámara del tesoro...), más que misiones de búsqueda y destrucción. La proverbial capacidad de los caimanes para mantenerse inmóviles, como piedras o troncos flotando en el agua, ha demostrado ser muy útil para los Yacaré, que suelen apostarse en aguas poco profundas o lugares sombríos y calurosos, a la espera de que pase algún incauto o un enemigo de su señor. Cuando es posible, los Yacaré apresan a su víctima con las mandíbulas y la arrastran al fondo de las aguas, haciendo que se ahogue (simula esto mediante tiradas opuestas de Fuerza; si el Yacaré consigue arrastrar a su víctima bajo el agua, aplica las reglas de asfixia del libro de reglas).
Obviamente, esto es inútil contra los vampiros y muy poco práctico contra los Garou (que en forma Crinos pueden llegar a contener la respiración durante quince minutos o incluso más). En combate cuerpo a cuerpo, prefieren confiar en la fuerza de su mordisco, capaz de partir en dos a un ser humano. Aunque tienen unas garras rudimentarias, no están diseñadas como armas ofensivas, sino para afianzar la presa (-1 a la dificultad) en el terreno o sobre sus víctimas (por supuesto, estamos hablando en general, y nada impide que un Tzimisce especialmente meticuloso dote de garras afiladas a su Yacaré favorito).
Es muy raro que usen armas, y en tal caso no será nada más sofisticado que un garrote o una piedra.
No se relacionan nada con el mundo. Una vez creados por su amo, éste les asigna una misión o una zona determinada, y se limitan a esperar la siguiente ración de carne o de sangre vampírica. Los demás vampiros los consideran una monstruosidad más del muestrario Tzimisce, y los Garou una prueba viviente de la perversidad del Wyrm. Por su parte, los Mokolé (hombres caimán) sienten una cierta lástima por estos desdichados seres, y suelen exterminarlos de la manera más compasiva posible... lo que no se extiende a sus creadores, por supuesto. Por lo que respecta a las relaciones del Yacaré medio con sus congéneres, tampoco son especialmente estrechas: ferozmente territoriales (quizá un efecto secundario de su Vínculo Tzimisce), es frecuente que se traten como enemigos.
De todas formas, son criaturas extremadamente raras, y la región es lo bastante amplia como para compartirla sin problemas.