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El Camino

Relatos Dreamers

Para cuando quiso darse cuenta, ya llevaba mucho tiempo perdida.
Sin percatarse de su imprudencia, desvió durante demasiado rato la mirada del camino, absorta en la belleza de los alrededores. En el cielo. En los árboles. En los pájaros… Iba tan fascinada de las maravillas que la envolvían, soñando con alcanzar las estrellas, en seguir el vuelo de los cuervos, en reflejarse en la luna… Caminaba tan absorta en sus pensamientos, que no se dio cuenta de cuando se salió del camino, de ese largo Camino pedregoso y de tierra amarilla que durante tanto tiempo había recorrido junto a los otros.Añadir Anotación
Los otros… ellos también miraban la hermosura que acompañaba al camino alrededor. También la contemplaban a menudo, lo sabía, los había visto.
Pero nunca apartaban tanto tiempo la mirada del camino. No tanto como ella. Nunca.

Ahora, por más que quisiera, no podía volver la mirada a la tierra para vigilar bien sus pasos sobre el árido terreno. Ya era tarde. Entre otras cosas, porque hacía ya tiempo que bajo sus botas había desaparecido aquella cálida arena, siendo sustituida por un barro pegajoso que se negaba a dejarla andar sin oponer resistencia a cada paso, y que a cada instante la retaba poniendo al descubierto una enorme raíz nudosa que se retorcía en una eterna agonía junto a sus compañeras. El cielo que antes le gustaba tanto mirar tampoco podía alcanzarlo ahora con la vista, ya que sobre su cabeza se alzaban las copas de los enormes árboles de hojas grises y gruesas ramas, que impedían entrar a la luz, prohibiendo también el paso a las estrellas, sumiendo el terreno en una oscuridad fría y sofocante. Y, por descontado, en aquel lugar no había ningún pajarillo al que admirar o al que poder escuchar.Añadir Anotación
De hecho, comenzó a dudar de que hubiese algún ser vivo más con ella en aquel horrible lugar.
Aquel horrible lugar tan alejado del Camino…

Continuó caminando sin rumbo durante horas que parecían días, buscando algún signo de vida en aquella inmensa podredumbre, entre los fangos que inundaban las hierbas grises y punzantes y entre aquellos malditos árboles de raíces traicioneras y gruesos troncos torcidos. Pero no había nadie. Nadie ni nada que le pudiese indicar una forma de regresar al camino.Añadir Anotación

Al pasar el tiempo, comenzó a desesperarse. Su respiración empezó a acelerarse y apretó los dientes con frustración. Agarró las ramas que se interponían en su descarriado camino y las apartó con violencia. Aligeró el paso, pateando cualquier obstáculo que le impidiese continuar.
Iba a volver. Volvería de nuevo. Encontraría el Camino y nada la iba a detener.

Con la mirada alzada, determinante, con el ceño fruncido y los músculos tensados por la creciente rabia, aceleró cada vez más el ritmo de sus pasos hasta enfrascarse en una pequeña carrera hacia delante. Muchas de las ramas y hojas que no conseguía apartar a tiempo le golpearon la cara y abrieron ardientes heridas en sus antes tersas mejillas. Los arbustos espinosos se enredaron en sus piernas y le arrancaron trozos de ropa y piel, y en más de una ocasión llegó a golpearse contra una roca oculta entre la oscura maleza, produciéndole un agudo dolor que le recorrió todo el cuerpo en forma de insoportables pinchazos.Añadir Anotación
Pero nada de esto detuvo su paso.
Ningún golpe o herida la hizo disminuir su carrera. Por el contrario, a cada nueva oleada de dolor, se reafirmaba en su decisión de volver a aquel camino de piedras y se aferraba con obstinación a su creciente cólera por aquel espantoso lugar que la había envuelto sin previo aviso.

Y corrió.
Y corrió por aquel angosto lugar. Corrió en la oscuridad.
Ya no se esforzaba en apartar las ramas que amenazaban con golpearla, o en esquivar los charcos de lodo, o en desenredar su pelo en el follaje.
La ira había cegado todos sus sentidos, y ya no sentía dolor, tan solo esa burbujeante desesperación irracional y colérica que la empujaba a desafiar a aquel paraje odioso que la impedía volver al Camino.

