LAS MASCARAS DE LA NADA

(Notas posibles a una lectura de Lovecraft)

Eduardo Haro Ibars

Temía la otra sombra, la amorosa,
las comunes venturas de la gente;
no lo cegó el metal resplandeciente,
ni el mármol sepulcral, sino la rosa.

Jorge Luis Borges

I

El caballero solitario de Providence, Rhode Island, paseaba por las noches y buscaba entre las sombras la de Edgar Allan Poe; los tejedores de leyendas dicen que Lovecraft nunca salía de día; rehuía de este modo una realidad que le resultaba mucho más espantosa, y que quizás lo fuese, que sus sueños de terror y de abominaciones blasfemas: a caballo entre un exacerbado orgullo de casta y un profundo complejo de inferioridad, evitaba la compañía de los mortales, y se refugiaba entre las cosas muertas, entre las larvas de su inconsciente.

 

Procedente de un linaje extraño en el que se encontraban Hawthorne, Cotton Mathers - el Inquisidor de Nueva Inglaterra -, las brujas de Salem - que él mintió expertas en abstrusas matemáticas, conocedoras de «n» dimensiones -; descendiente de las aristocráticas prostitutas, los caballerescos galeotes y los nobilísimos puritanos del «Mayflower», primeros colonizadores británicos de las Américas; procedente de ese extraño linaje, dije, odiaba a su tiempo decadente con toda la vehemencia de la que es capaz un «fín de race». Hubiera deseado vivir en el imposible Siglo Dieciocho de las nostalgias; o, quizás, lo que desease es no haber nacido nunca.

Era feo, con rostro de cabra o de pez; odiaba el mar y todo lo que de él venía, odiaba el aire frío, odiaba los tañidos de las campanas, odiaba a los negros, odiaba... Una semblanza de su carácter sería un largo recuento de fobias, y sólo dos o tres amores: amaba los helados, las Mil y Una Noches y a su madre. El rasgo característico de Lovecraft era el miedo, miedo nacido del desprecio o del odio; no ese agradable temor a los vampiros y a los cadáveres putrefactos; ese terror oscuro y cálido que a algunos nos gusta despertar en el fondo de nuestras mentes, terror a las cosas a medio formar que tan bien ha sabido él plasmar en sus cuentos, no. Lovecraft era ateo y materialista, y por ello eran sus miedos mucho más angustiosos, temía a los negros y a los amarillos «invasores» y esclavos de su tierra, y temía a los gangsters, a los demócratas y - sobre todo - a sí mismo; a él, que era un decadente puro, le horrorizaba la decadencia de la sociedad americana, el «melting pot» y el «bootlegging» que son la base de esa extraña cultura y civilización que ha llegado a dominar el mundo. Y su miedo era tan grande que le hizo refugiarse en las selvas fungosas de su inconsciente, y extraer de ellas brillantes materiales negros que disfrazasen el mundo; tras las máscaras de gelatina de sus simpáticos monstruos «venidos de fuera» se ocultaron los inmigrantes extranjeros; y en mundos emnarañados y tentaculares ocultó su propia vida privada, su pobre vida de corrector de estilo en una editorial, de fracasado...

Fue un moralista. Se le puede ver como un nuevo Catón, censurando sin cesar lo que él consideraba los vicios de su época: la fealdad de la moderno, la degeneración de la viejas costumbres, el «jazz band» y el colapso de América... es como un viejo romano horrorizado ante la diabólica corte de Nerón - la Bestia. Su espíritu apolíneo se encocora ante el triunfo de Dionysos, que esta vez se manifiesta en el ya mencionado jazz, en las brillantes novelas de Scott Fitzgerald y en el uso inmoderado y continuo del alcohol prohibido; y es tanto el horror que esto le produce, que prefiere verlo como orgías satánicas de viscosos adoradores de «Dioses Otros», dioses extranjeros... Él hubiera deseado una América rústica y provinciana, aún dependiente de Inglaterra quizás; con sus bosques poblados de sombras y de amables espectros; colinas de las que se elevase el humo de las hogueras de Cotten Mathers quemando brujas, en vez de ese humano pestilente de las fábricas; y ríos que transportasen restos de extraños seres subterráneos en lugar de jabón y de lejía.

