PARTE DE GUERRA III

LA BATALLA NIGROMÁNTICA

© HENRY ARMITAGE

Dylath-Leen se me había mostrado como una villa hosca y hostil, aunque siempre me habían hecho sentir bien sus olas rizadas y el intenso olor salitroso y yodado de su puerto. En esta ocasión, un mar de pupilas pérfidas me parecían apuñalar la espalda en cuanto mis pies se abrían paso entre la bruma de las calles atestadas de tabernas de pescadores. No tardé en encontrar la Mastaba Ajenamon, nobilísimo nombre donde no cabía toda la mugre de una fonda portuaria. Sin detenerme y sin apenas mirar a los que se arracimaban por los rincones, subí de dos saltos las escaleras y con una llave oxidada abrí la puerta de la habitación 696 o un número similar, ya que los números estaban medio caídos y girados, pudiendo formar todas las combinaciones posibles de nueves y seises. Allí estaban todos, sentados alrededor de una enorme mesa redonda y como preparados para mi llegada. Saqué de mi maletín el Libro de Ludlav Ardomar, que no era un libro para leer, ya que no tenía contenido; pero una vez abierto parecía que cobraba vida propia. Saqué las tablillas metálicas y con ellas arañé las páginas, que parecían piel humana, piel viva y sonrosada. Nos tomamos de las manos y una especie de vendaval pareció engullirnos. Sentí que perdía pie, así que apreté las manos de Lord Curwen y Kryshul que me sujetaban a derecha y a izquierda. Cuando abrí los ojos, nada había cambiado. Estábamos todos cogidos de las manos y en círculo; pero, ya no había mesa, ni habitación, ni nada que recordara a la Mastaba Ajenamon o Dylath-Leen. Nos encontramos en un montículo, con las bocas llenas de arena y frente a un mar de dunas. Formábamos un ejército circular, cada uno de nosotros se había multiplicado por cien y habíamos rodeado al Enemigo por todos los flancos. No había estrategia, pero sabíamos que la táctica era esperar a que vinieran a por nosotros y eso accionaría un mecanismo que abriera la Sima de las Amarguras y los engullera a todos.

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