XXIX
Aquella noche dormí
en casa del señor Marchand y también permanecí
allí la mayor parte del día siguiente.
Ya caída la tarde, tomé mi coche y me dispuse a volver
a Brattleboro.
Veinte minutos después ya había entrado en la autopista
y entonces mi móvil comienzó a sonar. Decidí
no responder por motivos de seguridad - en una autopista a 130 Kms
por hora sería casi suicidarse y por otro lado, las autoridades
nacionales se han vuelto ultra-estrictas en eso.
Dejé sonar unos segundos hasta que se cortó. Pero
inmediatamente se puso a sonar de nuevo. Se volvió a cortar,
se puso entonces a sonar una tercera y una cuarta vez que tampoco
respondí. Pero ya a la cuarta oí la alarmita que indicaba
que me habían dejado un mensaje.
Quien quiera que sea que haya llamado, debe tener algo importante
que decirme para insistir tanto. Ese pensamiento me turbó
sobremanera y me metí en la primera zona de reposo que hallé
para consultar el mensaje.
Al consultar la lista de llamadas recibidas vi que había
sido mi viejo amigo J. Curwen - ¡Que agradable sorpresa!
- me dije. Puse luego el número del contestador y esperé.
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