LOS
ROMPECABEZAS DEL MIEDO
Notas marginales sobre
el género de terror en la literatura
© Dogon
Nada nuevo puede nacer de lo viejo,
pero sí de la muerte.Barón Oxxon de Darkestshire
Hasta el siglo XVII, la cosmovisión europea admitía, al grado de quemar gente en las hogueras por brujería, que el mundo de la Naturaleza contenía y manifestaba "otro mundo", inmaterial, espiritual, metafísico o sutil – o como se le quiera llamar -, que convivía activamente con el de "este lado": las leyendas de antaño, las consejas de viejas y los cuentos populares junto a las llameantes fogatas y cálidas chimeneas, se ocupaban de mantener viva la presencia de duendes, trasgos, sirenas, elfos, dragones, muertos vivientes, chupasangres, hombres-lobo, genios o dyinns – antiguos recuerdos de las Cruzadas a Tierra Santa, tomados de las tradiciones árabes de Palestina, Siria y otras regiones de la Media Luna Fértil -, semi-dioses y deidades de los panteones griego y latino – resabios de las culturas más influyentes en la formación intelectual europea -, cuando no de arcanas religiones "importadas" del Oriente milenario – i.a., los "misterios" de Isis y Osiris, ecos velados de añejas civilizaciones desaparecidas -. En una palabra, perduraba un clima propicio para que la mente de la gente jugara a gusto con sus emociones más básicas y para que admitieran de buen grado la genuina existencia de lo sobrenatural y su insoslayable incidencia sobre la vida cotidiana.
Por el contrario, con el advenimiento del siglo XVIII, el hombre concebirá a la Naturaleza como un "mecanismo" gracias a Sir Isaac Newton, quien les demostraría "científicamente" a sus contemporáneos que el Universo era predecible, gobernable, y que podía - y debía - ser explotado para beneficio de la Humanidad. Junto con la burguesía ascendente – a la par de la conceptualización del prototipo del burgués como arquetipo social – y la idea de "progreso" alentada por la Ciencia – y hablamos de aquella "oficialmente" reconocida, puesto que las "otras ciencias" fueron condenadas al olvido, cuando no fueron tan perseguidas como en el siglo anterior -, la noción del Universo y el Hombre cambió radicalmente.
En consecuencia, el hombre "urbano" – "urbanizado", podríamos decir, viendo a la ciudad como una entidad de encierro que ponía los límites al comportamiento e imaginario social – y "culto" del siglo XVIII ya no creía en la realidad transmitida por los fairy-tales y las tradiciones populares, ni tampoco en los fantasmas, duendes o dioses "paganos" de la Antigüedad. La luz de las ciudades hizo retroceder a las sombras, que se refugiaron en las alejadas regiones de los campos deshabitados, los bosques agrestes y las montañas inaccesibles, i.e., en "otros mundos" separados de lo "humano" y su nueva concepción materialista y cientificista del Cosmos.
En el dominio literario, estos cambios en la visión occidental del Mundo llevaron a la aparición de la literatura "realista" - p.ej., con Daniel Defoe y su inmortal Robinson Crusoe [1719]) -, y, paradójicamente, también a la del género "de terror" o "sobrenatural" – como luego lo definiría, con mayor propiedad, Howard Phillips Lovecraft en El horror en la literatura [1939] (1) -: en 1764, Sir Horace Walpole publicaba El castillo de Otranto, (2) inaugurando lo que más tarde se denominaría el género "gótico" o "negro", como una rama especializada de aquella literatura "fantástica". (3) Las gentes del común, e incluso los propios intelectuales, no renunciaron así nomás al medio por el cual conjuraban, desde tiempos inmemoriales, tanto sus propios temores como los ajenos y aquellos que provenían "de afuera": el mundo de la realidad cotidiana no era, precisamente, una prueba de que el Hombre y la Ciencia hubieran "tomado el Paraíso por asalto", sino más bien todo lo contrario. Y es que, cuando la ideología positivista y racionalista negó toda entidad real a lo sobrenatural, simultáneamente lo insufló con una nueva vitalidad al convertirlo en un recurso estético, en una corriente artística expresiva de una estética por la cual podía despojárselo de su temible numen, el cual no dejaba de fascinar a la gran mayoría de los mortales: la atracción por lo sobrenatural tuvo que ser "desacralizada", tal cual se había hecho ya con el Mundo y los seres vivos en su sentido más amplio. El hombre "moderno", racional y científico, no era un etrusco, griego o egipcio antiguos como para "creer" en la sacralidad del Cosmos y la deificación del Hombre.
