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Anticipo de “Guerreros de Alavna”

Advance Dreamers


Grupo AJEC nos ha enviado el primer capítulo de la novela de N.M. Browne

imagen de Anticipo de “Guerreros de Alavna”

SINOPSIS:

Dan contempla con horror como Úrsula es tragada por una misteriosa niebla amarilla. Aunque intenta llamarla, no obtiene respuesta, y no le queda más remedio que seguirla.
Así, mientras están en medio de una excursión escolar, son trasladados en el tiempo hasta el año 75 de nuestra era, en la Britania conquistada por los romanos, a merced de una tierra y una gente que no comprenden.
Pero conforme pasa el tiempo en su nueva realidad, se dan cuenta de que deben luchar para sobrevivir antes de que puedan intentar volver a su verdadera época.
A merced de los elementos, y de los guerreros extraños que son sus nuevos compañeros, ambos se transforman en guerreros, cada uno con extraordinarias habilidades de lucha y extraños poderes mágicos que con los que se ganan el respeto de sus compañeros.

“Guerreros de Alavna” es una novela asombrosa para niños y adolescentes. Vívidas descripciones que hacen que las vistas, sonidos, olores y en ocasiones el terror de la nueva realidad de Dan y Úrsula, cobren vida de manera asombrosa.
N.M. Browne apresa las acciones y caracteres de “Guerreros de Alavna” con una claridad que deja sin respiración, haciendo de esta apasionante novela un libro ideal para cualquiera que disfrute con la buenta literatura, acción y atmósfera enérgica.

Edad Recomendada: de 11 años en adelante.



Título: Guerreros de Alavna
Autor: N.M. Browne
Título Original: Warriors of Alavna (2000)
Formato: 21x14 Cm
Páginas: 282
Precio: 16 Euros
Isbn: 978-84-96013-42-1
Portada: David Gisbert
Género: Novela Juvenil /Fantasía / Histórica

GUERREROS DE ALAVNA

N. M. Browne

ANTICIPO EDITORIAL.