Hubiera deseado regresar al pasado, a cualquier pasado, a cualquier otro mundo... Estaba enfermo, claro; era un pesimista o más aún, un nihilista; y es imposible determinar si era pesimista porque le tocó un mundo horrible, o si éste le pareció horrible por su pesimismo. En cualquier caso, éste es irrelevante.

II

Siempre se crea - o más bien, se reconstruye - a partir del fracaso, y las tropas que huyen dejan a su paso hermosos cadáveres, bellas ruinas humeantes. La obra de Lovecraft es la crónica de una derrota y de una huida; crónica disfrazada de enigma, de un fracaso que se procede a nivel individual - Lovocraft pobre, desconocido, de mala salud y falto de amor -, y a nivel de su clase y grupo social, la aristocracia pobre de Nueva Inglaterra que ve impotente cómo se trasbocan todos sus valores. Pero en la historia del hombre todo es una suma de fracasos; desde el nacimiento, pequeña expulsión del paraíso, hasta la muerte, que es la expulsión de un placentero Infierno, pasando por los mil abandonos y desfallecimientos cotidianos. Hay individuos sanos o demasiado locos que hacen de la vida una tragedia brillante, una orgía de gritos agónicos y carcajadas, una lucha sin cuartel y desesperada contra el azar o la necesidad, que son dioses gemelos; otros, escriben el Eclesiastés o el libro de Job. Pero los conformistas que enmascaran su miseria con oropeles triunfalistas, los que andan con paso de vencedor sin advertir la lepra que corroe sus cuerpos, ésos sólo han conseguido componer músicas ramplonas, elevar amazacotados arcos de triunfo y escribir deleznable literatura «edificante»; veamos si no, como ejemplo, las marchas militares, los monumentos conmemorativos y las proclamas de los triunfadores: bazofia que ofende el buen gusto, que parece un último insulto a los vencidos que alcanzase también a los mismos vencedores.

Sólo el temor de Dios - de cualquier dios - hace posibles las catedrales, maravillas de piedra y luz; sólo la angustia engendra la obra de Freud o la Biblia; y sólo la impotente rabia, la desesperación, hacen a un hombre concebir los Cantos de Maldoror o la música de Jimi Hendrix. Y la Alegría sólo es productora de belleza, cuando es frenesí surgido de la afirmación final de la desesperación suprema e ineluctable; la hermosa alegría, la atroz alegría de la venganza y de la muerte. El pesimismo es el primer paso hacia la Sabiduría: pero ésta sólo se alcanza en la tragedia que es agonía, lucha, placer frenético en el centro mismo del Horror.

Los «héroes» de Lovecraft son héroes de tragedia empeñados en una lucha que saben que sólo puede concluir en locura o en muerte, buscan un conocimiento que lleva siempre a la aniquilación; son casi siempre cultos profesores de Universidad, médicos o escritores que - por azar siempre es el Azar, en Lovecraft, el deus ex machina - se encuentran ante un misterio que enmascara un horror. Por medio de sueños - mensajes de un inconsciente arquetípico que devuelve la mente del hombre a épocas anteriores a toda Historia -, de volúmenes crípticos y malditos; atando cabos sueltos, interpretando noticias de los periódicos, vivencias infantiles o relatos de viejas - claves de la horrible realidad que subyace a la apariencia cotidiana -, estos detectives de lo trágico se encuentran de pronto ante una amenaza cósmica que amenaza sus vidas, e incluso la cordura del cosmos entero. El mismo conocimiento que han adquirido les revela lo ineluctable de la catástrofe, la inutilidad de cualquier acción frente a ella, que ya está prevista en el plan ciego del azar, y que no haría más que retrasarla, en el mejor de los casos. Sin embargo, lo intentan, luchan con un desesperado escepticismo. Y todos, o casi todos, fracasan. No hay remedio y lo saben. Saben que su lucha es contra el Universo, y que éste es una máquina loca y ciega a cuyo paso es imposible oponerse; que cualquiera de los movimientos de este monstruo no tiene para nada en cuenta la existencia de ínfimos, de irrisorios obstáculos humanos; que el Azar que todo lo rige es indiferente. Y su lucha es una lucha sin odio, porque no se puede odiar a Los Dioses Otros, a Nyarlathoteph, el Caos Reptante. ¿Cómo odiar un temblor de tierra, cómo odiar el curso de la Historia?

