LXXIII
Cuando
quise pagarle al taxista, me dijo que no le debía nada lo
cual me extrañó y a decir verdad me disgustó.
Empecé pues a caminar por calles solitarias en la dirección
que el chofer me había indicado cuando, en la intersección
con una callejuela salieron tres tipos que me tiraron al suelo y
empezaron a golpearme la cabeza, las costillas y los riñones
con el pie. Sin duda alguna querían matarme, pero no estaba
dispuesto a facilitarles la tarea. Estaba acurracado sobre mí
mismo y me cubría la cabeza para protegerme, pero aún
así podía espiar lo que los agresores hacían.
En un momento dado, el cabecilla plegó su rodilla y levantó
el pie, preparándolo para darme un golpe. Apenas lanzó
su piecontra mi nuca reaccioné con la rapidez de un felino,
intercepté su pié con las dos manos y con todas mis
fuerzas lancé su pierna hacia atrás. Sorprendido,
el rufián cayó de espaldas y antes que se incorporase,
brinqué y me precipité a tomar su muñeca derecha
con mis dos manos. Trabé mi piebajo su axila, tiré
con todas mis fuerzas su mano hacia mí, la acerqué
a mi boca y con mis propios dientes le abrí las venas de
la muñeca. El tipo pegó un alarido y aproveché
el estupor general para huir. Tomé una callejuela lateral,
pero no tardé en descubrir que me había metido en
un callejón sin salida. Oí detrás mio voces
furiosas hablar en una lengua extraña... los otros tres maleantes
venían a por mí armados de fierros y botellas rotas
que habían recogido al paso en un cercano contenedor de basura.
Sin duda esta vez acabarían conmigo.
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