Capítulo I

Invocación del Velo del Guerrero



Dan observó horrorizado cómo una niebla amarilla absorbía a Úrsula. La llamó pero no se detuvo y se vio obligado a seguirla.
Era evidente que no se trataba de una niebla en el sentido estricto de la palabra. Dan podía percibir formas en movimiento a través de ella, aunque eran figuras distorsionadas, como si mirara a través de un cristal esmerilado o de aguas onduladas. Estaba preocupado, no podía ver a Úrsula. Dio un paso hacia delante y sintió la asombrosa solidez de una niebla oleaginosa y más fría que el hielo que lo envolvía. Dan se adentró y la niebla lo rodeó, una masa de gotitas pringosas que lo sostenían como a una mosca en una telaraña. No era una niebla corriente. Inconscientemente cerró los ojos para protegérselos y dio una zancada aparatosa. Forcejeó hacia delante y la niebla, que se aferraba a él y oponía resistencia a sus movimientos, lo liberó escuchándose un pum casi inaudible en otro lugar. Ni rastro de Úrsula, y él allí, en un pantano desierto. El día era cálido y tuvo que entrecerrar los ojos por la claridad. Sólo se escuchaba el canto de los pájaros. Sólo los erizados matorrales de hierbas salvajes se movían a causa de la brisa. Miró hacia atrás. La amarillenta niebla le impedía divisar el campo helado que acababa de dejar tras sus pies. ¿Dónde estaba Úrsula? Se había ido malhumorada y aunque hubiera echado a correr, sólo había partido unos instantes antes que él. ¿Por qué no podía verla?Añadir Anotación
Recordó mentalmente la conversación que habían mantenido. No había pretendido enojarla. Los habían puesto juntos en la excursión para el estudio histórico de Hastings1. La señorita Smith, una profesora ya mayor que debía estar a punto de jubilarse, pensaba que si ponía a una niña con un niño, las niñas evitarían que los niños se metieran en problemas. Como Úrsula se codeaba con los demás niños desplazados de la clase, nunca antes había hablado con ella. En la cabeza de Dan todos los niños se clasificaban por grupos: niñas feuchas, niños regordetes, fracasados…, entre otros. Úrsula era uno de esos especímenes: una niña de quince años enorme, de más de un metro ochenta de altura y que tenía de ancho lo que tenía de alto. Era de complexión robusta, rayando la obesidad. Ancha de hombros y largas extremidades, ocultaba su corpulencia bajo camisetas holgadas y pantalones anchos, ropa que no le favorecía nada. Le sacaba una cabeza al resto de sus compañeros: un cilindro macizo vestido con una sudadera negra y tez pálida. Tenía el pelo rubio y fino, y aunque lo llevaba corto por los laterales y la parte de atrás, escondía sus fríos ojos azul grisáceo tras un largo flequillo. Su rostro imperturbable era casi adusto. Era una chica que rara vez hablaba. Cuando Dan le había planteado algunas preguntas mientras le había estado contando su régimen de entrenamiento, Úrsula apenas las había respondido y no había hecho ningún comentario. La conversación había adquirido un carácter monótono, casi carente de sentido, para pasar el rato. Dan había realizado una prueba de selección para el club de fútbol local y era corredor del condado. Había estado fanfarroneando un tanto desganado y le había sugerido que probara el entrenamiento con pesas. No había insinuado nada con ello pero Úrsula había echado a correr. La niebla había descendido mientras él estaba hablando. De hecho estaba a punto de comentarle cómo ésta había aparecido de repente. Al sur, todo seguía igual; al norte, lo único que podía ver era esa extraña masa amarillenta. Úrsula había echado a correr hacia el norte y ahí era donde había ido a parar....salvo que no estaba. El pantano no era muy extenso pero Úrsula, que llevaba un anorak rojo muy llamativo, no estaba allí.Añadir Anotación
No se le pasaba por la cabeza volver sin Úrsula, así como tampoco había dudado en ir tras ella. Quizás si Úrsula hubiera corrido muy rápido, podría estar detrás de la pequeña colina que se alzaba a su derecha, aunque para ello habría tenido que ser una magnífica velocista. Dan echó a correr, aunque con mucho cuidado, ya que el terreno era irregular y estaba empantanado, condiciones propicias para romperse un tobillo. Todo era muy raro: aquí el cielo era azul y hacía calor. Se quitó la chaqueta y se la ató a la cintura. Hacía un día precioso, así, de repente.Añadir Anotación
A Úrsula no le parecía tan precioso. Se había alejado de Dan porque no tenía el ánimo como para aguantar más bromas sobre su peso y su altura. Normalmente sabía sobrellevarlo bien, pero había sido un mal día. Esa misma mañana había recibido una carta de su padre comunicándole que la visita que habían planeado para ese fin de semana no era conveniente para ella, ya que su nuevo bebé estaba enfermo. La noticia había desencadenado el ataque de histeria habitual de su madre y la misma respuesta estoica de siempre de Úrsula. A veces desearía que dejara ya de fingir que la quería. En realidad, Dan no tenía culpa de nada, a pesar de que hubiera disfrutado escuchándole y hubiera presumido un poco como cuando lo hace delante de las niñas de un tamaño normal. En verdad era todo: los gemelos Richard riéndose como tontos en la parada del autobús y algún necio desconocido preguntándole qué tiempo hacía por ahí arriba. Todo. La niebla apareció entonces por sorpresa. Úrsula no le había estado prestando mucha