A los cuarenta años exactos de su muerte, el inquieto y melancólico fantasma de H. P. Lovecraft sigue embrujando los ámbitos de la literatura fantástica, tal vez con más fuerza que nunca. Y no sólo con la presencia directa de su obra - constantemente reeditada - y la de sus seguidores inmediatos, sino también a través de su influencia tanto en la narrativa como en otras manifestaciones: cine, comic, pintura... Poeta del caos oculto y la desintegración reptante, las actuales circunstancias de crisis cada vez más explícita constituyen un amplificador natural, una caja de resonancia a escala cósmica para sus cósmicas salmodias de horror.
La indefensión del protagonista lavecraftiano ante las siniestras entidades que acechan más allá de lo evidente, de lo inmediatamente perceptible, se corresponde con la generalizada impotencia del hombre actual frente a monstruos no menos terribles por matemáticamente formulables, como la inflación, la crisis energética, el desempleo, la represión.
La mayor fascinación de la obra de Lovecraft reside probablemente en su carácter alegórico: el inhóspito mundo que describe no es otro que este en el que vivimos, y lo reconoce fácilmente (aunque a veces no conscientemente) tras sus fabulaciones visionarias.
En este sentido, hay un tipo de relato sobre el que quisiera llamar la atención del lector, y es aquel en el que el protagonista no solo se enfrenta al horror, sino que forma parte de él. Recuerdo a un amigo muy brillante y un tanto desequilibrado, onirómano y propenso a las pesadillas como el propio Lovecraft, que me contaba que sus sueños más angustiosos no eran a quellos - tan f recuentes - en que se veía perseguido por todo tipo de monstruos, sino otros en los que era él quien perseguía o asustaba a los demás.
En esta antalogía compuesta por doce de los mejores relatos de Lovecraft, encontramos algunos en los que se expresa con peculiar truculencia esa sensación de formar parte activa de lo horrible, lo oculto y extrahumano, con una tensión que va mucho más allá del burdo y maniqueo enfrentamiento del bien y el mal. Lo cual, dentro del carácter alegórico de la narrativa lovecraftiana, vendría a expresar que si el mundo es como es y va hacia donde va, se debe a nuestra complicidad más o menos directa con esas "siniestras entidades" que nos rigen y manipulan. En cierto modo, las metamorfosis asumidas descritas por Lovecraft son una forma de desclasamiento, y ¿es acaso más grave rendir culto a Dagón y ofrecerle sacrificios humanos, que adorar al Becerro de Oro y pisotear a los demás en su nombre?
CARLO FRABETTI
© 2004