XXVI
Antes de que entrara en
el ascensor, me dió la impresión de que Curwen cruzaba
su mirada con la mía, ¡no puede haberme reconocido,
eso espero! Volví al Olimpia, el hotel donde me alojaba,
quería reordenar los datos y centrarme hasta que diese con
Iranon, pero todo se truncó ya que en el momento de pedir
la llave de mi habitación, el conserje se inclinó
hacia adelante para musitar con voz de manifiesta complicidad:
- Alguien la anda buscando
y tiene aspecto de ser mala gente, señorita.
-¿Dónde está?
- Lo acomodé en
la ciento veinticuatro, pero ha salido. Me ha dado doscientos euros
para que le avise cuando llegue.
- ¡Gracias! (le alargué
trescientos euros). Esto para usted. Pida que me preparen la cuenta
y cuando vuelva ese señor le dice que he abandonado la ciudad.
Me encaminé a la
habitación ciento veinticuatro, entre las muchas cosas que
habia aprendido con Iranon una de ellas era la forma de abrir una
cerradura. El tipo se llamaba Kryshul D'Naihotep, así rezaba
al menos su carnet de conducir que reposaba en la mesilla de noche.
En el fondo de la maleta ocultaba un revólver calibre treinta
y ocho, el arma preferida de los agentes de la CIA y los sicarios
colombianos, ya que acostumbran a disparar desde el interior del
bolsillo sin que se enganche en la tela. Me la llevé, del
mismo modo que su carnet de conducir y las llaves de su coche.
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