A su camino…

Mas la obstinación pronto desapareció como un relámpago, ya que en su carrera tropezó con una dura y retorcida raíz, que como un cruel adolescente con ganas de reírse de su compañera hizo la zancadilla y la arrojó al húmedo suelo, aterrizando con un chapoteo sobre el fango negro, plagado de pequeñas piedras que le aguijonearon la cara en un torrente de dolor.Añadir Anotación

Y de allí no se movió.
Su ira. Su cólera. Su rabia. Su determinación obstinada… todo se fue disolviendo en aquellas aguas pantanosas. Poco a poco, sus músculos se destensaron al escuchar el silbido de las ramas en forma de risa burlona, dejó su cuerpo yacer flácido sobre el lodo pegajoso y ocultó el rostro bajo la espesa mata de pelo negro, plagada de hojas y astillas que habían sido arrancadas de las ramas en su inconsciente carrera.Añadir Anotación

Y entonces, tumbada boca abajo, con su rabia arrebata y cubierta de fango, empezó llorar.

Lloró por su estupidez. Lloró por su ineptitud, por su irresponsabilidad y por su ridícula inocencia. Lloró por aquellos compañeros a los que no volvería a ver, por ese vuelo de los cuervos que tanto le había gustado admirar, y por esas estrellas ocultas para siempre.
Lloró al recordar cada paso que dio en aquel camino. Cada minuto antes tan poco valorado en aquel lejano recorrido se convirtió en un pequeño tesoro perdido, en instantes de alegría sepultada bajo toneladas de barro y lodo.

Despacio, muy despacio, y aun entre sollozos, sus brazos empezaron a moverse. Apoyó las manos sobre el fango y se incorporó hasta quedar de rodillas, con el cabello sucio y enmarañado deslizándose sobre un rostro apagado y sin luz, bañado por unas lágrimas ocultas por la suciedad y el barro.

Quedó quieta durante unos instantes, mirando el horizontes entre la turbia cascada de cabello negro, con la mirada borrosa y sin esperar ver absolutamente nada tras sus lágrimas. Y se quedó mirando a lo lejos… deseando tal vez atisbar aquel largo camino extraviado. Deseando atisbar aquellos tesoros perdidos.Añadir Anotación

Y entonces, lo vio.
Un espejismo. Una silueta. Un moviento.
Sus ojos se abrieron de par en par, de golpe. Sus latidos empezaron a aumentar el ritmo y de sus resecos labios se escapó un gemido ahogado.
Lo había visto.
Un espejismo. Una silueta. Un movimiento.

¿Acaso importaba?

De un repentino salto, se incorporó y comenzó a caminar a paso acelerado, pero sin correr, asegurándose bien de ir apartando ramas y arbustos, de esquivar todos los charcos y de sortear toda piedra y raíz.

Y la forma se hacía cada vez más nítida. A lo lejos. Entre dos ramas. O entre dos árboles enteros, quizá.

Comenzó a jadear, impaciente. Aumentó el ritmo de sus pasos. Su corazón latía frenéticamente y el pulso le temblada cada vez que apartaba de su camino algún obstáculo.
A cada paso se veía más nítida aquella silueta… aquel espejismo.

Un espejismo…

Un compañero…

Un cuervo…

El Camino.

Se detuvo en seco cuando, al sortear una enorme roca, divisó el claro a lo lejos.
El bosque de fango acababa de forma abrupta en aquel lugar, dando paso a aquella tierra amarillenta y pedregosa que le era tan familiar.
Y allí, en mitad de su tan amado Camino, junto a un árbol verde y fresco, plagado de pajarillos, se encontraba una persona. Una persona mirando hacia ella.

Esperando.

Con una exclamación de pura alegría, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas, esta vez de genuina y auténtica felicidad. Dejó que ellas limpiaran su rostro de barro, mostrando una luz y una energía renovadas, y sin pensarlo dos veces echó a correr.

Corrió y corrió, pero esta vez no la acompañaba la ira o la rabia, sino la esperanza y el alivio, la alegría y el ansia de regreso a su querido Camino.
Pronto los arbustos fueron más bajos, el barro dio paso a la tierra firme y los árboles desaparecieron.
Por fin estaba en aquel claro. Tan cerca del Camino. Tan cerca de aquella persona. Tan cerca de su regreso…

Y entonces, chocó.

