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Jitanjáfora

Advance Dreamers


La Magia no existe. ese es el planteamiento de la novela de fantasía escrita por Sergio Parra de la que ahora os ofrecemos un avance con varios de sus capítulos

imagen de Jitanjáfora

Texto de Contraportada:

La magia no existe.

Bajo este original planteamiento comienza Jitanjáfora, una ambiciosa novela de magia contemporánea que dinamita las convenciones del género y reinventa el concepto de hechicero.
En ella, Conrado Marchale, toxicómano en fase de rehabilitación, a punto de abandonarse de nuevo al conjuro de la heroína, recibe una carta que dará un giro a su vida. Junto a Adolfo Figueredo, un obeso intelectual que siempre ha permanecido enclaustrado en su biblioteca, descubre cómo ingresar en una cofradía de hechiceros que no creen en la magia y tampoco la practican, al menos no de la forma convencional.Añadir Anotación
Rodeados de otros marginados sociales, iniciarán un férreo programa académico para aprender los secretos de la magia, asistiendo a extrañas clases impartidas por preceptores que semejan freaks de circo. Porque la magia no existe. Y, sin embargo, se codearán con criaturas extraordinarias, dominarán hechizos, manejarán varitas mágicas y combatirán el Mal.Añadir Anotación
Una exagerada y extravagante propuesta sobre la magia de verdad, cotidiana y laica, no apta para todos los estómagos. Un manual de instrucciones para dominar el sutil potencial que anida en nosotros. Un sarcasmo monumental.

Ficha Ténica:

Título: Jitanjáfora
Autor: Sergio Parra
Portada: Alejandro Terán
Prólogo: Juanma Santiago
Precio: 15,95 euros
Páginas: 272
ISBN: 84-96013-28-6

5

     Lo primero que les llamó la atención al abandonar aquel campo de concentración animal que era la granja fue el silencio. Se oían aves canoras, árboles meciéndose, el viento soplando y el ladrido de algún perro a lo lejos, pero todas aquellas perturbaciones acústicas eran baladíes parangonadas con el guirigay de los masificados establos.Añadir Anotación
     Desorientados, fueron conducidos a un descampado próximo, donde ronroneaba el autocar que les había transportado a aquella pesadilla. Y allí sostenidos precariamente por sus piernas atrofiadas por la falta de uso y la mala alimentación, contemplaron por primera vez en mucho tiempo el exterior como si fueran ciegos que hubiesen recuperado la vista tras un milagro, ebrios de dicha y de asombro.Añadir Anotación
     Al principio, al intentar abarcar con la vista aquel inmenso paisaje de abundantes colores y detalles, sólo consiguieron percibir grupos de imágenes dispersas, aisladas de todo contexto, irrupciones de luz brillante en distintas longitudes de onda. Así que sus ojos, ávidos de libertad, enfocaron la línea oleaginosa del horizonte, y sobre él, el cielo azul y límpido.Añadir Anotación
     Deslumbrado por aquella realidad que tan ajena se le presentaba a Conrado, ni siquiera giró la cabeza hacia Figueredo cuando éste le dijo:
     —Llevo tanto tiempo sin hablar que no tengo palabras para expresar la belleza que ven mis ojos.
     Todos se ponían la mano sobre los ojos a modo de visera y los entrecerraban, tratando de familiarizarse de nuevo con el entorno. Algunos hablaban, otros descubrían bajo la luz de la mañana el lamentable estado físico en el que se hallaban. Pero la mayoría se limitaba a musitar expresiones de asombro. Se sentían dichosos, libres, con un amplio abanico de porvenires diferentes frente a ellos.Añadir Anotación
     —Debemos apestar —comentó una mujer que en el interior de la granja se asemejaba a un pavo real o un caballo altivo de crin larga y rubia.
     El conductor del autocar, parapetado tras sus gafas de espejo, bajó del vehículo y apoyó la espalda en un árbol cercano, contemplando a aquellas veintidós piltrafas humanas. El motor todavía ronroneaba, inspirando apresuramiento en el ambiente.
     El Granjero desfiló alrededor del grupo, como un oficial revisando la tropa, y se detuvo frente a ellos.
     —Imagino que os preguntaréis cuánto tiempo habéis estado en mi reino —empezó— salvo los que contáis con relojes con calendario, obviamente. La respuesta es setenta y seis días.
