EL LAUREL DEL TEMPLO
© Abdul Al-Hazred
MNEMOSYNE
escultura
en madera Original de © Chad
Awalt
En el centro del atrio, con fuerte raigambre y mediana elevación, existe un frondoso laurel de lustrosas hojas verdes por el haz y pálidas por el envés que, al ser agitadas por la brisa, evocan remotos cánticos épicos, con aromas de otros tiempos. Hace unos días, cuando creí escuchar relatos mágicos al pasar casi rozándome con su copa, un anciano, desde una de las esquinas, golpeó con su bastón en el suelo para llamar mi atención y, tras acercarme, me dijo: Ciertamente has escuchado lo que creíste oír. Y continuó diciendo...
Los hados le eran favorables. A la mediocridad de sus cualidades quiso sumar el ejercicio continuado y que se desarrollara en él una memoria prodigiosa, por lo que sus ansias de notoriedad recibieron el soplo boreal, como don divino de privilegio. Se había postrado tantas veces ante Mnmósyne [1], tan insistentemente le había pedido su complacencia, que quiso otorgarle la capacidad de recordar hechos prodigiosos: los acontecimientos del ayer y aquellos que están al otro lado de la Edad Oscura.
Como rapsoda, como peregrino lírico de palabras ajenas, llegó a alcanzar notoriedad en las calles y plazas públicas. El foro que antes le atemorizaba, al que previamente no tenía nada que ofrecer, llegó a ser estrado de sus pies, y la diosa Phemios [2] le ofreció una estancia en los aledaños de sus palacios. Pero en el fondo de su corazón latían ácidas arcadas de celos hacia los aedos [3], a los que recitaba con tanto éxito.
Por su boca salían como ensartados en hilo de oro los tiempos pretéritos, y los hexámetros eran flor del día en sus labios, ante el embeleso de las muchedumbres. Gozaba de ricos manteles y yacía en tálamos lujuriosos. Les hablaba del tiempo prestigioso, pero vocalizaba acordes de Hesíodoro y no propios. Lo que al principio le satisfizo al extremo, llegó a ser una carga insoportable, una pesadísima rémora que le lastraba cada vez más.
Invocó a los espíritus de los vates gloriosos. Elevó incesantes holocaustos a las Musas pidiendo el favor de la composición. Desesperó ante la incapacidad creadora mil veces; pero una Nereida [4], desde el fondo del acantilado, cuando había resuelto sepultarse en las aguas profundas como quien corre un tupido velo sobre su vida, le dijo que Tetis se había apiadado de él y que debía estar preparado para aceptar la metamorfosis con la que alcanzar el laurel soñado. Al día siguiente, cuando ejercitaba su voz para elevar la rapsodia en el ágora, se desvaneció hasta perder el conocimiento. Al despertar, no supo cuanto tiempo después, tenía la mirada turbia, casi opaca, y todos habían desaparecido de su presencia. Sólo un joven de voz aflautada estaba junto a él. Le había puesto su bolsa por cabezal y le ofreció su mano para levantarle. Cuando se había incorporado, se cerró la noche perpetua sobre sus ojos y el muchacho seguía a su lado. Se asió a él con la fuerza que un octópodo se agarra a los fondos marinos mientras retiene a su presa, y desde entonces fue su inseparable auriga.
No necesitó contarle dónde vivía. Le condujo a su estancia sin hacer preguntas ni poner condiciones. Quiso agradecerle sus desvelos con uno de sus alardes épicos, pero Mnemósyne le había retirado la memoria para siempre. Rodaron abundantes lágrimas por sus áridas cuencas, y cuando se hubo calmado, Lázar puso en sus manos una lira. Su tacto era suave como caricias de amor, y el sonido melodioso y ancestral, como bajado de la bóveda celeste por las manos del Supremo Hacedor. Hizo por tañerla y fue sorprendido por una desconocida habilidad para arpegios y cadencias, hasta entonces ignorada por él. Aún más sorprendente: su voz, antes de bronce fundido, entonó hexámetros originales con la meticulosidad e inspiración del mismo Hesíodoro y los más entronizados bardos del Olimpo. Ahora su voz era un torrente creador de expresiones melodiosas, dulces como la arropía. Sabedor de que le había sido concedido el don de la música y la creación lírica, elevó de nuevo invocaciones a las Musas en acción de gracias, y pidió a Lázar que le condujera al Templo.
