ARTHUR JERMYN


Traducción de Jon Wakeman. H.P. Lovecraft. Obras Completas 1. Andrómeda. Buenos Aires, 1991


I

La vida es algo verdaderamente espantoso y tras lo que habitualmente sabemos de ella se esconden verdades demoníacas que suelen hacerla doblemente espantosa. La ciencia, que ya nos resulta agobiante con sus sorprendentes revelaciones, tal vez se convierta en la gran exterminadora de la especie humana, puesto que su caudal de insospechados horrores aniquilaría nuestros cerebros si se le diera libre curso. De saber lo que realmente somos, haríamos lo que hizo sir Arthur Jermyn; una noche Arthur Jermyn se roció con gasolina y dio fuego a sus ropas hasta calcinarse. Nadie puso los restos en una urna funeraria ni tampoco nadie se dedicó a escribir su necrológica, puesto que se encontraron ciertos documentos y cierto objeto dentro de una caja y los hombres prefirieron olvidar ambas cosas. Incluso algunos de quienes conocieron a Arthur Jermyn se obstinan en negar que haya existido alguna vez.

Arthur Jermyn decidió entregarse al fuego luego de ver el objeto apenas desembalado que le había llegado desde África. Ese objeto y no sus particulares características personales fue lo que lo llevó a terminar con su vida. Muchos no hubieran soportado vivir de tener las características tan peculiares de Arthur Jermyn, pero él era un poeta y un erudito y estas condiciones habían hecho que no le importara. Por su sangre circulaba la erudición, puesto que su bisabuelo, sir Robert Jermyn Bt., había sido un notable antropólogo,en tanto que su tatarabuelo, Wade Jermyn, fue uno de los pioneros en la exploración del Congo y sus adyacencias, y había escrito muchos libros polémicos sobre las tribus que lo hahitaban, los animales existentes y el pasado de la región. En verdad sir Wade se había distinguido por poseer un rigor intelectual que a veces era confundido por sus detractores con manías; sus personalísimas hipótesis sobre una primigenia civilización blanca en el Congo lo convirtieron en objeto de escarnio masivo cuando su libro "Observaciones sobre las diversas partes de África" apareció publicado. Poco depués, en 1765, el audaz explorador y antropólogo terminó siendo recluido en el manicomio de Huntington.

En la familia de los Jermyn, la locura era una cuestión hereditaria y la gente se sentía tranquilizada porque no eran muchos. Precisamente Arthur era el último descendiente. Si no hubiera pertenecido a ese tronco familiar, sería imposible prever cuál habría sido su reacción cuando se enfrentó al objeto. El aspecto más externo de los Jermyn nunca fue convencional, pero Arthur disfrutaba del dudoso privilegio de ser el peor. Sin embargo, los viejos retratos de la galería que se podían observar en la Jeremy House mostraban unos rostros agradables durante la época previa a sir Wade. Por supuesto, la locura asomó precisamente con él y sus historias y anécdotas africanas suscitaban simultaneamente el placer y el horror de sus pocos amigos. Los primeros síntomas de la insania se manifestaban en su colección personal de trofeos y piezas cobradas por él mismo, los cuales distaban de ser los que un hombre normal se habría atrevido a coneervar.

Pero, de un modo especial, se evidenciaba en la estricta reclusión oriental a que sometía a su esposa. Según la versión del propio sir Wade su mujer era la hija de un traficante portugués que había conocido en África y, siempre ateniéndonos a sus palabras, la mujer no toleraba las costumbres inglesas. Lo había acompañado a la morada conyugal luego del segundo y más prolongado de los viajes que emprendiera el investigador; traían un hijo nacido en África. La mujer también lo acompañó en el tercero y último viaje, y nunca regresó. Durante todo el tiempo que permaneció en Inglaterra nadie la vio de cerca, ni siquiera los criados. Siempre estuvo confinada en un sector apartado de la Jermyn House y su marido personalmente se ocupaba de atenderla. Sir Wade también era raro en los cuidados que dispensaba a su familia; de regreso de África impidió que nadie atendiera a su hijo, a excepción de una muy fea negra que había traído de Guinea. Al retornar de su tercer viaje, luego del fallecimiento de lady Jermyn, él mismo atendió al hijo en todas sus necesidades.