     Era mucho tiempo. Pero a Conrado le dio la sensación, como a la mayoría, de que habían permanecido en la granja durante setenta y seis años, toda una vida. Recordar las experiencias que habían sufrido allí dentro resultaba demasiado traumático para ellos, así que se dejaron llevar, se deslizaron hacia adelante en el tiempo sin mirar atrás.Añadir Anotación
     —También debo informaros de que sois libres —continuó El Granjero—. Weinberg & Waterhouse es una empresa fantasma, no hemos efectuado ningún estudio de las tendencias del mercado y el contrato que firmasteis es papel mojado. El único contrato que habéis firmado conmigo ha sido intelectual, y éste ha tenido la duración que he estimado oportuna atendiendo a vuestros progresos. ¿Para qué? Recordad que el motivo no importa, que la felicidad es una quimera, que ahora estáis libres de todo lastre animal. Ahora sabéis lo que sois, ¿estáis preparados para cambiarlo? Eso depende de vosotros, yo ya no puedo intervenir más, nuestros caminos se separan aquí. Sólo quiero que tengáis presente que habéis tocado el cielo asumiendo vuestra ínfima condición.Añadir Anotación
     En su fuero interno, no podían evitar pensar que habían sido capturados por el embaucador discurso de alguna de tantas sectas desperdigadas por el globo, y que El Granjero era su máximo prosélito. No obstante, también debían admitir que aquella ignominiosa experiencia les había curtido de algún extraño modo. No, no querían detenerse allí, sus antiguas vidas no tenían sentido para ellos, y les picaba la curiosidad por averiguar la nueva que se les ofrecía. Se habían descubierto como ratas de laboratorio esclavas de sus necesidades, de la búsqueda incansable e infructuosa de placer, y ello les repugnaba sobremanera. Necesitaban otra cosa y poco les importaba que esa otra cosa se la brindara una secta o un demente argentino vestido de granjero.Añadir Anotación
     —Los que se quieran marchar, pueden hacerlo. El transporte que aquí los trajo les volverá a su punto de origen. Los que decidan continuar adelante con este contrato intelectual con una entidad desconocida, bajo unas condiciones desconocidas y con unos fines desconocidos sólo deben quedarse donde están. Seréis conducidos estos últimos a un motel cercano, os asearéis, os cambiaréis de ropa y seréis recogidos para iniciar un largo viaje en tren. A otro país, no os lo negaré. Pero se acabaron las granjas y los animales para vosotros, que ya habéis reconocido vuestra mediocridad.Añadir Anotación
     A todos les resultó cómico observar cómo nadie osaba moverse de su sitio, quizá por miedo, quizá por convencimiento, quizá porque se habían establecido lazos emocionales parejos a los del síndrome de Estocolmo entre ellos y El Granjero.
     El moro Qasim levantó la mano, su aspecto no había cambiado demasiado: su infierno como mula de carga ya le había preparado más que a nadie para sobrellevar los embates de la vida, aunque éstos fueran tan severos como los del cautiverio en la granja.
     —Habla sin levantar la mano.
     Y a todos les resultó familiar la escena, como si entre la primera entrevista y ésta no hubiera transcurrido el tiempo. A pesar de que sus vidas habían sufrido una tremebunda experiencia que había reajustado su percepción del mundo.
     —Querer saber qué hacer ahora —y al moro la voz le salió quebrada y agonizante, y todos (a pesar también de sus condiciones deplorables) se compadecieron de él. Además, la ingenua pregunta inspiraba ternura, aunque todos tuvieran curiosidad por saber la respuesta.
     —Ya he dicho por activa y por pasiva que el fin no importa en este caso. Pero voy a daros una pista. Si decidís continuar, todo lo bueno que habéis obtenido aquí será multiplicado por mil, y también se habrá terminado toda privación de la libertad, podréis marcharos cuando queráis. Creo que no hay razón para rechazar la oferta, ¿verdad?Añadir Anotación
     No habían sido retribuidos con la suntuosa suma de dinero prometida, el hambre, la sed y las cíclicas arengas de El Granjero (sazonado todo ello con alcaloides) habían transfigurado sus cuerpos y sus psiques hasta dejar al descubierto su abyecta condición de animal irracional esclavo del placer y de las cosas mundanas. Estaban sucios, cansados y con la iniciativa adormecida, les habían engañado y les habían mantenido encerrados en un infierno en contra de su voluntad. Y, sin embargo, todos se deleitaron imaginando redoblados los beneficios metafísicos que habían obtenido mediante aquel etéreo contrato intelectual.Añadir Anotación
     Conrado trató de figurarse cuáles podían haber sido las ganancias obtenidas por Figueredo. ¿Ya no existía la amenaza del colapso de triglicéridos que tanto auguraba? ¿Aquella experiencia extrema y carnal le había colmado su ansia aventurera? Y también pensó en Qasim. ¿Se habría desquitado al fin de los agravios sufridos en este país sintiéndose parte de algo grande, siendo tratado por igual en un propósito común? ¿Y los demás? ¿Habría alguna víctima del mobbing que después de años en paro por fin conseguía un empleo duradero? ¿La mujer que aún porfiaba en andar con tacones se habría percatado de lo artificiosa que resultaba su indumentaria, no sólo en la granja sino en todos los ámbitos? ¿Y él? ¿Qué aspecto positivo encontraba él en aquel encierro en contra de su voluntad? A vuelo se le ocurría, por ejemplo, que ya no estaba encadenado a la heroína, a pesar de que en su estancia en la granja habría consumido más alcaloides que en toda su vida de toxicómano. También había aprendido a comer sin vomitar, a comer con hambre, aunque lo que ingería fuese mucho más repugnante que sus macarrones con queso. Y también era un