Para el pensamiento positivista, Dios estaba en su mundo y el hombre en el suyo; después de todo la separación política entre el Poder Temporal y el Intemporal ya se había producido hacía un buen tiempo, como para ahora llevar la escisión de lo espiritual y lo terrenal al campo de la ideología popular. Al igual que en una enciclopedia, todo artículo debía tener su ubicación precisa y su definición clara – o ambigua, pero definición al fin -, ya que el afán "enciclopedista" se había reavivado por intermedio de la Ciencia.
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La gente "normal" suele ser incrédula de lo que no ve o percibe por medio de alguno de sus sentidos físicos, pero lo es hasta cierto punto: lo último que se pierde es la esperanza en la eternidad de la existencia y en la vida eterna del ser individuado, aunque más no sea en "otro mundo" y "otra forma". Sin embargo, por lo general se piensa que "este" mundo es una ocupación de los hombres y que sólo el Más Allá es una cuestión de Dios, los ángeles o lo que sea que el ser humano imagine – siempre y cuando existan, que la duda es tan perdurable en la mente como la esperanza en el corazón -.
Pero, ¿qué se puede hacer con lo que se resiste a ser "catalogado", "definido" o "conocido"?, porque lo que no puede definirse nunca resulta cognosible para el hombre; de hecho, no pudo ni puede ser reconocible y comprensible para él si es guiado ciegamente por el materialismo y el racionalismo a ultranza. De este modo, aparte de rechazar una cosmovisión varias veces milenaria que fue sustentada por muchas personas en variadas y diferentes culturas, a partir del siglo XVIII fue necesario absorberla y transformarla para minimizar sus efectos o sus consecuencias ideológicas y sociales: "los fantasmas no existen, pero meten miedo". (4) El miedo es una emoción primaria de los seres vivos, que los impulsa a "sentirse" más seguros de que están "vivos" y a fantasear que la muerte o el terror sólo ocurren en los cuentos y novelas – y, actualmente, en la "pantalla", ya sea la de la TV, el cine o la PC -. En este sentido, la "muerte" verdadera – el supremo horror para el ser humano, pues en realidad siempre ignora lo que le aguarda tras el ineludible trance de la muerte física –, se vio minimizada a través de la búsqueda intencional del miedo y el terror como emociones deseadas por el lector u oyente – y, por qué no, también el redactor o autor - de dichos relatos. Hay una enorme diferencia entre el "terror real" y el "ficticio", tanta como la que existe entre aquello que les caracteriza a ambas especies: uno es lo "maravilloso inesperado", (5) el otro, lo "maravilloso buscado". En el primer caso, se trata de un genuino e ineludible "hecho horroroso", en tanto que en el segundo consiste de un irreal "horror imaginario".
¿Porqué hablamos del terror como algo "maravilloso"?, se podría preguntar legítimamente el lector. Louis Vax (6) ha definido – o, mejor dicho, ha renunciado a definir – "lo fantástico", aunque en su ensayo distinguió dos ambiguas "fronteras" presentes en sus expresiones culturales: "Feérico y Fantástico son dos especies del género Maravilloso". La primera de estas "áreas" incluiría a los cuentos "populares" y "tradicionales", en tanto la segunda, según él, "por el contrario, se deleita en presentarnos a hombres como nosotros, situados súbitamente en presencia de lo inexplicable, pero dentro de nuestro mundo real". (7) El punto de contacto entre ambos campos es lo que Vax denomina lo "maravilloso negro": "lo fantástico en las novelas góticas participa de lo maravilloso aterrador (...) El arte fantástico debe introducir terrores imaginarios en el seno del mundo real".