Lo que más pie daba a sus pocos amigos para pensar que el cerebro de aquel hombre no funcionaba a cabalidad eran las conversaciones que mantenía, especialmente cuando había despachado algunas copas. En el marco de una época signada por la racionalidad, como lo era el siglo XVIII, no se entendía que un hombre extraordinariamente culto se diera a hablar de espectáculos salvajes o de extrañas ceremonias celebradas bajo la luna del Congo, de imponentes murallas y columnatas pertenecientes a una ciudad ignota, devorada por la exuberante vegetación, o de húmedas y lóbregas escaleras que se hundían sin fin en la oscuridad de criptas o de catacumbas prodigiosas. Más disparatado aún resultaba discurrir acerca de seres vivos que poblaban semejantes lugares. Se refería a animales y otros entes fabulosos que el propio Plinio habría considerado con escepticismo; según sir Wade, eran los pobladores naturales de la ciudad de las murallas y las columnatas, de las criptas, los únicos que convivían con las fantásticas placas labradas. Al regresar de su último viaje fue notoria en sir Wade una fruición especial e incomprensible al hablar sobre estas cosas en especial luego que trasponía el tercer vaso de Knight's Head; se jactaba de estos descubrimientos así como de haber vivido en medio de estas terribles ruinas que sólo él conocía. Sin embargo, fue el modo en que hablaba de los seres de las ruinas lo que finalmente determinó que lo encerraran en un manicomio. Demostró muy poco disgusto cuando se vio confinado en la habitación de ventanas enrejadas de Huntington; evidentemente su mente funcionaba de un modo muy curioso. A medida que su hijo fue creciendo demostró cada vez menor apego a su hogar hasta que finalmente dio muestras claras de temerlo. Su verdadera morada era el Knight's Head, así que cuando se vio recluido evidenció como una vaga gratitud, como si esa situación le significara alguna protección. Falleció tres años después del encierro.

Su hijo, Philip, fue igualmente una persona muy extraña. Pese a su notable parecido físico con el padre, su aspecto y sus acciones resultaban tan repulsivas que había logrado que todo el mundo lo rehuyera. Si bien no heredó la insania tan temida, poseía una mente obnubilada y estaba expuesto a esporádicos períodos de irrefrenable violencia. Era de escasa estatura, muy robusto y hacía gala de una sorprendente agilidad. Unos doce años después de haber heredado el título paterno, contrajo enlace con la hija de su guardabosques que según se decía, era de ascendencia Gitana. Poco antes de nacer su primer hijo se alistó en la armada como simple marinero, hecho que terminó de generalizar el repudio que sus costumbres y la desigual boda habían suscitado. Una vez concluida la guerra en América, se embarcó en un buque mercante que hacía la ruta hacia África. En esa circunstancia adquirió considerable reputación debido a su fuerza y a su agilidad. Sin embargo, una noche que el buque estaba fondeado frente a la costa congoleña, nuestro hombre desapareció misteriosamente.

La locura, que ahora es una peculiaridad aceptada, revistió en el hijo de sir Philip Jermyn una dimension extraña y fatal. Era alto y muy buen mozo, tenía una suerte de encanto oriental pese a ciertas desproporciones en su físico y comenzó dedicándose al estudio y a la investigación. Robert Jermyn fue el primero en analizar científicamente la amplísima colección de piezas que su insano abuelo había traído desde África; esta actividad le permitió llevar el nombre de la familia a los máximos pináculos de la fama en los campos de la etnología y la exploración. En 1815, sir Robert se casó con una de las hijas del séptimo vizconde de Brightholme, con la que tuvo tres hijos, de los cuales ni el primogénito ni el benjamín nunca fueron presentados en público debido a sus defectos físicos y mentales. Golpeado por aquellas desdichas familiares, el prestigioso científico trató de hallar consuelo en su trabajo y así emprendió dos prolongados viajes al interior del África. En 1849, el segundo hijo de la familia, Nevil, personalidad especialmente desagradable en la que parecían juntarse la altivez insolente de Philip Jermyn con la soberbia de los Brightholme, emprendió la fuga acompañado por una bailarina vulgar. Al año siguiente regresó y fue perdonado. En realidad regresó viudo y acompañado por un hijo Alfred quien con el correr del tiempo sería el padre de Arthur Jermyn.