Los héroes de Lovecraft son los anti-Job; este pequeño judío no piensa siquiera en luchar contra el Ser que le tortura, ese ser inmenso - supremo - para quien el Leviathán es un gracioso pececillo de acuárium -; está convencido de la inutilidad de todos sus esfuerzos, sabe que no es más que un juguete, algo que se disputan Jehová y su fantasmagórico Negador - Negador que tampoco existe si no es como una convención literaria; habrán de pasar muchos años antes de que el Demonio adquiera cuerpo, peso y consistencia -. Y no se rebela. El héroe trágico, sin embargo - Orestes, Edipo, cualquier personaje de Lovecraft -, conoce también la inmensidad del Destino al que nada escapa, lo inexorables que son las Furias; y sin embargo, luchan. No afectan para nada su conducta las profecías, ni la consciencia del fracaso final. Y, en vez de aceptar como el miserable judío, afirman su destino de la única manera que les es posible: luchando. Y al reconocer al Enemigo, al darle la realidad de una respuesta, se reconocen a sí mismos en la lucha; quizá sea esto la clave del valor del hombre histórico, es decir, del héroe.

III

«Lo que llamamos Naturaleza es una poesía encerrada en un escrito admirable y secreto. Sin embargo, el enigma podría descubrirse si viéramos la Odisea del Espíritu que, maravillosamnete engañado, huye de sí mismo en tanto que a sí se busca; pues a través del mundo de los sentidos sólo contempla..., como a través de una niebla casi opaca, el mundo de fantasía hacia el que tiende...

SCHELLING

Creo que fue Jacques Bergier, ese falso brujo que acierta a veces, quien propuso que se hiciera un estudio comparado de la obra de Lovecraft y de Chesterton; Chesterton, según Bergier, pinta el universo como debería ser, mientras que Lovecraft lo describe tal como es. En efecto, en ese mundo de horror, en ese mundo caótico por el que se mueven monstruos que son nuestros prójimos, reconocemos - como en un sueño que se interpretase a sí mismo en claves transparentes - nuestro propio mundo, el terror puede surgir en cualquier momento y lugar, la monstruosidad está latente tras cualquier paisaje; en cualquier persona también. Todos podemos ser monstruos, todo puede ser monstruoso es decir, ajeno. Porque lo ajeno lo llevamos dentro; y una de las formas de exorcizarlo - la más antigua, base de toda magia - es nombrándolo, haciéndolo manifiesto. El hombre nombra las cosas para dejar de temerlas; el Caos que se manifiesta ya no es más caos. Por eso el Dios de los judíos carecía de nombre - o tenía uno indecible, que es lo mismo -: porque era la suma de todos los terrores de su pueblo.