Aquí tenemos al género de terror manifiesto en todo su esplendor, con el que continúa brillando durante su etapa actual, en la que se sigue recurriendo a la imaginaria y abrupta irrupción de lo inesperado e inexplicable en el "mundo real"; imaginaria porque no es verdadera sino fabulada, al ser "creada" por el compositor del relato partiendo de su propia capacidad expresiva; tangible porque produce miedo con tan sólo pensar en la posibilidad (improbable, porque no admite demostración) de que lo que se cuenta realmente pueda ocurrir en el " mundo real" y, es más, que pueda sucederle al mismísimo lector.
Esta inquietante posibilidad (cercana o remota, depende de la personalidad individual) es uno de los elementos más atractivos de la literatura sobrenatural: "Aunque apenas sea en un plano exclusivamente imaginativo, pese a la certidumbre secular con que el hombre moderno rechaza lo sobrenatural, este factor todavía logra fascinarlo en medida considerable y conservamos suficiente curiosidad por las obras de ficción que exploran supuestas revelaciones de poderes mágicos o demoníacos". (8) Un comentario que puede hacerse extensivo a otras obras que no tratan precisamente de "poderes mágicos o demoníacos" en particular, aunque puedan involucrar algo de ellos en sus tramas; p.ej., los relatos de Lovecraft, si bien refieren muchas veces a grimorios "malditos" (i.a., el famoso Neronomicón [9]) o tienen por personajes (principales o secundarios, poco importa) a brujas o brujos malévolos o que tienen tratos con el Diablo (i.a., la bruja Keziah en Los sueños en la casa de la bruja [1931 (10)]; o Joseph Curwen en El caso de Charles Dexter Ward [1927-8 (11)]), en realidad, tal como afirma Jacques Bergier (12), "Lovecraft inventó un género nuevo: el cuento materilista de terror", postura seguida i.a. por Rafael Llopis. (13) En este sentido, nada más alejado de los "poderes demoníacos" que los pobladores ultraterrenos del "panteón" – mal definido de esta manera, siguiendo la postura maniqueísta de su "heredero natural", August W. Derleth, también asumida por algunos de los miembros del llamado "Círculo de Lovecraft" y una buena cantidad de críticos literarios y comentaristas posteriores (14) – ideado por Lovecraft, ya que son seres extraterrestres que viven en un modo o estado de existencia incomprensibles para el ser humano, y, peor aún, son entidades que están fuera del tiempo y el espacio, i.e., pertenecen a las esferas, todavía no reveladas por la Ciencia, que corresponderían a las 19 dimensiones que, en forma teórica, se dice que coexistieron con las otras cuatro que conocemos, y que constituyeron las 23 dimensiones originarias que tenían realidad efectiva al momento del "Big-Bang", fenómeno por el cual terminaron colapsando y "desapareciendo" de la capacidad de captación que ostenta el hombre en el momento presente, aunque también se especula que siguen coexistiendo con nosotros (según la denominada Teoría de las Supercuerdas). (15)
No es de extrañar, pues, que sean totalmente indiferentes a la presencia y vida humanas, como no sea para conseguir alguno de sus oscuros e incognosibles propósitos; pero no son "dioses" en la acepción griega o latina del término. Además, esta falta de interés por nuestra especie es parte de la sensación de nulidad cósmica de la misma Humanidad que se percibe con nitidez en los relatos de Lovecraft: somos como hormigas que pueden ser destruidas en cualquier momento... en el más impensable instante, coincidiendo con la naturaleza que le es propia a quienes pueden someter a nuestras minúsculas existencias a tan inesperado y cruento destino. (16)
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Lo "maravilloso", cuando se introduce en el mundo cotidiano, tal como ya lo postulara M.R. James, (17) siempre debe generar la emoción del terror en el lector – y, si bien se refería a uno de los pilares autorales para la escritura de cuentos de fantasmas, puede hacerse extensivo a la literatura sobrenatural y de horror en general -, ya que, de lo contrario, se estaría escribiendo o leyendo un relato de "milagros religiosos", que no es precisamente el tipo de episodios que la gente busca o le interesa en particular para leer como "literatura sobrenatural"; lo que quiere el receptor de esta clase de literatura es "sentirse vivo", porque "una persona nunca luce tan viva como al momento de su muerte". (18) Los milagros están bien para las "vidas de santos" y otras recopilaciones que alimentan la adhesión a tal o cual vertiente religiosa, pero no provocan terror, sino que más bien están destinadas a conseguir una mayor aceptación en la creencia de que existe un Dios "bondadoso".