Según las conjeturas de sus amigos, lo que desequilibró a sir Robert fue la cadena de desgracias familiares que lo golpearon, pero, en realidad, lo que ocasionó el desbarajuste quizás haya sido un fragmento del folklore africano. Sir Robert se había aplicado a colectar leyendas pertenecientes a las tribus Onga, tribus que habitaban cerca de la zona donde había hecho sus exploraciones el abuelo Wade y donde él mismo había trabajado con ahinco, en la esperanza de lograr una justificación racional a las desatinadas historias del abuelo sobre una ciudad ignota llena a extraños seres. No había que descartar que la imaginación de sir Wade hubiese sido estimulada por los mitos indígenas. El 19 de octubre de 1852 se hizo presente en Jermyn House el explorador Samuel Seaton; traía un manuscrito con notas recogidas entre los Onga y la convicción de que determinadas leyendas sobre una ciudad gris habitada por monos blancos y gobernada por un dios blanco podrían llegar a interesarle al etnólogo. Mientras conversaba con el dueño de casa seguramente le trasmitió mayores detalles, pero ellos nunca podrán conocerse dado que a continuación se desencadenó una terrible serie de tragedias. Cuando sir Robert Jermyn se retiró de la biblioteca, tras de sí quedaba el cadáver estrangulado del explorador. Acto seguido, y sin que pudieran detenerlo, dio muerte a sus tres hijos: los dos que nunca habían sido vistos y el que se había fugado con la bailarina. La muerte de este último ocurrió mientras defendía - finalmente con éxito - la vida de su hijo de tres años, el que también figuraba en los alucinados propósitos exterminadores de sir Robert. Tras varios infructuosos intentos de suicidio y en medio de una cerrada negativa a pronunciar el menor sonido articulado, mientras transcurría el segundo año de su confinamiento, sir Robert murió de apoplejía.

Sir Alfred adquirió el título de baronet antes de haber cumplido los catorce años, pero sus inclinaciones nunca coincidieron con las esperables en alguien de su condición. A los veinte años marchó con una troupe de artistas de un espectáculo music-hall y a los treinta y seis abandonó a su esposa y a su hijo para unirse a un circo ambulante americano. Su final fue horrendo. Entre los animales del circo del que formaba parte, se encontraba un gigantesco gorila de un pelambre bastante mas claro que el de sus congéneres. Era un animal extraordinariamente tratable y por eso muy popular entre los artistas. Alfred Jermyn experimentó una extraña fascinación por aquel animal y solía pasar prolongados ratos frente a los barrotes de la jaula mirando fijamente al gorila, quien le sostenía la mirada. Finalmente, Jermyn solicitó y consiguió permiso para dedicarse a amaestrar al animal, tarea cuyos éxitos causaron asombro entre sus propios compañeros y, ni decirlo, en el público. Sin embargo, una mañana en Chicago durante el ensayo de un número que simulaba un combate de boxeo, el gorila asestó un golpe bastante violento sobre Alfred Jermyn, quien se sintió lastimado en su cuerpo y en su dignidad de improvisado domador. Los integrantes de "El Mayor Espectáculo del Mundo" son reticentes a hablar sobre lo que ocurrió a continuación. Ninguno de ellos esperaba oir el alarido inhumado que profirió sir Alfred Jermyn, ni verlo aferrar a su tosco contendiente con ambas manos, derribarlo al piso de la jaula y comenzar a morder salvajemente la peluda garganta de la bestia. El gorila fue presa de la sorpresa en un primer momento pero no demoró en reaccionar y mucho antes de que el auténtico domador pudiera intervenir, el cuerpo del baronet se encontraba horriblemente mutilado.