Se había convertido en el más grande de los aedos, como compensación a la ceguera. Pero aún estaba todo por acontecer. Su timbre se hizo dulce como las caricias de una virgen, y el acoplamiento y musicalidad a los tañidos de la lira hacían rozar el éxtasis entre el auditorio. Sólo con iniciar los primeros acordes, fluían a su boca historias maravillosas que hablaban de la Edad de Oro, cuando los héroes y semidioses gozaban de felicidad plena y la armonía del universo hacía sonar el diapasón de los tiempos. Un cortejo de Musas le custodiaban en el momento de su erudita improvisación a las puertas del Templo.
Hubiera deseado parar el tiempo, mas esa madrugada, antes del albor, despertó sobresaltado por la desdeñosa imagen que apareció a los pies de su cama. Desde la habitación contigua acudió a los gemidos el joven auriga y le ofreció un vaso de agua, suponiendo que se trataría de una pesadilla. No es una pesadilla, Lázar, -le dijo- ha sido la misma Moira quien acudió a mis sueños.
Por la mañana, antes de salir en dirección al Templo, le hizo entrega al muchacho de cuantas pertenencias tenía. El joven pensó que se mudaban, pero a la llegada al Templo, pidió que le ayudara a entrar en el atrio. Comenzó a sonar su lira, y a pronunciar hexámetros portentosos, para el regocijo de todos los presentes. Fue la tirada más larga de cuantas había pronunciado jamás, y en presencia de todos, cuando se sellaron sus labios y enmudeció su lira, los dedos de sus pies se fueron estirando y saliendo como ávidas garras de sus sandalias, retorciéndose en busca del subsuelo, como lo hacen los raigones en busca de suelo firme, y quedó metamorfoseado en laurel [5]. Con la misma precisión que le había sido desvelado en sueños por la Moira, se cumplió su destino.
NOTAS
[1] MNEMOSYNE, La Memoria. Hesíodo la presenta en su Teogonía como hija de Urano (el Cielo) y de Gea (la Tierra). La señala asímismo como la quinta esposa de Zeus, precedida por Metis, Temis, Eurínome y Deméter, y predecesora a su vez de Leto y de Hera. Según cuenta este autor, Zeus se unió a Mnemósine durante nueve noches consecutivas y el fruto de dichas uniones fueron las nueve Musas, nacidas en un parto múltiple.
[2] PHEMIOS es un bardo de Ítaca que aparece en la Odisea y que intenta ayudar a los pretendientes en contra de Penélope. Phemios canta las penas de héroes aqueos que pretendían volver a casa desde Troya. Penélope se siente muy afectada y se queja a Phemios de que el tema de la canción es muy doloroso para ella, por la ausencia de Ulises.
Aquí aparece como diosa.
[3] AEDOS Composiciones características de la épica clásica, que solían contener fórmulas para su memorización y posterior recitación de memoria.
[4] NEREIDAS Grupo de divinidades marinas hijas del viejo dios de los mares, Nereo, que fue suplantado en su dominio por el dios Poseidón. Se conocen más de setenta nombres pero sólo unas pocas son protagonistas de mitos propios: Anfitrite, Tetis y Galatea.
[5] Recuerda al mito de Dafne y Apolo.
En esta representación del pintor italiano Tiépolo vemos a Apolo, coronado de laurel, el árbol que le estará dedicado a partir de su episodio mítico con Dafne. Apolo está también caracterizado por una aureola, símbolo del Sol que él representa, resaltada por el tono amarillo del manto que le envuelve. Lleva el carcaj colgado del cuerpo y extiende su brazo hacia Dafne que ya se está convirtiendo en el árbol del laurel. Una de sus piernas es ya un tronco bien prendido en la tierra y sus manos son las ramas incipientes. La joven se apoya sobre el dios-río Peneo, su padre que está representado, como todas las divinidades fluviales, con una vasija de la que sale agua. El pequeño Eros-Cupido, que no ha favorecido estos amores, se esconde tras el manto que cubría a Dafne para escapar de las iras del dios Apolo.
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2005