loco. Aquella propuesta no difería demasiado de la primera oferta de la ilusoria Weinberg & Waterhouse. «Los locos abren caminos que más tarde seguirán los sabios», decía su psicoterapeuta, que jamás imaginaría la expeditiva terapia a la que le habían sometido en una ¿secta? ¿Una hermandad subterránea? ¿Una cofradía poseedora de habilidades y saberes vedados al resto del mundo ortodoxo? ¿Una organización filantrópica que caminaba de puntillas sobre la verosimilitud? Lo ignoraba. De una cosa estaba seguro Conrado: El Granjero no era lo que aparentaba ser, poseía más capacidad de persuasión de la que se infería por su aspecto exterior. Porque Conrado no se caracterizaba por exhibir un servilismo beato, ni por dejarse seducir por las empresas comunes: la única cosa que había secuestrado su voluntad y su autonomía habían sido unas pocas dosis de heroína a los diecinueve años. La explicación más razonable es que El Granjero se ha transformado en el sustituto de la heroína, pensó, divertido.Añadir Anotación
     La cuestión es que nadie se movió de aquel descampado, todos locos que habían tocado fondo descubriendo así una nueva dimensión de la realidad. Todos proscritos del mundo que por fin hallaban un camino hacia un lugar extraño y amenazador, pero que los admitía en su seno. Y el autocar tuvo que marchar vacío.Añadir Anotación

     
6

     Tras ser aseados y haberles restituido sus ropas maltrechas por una igualitaria camisa beige de algodón y unos pantalones marrón oscuro, ambas piezas anchas y holgadas, confiriéndoles a todos cierto aspecto de payasos en blanco y negro, El Granjero repartió unos tarjetones en los que figuraban las instrucciones para llegar a sus respectivos destinos.Añadir Anotación
     Todos se hallaban de nuevo sentados en las mismas sillas de tijera que casi tres meses antes habían ocupado cuando llegaron a la granja. La ducha caliente les había sedado, el agua limpia recorriendo sus cuerpos, lejos de las miradas vacías de los animales, el jabón perfumándoles con agradables olores afrutados. La ropa planchada, almidonada, seca, suave al tacto, engarfiando cada botón en su ojal correspondiente con deliberada morosidad, delectándose en el acto. Cuchillas afeitando rostros y peines rastrillando cabellos. Unas sandalias de lona con suela de cáñamo enfundándose en los pies. Comieron bollería caliente y leche, y todos terminaron su plato, incluso Conrado, que detestaba la leche, y nadie pidió café o ninguna otra cosa, porque todo era perfecto, porque hacía tres meses que no comían como personas y eran tratados como animales.Añadir Anotación
     Todo parecía mejor que antes, más auténtico, más placentero.
     Luego fueron conducidos al despacho de El Granjero y todos se desplazaron con más tiento, evitando ensuciarse, como intentando mantener el máximo tiempo posible aquel reconfortante e impoluto aspecto. La ropa era fina y notaron los listones de madera del asiento presionando deliciosamente en sus nalgas, como si les estuvieran masajeando con alguna técnica china milenaria.Añadir Anotación
     —Ahí tienen sus destinos y cómo llegar a ellos. Sigan los pasos tal y como se indica y les irá mejor.—. Se percataba Conrado de que ahora se dirigía a ellos con el trato de usted. ¿Se habían ganado su respeto?— Tengo por evidente que más de uno pensará en regresar a casa. Se sentará en algún tren rumbo al extranjero, rodeado de pasajeros desconocidos, y entonces se preguntará: ¿Qué hago aquí? La puerta está ahí mismo, puedo abandonar el vagón, regresar a mi ciudad y olvidarme de todo esto. Y lo pueden hacer. Quiero que sepan que tienen completa libertad para abandonar, tanto en el tren como al llegar a su destino. Pero —y se llevó el dedo índice a la sien— piensen por un momento por qué no lo han hecho antes. Ustedes, voluntariamente, han aceptado mi invitación para ir al cine, están dentro, la película acaba de empezar... al menos, véanla hasta la mitad, ya que han hecho el esfuerzo de entrar. Disfruten de la película y no cometan el error de perdérsela por el temor a no poder regresar a sus antiguas vidas. Para regresar a ellas, siempre habrá tiempo.Añadir Anotación
     Conrado advirtió que las palabras de El Granjero debían de estar meticulosamente medidas para crear el efecto que pretendía, porque todos asentían convencidos. Habían pasado tres meses en el infierno pero regresar a sus anodinas, a sus malsanas vidas se les antojaba a todos (incluso a él) un retroceso que implicara un tormento futuro mucho más conminatorio. Deudas, ludopatía, obesidad, síndrome de abstinencia. Cada uno tenía su motivo para huir hacia delante y embarcarse en aquella aventura.Añadir Anotación
     También les comunicó El Granjero que se había cuidado de unir y trenzar los destinos de los individuos que habían compartido las penurias del régimen penitenciario. «Imagino que habrán trabado amistades, alianzas, y yo no soy quién para romperlas. Además, será positivo para ustedes estar junto a alguien próximo en la etapa de descubrimiento que les aguarda».Añadir Anotación
     Se sentían como niños a las puertas de una excursión con el colegio, nerviosos y excitados, y ninguno pensaba en la televisión, ni en su piso, ni en sus familiares, porque todas esas cosas nunca las habían tenido, o nunca las habían deseado en la vida que soñaron para ellos.Añadir Anotación
     Figueredo, que de resultas de la espartana dieta de pienso y alcaloides parecía más alto y joven, abrió su tarjetón y descubrió que era idéntico al que le habían entregado a Conrado.
     —Nos dirigimos al mismo lugar, señor mío —le dijo a Conrado con una sonrisa amplia en la cara: parecía que se alegraba de marchar a aquel sitio.