Por el contrario, el género de terror busca despertar en el lector la excitante sensación de que "todo puede existir de otro modo"; (19) en una palabra, le invita a que enfrente sus miedos individuales e interiores, a que reconozca su presencia dentro de su propia persona y, de esa manera, a que los acepte y conjure por el expeditivo recurso de presentarlos abiertamente en el campo de su conciencia: todo ser humano tiene un "lado oscuro", rechazado o negado por la razón, pero "vivo" y "activo" en las ocultas regiones de su inconsciente. En tal sentido, la literatura de horror no sólo sirve como una "válvula de escape" para la imaginación del hombre, cual si fuera un canal destinado a encauzar las vertientes inconfesables o inconfesadas de su parte inconsciente, sino que también funciona como un recurso para profundizar en el conocimiento de sí mismo como individuo: no es infrecuente que el lector vea, en un relato del género, como en un espejo que le devuelve una imagen suya de la que, sólo en ese íntimo instante de lucidez implacable, cae en la cuenta que no era la que tenía o se hacía de sí mismo; y puede llegar incluso a tomar conciencia que tal o cual personaje de la ficción actúa o se comporta de modo similar a como él lo hace o haría. Tampoco es raro que la trama de un cuento lleve al lector a concebir que los hechos allí relatados le recuerdan sucesos o circunstancias (cercana o lejanamente) similares a otras vividas por sí mismo, aumentando la intensidad emocional que le procura su lectura.
Y es que aunque vivamos en la era tecnológica y computarizada, inmersos en una vida de ritmo dislocado, pautas sociales contradictorias – cuando no grotescas -, rodeados de una creciente y destructiva disociación esquizofrénica y psicótica que conduce a las más inconcebibles locuras; tironeados por gustos artificialmente implantados y exigencias productivas para sustentar una existencia mínimamente digna de ser llamada tal; mientras nos vemos así desmembrados, como Tupac Amarú, por fuerzas que pujan para poseernos u obtener todo lo que puedan de nosotros, la Ciencia sigue ingnorando la voz de sus propios partidarios más racionales y científicos: "La inmortalidad del alma es incuestionable. Yo, como científico, sé que nada se destruye nunca; tan sólo cambia. Después de la muerte, la vida, el alma – llámesele como se quiera – debe ir a alguna parte, debe transformarse en algo más. Nada se desintegra jamás en el no ser" (Dr. Wernher von Braum). (20).
¿Es esta opinión lo suficientemente convincente como para empezar a interesarse en el "otro mundo" – y hoy hablaríamos más bien de "otros mundos", gracias a la apertura del género de terror hacia la ciencia-ficción dura, con personajes como "Alien" y su saga de horrores extraterrestres y humanos –, el cual no está en "otra parte", sino que coexiste con "nuestro" mundo? ¿Resulta un buen incentivo para explorar aquello que otras personas han expuesto en sus "cuentos" acerca de la "vida futura", de la "muerte que regresa", de la "existencia incesante" o de los "horrores cósmicos"? Porque, como ya lo dijo Sócrates – citado por Platón -, "La vida que no se ha escudriñado, no vale la pena vivirse".