atención a los alrededores, sin embargo no pudo ignorar la niebla. El color era amarillento, como el de una niebla tóxica o el humo del caldero de una bruja. Se pegaba a su cuerpo como si de una red muy fina se tratara, un frío velo cuyo grasiento roce helaba hasta los huesos de la médula espinal. Cerró los ojos como si se sumergiera debajo del agua y con paso firme la atravesó. Quería quitársela de encima, sentía la cara resbaladiza y la sola sensación le daba ganas de vomitar. No era la típica niebla, no era nada natural. El pánico comenzó a invadir a Úrsula. Una vez, siendo un bebé, había quedado atrapada en un hueco bajo el cobertizo que tenía su padre, y ahora sentía que ese mismo miedo se iba apoderando de ella. De repente, atravesó la niebla bruscamente y apareció en otro lugar. Escuchó un pum como cuando se desentaponan los oidos al producirse un cambio de altitud en un avion. Le temblaba todo el cuerpo y se sentía mareada. Sentía que todo era extraño. Abrió los ojos. Todo era extraño.Añadir Anotación
Úrsula se encontraba en medio de un círculo de piedras, rodeada de gente. Habría unos seis hombres y una mujer, ataviados con vestimentas antiguas: capas, petos y extraños peinados. Le costaba asimilarlo, estaba desconcertada. Todos excepto la mujer iban armados y todas las espadas la apuntaban. No podía ser real. Su mente se rebelaba contra lo que tenía delante de sus propios ojos. No deseaba estar allí. ¡Eso no era lo que solía ocurrir cuando se hacía un viaje de estudios! Úrsula no era una cobarde. A diferencia de su corazón, que bombeaba a una velocidad espeluznante, su cerebro simplemente no aceptaba lo que sus ojos veían. Úrsula estaba allí de pie, un poco más erguida de lo normal, y cuadró sus imponentes hombros. Intentando controlar los temblores, adoptó su mirada de «si te metes conmigo, lo lamentarás», perfeccionada en las paradas de autobuses y en las colas del comedor durante años. Todos la miraban y Úrsula les devolvía la mirada. Los niños a menudo retrocedían cuando los miraba así, pero no aquellos hombres. No había ninguno que no tuviera los fríos y endurecidos ojos de un psicópata.Añadir Anotación
—¡Dios mío! —se dijo para sí a modo de plegaria.
La mujer echó la cabeza atrás y aulló. El sonido erizó hasta el último pelo de la nuca de Úrsula, provocándole un escalofrío. Nunca habría imaginado que una garganta humana pudiera producir un sonido así. Los hombres parecían estar molestos, e incluso se percató de que uno o dos de ellos apretaban con más fuerza sus espadas. La mujer comenzó a salmodiar. Era como la melodía de los monjes y, a diferencia del aullido sobrenatural, la voz que manaba de la garganta de la mujer era grave y melódica. Retumbó en los menhires de alrededor hasta que el aire pareció vibrar al compás. Era maravilloso, aunque tremendamente extraño. Úrsula sintió un cosquilleo por su cuerpo, e incluso su corazón pareció disminuir el ritmo de sus latidos para acompasarlo al salmo de aquella mujer. Era más que música: las notas poseían tal energía que provocaban algo en el aire, como la serenidad previa al estallido de una tormenta, aunque la atmósfera en sí se notaba cargada de energía. El aire traqueteaba a medida que la mujer alzaba los brazos; entonces, un escalofrío se apoderó de Úrsula, como una pequeña descarga eléctrica en el pellejo de los suyos. ¿Qué estaba pasando? Úrsula agudizó el oído para escuchar las palabras de la mujer pero no lograba reconocer la lengua en la que hablaba.Añadir Anotación
La voz de la mujer se hacía cada vez más insistente, el ritmo se aceleraba cada vez más así como el tono se hacía más elevado. Entonces la mujer miró a Úrsula. La miraba fijamente. Los ojos de la mujer eran de un extraordinario color verde esmeralda, intenso e inquisitivo. Eran más aterradores que las espadas que sostenían aquellos hombres. Pero Úrsula estaba acostumbrada a estar asustada y pretender no estarlo. No dejaría que esa mujer la intimidara dejando entrever su miedo. Úrsula, implacable, la observó con la mirada más dura que pudo. La mujer soltó una pequeña exclamación de sorpresa y se desplomó en el suelo con un agraciado y dramático desvanecimiento del que Úrsula se sintió orgullosa.Añadir Anotación
El ritual, si eso era lo que era, había finalizado. Con la pérdida de conocimiento de una mujer desvanecida, el aire por fin se descargó, casi como si alguien hubiera encontrado un interruptor y hubiera desactivado la corriente. Se oyó un ruido, un sonido que Úrsula llegó a sentir más que escuchar, una especie de implosión casi imperceptible para su oído. Dos hombres musitaron entre ellos y señalaron hacia el lugar de donde provenía el ruido. Úrsula, girándose para seguir la dirección en la que miraban aquellos hombres, estuvo casi segura de lo que vio entonces. La niebla había desaparecido. No quedaba ni una gota de ella. Tampoco había nada raro a la vista. Detrás de las piedras, el terreno era llano y pantanoso, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. No había nada raro en ello salvo que no guardaba ninguna relación con el lugar en el que Úrsula debía estar. Ni rastro de Dan ni de ninguno de sus compañeros de clase, tampoco del aparcamiento donde el autobús debía estar aparcado. No había nada excepto el pantano y los menhires; nadie salvo aquellos hombres que aún blandían sus espadas.Añadir Anotación