     —¿Apeadero de Höfn Lenhard? —parpadeó Conrado.
     —Austria, señor mío. Hoy mismo partimos hacia Austria. ¿No siente las mariposas aleteando en su estómago? Yo tengo tantas que un entomólogo esperaría a mi muerte para diseccionar mi estómago. Lo digo por las mariposas que aletean en él.
     —No les quepa ninguna duda —intervino El Granjero de nuevo a tenor de los comentarios que se levantaban en el grupo— que marcharán con todos los gastos pagados, y equipados con una maleta que contendrá todos los enseres básicos para el viaje, incluidas dos mudas.
     Austria, la palabra reverberó en la cabeza de Conrado. No se imaginaba en aquel país que para él sólo era un nombre vagamente relacionado con la Segunda Guerra Mundial. Demasiado lejos. Demasiado extranjero. Demasiado austriaco. Él no había abandonado nunca España y de ésta apenas conocía tres o cuatro ciudades importantes. Los viajes no le entusiasmaban. ¿Por qué Austria? ¿Qué le esperaría allí? No dominaba el idioma, ignoraba las costumbres, la gastronomía, la geografía.Añadir Anotación
     Comprobaron que a Qasim le habían entregado un tarjetón diferente. Él marcharía a la isla de Corfú, en Grecia. ¿Les separaban porque no había compartido estancia con ellos junto a los cerdos? Si seguían ese razonamiento, no tenía sentido que otros individuos que también estuvieran encerrados en el establo de los gorrinos hubiesen sido destinados a lugares disímiles. No pudieron, sin embargo, aliviar sus dudas, los acontecimientos los arrastraban otra vez hacia delante, debían recoger sus equipajes con premura y dirigirse a una estación de tren próxima. «De allí partirán hacia la frontera, donde cogerán el tren que les corresponda», les informó El Granjero.Añadir Anotación
     Aquella misma tarde se vieron transportados en diferentes furgonetas, conducidas por Mister Esopo y los demás granjeros hercúleos, que habían cuidado de ellos en la estancia en la granja. No intercambiaron palabra con ellos, pues se limitaban a hacer su trabajo con diligencia. Dos furgonetas tomaron un camino diferente, dirigiéndose a una lejana estación de trenes, el resto, incluida la de Conrado y Figueredo, recalaron en una estación a una media hora de allí.Añadir Anotación
     —¿Saben por qué van a Austria? —les preguntó El Granjero, que era el conductor de aquella furgoneta en la que viajaban Conrado y Figueredo, una Ford desportillada que le entraba un ataque de epilepsia cada vez que El Granjero cambiaba de marcha. Les miraba a través del retrovisor interior con ojos inquisidores, ya que ellos se sentaban juntos en el asiento de atrás.Añadir Anotación
     —Porque estamos como una cabra, porque si no, no me lo explico —replicó Conrado con ironía.
     —¿Realmente no saben por qué han aceptado?
     Figueredo se acomodó en el asiento y entrecerró los ojos con reticencia.
     —¿Por qué nos pregunta eso? —indagó.
     El Granjero cambió a tercera y la furgoneta tembló.
     —Porque creo que lo saben, y eso me llama la atención. Escuché sus comentarios cuando llegaron a la granja, tengo buen oído. Tan buen oído que desde aquí puedo notar cómo sus pulsaciones se han acelerado, señor Figueredo.
     Conrado les miró alternativamente. Se le escapaba algo.
     —¿Es usted un mago? —Figueredo estaba muy tenso.
     —Hechicero, prefiero que me llame hechicero. ¿Qué sabe de nosotros?
     Figueredo se demoró un segundo en contestar, como si sopesara una y otra vez cómo proceder.
     —Prácticamente nada. Lo poco que he leído en libros.
     —Los libros no siempre dicen la verdad.
     —Lo sé, por eso estoy aquí, no le engañaré.
     —No me engañará porque no puede engañarme, y lo sabe. Si tuviera alguna oportunidad de engañarme, no dudaría en hacerlo.
     Figueredo se apretaba los pantalones con los dedos, parecía un niño al que han descubierto haciendo alguna travesura.
     —Tiene razón. Pero le aseguro que no está en mi ánimo desvelar nada a nadie, no soy ningún topo ni un conspirador o como quiera usted llamarlo. Sólo soy un estudioso, un lector compulsivo que ha decidido abandonar su enclaustramiento para aprender de ustedes.
     —Lo sé, usted ya estaría muerto si creyera lo contrario.
     Las manos de Figueredo se crisparon ante aquella amenaza.
     —¿De qué coño estáis hablando? —exclamó Conrado rompiendo la tensión de aquel diálogo—. ¿Tú ya lo conoces? —le preguntó a Figueredo.