De aquí el que Lovecraft, como hicieron los gnósticos, sus antepasados, establezca una precisa y larga jerarquía de dioses y de demonios - o más bien de nombres de dioses y demonios -: Dioses Terrestres, Antiguos, Primordiales, Primigenios, Dioses Otros... provistos todos de nombres sonoros y bárbaros de vaga resonancia egipcia o asiática. Y todos ellos son avatares, máscaras de Azathoth, Sultán de Demonios. Es éste un dios loco e idiota, un dios que se roe sin fin en el centro de un Universo que es él mismo, privado de sentido; la divinidad primera de Lovecraft, su «motor inmóvil» es la Nada, un insensato Devenir. Y el Verbo de este Dios, su Espíritu Mensajero y mediador - Hermes o Cristo de esta teología singular -, Nyarlathoteph, es el Caos Reptante; el Caos que se mueve como una serpiente. Aquí se acordó Lovecraft - o se acordó a través de él esa memoria soterrada que pone al hombre en contacto con todos los mitos - de los ofitas que equiparaban a Cristo con la Serpiente del Génesis. También es de raíz gnóstica esa idea de la creación de la raza humana, del Mundo mismo, «por burla o por error» que se manifiesta varias veces a lo largo de su obra; y la inclusión del hombre y del ámbito humano en una cosmología no antropocéntrica, que lo sitúa en uno de los peldaños más bajos de la jerarquía. Yo veo a Lovectaft, en suma, como a un moderno Basílides, producto de una cultura en decadencia: en Basílides acabaron los esplendores de la gentilidad vencida por el cristianismo, y en Lovecraft se acaba el orgulloso esplendor del «Viejo Nuevo Mundo», vencido por Roosevelt y por Al Capone. Estos dos pesimistas proyectan su visión de «fines de raza» en el universo, y adquieren así una visión certera de la existencia como continuo fin de algo.

El mundo es un espejo de la obra creada, una representación de aquel que lo transforma cuando piensa interpretarlo, por esa magia que se ha dado en llamar poesía. Si de alguna manera consigo imaginarme al Demiurgo, es como a un gran paranoico que interpreta la Nada a su imagen y semejanza.

Varios han sido, en la literatura contemporánea, los creadores de cosmos completos: Borges, Joyce, W. Burroughs... y Lovecraft. Ha tomado este último todos los temores, todas las frustraciones que hacen del hombre de hoy y del ayer más próximo un animal más enfermo que ninguno; y ha creado con este material de desecho su pequeña ópera de horrores. Ha convertido en narración popular, en cuento de horribles hadas, el pensamiento angustiado de Lautreamont - otro ateo obsesionado por lo Divino, moderno Cervantes que criticó todo lo divino y lo humano, en una sangrante parodia de las novelas góticas -, la desesperación de todos los nihilistas; de ahí su éxito entre los intelectuales. ¿Qué importa que su inglés sea apenas legible? ¿Que se acumulen los adjetivos, innecesarios y burdamente aplicados? ¿Qué importan sus trucos, su recurso a lo «indescriptible» que, al ser descrito, revela una asombrosa carencia de imaginación? ¿Qué importan sus morosas descripciones de arquitecturas aberrantes y aburridas? A todo esto subyace un pensamiento que es el del hombre de hoy; y, a pesar de todos sus defectos, existe una enorme coherencia interna que hace de muy agradable lectura la obra de este hombre derrotado.

En este mundo riguroso hay objetos malditos y libros espantosos que rompen el marco de la ficción - pero ¿existe algo más ficticio que lo real, algo más real que lo imaginario? - y penetran en la esfera de lo cotidiano: el Necronomicón, obra del Arabe Loco Abdul Alhazred, ha sido tan bien concebido que es uno de los más solicitados en librerías y bibliotecas sin haber sido escrito nunca: Y existen ya, en la delirante California de los años setenta, cultos a los Grandes Antiguos, a Yog Sothoth, que es Uno en Todo y Todo en Uno, y a Shub-Niggurath, la pánica Cabra de Mil Crías; cultos que mezclan de la manera más peculiar el orientalismo de bazar, la magia negra de barraca de feria y el consumo de alucinógenos. Hay conjuntos musicales que se inspiran en Lovecraft - uno se llama así H. P. Lovecraft; otro, más modesto, quizá por ser español, se ha denominado «Arkham», como la imaginaria ciudad de Nueva Inglaterra, en la que Lovecraft sitúa algunas de sus narraciones -, y la música de Jimi Hendrix o de Pink Floyd recuerda a veces los ritmos blasfemos y las melodías ultraterrenas que interpretan los amorfos flautistas de Azathoth. La ciudad de Tlon envía sus emisarios a nuestro mundo, y el viejo Borges, si conoce el fenómeno Lovecraft, debe sonreír...