Capítulo II

La chica pelirroja
     
Dan podría pasarse todo el día corriendo y eso fue lo que hizo, aunque sin encontrar rastro alguno de Úrsula, por lo que comenzó a impacientarse. Estaba convencido de que si Úrsula le sacara cierta ventaja, ya la habría encontrado. Dan era el chico más rápido de la escuela, e incluso a nivel nacional, y lo único que sabía era que las piernas de Úrsula no podrían ser tan ágiles como las suyas. Tenía sed. Se paró un momento y se agachó para recuperar el aliento. Su reloj se había parado, señalaba las dos de la tarde. Debido a la naturaleza dorada de la luz vespertina, daba la impresión de ser más tarde de lo que era. Debían regresar al autobús a las cuatro y media como muy tarde. Quizás Úrsula había regresado directamente, quizás la había perdido en la niebla. Resultaba frustrante, pero tendría que contarle a la señorita Smith que la había perdido. Le aterraba sólo pensarlo. Si Úrsula no había llegado aún al autobús, para reírse de él, tendrían que organizar equipos de búsqueda. Odiaba dejar las cosas a medias, pero lo que estaba haciendo no servía para nada.Añadir Anotación
Había dejado una lata de coca-cola en su mochila. Volvería para bebérsela, buscaría a la señorita Smith y haría todo lo que tuviera que hacer. Como era de esperar, tampoco había acabado el trabajo sobre Hastings y se metería en problemas también por eso. Tenía que admitir que había disfrutado la carrera en ese aire tan puro, limpio y silencioso, interrumpido únicamente por el canto de los pájaros. Debía haber recorrido una gran distancia desde el punto de partida porque ni siquiera se escuchaba el lejano bullicio del tráfico.Añadir Anotación
Dan dio la vuelta y comenzó el retorno. La niebla debía haberse disipado porque no podía ver ni una pizca de ese matiz ambarino en el aire límpido. Estaba completamente seguro de que había retrocedido hasta el punto de partida pero no veía el árbol donde había dejado la mochila. El terreno estaba completamente desolado. Se había perdido.Añadir Anotación
Dan había leído en algún sitio que en Gran Bretaña no se podía recorrer más de ocho kilómetros en cualquier dirección sin llegar a algún lugar habitado. Ése sería su plan: continuaría corriendo hasta encontrar algún sitio donde hubiera un teléfono y llamaría al colegio para comunicarles lo que había ocurrido. Se metería en problemas, era inevitable. Estaba, incluso, más preocupado por todo este lío que por regresar a casa demasiado tarde y que no hubiera nadie que acostara a su hermana Lizzie. El turno de trabajo de su padre comenzaba a las seis y no siempre se acordaba de pedirle a su vecina, la señora Ainley, que le echara un vistazo a la pequeña. La frase preferida de papá era «Lo siento, se me olvidó, ¿de acuerdo?».Añadir Anotación
Mientras continuara corriendo, se sentiría bien. Hostigado por la inquietud, aceleró el paso. No tenía sentido haberse perdido, como tampoco que Úrsula hubiera desaparecido, y le molestaba no encontrar una explicación satisfactoria para ninguno de los dos hechos. El terreno cambiaba a medida que avanzaba. El pantano daba paso a un bosque. Sin embargo, no había visto ninguno en la zona histórica de Hastings. Correr era más complicado ahora que no había ningún camino delimitado. No sabía cómo, pero estaba completamente perdido.Añadir Anotación
Llegó finalmente a un claro donde había una tosca cabaña. Era pequeña y no tenía ventanas; parecía más bien una choza. La puerta no tenía pomo y estaba entreabierta. La empujó suavemente.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —su voz resonó grave en el interior.
El crujido de la puerta le sobresaltó. Dos pájaros, aterrados por el pánico, alzaron el vuelo elevándose al cielo abierto. Resultaba difícil ver en la penumbra pero observó que la cabaña no era una leñera, como se había imaginado en un primer momento. Había un lar ennegrecido en medio de aquel pequeño habitáculo que conformaba la cabaña. No había ninguna chimenea pero el aire estaba impregnado de un fuerte olor a leña quemada. Ollas y cestas llenaban las estanterías de las paredes. No había nada más. Quizás era la guarida de algunos niños del lugar. Fuera lo que fuera para lo que se utilizara, a Dan no le servía para nada: no tenía teléfono. Echó un vistazo fuera para comprobar que no había nadie, fue entonces cuando la vio.Añadir Anotación