     —Les espera un largo viaje hasta la Escuela de Salzburgo —dijo El Granjero con la voz alta y la dicción muy pura, como si hablara otro por él, como si aquel argentino hubiera fingido su forma de hablar durante tres meses— tendrán tiempo de intercambiar impresiones. Allí aprenderá mucho, señor Figueredo, guardamos una de las mayores bibliotecas; imagino que está al corriente. Pero no les envío allí por eso. Les envío allí porque poseen un gran potencial y la Escuela de Salzburgo es la que forja a los hechiceros más brillantes. He revisado los resultados de sus cuestionarios. Y como les dije, escuché su comentario acerca de mi retórica y mis habilidades de persuasión. Nadie más se dio cuenta del truco, sólo ustedes. El señor Marchale fue el primero, lo noté enseguida en su cambio en la expresión facial. Usted, señor Figueredo, se percató un segundo y medio después, pero también es digno de elogio. Los dos son una caja de sorpresas, una anomalía digna de la Escuela de Salzburgo. Tanta heroína, señor Marchale, quién sabe, a veces, aleatoriamente, puede provocar efectos asombrosos, aunque no dudo que existan más condicionantes en su vida. Y los libros, señor Figueredo, también a veces producen mutaciones interesantes, como su obsesión por ser un sabio universal. La verdad es que no soy un experto, no puedo saber muy bien qué les ha creado, pero me congratula llevar personalmente a dos futuros hechiceros de renombre.Añadir Anotación
     Conrado seguía atónito, danzando con la vista del rostro hermético de Figueredo hasta el reflejo especular de los ojos de El Granjero en el retrovisor, reflejo que se agitaba como si sufriera un terremoto cada vez que El Granjero cambiaba de marcha, temblor que acaso les atribuía a aquellos ojos un aire ominoso y maligno.Añadir Anotación

     El Granjero había aludido a su extraordinario potencial. Y sí, no supo cómo pero en la primera reunión en la granja, en los prolegómenos de lo que sería un cautiverio infrahumano, atisbó que bajo aquel disfraz de garrulo y aquellas frases escuetas y livianas, intrascendentes, se ocultaba un maquinador. Sí, de acuerdo, pensó Conrado, he sabido destapar a un estafador, pero ¿y qué? ¿Qué tenía de especial haber detectado el ardid, la frase final que acabaría por convencer al auditorio de lo que, a priori, no parecía muy interesado en difundir? Tal vez porque fue un pálpito. Tal vez porque él no era muy ducho en retórica y sin embargo, sin reflexionarlo, en un golpe de inspiración, había dado en la diana.Añadir Anotación
     Su vida, por lo general, había sido anodina. Sin embargo, Conrado dedicó un buen tiempo a tratar de descubrir algún rasgo extraordinario en ella. Nunca había destacado en los estudios, de hecho opinaba que no aprendió nada de utilidad en aquellos años, y al poco abandonó el colegio. Así pues, apenas sabía leer y escribir, adolecía de un vocabulario irregular donde se entremezclaban términos pedantes con vulgarismos de mal gusto y su cultura era básica. Tal vez recuerde alguna clase con nostalgia, como las de Historia Antigua del profesor Maldonado, en las que se otorgaba más importancia al razonamiento creativo, a la intuición y a la investigación que a la elemental memorización de retahílas de datos y fechas. ¿Era, pues, inteligente? Conrado creía que no y relegaba aquella etapa a la categoría de anécdota, como lo hacía con su habilidad para pedir préstamos a El Manco, o sablearle unos gramos de heroína. El Manco, sí. Sólo al aproximarse a él en la esquina en la que siempre se apostaba, sabía cómo abordarle, observando fugazmente su atuendo o su expresión en el rostro, incluso su forma de agitar el muñón de su brazo izquierdo cuando gesticulaba. El Manco también era un personaje muy soberbio, solía apostillar sus opiniones extravagantes con un «Soy el único capullo de esta ciudad que ha dicho estas palabras, me apuesto el culo», acompañándolo con el canto de su mano sana, como dividiendo la delicada exactitud de su razonamiento. Conrado enseguida reparaba en el fabuloso absurdo que sustentaba sus aseveraciones sólo sólidas en apariencia, pero le daba la razón e, inspirándose en las formas que gastara aquel día, empleaba uno u otro tono. Sí, le sabía engatusar a pesar de la seguridad que infundía cuando se expresaba, pero ¿era suficiente aquella perspicacia para sentirse especial?Añadir Anotación
     Luego estaba su tendencia a desmitificarse, de acuerdo. Él, al contrario que El Manco, nunca ostentaba ninguna cualidad. Por ello siempre tenía el pelo despeinado, despuntando en mil direcciones, y andaba desaliñado y con piezas anchas que parecían haber sobrevivido a varias generaciones de Conrados. Hasta su modo de caminar estaba escogido para no resaltar: tenía el paso muelle y se tambaleaba como un tentetieso. Y, no obstante, si acudía a una entrevista de trabajo, derruía aquella escultura capilar propia de un genio del arte abstracto y la aplastaba en una engominada brea con una raya lateral. Su nariz aguileña y ligeramente escorada hacía las veces de andamiaje para unas gafas de montura dorada. Se afeitaba su perilla de chivo, afilada como un puñal, y su mentón devenía en un objeto romo, ino-fensivo. Pantalones de pinza, camisa a rayas abotonada hasta el cuello y con los faldones apresados por el cinturón. Zapatos limpios y con herrajes dorados en el empeine. Y toda esta transformación estilística la llevaba a cabo con naturalidad, como si él no tuviera estilo, como si su estado normal fuera la desnudez y el look sólo fuera una herramienta para suscitar una u otra cosa a los demás. ¿Era extraordinario por aquella cualidad de camaleón que tan poca importancia se daba a sí mismo y que se adaptaba al entorno sin estridencias? ¿Eso lo había podido detectar El Granjero?Añadir Anotación
     Conrado sabía que esas rarezas en él sólo eran nimiedades, bobadas. Tal vez lo que sucedió en aquella casa, cuando tenía veinte años y la heroína dominaba todos sus actos, pudiera tener relación: no en vano fue la experiencia más decisiva de su vida. Aquel recuerdo teñido de sangre era demasiado luctuoso para él. Aparcó, pues, sus reflexiones para más adelante.Añadir Anotación
     Subieron al tren que indicaba su tarjetón, bajo su nombre y su destino. Tomó asiento en el sitio que El Granjero les había reservado, junto a Figueredo, y se obligó a dejar de conjeturar las virtudes que habían visto en él, porque, definitivamente, él no tenía virtudes y ninguna invitación para viajar a Austria con todos los gastos pagados iba a convencerle de lo contrario.Añadir Anotación
     El tren era un convoy directo que pasaba por Lyon, Ginebra, Zurich, Innsbruck, Salzburgo y Viena, pero antes de llegar a Viena, en el estado federado de Salzburgo, debían apearse en la estación de Ramingstein. Era un largo trayecto que les obligaría a compartir muchas horas de conversación y a dormir una noche en el coche cama.Añadir Anotación
     Se despidieron de El Granjero, que desapareció en su furgoneta decrépita, y no dejaron de mirar ni un segundo el paisaje cambiante que se les presentaba al otro lado de la ventanilla.