Un fuerte golpe la lanzó hacia atrás, obligándola a aterrizar de espaldas sobre el frío suelo y produciéndole un dolor agudo en la frente.
Quedó tumbada boca arriba, a escasos metros de la entrada del Camino, con los ojos muy abiertos y sin comprender que había ocurrido.

Poco a poco, dirigió la mano hacia su frente.
Estaba sangrando.

Se incorporó hasta quedar sentada. El Camino seguía allí, frente a ella. La misma persona la observaba al lado del verde árbol, esta vez con una extraña expresión de pena y compasión.

Ella no lo entendía. No había obstáculos delante. No había nada que la pudiera hacer chocar…

Gateando, se acercó a la zona en donde la tierra gris se volvía polvorienta y amarilla, y levantó con cautela el brazo.

Y lo tocó. Tocó… algo.
Un cristal. Una pared transparente… no lo sabía. Pero allí había algo que le impedía avanzar.
Una barrera. Una pared.
Acercó la otra mano y, mientras se incorporaba, fue tanteando con golpecitos la superficie de aquella especie de cristal, buscando algún hueco, alguna abertura.

No había nada.
Ni ventanas.
Ni puertas.
Ni rendijas.
Nada.

No podía pasar.

A medida que esta idea se iba asentando en su mente en forma de cruel realidad, fue aumentando la intensidad de los golpes que iba dando en aquella pared, hasta que al final, con un grito de rabia, aporreó colérica aquel maldito cristal infernal.
Con los ojos a punto de salírsele de las órbitas, levantó la mirada y observó con una desesperación que rozaba la locura a aquella persona que aguardaba junto al verde árbol, a salvo en el Camino.

Intercambiaron sus miradas unos angustiosos segundos, en donde ella le pedía a gritos que hiciese algo, que abriese una brecha en la pared, que le indicara una entrada.
Pero aquella persona no hizo nada, nada por ayudarla, y tras una triste negación con la cabeza, dio media vuelta y empezó a alejarse.

Boquiabierta y tremendamente asustada, ella volvió a aporrear, esta vez con más fuerza, el cristal, gritando y sollozando, pidiendo desesperadamente ayuda. Golpeó una y otra vez la firme barrera, y cada golpe fue una descarga de rabia, enfado, tristeza, obstinación… intentos repetidos e inútiles de negar tan injusta y cruel realidad, y pronto se abrieron profundas heridas en sus dedos y nudillos, tiñendo el antes inmaculado cristal con el rojo encendido de su propia sangre.Añadir Anotación
Entonces se separó bruscamente del cristal, y tras alejarse unos pocos pasos corrió de nuevo hacia él de costado, descargando todo el peso de su cuerpo, chocando violentamente contra aquella pared y emborronando las marcas de sangre de sus propias manos.
Cargó una y otra vez, golpeando la pared con el hombro hasta dislocárselo, con los brazos hasta partírselos y con la cabeza hasta que de un tremendo golpe se abrió una profunda brecha en la sien y el dolor le arrebató el sentido, cayendo sobre el cristal y deslizándose sobre éste hasta alcanzar el suelo, quedándose al final con la sangrante cabeza apoyada sobre la irrompible pared, como si de un pelele maltrecho se tratara.Añadir Anotación

Y pasaron horas.
Y días.
Y ella quedó allí postrada aun mucho después de recobrar el sentido, mirando a través de sus ojos hinchados aquel cristal cubierto de sangre, difuminada a brochados a consecuencia de los reiterados golpes. Observando aquel camino perdido… aquel camino teñido de rojo.

Finalmente, se separó del cristal.
Con la cabeza baja, le dio la espalda a aquella pared, dejando inertes brazos magullados y rotos, y temblándole las ensangrentadas piernas.

Y entonces, ocultando un rostro apagado y sin esperanza bajo la maraña de oscuro cabello, volvió a adentrarse en el bosque.

Y dejó que una vez más las altas copas de los árboles le ocultasen las estrellas. Que el chapoteo de sus propios pasos fuese el único sonido que la envolviese y que la oscuridad se apoderada para siempre de su extraviada alma.Añadir Anotación


Mirian F2

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