Estaba tendida boca abajo, sobre el suelo. Llevaba un sayo y un manto de tela escocesa de colores llamativos. Una larga melena caoba que se esparcía sobre sus hombros conformaba un abanico de oro cobrizo que contrastaba con el color de la tierra. Sus pies desnudos estaban sucios. La joven yacía sobre un charco de barro. Sin embargo, algo le decía que aquel charco no era de barro sino de sangre. Sabía que estaba muerta.Añadir Anotación
Movido por la ética, se vio en la obligación de acercarse. Cabía la posibilidad de que la joven aún respirara. No pudo resistirse a retirar el cabello para verle el rostro y buscarle el pulso en el cuello. El cuerpo estaba frío. Estaba muerta, y por lo que podía observar, la habían asesinado. Dan espantó a las moscas con la mano, que ya habían comenzado a merodear por encima del cadáver.Añadir Anotación
Había leído miles de novelas policíacas y visto miles de asesinatos por la televisión, pero no por ello se sentía capacitado para afrontar aquella situación. Estaba temblando de manera incontrolable. ¿Y si el asesino aún andaba por ahí? ¿Y si tenía a Úrsula? Una parte de él deseaba salir corriendo de allí, pero a la otra parte, la mayor parte de su ser, le picaba una morbosa curiosidad. Sus principios morales le decían que era su deber intentar identificarla para poder notificarlo a la policía. Tendría que facilitarles detalles suficientes para que no creyeran que se lo había inventado todo, como si fuera posible que alguien pudiera inventarse algo así.Añadir Anotación
Sin embargo, no era el primer cadáver que veía. Había visto a su madre después de que las enfermeras la adecentaran un poco. A su abuela le había molestado que viera a su madre, pero su padre había insistido en que lo hiciera, en que tenía que darse cuenta de que aquello era verdad y que tenía que ver que todo lo que hacía que su madre fuera su madre había desaparecido, que así lo entendería. Dan la vio pero sin llegar a comprender nada, ni ahora ni en aquel momento. Tampoco estaba seguro de que su padre lo hubiera comprendido. Fuera como fuera, ya había visto una mujer muerta antes y podía hacerlo de nuevo. Además, al ser una extraña, debería ser más fácil que la primera vez. Se obligó a sí mismo a retirar la preciosa melena. La niña tendría aproximadamente su edad, diez u once años. La imponente mirada fija de unos ojos marrones completamente abiertos le impactó. La boca también la tenía abierta. El miedo se había apoderado de ella. Dan dejó que el cabello se deslizara entre sus dedos y echó a correr hacía los arbustos. El cuerpo se le descompuso, tal y como había leído acerca de las personas en ese tipo de situaciones. Sin embargo, en aquellos libros no se explicaba nada de cómo afrontar la reacción del organismo ni de tan escalofriante ultraje. Alguien con una mente retorcida había matado a aquella niña. Se limpió la boca con un pañuelo que llevaba en el bolsillo, aunque no podía hacer nada para quitarse ese amargo sabor. Acababa de ver una niña descuartizada y parecía como si ya, desde ese momento, nada volviera a ser igual. El mundo era un lugar más lóbrego y deprimente. Tenía frío. Se desató la cazadora de la cintura y, entre temblores, cubrió cuidadosamente el cuerpo de la niña. Era como si eso fuera lo único que pudiera hacer.Añadir Anotación
Imaginaba que el asesino no andaría cerca pero miró alrededor en busca de un arma por si fuese necesario. Los cuchillos no eran una buena opción, en caso de lucha podían volverse en contra de uno mismo. Te pueden expulsar del colegio sólo por llevar un cuchillo. Sin embargo, un cuchillo era mejor que nada, así que volvió a la cabaña. Quería lavarse las manos, desprenderse de la atrocidad que había presenciado fuera pero no veía ningún grifo por ningún lado. Dejó la puerta entreabierta para que entrara la luz y echó un vistazo. Necesitaba un arma y una pista sobre el porqué del asesinato de aquella niña. ¿Qué habría sucedido para que