Después de todo, modernos filósofos, teólogos e historiadores no han dudado en afirmar algo tan terrorífico como que
De la conciencia del Mal surge todavía otro nivel de comprensión,... que está presente universalmente en la experiencia humana. El Mal ha afectado todos los sitios, todos los tiempos, y la vida de todo individuo maduro. Entendemos que el Mal es cósmico. (21)
NOTAS
- H.P. Lovecraft, Supernatural Horror in Literature. Nueva York: Dover Publ., 1973: pp. 23-35 = Id., El horror en la literatura. Madrid: Alianza Ed., 1998: pp. 19-32. Véase tamb. J.A. Molina Foix (ed.), El horror según H.P. Lovecraft, 2 vols. Madrid: Ed. Siruela; col. El Ojo sin Párpado, vols. 13-4, 1988. El primer tomo incluye los autores "góticos" considerados más representativos según Lovecraft. Cf. J.O. Rossi, "Los caminos del miedo: De la novela gótica a Arthur Machen"; on-line en Quinta Dimensión, Sección "Literatura" (www.quintadimension.com/literarea).
- H. Walpole, El castillo de Otranto. Madrid: Unidad Editorial, 1998.
- Entre los autores más destacados del género gótico podemos citar a Ann Radcliffe, Los misterios de Udolpho (1749) [publicado en J.A. Molina Foix, o.c. I: pp. 27-52]; Clara Reeve, El viejo barón inglés (1777); William Beckford, Vathek (1786) [publicado y comentado por J. Rest, W. Beckford. Vathek, cuento árabe. Buenos Aires: Centro Editor de America Latina, col. Biblioteca Básica Universal, vol. 180, 1981]; Mathew G. Lewis, El monje (1796) [publicado en J.A. Molina Foix, o.c. I: pp. 53-74. Cf. M.G. Lewis, El monje. Buenos Aires: Ed. Libería Fausto, 1978]; y Charles R. Maturin, Melmoth, el vagabundo (1820), entre otros. Véase H.P. Lovecraft, o.c. (en nota 1).
- Parafraseando a Madame du Deffand, quien pronunció la frase en pleno siglo XVIII y que nos recuerda mucho aquella anécdota en la que un hombre se acercó a una desconsolada madre cuya hija había fallecido en las vísperas y, a modo de pésame, le dijo que esperaba que su alma estuviera junto a Dios en el Reino de los Cielos, a lo que la apesadumbrada y muy católica mujer contestó: "Gracias por sus palabras, pero no es el momento para hablar de cosas desagradables"; sobre la frase de Madame du Deffand, cf. R. Llopis, "Los cuentos de terror" en Id. (ed.), Antología de cuentos de terror. 1. De Daniel Defoe a Edgar Allan Poe². Madrid: Alianza Ed., 1982: p. 10; J.A. Ll. [sic], "Prólogo" en Narraciones terroríficas, 1. Antología de cuentos de misterio. Primera selección. Barcelona: Ed. Acervo, 5ª ed.,1977: pp. 6-7.
- Cf. J.-J. Bajarlía, H.P. Lovecraft. El horror sobrenatural. Buenos Aires: Ed. Almagesto, col. Perfiles, vol. 28, 1996: p. 100 ("[HPL, en Supernatural Horror in Literature] no da precisiones, pero considera que ‘lo desconocido, lo imprevisible’ fue la fuente omnipotente y terrible que en el pasado perturbaron a la humanidad". [Subrayado original del autor]).
- L. Vax, Arte y literatura fantásticas. Buenos Aires: Eudeba, 1965: p. 5 [el subrayado es nuestro]. Cf. i.a. Anónimo, "¿Por qué el terror en la literatura?", prólogo a Cuentos de terror. Antología. Santiago de Chile: Andrés Bello Ed., 5ª ed., 1997: p. 5 ("Lo fantástico, es decir, aquella dimensión que linda con lo inverosímil, deseado, aterrador, pero quizás posible, comienza a expresarse en la literatura del siglo XVIII, permitiendo a lo macabro y lo terrorífico, a vampiros y fantasmas, crearse un espacio en el género de lo maravilloso"); T. Todorov, Introducción a la literatura fantástica. Buenos Aires: Ed. Tiempo Contemporáneo, 1972: p. 34 ("Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural"); J. Rest, "Nota preliminar" en El cuento fantástico y de horror. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1977: p. 7 ("A este tipo de relato, cuyo narrador u oyente pareciera admitir en su lógica imaginaria la existencia de otro mundo, generalmente se lo ha denominado ‘cuento maravilloso’").