II

Arthur Jermyn tenía por padres a sir Alfred Jermyn y a una vulgar cantante de music-hall de origen ignoto. Al abandonar a su familia el marido y padre, la madre decidió llevar al niño a Jermyn House, donde ya no había nadie con poder suficiente como para impedir dicha presencia. La mujer de sir Alfred procuró que el hijo tuviera la mejor educación que sus modestos recursos económicos pudieran proporcionar. Los medios económicos de la familia eran en ese entonces muy escasos; Jermyn House se había transformado en un caserón semidestartalado, pero el joven Arthur se sentía entrañablemente unido a la vieja Casa y a todo lo que contenía. La condición doble de poeta y soñador lo diferenciaba claramente de todos sus antepasados. Algunos vecinos que conocían la existencia de la invisible esposa portuguesa de sir Wade Jermyn sostenían que la sangre latina de aquella antecesora era la que corria por las venas de Arthur. Sin embargo, la mayoría de quienes lo conocían atribuía su sensibilidad a herencia de la madre, la que nunca había sido reconocida socialmente a pesar de su notable belleza. Lo sutil de la poesía de Arthur Jermyn resaltaba y se hacía más notoria por contraste con su chocante aspecto personal. La mayor parte de los integrantes de la familia Jermyn se habían caracterizado por un físico desagradable, pero el caso de Arthur excedía el de sus ancestros. No es fácil describirlo y trasmitir su aspecto; lo cierto es que su expresión, su conformación facial y sus excesivamente largos brazos indefectiblemente suscitaban una sensación de repulsión a quienes le veían por primera vez.

Sin embargo, la mente y el carácter de Arthur Jermyn se encontraban en las antípodas de su aspecto. Una brillante capacidad intelectual le permitió cosechar las mejores calificaciones en Oxford. Si bien las inclinaciones por la poesía eran fuertes - ciertamente mayores que las científicas -, se propuso proseguir la obra de sus antepasados en el campo de la etnología africana y para ello se apoyó en la sorprendente y sin par colección de sir Wade. Su propensión por la fantasía a menudo lo hizo ocuparse de aquella prehistórica civilización africana, sobre la que había oido hablar con tanta pasión al insano explorador. Trabajó arduamente para tratar de establecer bases empíricas a la delirante convicción familiar y se concentró en la revisión de los datos más recientes en las investigaciones tanto de su bisabuelo como de Samuel Seaton entre los Onga.

Luego del fallecimiento de su madre, en 1911, sir Arthur Jermyn decidió avanzar cualitativamente en sus investigaciones. Vendió una parte de sus bienes y de este modo pudo reunir el dinero necesario como para preparar una expedición al Congo. Estuvo un año en las regiones de Onga y Kaliri donde halló más datos de los que su entusiasmo le había permitido esperar. En su permanencia entre los Kaliri trabó amistad con un viejísimo jefe llamado Mwanu, quien pese a sus años hacía gala de una memoria asombrosa y además, conservaba intacta una aguzada inteligencia. Naturalmente, Mwanu tenía un interés muy cercano por las leyendas antiguas; no sólo conocía las que le trasmitió Jermyn sino que además confirmó el sustento real de todas ellas. Le habló de la ciudad de piedra habitada por los monos blancos.

En el relato de Mwanu, la extraña ciudad y los exóticos seres que en ella vivían no eran más que un recuerdo puesto que habían sido exterminados por los guerreros N'bangus hacía mucho tiempo. Luego de aniquilar la mayor parte de los imponentes edificios y de masacrar a los extraños seres que los poblaban,los N'bangus se habían llevado a la diosa embalsamada que era el objeto de adoración de aquellos seres y que, según varias tradiciones, había reinado entre ellos. Mwanu no podía explicarse el origen de aquellos seres blancos y simiescos, pero estaba seguro de que la destruida ciudad había sido levantada por ellos. Jermyn no pudo reunir los elementos como para formular una hipótesis consistente y tuvo que conformarse con incorporar a su acervo, luego de un escrupuloso interrogatorio, una leyenda muy interesante. acerca de la diosa embalsamada.