una niña apareciera muerta en medio de un bosque a miles de kilómetros de distancia de todas partes? ¿Habría estado viviendo allí como una fugitiva? La única pieza de mobiliario que había en la habitación, además de las estanterías, era un baúl de madera tallada que, incluso para los ignorantes ojos de Dan, parecía demasiado valioso como para encontrarlo en una cabaña. «Birlado seguro», pensó Dan. Cubriéndose la mano con la manga de la sudadera del uniforme para no dejar ninguna huella, levantó con sumo cuidado la tapa del baúl. El interior olía a Navidad, a alguna hierba acre. «¿Sería clavo?». Agudizó la vista para ver lo que había en el interior. Al ver que estaba lleno de trapos viejos, se llevó una gran desilusión; esperaba encontrar el móvil del asesinato. Rebuscó en el baúl para ver si encontraba algo más y, en el fondo, palpó un objeto sólido envuelto en una tela. Pesaba mucho y superaba la largura de un rifle. Lo sacó a la luz y fue desenvolviendo con mucho cuidado las capas que lo cubrían. Retiró con sumo cuidado la última capa, una tela gruesa impregnada de una fétida sustancia grasienta, sin saber qué era aquel objeto ni lo que lo cubría. Una espada. Nunca se lo habría imaginado.Añadir Anotación
La empuñadura era impresionante, parecía que estuviera hecha de oro y plata trabajados conjuntamente sobre un elaborado diseño de nudos y lazos. Los dibujos eran tan enrevesados que la desconcertada mente de Dan no podía entenderlos. La hoja de la espada era muy larga y de doble filo, y parecía estar afilada como un cuchillo de cocina. Incluso si estuviera desafilada, el mero peso de la espada la convertiría en un temible garrote. No sabía qué hacer. Estaba seguro de que la habían robado de algún museo. Tenía la vaga impresión de que robar una propiedad también era un delito, pero la espada era un arma y él necesitaba una. Le preocupaban las huellas, no quería borrar las que pudiera haber en la empuñadura, pero si la espada iba a servirle en beneficio propio, no tendría más remedio que empuñarla. La escalofriante imagen de la niña asesinada lo atormentaba en su cabeza. Tenía miedo de que siempre lo hiciera. Ya estaba metido en problemas, pero estaba vivo y quería seguir estándolo. Cogería la espada para defenderse y se la entregaría a la policía tan pronto como pudiera.Añadir Anotación
Limpió con mucho cuidado la grasa que había en la espada con uno de los trapos del baúl. Al elevar la espada para examinarla, un brillante resplandor plateado recorrió la hoja. Pesaba mucho y estaba pensada para un hombre alto y vigoroso. Era obvio que no era una espada forjada para un sofisticado combate de esgrima. A pesar de su belleza, Dan no dejaba de pensar en el increíble poder destructor de aquel arma. La hoja había sido forjada para descuartizar la carne atravesando el hueso, como el cuchillo de carnicero, sin ir más lejos, que era a lo que la espada le recordaba. ¡Qué idea más macabra! «Brillante Asesina». El nombre le vino de repente a la cabeza. Los héroes siempre otorgaban un nombre a sus espadas, aunque él no era ningún héroe. En tan nefastas circunstancias, no era muy apropiado comportarse como un niño pequeño jugando a ser un héroe y ponerle un nombre a una espada, pero el caso era que el nombre ya le había sido otorgado. Lo había pensado y ya no había vuelta atrás, la llamaría «Brillante Asesina».Añadir Anotación
A pesar de que pudiera hallar el modo de caminar sin tropezarse con ella, la espada era demasiado grande como para llevarla enganchada en la cadera. Una vez vio en una película que el protagonista llevaba una gran espada a la espalda. Tendría que apañárselas para encontrar alguna cuerda con la que la atara y se la colgara al hombro. Además, así podría repartirse el peso de la espada, que era bastante considerable. Dan era un experto corredor y sabía qué con el más leve peso uno se debilita al recorrer cierta distancia. Para su sorpresa, encontró por casualidad lo que estaba buscando. En una de las estanterías reposaban los restos de un arnés de cuero que habían sido colocados con esmero. Parecían los arreos de un caballo por la consistencia con la que estaban hechos. Es