- Id., o.c., p. 6 [el subrayado es nuestro].
- J. Rest, loc.cit. (en nota 6): p. 11.
- Sobre este y otros tratados ficticios o auténticos empleados por Lovecraft y sus seguidores, cf. R. Llopis, "Los Mitos de Cthulhu" en H.P. Lovecraft y otros, Los Mitos de Cthulhu. Narraciones de horror cósmico². Madrid: Alianza Ed., 1970: pp. 38 ss. y 42-4; J.-J. Bajarlía, o.c., pp. 37-66 (Caps. IV y V); etc. La propia historia pergueñada por Lovecraft [History and Chronology of the Necronomicon – escrita en 1936 y publicada en 1938 –] se puede consultar i.a. en H.P. Lovecraft, La noche del océano y otros escritos inéditos. Madrid: Ed. Edaf, col. Icaro, 1991: pp. 141-4. La espuria edición del llamado Simon, en su versión española, contiene un apéndice titulado "Cronología, fragmentos e invocaciones de H.P. Lovecraft sobre ‘El Necronomicón’", que, contrariamente al resto de la obra, constituye una buena síntesis de las referencias del escritor de Providence; véase El Necronomicón. Recopilado por Simon. Madrid: Ed. Edaf, col. La Tabla de Esmeralda, vol. 129, 7ª ed., 1999: pp. 271-87. Otra fuente de consulta ineludible al respecto es la versión de R. Turner, The Necronomicon or The Book of the Dead Names, volcada al español en Mundo Desconocido n° 2 (abril, 1981) y reeditada on-line (como archivo PDF = 95 pp.) por manaon@zoom.es Consúltese tamb. A. LeBlanc, "Necronomicón, ¿cuántos libros inexistentes existen?" en Lovecraft Magazine n° 1 (junio 2000), pp. 4-11.
- Véase Id., En las montañas de la locura y otros relatos. Madrid: Alianza Ed., col. Biblioteca de fantasía y terror, vol. 8.154, 2000: pp. 199-248; Id., El color que cayó del cielo. Buenos Aires: A-Z Ed., 1994: pp. 61-118; Id., La casa encantada. Buenos Aires: Ed. Merlín, 1973: pp. 35-70; Id., At the Mountains of Madness and Other Tales of Terror. Ed. Arkham House © 1964 = Nueva York: A Del Rey Book/Ballantine Books, 1971: pp. 139-77.
- H.P. Lovecraft, El caso de Charles Dexter Ward. Madrid: Alianza Ed., col. Biblioteca de fantasía y terror, vol. 8.152, 2ª reimpr., 2001: passim, esp. pp. 21 ss.; Id., El caso de Charles Dexter Ward. Barcelona: Seix Barral Ed., col. Libros de Enlace, vol. 127, 1971: passim, esp. pp. 19 ss.; Id., The Case of Charles Dexter Ward. Ed. Arkham House © 1943 = Nueva York: A Del Rey Book/Ballantine Books, 1971: passim, esp. pp. 15 ss. Ultima edición en español: H.P. Lovecraft, Mitos de Cthulhu, 1: El caso de Charles Dexter Ward; Biblioteca H.P. Lovecraft, vol. 6. Madrid: Ed. Edaf, 2003: pp. 16 ss.
- J. Bergier, "Lovecraft, un gran genio venido de otra parte" en Planeta n° 1 (Buenos Aires, sept.-oct. 1964), pp. 87-90. Reeditado recientemente en la colección El Corazón del Monstruo n° 4 (7 pp.), separata hors-texte de Lovecraft Magazine n° 6 (otoño 2001).
