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Hitomi no podía olvidar a Van Fanel.
Le veía asiduamente en cualquier parte, y, aunque le había prometido no volver a su mundo, deseaba totalmente lo contrario.
Casi siempre se quedaba dormida con la almohada empapada en lágrimas, y se levantaba con los ojos hinchados de tanto llorar.
Sentada en el suelo de su habitación, miraba al vacío, dibujando con la mente la cara de su amado, sin percatarse de que una sombra empezaba a dibujarse a su espalda.
Una pluma, suave y blanca, cayó ante ella, y al verla, se le encogió el corazón.
Sin pensar de dónde habría salido, la recogió con dos dedos, y se llevó la otra mano a la boca, intentando contener los gemidos repletos de dolor.
No fué sinó unos minutos más tarde que notó la presencia tras de sí, y al girar la cabeza, se quedó congelada ; un hermoso ángel estaba allí plantado, ante ella, mirándola bondadosamente.
Abrió los ojos, cansados, y se dejó caer en un remolino de sensaciones.
No sabía si aquello era real o era una visión de su mente enfebrecida, pero daba igual ; era lo que quería ver.
¡¡Van! ... - susurró Hitomi, temblorosa, sin apartar la vista.
El joven, de pecho desnudo y enormes alas desplegadas, se arrodilló ante ella, cogiendole de las manos y besandole las palmas.
Hitomi lo observaba con temor; tal vez se había vuelto loca y ya no había remedio... ¡¡¡¡pero aquel contacto era tan real!
El chico la miró con ojos risueños, aunque apagados, y la abrazó con fuerza inusitada, besandole en el cuello y susurrandole a la oreja:
- He venido a por tí... -
Al oír esto, Hitomi se estremeció, abrazandole aún más fuerte, y sin dejar de llamarle con la voz rota, buscó sus labios, sintiendo una descarga eléctrica al saborearlos.
Se besaron intensamente, entre sollozos y lágrimas, y, desaparecieron, envueltos en una nube de etéreas plumas...
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