LIV
Joseph Curwen permaneció
en un estado de confusión que duró varios minutos,
después que hubo recobrado consiencia. Nos narró extrañas
visiones y parecía ser presa del delirio, aunque Lavinia
y yo sabíamos y, no sin angustia, que nada de lo que estaba
diciendo era falso. Hablaba de su medallón como algo muy
precioso y exigió su restitución, petición
que le concedimos no sin antes hacerle jurar que no se lo pondría
nunca más alrededor del cuello.
Entre las visiones que describió, había una en la
que se refería a una cueva con altas columnas y que Curwen
decía sin cesar que había que ubicar.
La evocación de tal sitio me trajo en mientes ciertos datos
que había visto una vez en un documento del difunto Sr Marchand
y me acordé de golpe del sobre que Lavinia había hallado
en su casa. Tal vez hallemos algo allí - pensamos
los tres.
Cuando Curwen se hubo recuperado del shock bajamos a la estafeta
de correos y enviamos un telegrama para el Profesor Armitage. Firmé
dicho telegrama con el pseudónimo que sólo él
conocía: Marquis de Sans Nom.
Luego, cuando llegamos a mi apartamento, hallé un mensage
en mi contestador automático. Era una tal Lady Margaret que
deseaba hablar conmigo respecto a la desaparición de Marchand...
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