Según la leyenda, la princesa mono se había convertido en esposa de un gran dios blanco llegado del oeste. Por mucho tiempo reinaron juntos en la ciudad hasta que al concebir un hijo decidieron marcharse con el retoño. Más adelante el dios y la princesa retornaron a la ciudad. donde ásta úllima murió. Su marido había hecho embalsamar el cadáver, colocándolo en una gran mansión de piedra donde se lo adoraba. Al cabo del tiempo se había marchado de la ciudad. A partir de este hecho, la leyenda continúa en tres lineas de acción. Según una de ellas, nada extraordinario había vuelto a ocurrir, aunque la diosa embalsamada habría pasado a ser un símbolo de poder para la tribu que la poseyera. Ésta es la razon por la que los N'bangus se la habían llevado. Otra línea de acción hablaba del regreso del dios con el solo propósito de morir a los pies del cadáver embalsamado de su esposa. Por fin la tercera variante refería el retorno del hijo de la divina pareja, convertido en un hombre, pero desconociendo su verdadera identidad. Por supuesto que la exuberante imaginación de los negros había agregado y sacado de la historia sin medida alguna.

No obstante, a Arthur Jermyn no le quedaban dudas acerca de la existencia de la ciudad tempranamente descripta por sir Wade. Por eso no se sintió sorprendido cuando a comienzos de 1912 logró finalmente descubrir los últimos restos de ella. Su superficie debía haber sido extraordinaria y, por cierto, que las piedras supervivientes eran prueba suficiente de que no se había tratado de una simple aldea como las demás en el continente. Lamentablemenle no pudo hallarse inscripción alguna y la modesta expedición no contaba con los medios suficientes como para emprender los trabajos de limpieza en un pasadizo subterráneo que llevaba al sistema de criptas que ya había descubierto sir Wade. Todos los jefes indígenas de la zona aportaron datos concretos y coincidentes sobre los monos blancos y la diosa embalsamada, pero solamente un europeo fue quien le permitió una ampliación de los datos suministrados por el anciano Mwanu. Un comerciante belga, M. Verhaeren, le confió que estaha seguro de poder localizar, y tal vez obtener, la diosa embalsamada, de la que había oído hablar alguna vez, ya que los antiguamente poderosos N'bangus habían depuesto su belicosidad y eran ahora obedientes siervos del rey Alberto. No sería demasiado difícil, concluía, convencerlos de que se desprendieran de la diosa. Mientras viajaba de regreso a Inglaterra, Jermyn alentaba la esperanza de encontrarse, en no mucho tiempo, con la invalorable reliquia arqueológica que daría realidad a lo que siempre se consideró como la mas desatinada historia de su retatarabuelo.

Arthur Jermyn aguardó con paciencia el envío de M. Verhaeren; entretuvo el tiempo de la espera estudiando, con renovado interés, los manuscritos que había dejado su enajenado antepasado. Comenzó buscando las huellas de la vida personal de sir Wade en Inglaterra y luego se dedicó a reunir rastros similares en sus exploraciones africanas. Los testimonios verbales sobre la misteriosa y confinada esposa eran abundantes, pero en Jermyn House no había quedado ningún objeto que le perteneciera. Jermyn se preguntó por qué faltaban esos mínimos rastros corroboradores de una existencia humana y llegó a la conclusión de que el motivo básico que explicaba esa anomalía era la locura de su marido. Recordó que su retatarabuela había sido hija de un comerciante portugués establecido en África. Tal vez su minusioso conocimiento del contiiente negro la había llevado a tomar con escepticismo buena parte de las historias que contaba su marido, cosa que un hombre no perdona con facilidad. El fin de sus días que había llegado en África, tal vez empujada hacia allí por un marido empecinado en probar lo que decia...