Me es poco menos que imposible presentar o analizar seriamente a Lovecraft; vengo leyéndolo desde que tenía trece años, y tengo sobre él una serie de ideas que quizá no respondan a ninguna realidad objetiva; puedo decir que forma parte de mi paisaje interior habitual, como los recuerdos de las ciudades en las que he vivido, como las caras de mis más antiguos amigos... Y no me divierte, ni creo que resultase tampoco muy divertido para quien me lea, dar del caballero de Providence una larga semblanza biográfica. Diré que fue pobre y triste. Nació casi con el siglo, y lo sufrió; su época amada era el dieciocho inglés, pero supongo que hubiese detestado ese siglo de igual manera que detestó el veinte americano, porque los hombres que sienten nostalgias de otros tiempos no suelen encontrarse bien en ningún tiempo, en ningún lugar. Su madre debió de ser una arpía impregnada de prejuicios sociales y raciales, que insultaba a su hijo (era muy feo) mientras lo cubría de bufandas; estaba convencida de que pertenecía a una aristocracia americana que en verdad nunca existió; y su padre era borracho y murió sifilítico. La infancia de HPL fue solitaria y triste, algo parecida a la de Jervas Dudley, el héroe de El Sepulcro, paseaba solo, leía con veracidad y adoraba a los Dioses de la Grecia Clásica. Se casó con una mujer que le recordaba a su madre, y pronto se separó de ella por eso, porque le recordaba a su madre. Vivió siempre en la pobreza, dedicado a corregir el estilo de cuentos de terror; le gustaban los helados y tenía muchos amigos, casi todos corresponsales. Murió joven, de cáncer de intestinos y de hastío. Lo demás está en sus obras.


Prólogo a EL SEPULCRO Y OTROS RELATOS, traducido por Eduardo Haro Ibars. Ediciones Júcar, 1974

 


Notas de © Henry Armitage

Cotton Mather nació en Boston el 12 de febrero de 1663, y toda su vida la vivió en esa ciudad. Consiguió su título universitario en Harvard, cuando tenía 18 años. Su interés por la ciencia le llevó a estudiar para medicina, aunque su familia le empujaba hacia la Iglesia. Eligió la vida eclesiástica, pero mantuvo durante toda su vida, su dedicación e interés por la ciencia. Dió su primer sermón en la iglesia de su padre en 1680. Se ordenó pastor protestante en 1685 y trabajó con él en la North Church. Permaneció en la congregación hasta su muerte el 13 de febrero de 1728.
A pesar de su plena dedicación eclesiástica, Cotton fue también un autor prolífico, ya que escribió y publicó mas de 400 obras. Su fascinación por la ciencia le llevó a defender la postura de la vacuna contra la viruela, que le causó la desaprovación general. (Después de que vacunara a su propio hijo, le arrojaron una bomba por la ventana de su casa). Se escribía con notables científicos y con su obra 'Curiosa Americana' (1712-24) logró el acceso como miembro en la Royal Society of London. Su otra obra 'Christian Philosopher' (El filósofo cristiano) (1721) fue un trabajo principalmente filosófico y científico. Se le recuerda principalmente por su obra 'Magnalia Christi Americana' (1702), una historia de la religión de su propia época en Norteamérica.

Melting Pot: Es un recipiente, especie de mortero, que se usa para mezclar metales y otras sustancias. También se refiere a un país, lugar o área en la que los inmigrantes de varias nacionalidades y razas se mezclan.

Bootlegging [viene de las palabras boot (bota) y leg (pierna) en alusión a objetos que se pueden esconder en la caña de unas botas altas] significa fabricar, transportar o vender licor ilegalmente.

Deus ex machina [Latín, Dios desde una máquina] En las antiguas obras griegas y latinas, una divinidad entraba en el escenario, para intervenir en la acción, mediante poleas y otras maquinarias propias de la tramoya teatral. Se refiere a personajes o acciones poco convincentes que se incluyen en la trama de forma muy artifical y poco creíble.


 

 

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