bastante difícil atarse algo a la espalda uno mismo pero, esforzándose y haciendo nudos con precisión, Dan consiguió engancharse la espada en diagonal entre sus hombros. La empuñadura estaba a la altura de su omóplato izquierdo. Si contorsionaba un poco el cuerpo, podía alcanzar la empuñadura por encima de su cabeza y empuñarla fácilmente, aunque deseaba desde lo más profundo de su corazón no tener que utilizarla. La sujeción era demasiado incómoda pero no podía ajustarla más fuerte. Incluso antes de comenzar a moverse sabía que acabaría magullándose la espalda. De todos modos, a pesar de la incomodidad, del hecho de haberla robado y de su ignorancia en cuanto al manejo, sentía que la espada le proporcionaba seguridad. Otra cosa que tampoco tenía sentido.Añadir Anotación
Echó a andar, pero esta vez con más cuidado, aunque intranquilo. Evitó correr, a pesar de que fuera lo que realmente quería, porque sabía que haría demasiado ruido. Le preocupaba el hecho de no tener experiencia alguna en moverse sigilosamente; si el asesino andaba por ahí, él era una presa fácil.
No había recorrido ni diez metros cuando sintió con toda seguridad que alguien le estaba siguiendo, alguien que no se estaba esforzando demasiado en no hacerse notar. Sin pensárselo dos veces, echó a correr golpeando la espada contra sus huesos al tiempo que pisoteaba sin piedad las ramitas caídas. Al ritmo de los desesperados latidos de su corazón, esquivó las ramas de los árboles y saltó por encima de las piedras. Resonaba en sus oídos el bullir de la sangre. Inevitablemente, el arnés casero que había confeccionado le dejó tirado. Los nudos se rompieron y la espada se desprendió. Al tiempo que caía, un fuerte golpe en la espalda hizo que se inclinara hacia delante y perdiera el equilibrio. Cayó aparatosamente de bruces al suelo, donde saboreó tierra, sangre y sal, fruto de la sequedad de su boca. Aunque le sangraba la nariz, se levantó con gran dificultad, cogió la espada y se giró para enfrentarse a su justo castigo. Allí estaba el perro más grande que había visto en su vida.Añadir Anotación
No se parecía a ninguno de los perros de los que había oído hablar, era una mezcla entre un lobo y un setter irlandés. La enorme cabeza del animal, que le llegaba a Dan por el hombro, dejaba entrever unos dientes aterradores que le servían como arma de defensa personal. Un gruñido ensordecedor manó de entre sus dientes desde la garganta.Añadir Anotación
Dan dudaba que pudiera alcanzar al perro antes de que él alcanzara su cuello. El animal debía pesar más que él y disponía de todas las armas que necesitaba en sus fauces. Dan sintió cómo las gotas de sudor recorrían su rostro. Intentó controlar su tembleque con la esperanza de que el perro no pudiera sentir el miedo, aunque el animal no apartaba la vista de la gigantesca espada.Añadir Anotación
Tenía que tomar una decisión. Podía intentar correr hacia la espada y cogerla, pero probablemente cuatro patas se interpondrían en su camino y se vería incapacitado tanto para correr como para luchar. O podía abalanzarse sobre ella con la suerte de alcanzarla e indicarle el camino a casa, el pecho de aquel monstruoso perro. No estaba completamente seguro de poder hacerlo, de modo que esperaría a que el perro se le lanzara encima. Se la jugaría: apostaría por ser lo suficientemente rápido como para esquivar el ataque. Sin embargo, al final no optó por ninguna de las dos opciones. El perro estaba herido, se acababa de dar cuenta. La sangre seca cubría una de sus patas traseras y tenía un corte profundo en el cuello. Quizás el perro pertenecía a la niña, quizás pensó que Dan estaba robando la espada. Después de todo, la estaba robando, aunque para entregársela a la policía.Añadir Anotación