En junio de 1913, le llegó una carta de M. Verhaeren, donde le comunicaba que había hallado la diosa embalsamada. Según el belga, se trataba de un objeto extraordinario y, por lo tanto, imposible de clasificar. Sólo un estudio científico podría determinar si el ser era humano o simiesco, determinación que tampoco sería fácil en virtud del estado de deterioro que presentaba la momia, castigada tanto por el desfavorable clima congoleño como por la naturaleza misma del embalsamamiento, clara obra de un aficionado. En torno al cuello de la momia se había hallado una cadena de oro de la que colgaba un medallón vacío, sobre el que se veía un escudo de armas grabado. Según la hipótesis de M. Verhaeren habría pertenecido a algún explorador y los N'bangus tal vez lo habrían puesto a la diosa como amuleto. El belga también le anunciaba su convicción de que sir Arthur recibiría una sorpresa, pero no agregaba más detalles. La carta terminaba diciendo que la diosa embalsamada llegaría a Jermyn House, cuidadosamente embalada, un mes después de la llegada de la carta.

La caja embalada fue recibida en Jermyn House en plena tarde del 3 de agosto de 1913; de inmediato fue llevada al amplio salón donde estaban las piezas africanas reunidas por varias generaciones de los Jermyn. Los hechos ocurridos con posterioridad sólo pueden inferirse a través del relato de los criados y del examen de algunos documentos hallados en el lugar. Entre los muchos relatos, el más detallado y coherente pertenece al viejo Soames, mayordomo de la familia. De acuerdo con este hombre, acreedor a toda la confianza, sir Arthur Jermyn dispuso que todo el mundo saliera de la amplia habitación para luego abrir la caja; transcurridos algunos momentos se oyó un terrible grito en el interior del gran salón y a continuación Jermyn abandonó el lugar en medio de una frenética carrera, como si quisiera escapar a un terrible enemigo. Parece que no hay modo de describir el gesto de su rostro, un rostro que incluso en plena paz ya era bastante horrible. Tomó por la escalera que lleva a la bodega. La servidumbre, azorada, esperó inútilmente que su amo volviera a aparecer. Momentos después les llegó un marcado olor a gasolina y oyeron cómo se abría la puerta que permitía la comunicación entre la bodega y el patio de la casa. Uno de los mozos de cuadra vio a Arthur Jermyn abandonar sigilosamente la casa, absolutamente empapado, y dirigirse al pantano que estaba en las inmediaciones. Finalmente, en el apocalipsis del horror, todo el mundo asistió al desenlace. Una llamarada se elevó por encima del pantano y tras ella una columna de humo humano buscó huir hacia el cielo. La casa de los Jermyn ya no existía más.

La razón por la cual los calcinados restos de Arthur Jermyn fueron abandonados sin entierro alguno debe atribuirse a lo que se encontró más tarde, en especial el objeto de la caja. La diosa embalsamada ofrecía un espectáculo repugnante; se encontraba medio comida por los gusanos, pero aún así era posible discernir que se trataba de un mono blanco momificado, con seguridad perteneciente a alguna especie desconocida, considerablemente menos peluda que las demás variedades descriptas, y extraordinariamente parecido al hombre. Entrar en mayoes detalles no sería de muy buen gusto, pero no deben obviarse dos particularidades debido a que se corresponden repulsivamente con otras tantas notas de sir Wade Jermyn tomadas en sus expediciones africanas y con las leyendas africanas del dios-blanco y de la princesa-mono. Ambas particularidades son las que paso a referir: el es- cudo de armas que lucía el medallón colgado al cuello de la momia era el escudo de armas de la casa Jermyn. Con respecto a la sorpresa de la que hablaba M. Verhaeren en su carta, sin duda se refería al terrible y afantasmado parecido que podía observarse entre el delicado Arthur Jermyn y la diosa congoleña.

Augustos integrantes de la real Academia de Antropología incineraron la momia, arrojaron a un arroyo el medallón y varios de ellos se niegan terminantemente a admitir que Arthur Jermyn haya existido alguna vez.

 

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