EL LIBRO
(The Book (1933). Leaves, II, 1938. Se conserva un esbozo del autor.)
El Intruso y otros cuentos fantásticos.
Editorial Edaf, José A. Álvaro Garrido.
MIS recuerdos son muy confusos. Incluso tengo serias dudas de cómo comenzó todo, ya que sufro a voces de espantosas visiones acerca de arios extendiéndose tras de mí. mientras que otras veces me parece como si el momento actual no fuera sino un punto aislado en una infinitud gris e informe. Ni siquiera estoy seguro de cómo transmito este mensaje. Aunque sepa que estoy hablando, tengo una vaga impresión acerca de algún mediador ajeno y quizás terrible que necesito para transportar cuanto digo a donde quiero que sea oído. Mi identidad, también, resulta desconcertantemente nebulosa. Creo haber sufrido una gran impresión... quizás fruto de algún suceso terriblemente monstruoso en mis ciclos de experiencia única e increíble.Estos ciclos de experiencia son, por supuesto, consecuencia de ese libro agusanado. Recuerdo cuando lo obtuve... en un sitio mal iluminado, cerca del río negro y aceitoso, donde las brumas siempre se arremolinan. El muy viejo, y los estantes que llegaban al techo, repletos de volúmenes podridos, retrocedían sin fin hacia habitaciones y oquedades sin ventanas. Habla, además, libros por el suelo formando grandes y informes pilas, así como colocadas en toscos cajones; y fue en una de esas pilas donde lo encontré. Nunca supe su título, ya que faltaban las primeras páginas, pero se abrió hacia el final y obtuve un atisbo de algo que hizo tambalearse mis sentidos.
Era una fórmula - una especie de cosas para decir o hacer - que reconocí como algo negro y prohibido; algo sobre lo que leyera en furtivos párrafos de horror y fascinación entremezcladas, escrito por aquellos extraños y antiguos exploradores de los prohibidos secretos del universo en cuyos deteriorados textos tanto gustaba yo de embeberme. Era una llave, una gula, hacia ciertos portales y transiciones que los místicos hablan sonado y susurrado desde que la raza era joven, y que conducía a libertades y descubrimientos situados más allá de las tres dimensiones y de las zonas de vida y materia conocidas. Hacia siglos que un hombre no recordaba su esencia vital, ni sabía cómo encontrarlo, pero, de hecho, aquel libro era realmente antiguo. No era fruto de imprenta, sino de la mano de algún monje medio loco, que había trazado esas frases latinas con unciales de espantosa antigüedad.
Recuerdo cómo el viejo me acechaba riéndose entre dientes, y realizó un curioso signo con la mano cuando me lo llevé. Mientras me apresuraba de vuelta a casa por las calles angostas, serpenteantes, brumosas, que hay frente al agua, sentí una espantosa sensación de ser seguido furtivamente por pisadas cautelosas. Las casas centenarias y destartaladas, situadas a ambos lados, parecían vivir con una nueva y malsana malignidad... como si algún cauce de malignos conocimientos se hubiera abierto de repente. Sentía que aquellos muros y bordes sobresalientes de enmohecido ladrillo y mohosas maderas y yesos - con ventanas de recuadros en forma de diamante, acechando como ojos de pescados - pudieran a duras penas contenerse de avanzar y destruirme... aunque yo sólo habla lerdo el último fragmento de esa runa blasfema antes de cerrar el libro y llevármelo.
Recuerdo cómo leí por fin el libro... empalidecido, encerrado en aquel ático donde yo, durante tanto tiempo, me había empeñado en extrañas búsquedas. La gran casa estaba totalmente en silencio, ya que yo no habla llegado hasta pasada la medianoche. Creo que entonces tensa familia, aunque los detalles me resultan inciertos, y sé que habla multitud de criados. No sabría decir qué año era, ya que desde entonces he conocido muchas eras y dimensiones, y todos mis conceptos sobre el tiempo se han evaporado y recompuesto. Leía a la luz de las velas - recuerdo el incesante goteo de la cera - y había repiques que llegaban cada dos por tres desde lejanos campanarios. Yo parecía atender a esos repiques con particular interés, como temiendo escuchar la intrusión de alguna nota muy remota entremezclada.
Entonces llegó el primer arañazo y torpe tanteo en la buhardilla que encaraba desde arriba al resto de los tejados de la ciudad. Fue mientras recitaba en alto el noveno verso de ese conjuro primordial y, estremecido, comprendí qué significaba, ya que quien atraviesa un portal habrá de soportar por siempre una sombra y jamás volverá a estar solo. Y habla sido invocada... y el libro era en efecto cuanto habla sospechado. Esa noche crucé un portal hacia un torbellino de tiempo y visión distorsionados, y cuando la mariana me alcanzó en el ático, contemplé los muros y las estantería y los muebles desde una perspectiva nunca antes vista.
Después de eso, no pude mirar al mundo como antes. Mezclado con la escena presente, habla siempre un poco del pasado y un poco del futuro, y los objetos otrora familiares se me antojaban extraños desde la nueva perspectiva que hacia más amplias mis miras. A partir de entonces paseé por un fantástico sueño de formas desconocidas o conocidas a medias, y, según cruzaba nuevos portales, menos podía reconocer de la estrecha esfera a la que tanto tiempo habla atado. Nadie sabia lo que yo vela, y me volví doblemente silencioso y reservado para evitar que me creyeran loco. Los perros me temían, ya que notaban la sombra exterior que nunca se apartaba de mi lado. Pero, ano así, yo leía más - en libros y rollos ocultos y olvidados a los que llegaba gracias a mi nueva visión - y atravesaba nuevos portales de espacio y existencia y pautas de vida, encaminándome hacia el núcleo del cosmos desconocido.
Recuerdo la noche en que tracé los cinco círculos concéntricos de fuego en el suelo, y permanecí en el más interior entonando esa monstruosa letanía que habla traído el mensajero El Tártaro. Las paredes se esfumaron y me vi arrastrado por un viento negro a través de abismos de insondable grisú teniendo las cimas como agujas de desconocidas montabas muchos kilómetros bajo mi. Tras un lapso hubo completa negrura, y después la luz de minadas de estrellas que formaban constelaciones extrañas y desconocidas. Finalmente vislumbré una llanura iluminada por luz verde, muy por debajo mío, y pode distinguir allí las torres retorcidas de una ciudad construida en un estilo nunca antes visto, leído o soñado.. Según flotaba más cerca de esa ciudad, vi un gran edificio rectangular de piedra en un espacio abierto, y me asaltó un miedo espantoso. Grité y me debatí, y tras un lapso en blanco me encontré de nuevo en mi habitación del ático, caído entre los cinco fosforescentes círculos del suelo. No hubo nada en el vagabundeo de esa noche que resultara más extraño que los precedentes, pero sí hubo más terror, porque comprendí que me había encontrado más cerca de esas simas y mundos exteriores de lo que nunca estuviera antes. Y en adelante fui más prudente con mis conjuros, ya que no deseaba verme desligado de mi cuerpo y de la tierra y sumido en desconocidos abismos de los que no podría regresar.
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