FRIKY

© Abdul Alhazred


Imagen de © Cyrus Llanfer

Me despertaron las primeras luces del alba. Aún el alumbrado público estaba encendido, pero era manifiestamente derrotado por el resplandor que desde el oriente se abría paso en toda la bóveda celeste. A los pies de mi cama, velando mis sueños, Friky. Mis urgencias fisiológicas me hace recordar las de mi pastor alemán y, tras cepillarme los dientes y atusarme el pelo, nos encaminamos hacia la playa.

El camión de la basura ya había pasado, pero aún no lo había hecho el batallón de limpieza y los cubos expelían recuerdos de alimentos inacabados en putrefacción. Apenas las primeras luces del día. Las calles estaban desiertas. Desde un automóvil negro, a gran velocidad, me gritaron unas cuantas voces jóvenes algo ininteligible. Friky les respondió con ladridos protectores y el auto se alejó dejando una estela de música estridente.
La brisa de la mañana invitaba a sugerirse en un mundo idílico. Friky es incansable. Olisqueó las retamas de las dunas dejando sus efluvios como si tratase de afirmar éste es mi territorio. Corría incansable tras cada uno de los objetos que le lanzaba. A lo lejos se veía un velero del que no fui capaz de contar el número de palos. Una pena no haber traído los prismáticos, pensé. Tres, quizás cuatro. Sin duda uno de esos barcos que llaman la atención en los amarres del puerto deportivo.

La arena mojada se había convertido en una pista de atletismo. Las suaves olas traían cánticos monótonos y se hacía sugestivo el baño. Friky era como la mirada a un espejo: siempre había un retorno, siempre me devolvía lo lanzado una y otra vez. Le fui alternando las tiradas. Ahora hacia las dunas; luego hacia el agua. Todo era soledad. La urbe estaba lo suficientemente cerca para no ignorar su existencia, pero ausente, a respetable distancia. Apenas breves pensamientos entre objeto y objeto, sin tiempo para más. Friky es un resorte mecánico con juguetona alma de amigo.

Había llevado conmigo Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, pero no tuve un momento de sosiego para la lectura; mi infatigable amigo no me dejaba parar ni un solo instante. De repente sonó una fuera borda de forma ensordecedora. Se alejaba de la costa a toda velocidad, posiblemente en dirección al velero. Cuando dejó de molestarme el ruido de sus motores, dejé de mirar la dirección de su estela. Me sorprendió no haberla detectado antes. No podría asegurar si se había acercado desde el levante o el poniente. Había surtido como de las profundidades, como misteriosamente. Friky insistía en seguir jugando. Al siguiente lanzamiento respondió trayéndome un zapato en magnífico estado. El juego le vuelve loco, pero no es normal que me devuelva otro objeto distinto.

Al rato de haber desaparecido el ruido de la motora, también se esfumaron las ondulaciones del agua. Escorado del lado derecho, con el fin de estar más próximo al nivel adecuado, le lanzaba pequeños guijarros sobre la superficie del agua. Esto enloquecía a Friky mucho más tratando de corretear tras cada uno de los centros ondulatorios generados. Ya estaba sobre la línea del horizonte un arco brillante del disco solar cuando me sorprendió que Friky no respondiera a mis tiradas.

A unos 50 metros de la playa se habían arremolinado un grupo de gaviotas que piaban con estridencia. El perro, adentrándose en el agua, nadaba curioso como si quisiera adivinar de qué tipo de peces sería el posible banco. Respiré hondo. Friky me había hecho sudar y me recosté sobre la arena seca de una duna. Saqué el libro de mi pequeña mochila con el ánimo de perderme en una de las fantasmagóricas ciudades de Calvino, cuando me percaté cómo Friky arrastraba hacia la orilla un fardo pesado. Me vino a la mente un posible alijo de algún barco acosado por los carabineros. Cuando estuvo a mis pies, se trataba de un cadáver. Un hombre de raza blanca, vestido con un elegante traje de alpaca color gris plata, al que le faltaba el zapato del pie izquierdo, con evidencias de no haber muerto ahogado: su cráneo estaba trepanado con un agujero de entrada y otro de salida. Probablemente un arma de pequeño calibre.

Abdul Alhazred

 

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