Como un regalo de Dios, Dan encontró un rincón de paz en su interior, en algún lugar, la cara opuesta del miedo. Era un refugio al que normalmente sólo accedía cuando jugaba al fútbol o cuando corría. Era un lugar donde el mundo aminoraba la marcha, un lugar que le permitía tener más tiempo para esquivar una entrada, controlar un pase o disparar a la portería. Era un lugar en calma, de apacible seguridad. Fue allí donde encontró la solución. Dejó la espada en el suelo y esperó: uno, dos, tres latidos del corazón. El perro cesó de gruñir, avanzó, olfateó la espada y gimió, un gemido más bien lastimero para ser un perro de ese tamaño. Dan pudo observar desde su retiro de paz que a pesar de su impresionante tamaño, el perro era aún joven, de enormes patas y una cabeza desproporcionadamente grande. Dan se inclinó hacia delante con sumo cuidado. Estaba en perfectas condiciones como para echar a correr en cualquier momento. Ya no temblaba y su voz era tranquila y desapasionada cuando susurró bajito: «Todo irá bien, muchacho. No te haré daño».Añadir Anotación
El perro parecía un muelle comprimido o una pistola amartillada, precavido y dispuesto para lo que fuera. Dan le dio unas palmaditas en la cabeza mientras continuaba emitiendo sonidos tranquilizadores. El perro no se tranquilizó pero tampoco hizo ningún movimiento de ataque. Era obvio que le habían agredido brutalmente, el corte que tenía en el cuello era bastante profundo. La respiración, procedente del abdomen, era fuerte y jadeante. Debía de haber estado a punto de retorcerse del dolor. Dan deseaba tener algo de agua para compartirla con él, para demostrarle que no quería hacerle ningún daño. No tenía nada salvo su más cándida voz y su más sosegada actitud.Añadir Anotación
—¿La niña que han matado era tu dueña? ¡Pobrecito! No tengo nada para darte. Eres un perro precioso, ¿a que sí? El perro más bonito que haya visto nunca.
Era verdad. Dan siempre había querido un perro pero era completamente imposible. Nunca antes había visto un perro como ése, flaco pero musculoso y con unos ojos inteligentes. Lo único que podía hacer era admirarlo. Aún podía acabar con su vida pero realmente era un perro magnifico. No podría haberlo embestido con la despiadada espada a sangre fría. La espada, ése era el problema. Necesitaba cogerla sin que el perro, aún en guardia y dispuesto a atacar, se sintiera amenazado. Al fin y al cabo había tenido suerte, el perro toleraba sus caricias y su voz, pero sólo eso.Añadir Anotación
De repente el perro comenzó a gruñir, como si le estuviera advirtiendo de algo, y se agazapó en el suelo. Agachó las orejas y dispuso su cuerpo en una posición más rígida incluso que la de antes, con toda una amalgama de músculos preparados para luchar o para huir. Era evidente que había oído algo. Dan cesó su canturreo susurrante y se tiró al suelo, escondiendo la cabeza para intentar pasar lo menos percibido posible.Añadir Anotación
Oyó voces en la distancia, dos voces varoniles. No llegaba a escuchar lo que hablaban. El perro, sin gruñir, dejó al descubierto su dentadura. Dan tenía buena intuición y confió en la del perro. Peligro. Dan se quedó inmóvil.
Se había tendido sobre una parte del bosque bastante densa. Fue entonces cuando le chocó lo verde que estaba el bosque para lo avanzado que estaba el otoño. Si no hacía ningún movimiento, sería muy difícil que lo descubrieran. La empuñadura de la espada yacía a su lado, de modo que la agarró con mucho cuidado para que el perro no pusiera objeciones. La fría sensación del metal de la empuñadura mezclado con el sudor de la palma de su mano le hizo sentirse más fuerte. Las voces se escuchaban ahora más cerca. Sin duda eran dos hombres que hablaban en voz baja y que se movían con mucha cautela. Agudizó el oído para intentar adivinar lo que decían. No parecía que fuera inglés, la entonación era errónea. ¿Sería tal vez italiano? Ahora los podía escuchar con toda claridad, aunque no se atrevía a levantar la cabeza para verlos. El perro permaneció completamente inmóvil a pesar de que Dan podía apreciar su hostilidad hacia aquellos dos individuos que se aproximaban. El animal temblaba de miedo, lo que a Dan no le servía de consuelo. Había abandonado su refugio de serena seguridad y estaba muy asustado. Ahora podía escuchar perfectamente las voces de aquellos hombres, se dirigían directamente hacia él. Por fin reconoció la lengua. Nunca la había oído de boca de nadie salvo en clase. Estaban hablando en latín.Añadir Anotación

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