LVII
Ya tengo de nuevo en mi
poder el amuleto de la rana coronada, ahora sé que es un
camafeo. Sí, el Camafeo del Batracio Grotesco. Es mío,
sólo mío. Yo lo encontré y sé que su
valor es alto, muy alto. Percibo que me lo quieren usurpar, me quieren
despojar de su valor, más bien de su poder. El Batracio Grotesco
siempre está al acecho, siempre está sobre mí.
Me persigue paranoicamente, quiere indagar incesantemente todos
mis movimientos, acciones, pensamientos, opiniones. Sí, no
sé qué quiere de mí, pero yo lo poseo, soy
su dueño y señor. He visto altares de sacrificio construidos
entre rocas húmedas situadas en profundos abismos. He visto
columnatas gigantescas representando horrendas figuras abominables
que están siempre al acecho, siempre vigilantes desde su
pétreo pedestal, he escuchado horripilantes gritos de muerte,
que resuenan como infernales ecos entre los rincones de esa gruta
de perdición. Debe ser una secta maligna, una secta donde
los sectarios adoran la personificación del Mal. He de localizarla.
Sólo o acompañado, me da lo mismo. Algo me atrae,
algo me llama hacia ese abismo de mortal existencia. Ese plano,
ese mapa ¡He de localizarlo! ¡Cómo sea! ¡He
de llegar hasta allí! ¿Pero cómo? ¿De
qué manera? ¡Batracio Grotesco guiame tú!
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