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DOGON
Una
vez memorizado el encantamiento y el resto de los textos necesarios
para enfrentar a la maligna horda de Nyarlathotep, me dirigí
prestamente al aeropuerto y remonté vuelo hacia El Cairo
en mi avión particular. Luego de horas de creciente tensión
mientras viajaba, descendí en El-Mataryah, la antigua Heliópolis
y actual aeropuerto de El Cairo, y de allí, tomando el
automóvil que mi fiel sirviente Abdulla Al-Mamún
ya tenía dispuesto por mi anticipado aviso telefónico,
partí raudamente al desierto líbico, hacia Saqqara,
en donde la Gran Batalla tendría lugar. Seguramente, allí
ya se encontrarían el Dr. Armitage y los demás,
y, en efecto, al llegar a la cima de una ondulada duna, desde
la que se dominaba el terreno, contemplé al doctor realizando
un arcaico y conocido rito, que sabía no sería suficiente
para conseguir nuestros propósitos.
Descendiendo
del vehículo, me arrojé sobre la arena, hincando
una rodilla y levantando la otra, adoptando la postura henu,
por la cual invocaba la asistencia de las "Almas de Pe y
Nejen", los halcones y chacales divinos y solares, comenzando
a recitar a viva voz el "Dicho para Unir las Dos Orillas",
a través del que reuniría nuestro mundo con el del
Más Allá, y permitiría a los ejércitos
de Atón irrumpir en nuestra dimensión. Abdulla,
como siempre, me asistía entrando en un estado extático,
que facilitaría la apertura del Umbral de Osiris. Al cabo
de unos momentos, plenos de dramatismo, cuando terminaba de impetrar
su presencia, pude ver los efectos del recitado: las primeras
avanzadas de nuestros paladines se hacía presente en toda
su luminosa gloria, al grito de ¡Mut in.chen, mut in.chen,
jeftyu, jeruy!¡Zeben, zeben, necheru nu Keket, necheret
nit Gerej!, "¡Muerte a vosotros, muerte a vosotros,
oh Oponentes, oh Caídos! ¡Desaparezcan, desaparezcan,
Dioses de la Oscuridad, Diosas de la Noche!". Eran miles,
y mi rostro se iluminó por la alegría, porque mis
oraciones habían sido escuchadas.
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