     Todo a su alrededor era nuevo y fascinante, como recién estrenado. El enclaustramiento austero en la granja había predispuesto todos sus sentidos para maravillarse al más mínimo estímulo. Lo toqueteaban todo, les complacía el traqueteo del tren. La comida se les antojó un banquete pantagruélico consistente en leche, cereales, tostadas con mantequilla y mermelada, haggis, huevos fritos y champiñones, todo acompañado de té y zumo de naranja. Banquete del que dieron cuenta con delectación, y Conrado apenas sufrió náuseas. Y al dormir en el coche cama, se acostaron en el suelo porque les incomodaba la inconsistencia del colchón, encendiendo y apagando las luces del compartimiento porque estaban habituados a dormirse con el inalterable pulso eléctrico de los establos sobre sus cabezas.Añadir Anotación
     Parecían dos niños redescubriendo el mundo o que durante toda su vida hubieran vivido en un agujero olvidado.
     La gente a su alrededor también les observaba con cierto recelo debido a su atuendo funcional, de pabellón psiquiátrico. Así pues, no cruzaron palabra con nadie hasta que les sirvieron la comida, cuando dejaban atrás Lyon y el vagón se vació hasta que quedaron apenas cinco o seis viajeros, dejándose arrullar por la monotonía sonora y sísmica, que en parte les retrotraía a su estancia en la granja: claustrofóbica, sí, atroz, sí, pero también pacífica y previsible, hipnótica.Añadir Anotación
     —En fin, señor mío —comenzó Figueredo untando mantequilla en un bollo. Trajinaba con el bollo, el cuchillo, el recipiente de la mantequilla y la servilleta de papel con suma meticulosidad, y sus dedos se movían ágiles y ya nada abotargados por la obesidad. Conrado dejó de contemplar el paisaje a través de la ventanilla y se dio cuenta de que Figueredo ya no comía con ansia, pues sólo le interesaba la comida para obtener energía; al igual que él ya consideraba al caballo como un polvo tan insípido como la harina—. Creo que somos unos privilegiados. Y quién sabe o imagina la de cosas que aprenderemos a partir de ahora. Mi cerebro babea, en el buen sentido. ¿Y el suyo?Añadir Anotación
     —A mí todo esto me parece una soplapollez —replicó Conrado súbitamente enemistado con aquella ignota organización que había jugado con su vida. Pero fue sólo un impulso, enseguida se apaciguó recordándose que también gracias a ellos ahora era capaz de llevarse la comida a la boca sin vomitar—. Es lo más increíble que me ha pasado en la vida —matizó— hay que reconocer que lo tienen todo muy bien montado. Pero se me escapa para qué... y por qué me han escogido a mí. Creo que, en el fondo, no saben muy bien lo que están haciendo.Añadir Anotación
     —Le puedo asegurar que sí lo saben.
     —¿Tú crees? Son una panda de locos, seguro.
     —Locos, fanáticos, sectarios. Sin embargo, usted ha aceptado continuar adelante.
     Conrado asintió con gravedad.
     —Todavía no sé por qué.
     —Me lo creo, señor mío. Los actos del hombre, o del animal, si nos atenemos a las tesis de El Granjero, remedan automatismos en los que poco participa nuestra voluntad.
     —Sí, sí, lo que tú digas, pero me estoy pensando bajar del tren.
     —¿Ahora? —exclamó Figueredo soltando su bollo sobre la servilleta de papel—. Sería usted un imprudente si lo hiciera ahora.
     —¿Por qué? Nos dijeron que podíamos abandonar cuando quisiéramos.
     —¿Y eso usted se lo cree? Me temo o me imagino que no sabe con quién estamos tratando. Yo sólo les conozco una misérrima o pequeñísima parte.
