GALERÍA
DE
© Cyrus Llanfer
Inspirado en el Relato de H.P. Lovecraft
Producir obras como las de Pickman requiere un arte profundo y una especial intuición de la Naturaleza... Un gran pintor puede conseguir que resulte verosímil o suscite pavor. Y ello porque sólo un verdadero artista conoce la anatomía de lo terrible y la fisiología del miedo: el tipo exacto de líneas y proporciones que se asocian a instintos latentes o a recuerdos hereditarios de temor, y los contrastes de color y efectos luminosos precisos que despiertan en uno el sentido latente de lo siniestro.
Fuseli nos hace estremecer mientras que la portada de un vulgar cuento de fantasmas nos mueve a risa. Hay algo que esos artistas captan -algo que trasciende a la propia vida- y que logran transmitirnos por unos instantes. Doré poseía esa cualidad. Sime la posee, y otro tanto puede decirse de Angarola de Chicago. Y Pickman la poseía en un grado que jamás alcanzó nadie ni, quiéralo el cielo alcanzará en lo sucesivo.
Jamás tuvo Boston un pintor con las dotes de Richard Upton Pickman. Lo dije hace mucho y sigo manteniéndolo, y ni siquiera me retracté un ápice de lo dicho cuando expuso su «Demonio necrófago alimentándose».
«Demonio necrófago alimentándose»
El fuerte de Pickman era la expresión de la cara. No creo que desde Goya nadie haya puesto tal carga de intensidad diabólica en una serie de rasgos o en una expresión. Y, con anterioridad a Goya, habría que retrotraerse a aquellos artífices del medioevo que esculpieron las gárgolas y quimeras de Nôtre Dame y del Mont Saint-Michel.
«Gárgola»
Sería inútil tratar de describir aquellos cuadros, pues el más horroroso y diabólico horror, la más increíble repulsión y hediondez moral se desprendían de simples pinceladas imposibles de traducir en palabras. No había nada en ellos de la técnica exótica característica de Sidney Sime, nada de los paisajes transplanetarios ni de los hongos lunares con los que Clark Ashton Smith nos hiela la sangre. Los trasfondos eran en su mayoría antiguos cementerios, bosques frondosos, arrecifes marinos, túneles de ladrillo, antiguas estancias artesonadas o simples criptas de mampostería. El camposanto de Copps Hill, apenas a unas manzanas de la casa, era uno de sus escenarios favoritos.
La demencia y la monstruosidad podían apreciarse en las figuras que se veían en primer término, pues en el morboso arte de Pickman predominaba el retrato demoníaco. Rara vez aquellas figuras eran completamente humanas, aunque con frecuencia se acercaban en diverso grado a lo humano. La mayoría de los cuerpos, si bien toscamente bípedos, tenían una tendencia a inclinarse hacia delante y un cierto aire canino. La textura de muchos de ellos era de una aspereza bastante desagradable al tacto.
«La Lección»
En «La Lección» un círculo de inefables seres de aspecto canino agazapados en un cementerio enseñando a un niño a comer según su usanza... el viejo mito de esos extraños seres que dejan sus vástagos en la cuna en sustitución de las criaturas humanas que arrebatan. Pickman mostraba en el cuadro lo que les depara la fortuna a los niños así arrebatados... Había una espantosa afinidad que había entre los rostros de las figuras humanas y las no humanas. Por medio de aquellas gradaciones de morbosidad entre lo resueltamente no humano y lo degradadamente humano trataba de establecer un sardónico nexo evolutivo: ¡los seres caninos procedían de los mortales!
«Bruja ahorcada en Gallows Hill»
A veces los mostraba en grupos en cementerios o pasadizos subterráneos, y a menudo aparecían luchando por la presa o, mejor dicho, el tesoro descubierto. ¡Y qué expresividad tan genuinamente diabólica sabía en ocasiones infundir Pickman a los ciegos rostros de tan macabro botín! De cuando en cuando se les veía saltando en plena noche desde ventanas abiertas, o agazapados sobre el pecho de algún durmiente, al acecho de su garganta. En un lienzo se veía a un grupo de ellos aullando alrededor de una bruja ahorcada en Gallows Hill, cuyas demacradas facciones guardaban un extraordinario parecido con las de aquellos seres.
Uno de los lienzos se llamaba «Accidente en el metro», y en él un tropel de abominables seres surgían de alguna ignota catacumba a través de una grieta abierta en el suelo de la estación de metro de Boylston Street y se lanzaban sobre la multitud que esperaba en el andén.
Otro mostraba un baile en Copps Hill en medio de las tumbas, sobre un fondo actual. También había unas cuantas vistas de sótanos, con monstruos que se deslizaban furtivamente a través de agujeros y hendiduras abiertos en la mampostería, haciendo siniestras muecas mientras permanecían agazapados tras barriles o calderas y aguardaban a que su primera víctima descendiera por la escalera.
«Bocado jugoso»
El cuadro representaba un colosal e indescriptible monstruo de centelleantes ojos rojos, que tenía entre sus huesudas garras algo que debió haber sido un hombre, y le roía la cabeza como un chiquillo chupa un pirulí. Estaba en cuclillas, y al mirarle parecía como si en cualquier momento fuera a soltar su presa en busca de un bocado jugoso. Pero, ¡maldición!, la causa de aquel pánico atroz no era ni mucho menos aquella diabólica figura, ni aquel rostro perruno de orejas puntiagudas, ojos inyectados en sangre, nariz chata y labios babeantes. No eran tampoco aquellas garras cubiertas de escamas, ni el cuerpo recubierto de moho, ni los pies semiungulados... no, no era nada de eso, aunque habría bastado cualquiera de tales notas para volver loco al hombre más pintado.«Modelo de Pickman»
En él se veía únicamente el ser monstruoso que estaba pintando en aquel horrible lienzo. Era el modelo en que se inspiraba... y el trasfondo no era sino la pared del estudio del sótano pintada con todo lujo de detalle: Aquella era una fotografía tomada del natural.
Para ver detalles pulsar sobre las viñetas.
La Tumba de la Familia Pickman
Nota Bene
Las ilustraciones gráficas son de la exclusiva propiedad de sus autores y son reproducidas aquí con fines meramente ilustrativos, didácticos y de estudio para l@s Neologi@s y visitantes ocasionales.