     —Eso te quería preguntar. El Granjero dijo que tú los conocías, y también hablasteis de que era un... ¿hechicero?
     Figueredo entrecruzó los dedos antes de proseguir.
     —En efecto, señor mío. He de confesarle que soy un impostor, un infiltrado o llámelo como usted prefiera. Todavía me asombra y sorprende que me hayan descubierto. Tal vez fueron mis resultados en el test de aptitud, lo ignoro. La cuestión es que lo disimulé cuanto pude, incluso cuando creía imposible que nos estuvieran observando. Pero siempre lo hacen, no descansan nunca. Acuérdese de cómo El Granjero captó nuestra suspicacia frente a su truco dialéctico.Añadir Anotación
     Un pasajero cruzó el pasillo del vagón y Figueredo guardó silencio cuando pasó junto a ellos, silencio que Conrado aprovechó para recoger el testigo:
     —Eso no lo acabo de entender. El Granjero supo convencernos, nosotros le descubrimos el truco. ¿En eso consiste ser hechicero? ¿En ser un mago con las palabras o algo así?
     —No, no, no. Esta gente escapa a su imaginación, o si me permite el cultismo, de su magín. No son oradores, ni líderes de masas, ni poseen un alto grado de persuasión o de carisma; ni siquiera son prestidigitadores o tahúres. Olvide todo lo que cree saber sobre los magos. Olvídese de Merlín o de Gandalf, olvídese de los ilusionistas, olvídese de los poderes sobrenaturales.Añadir Anotación
     —¿Entonces qué son?
     —No lo sé con seguridad, aunque parece ser que conozco lo suficiente como para haber llamado su atención. También conozco lo suficiente como para haber aguantado y lidiado con los cerdos en aquel infecto establo; he vivido carnalmente, después de todo, y he de reconocer que la dieta le ha sentado de maravilla a mis triglicéridos.Añadir Anotación
     >>Pues bien, yo le explico. Estaba yo entre mis libros cuando localicé una vaga referencia a esta cofradía secreta de hechiceros de siglos de antigüedad, concretamente de sus bibliotecas. Ya comprenderá que para un bibliófilo como yo, la sola mención de unas estrafalarias bibliotecas donde se guardan grimorios que se creían perdidos, constituye todo un fenómeno. Éste fue el acicate que me impulsó o impelió a continuar investigando. Descubrí, entonces, que uno de los grandes precursores, quizá, habría sido Julius Evola, que postulaba la magia racional, así como lo oye, magia racional, si me permite el oxímoron. Utilizado por el Duce sin ser fascista y por el Führer sin ser nazi, el barón Julius Evola, el último quijote, hizo del mundo un balón dialéctico y se entretuvo propinándole puntapiés. No era nazi, como le he apuntado, ni tampoco racista desde un punto de vista biológico como el defendido por el nacionalsocialismo. Evola creía más bien en un racismo del Espíritu, es decir, en la diferenciación de los hombres conforme a parámetros inmateriales, como lo es la actitud existencial. Argüía que su postura también la mantenía Platón, y si los textos platónicos nunca fueron cuestionados por sus ideas totalizantes y antidemocráticas ¿por qué habrían de serlo los suyos? Cuidado, discrepo de muchos de los postulados evolianos, como su crítica al matrimonio, su machismo recalcitrante o su idea de defender una derecha, la cual escribe con D mayúscula para diferenciarla de lo que hoy se entiende por tal idea. Pero me entusiasma su audacia intelectual e ideológica. Lástima que el público de hoy en día lo conozca poco y sólo ejerza cierta influencia en sectores de la masonería, grupos ecologistas, estudiosos del simbolismo, seguidores de la new age, algunos católicos amigos de lo esotérico y grupúsculos neofascistas.Añadir Anotación
>>Su concepto de magia no cuadra con el que la mayoría de los modernos sustentan, señor mío. Su magia no trataba de dominar ciertas prácticas, reales o supersticiosas, dirigidas hacia la producción de uno u otro fenómeno extranormal, no, sino de alcanzar un estado activo de conquista de la voluntad. Teurgia, la llamaba él. Teurgia.Añadir Anotación
     >>Parecía esta cofradía una secta más cuyas estrategias de captación se sepultaban, o se escondían, si prefiere menos carga metafórica, bajo cursillos de inglés, terapias de mejoramiento personal, conferencias sobre esoterismo, filosofía barata o la Grecia clásica, tareas ecológicas, la invitación a reuniones para la venta de productos cosméticos o cualquier otro pretexto proselitista. Y ya lo pudo comprobar: a priori, Weinberg & Waterhouse podría haber sido un señuelo de Edelweis, Niños de Dios, Iglesia Universal del Reino de Dios, Hare Krisna o Nueva Acrópolis. Sin embargo, le garantizo que nada tiene que ver esta cofradía de hechiceros racionales deudores de Evola con las mentadas organizaciones de múltiples tentáculos.Añadir Anotación
     >>Yo me creo un individuo culto e inteligente, valga la inmodestia, y mi carácter es fuerte, aunque el azúcar y las grasas me hallan ganado la batalla, así pues me resulta inconcebible que alguien como yo se someta a una dinámica coercitiva y manipuladora, o a una instrucción autoritaria, acrítica y adoctrinadora revestida de algodonosa confortabilidad. No concibo que alguien anule mi voluntad, dejándola a merced del grupo, en un estado de dependencia emocional y psíquica de los arbitrios de sus charlatanes dirigentes. Pero aquí estoy, sí, como un infiltrado, pero también empujado por las doctrinas de El Granjero. Y delgado, al fin; donde miles de dietas hipocalóricas y ejercicios cardiovasculares han errado, una estancia infernal en un establo de cerdos ha surtido efecto. ¿No le parece increíble? Algo. Algo hay en esta cofradía, quizá saberes vedados al común de los mortales que han obtenido de libros secretos ocultos en sus bibliotecas de ensueño, quizá otra cosa inimaginable. Pero algo poseen, en definitiva, que es diferente al resto de los dislates de Charles Manson, Jim Jones, Swani Prabhupâda, el reverendo Moon, Jal, Rael y demás carismáticos mesías que consiguen del débil que su raciocinio quede supeditado tácitamente a su autoridad superior.Añadir Anotación
     >>El mundo es pródigo en secretos, como puede comprobar investigando un poco. Y ya le digo, señor mío, si uno quiere vivir la vida carnalmente, no hay nada como profundizar en un misterio como éste. Los hechiceros racionales.
     Tras aquella arenga, Conrado se sentía abrumado, sin embargo se tomó aquella erudición desmedida como si hubiera visionado uno de esos documentales que veía por la tele. Trató de imaginarse a El Granjero como un sectario absorbido por el fanatismo y sometido a una minuciosa esquematización de su vida. Pero no lo consiguió. Sí, El Granjero podría haber suscitado cambios en la vida de Figueredo y en la de los demás conejillos de indias, cambios profundos, reajustes en su concepción de las cosas, bien que no alcanzaba a verle como un hechicero. Es cierto que debía olvidarse de Merlín, pero un granjero argentino estaba demasiado lejos del concepto hechicero. Hechiceros racionales, hechiceros que empleaban trucos dialécticos y drogas enteógenas: demasiado inverosímil.Añadir Anotación
     Y sin embargo, se estaban dirigiendo a la Escuela de Magia de estos supuestos hechiceros. ¿Quién los financiaría? ¿Cuántos eran? ¿Todos eran granjeros? ¿Cómo habían conseguido permanecer en el anonimato? ¿Cuáles eran sus propósitos? ¿Para qué buscaban nuevos adeptos? Demasiadas preguntas bullían en el interior de su cráneo, y tal era el desbarajuste allí dentro que sólo articuló el primer interrogante que osó saltar a su boca; y luego no pudo evitar que todos los demás surgieran en procesión, sin dar tiempo a las explicaciones.Añadir Anotación
     —Alto, alto, señor mío —le detuvo Figueredo levantando la mano como un indio que saluda el hombre blanco— apenas sé mucho más sobre ellos, por esa razón me he embarcado en este viaje. Por eso y por los beneficios que me han proporcionado de momento, y los que seguro me proporcionarán en el futuro; imagino que al igual que a usted. Y porque a todos los que estamos aquí no nos ata nada en el mundo, estamos aburridos de vivir nuestra vida y ansiamos otra, o la muerte, sin más alternativa o elección.Añadir Anotación
     >>Sí sé, por ejemplo, que los hechiceros intervinieron en la elaboración de las técnicas hsi mao que las milicias chinas usaron durante la guerra de Corea para manipular la psicología de los militares norteamericanos, en el conductismo de Pavlov y Skinner empleado por el imperio estalinista y la guerra psicológica ensayada en la matanza de Waco, y pare usted de contar. ¿Objetivos? Los conozco muy vagamente. Ellos lo llaman el Mal o el Enemigo, una fuerza que nos rodea y conspira para acabar con todos nosotros. ¿Qué es el Enemigo? Ni idea, tal vez otra cofradía de magos oscuros, tal vez algún demonio... en fin, mi imaginación se está extralimitando. Imaginación, detente, detente, ya. Perdone el espectáculo esquizofrénico, pero me agrada y me gusta comunicarme en voz alta con mi cuerpo. Ya sabe, Figueredo no comas tanto. Figueredo, concéntrate. Figueredo, olvídate del mundo exterior y continúa leyendo y viendo filmes de los años 50. Cosas así. Bien, disculpe la digresión, a lo que iba: la Trilateral de Rockefeller, existe. El Club Bilderberg de Clinton, existe. El Council of Foreign Relations de Kissinger y Brezinsky, existe. ¿Y qué sabe de ellos? Sus deliberaciones no trascienden a la prensa. ¿Por qué no iba a existir una hermandad de hechiceros intelectuales, psicólogos o como quiera llamarlo? La financiación es cosa de risa, cualquier rico excéntrico puede financiar hoy en día el disparate más grande del mundo. Y poco más le puedo contar, señor mío. Lo que sí puedo decirle es que existen muchas escuelas de magia diseminadas a lo largo y ancho del universo mundo y hemos tenido suerte y fortuna de que nos hayan adjudicado la de Ramingstein, la más antigua, la que dispone de la biblioteca mejor surtida y de la Sala de Monos, que ignoro lo que puede ser pero siento mucha curiosidad por averiguarlo. Y lo averiguaremos: en esta aventura estamos juntos, señor mío.Añadir Anotación

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DCFan, 13 de Noviembre de 2006
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