- R. Llopis, o.c. (en nota 9), p. 34 ("El materialismo de Lovecraft fue precisamente el que le llevó a encarnar sus horrores arquetípicos, no en puros dioses, tampoco en figuras meramente oníricas, sino en seres materiales...").
- Cf. i.a. R. Llopis, o.c. (en nota 9), pp. 38 ss.; Lin Carter, "The Gods" en H.P. Lovecraft et alii, The Shuttered Room and Other Pieces. Sauk City: Arkham House, 1959: pp. 250-67 A.W. Derleth expuso su sistematización y reinterpretación "judeo-cristiana" de los Mitos, por primera vez, en The Seal of R‘lyeh (1961); véase A.W. Derleth, La máscara de Cthulhu. Madrid: Alianza Ed., col. Libro de Bolsillo, vol. 1.336, 1988: pp. 163-94. Consúltese tamb. J.-J. Bajarlía, o.c., pp, 35-6; L. Sprague de Camp, Lovecraft, una biografía. Madrid: Ed. Edaf, col. Avatares n° 3, 1992: pp. 362 ss.; R.L. Tierney, "The Derleth Mythos"; on-line en Nightscapes (URL: www.toddalan.com/~berlgund/hplind.htm#contents). La influencia "derlethiana" puede encontrarse en obras posteriores vinculadas a los Mitos; véase i.a. B. Lumley, Los que acechan en el abismo. Madrid: Ed. Edaf, col. Icaro, vol. 23, 1992: passim. Cf. P. Sapere, "Titus Crow o el regreso de los Mitos de Cthulhu"; on-line en Quinta Dimensión, Sección "Terror" (URL: www.quintadimension.com/terror).
- Agradezco profunda y cariñosamente a mi hermano, Ing. Ricardo Edgar Ogdon, por esta información acerca de las más recientes teorías sobre las dimensiones existentes, aunque inexploradas y desconocidas, que son reconocidas en el campo de investigación mencionado. Mi hermano, en estos momentos, se dedica al estudio e indagación de estas materias científicas, en contacto con centros de excelencia internacionalmente reconocidos.
- Debe reconocerse, sin embargo, que la producción literaria lovecraftiana - tal como el propio Lovecraft lo admitía en algunas de sus cartas - basaba mucho de sus tramas y argumentos en "poderes mágicos" propiamente dichos, al punto de que los "mitológicos" seres representados por los "Primigenios" perdieron el dominio de la Tierra "por practicar la magia negra": "Todos mis relatos, por muy distintos que sean entre sí, se basan en la idea central de que antaño nuestro mundo fue poblado por otras razas que, por practicar la magia negra, perdieron sus conquistas y fueron expulsados, pero viven aún en el Exterior, dispuestas en todo momento a volver a apoderarse de la Tierra"; citado por Lin Carter, o.c. (en nota 14), y mencionado por R. Llopis, o.c. (en nota 9), p. 34. Sin embargo, es obvio que Lovecraft, a partir de este comentario, nunca consideró a esas creaturas como ninguna cosa que no fueran "otras razas", i.e., seres de existencia cuasi-corpórea o semi-inmaterial – e incluso por completo inmaterial -, pero no como poseedores de una esencia o naturaleza "divina" o "deificada" de ninguna especie. Sus espeluznantes entidades, al menos en nuestra opinión, siempre transmiten una pasmosa e increíble corporalidad y corpo-realidad en forma innegable.
- Véase J. Rest, "El Dr. James y sus placenteros fantasmas" en M.R. James, El enigma de las runas y otros cuentos de fantasmas. Buenos Aires: Ed. Librería Fausto, 1977: pp. 11-23. esp. p. 12. Cf. H.P. Lovecraft, Horror en la literatura, pp. 101 ss.
- Parafraseando al actor que juega el siniestro papel de un peón de maestranza de una morgue en las películas Final Destination 1 y 2 ("Destino Final I y II") - que no es otro que el recordado protagonista del filme Candyman -, quien pronuncia el dicho citado en una escena tenebrosa de la última de ellas que tiene lugar en su lugar de trabajo, donde crema el cadáver del primer muchacho muerto en la trama ante la vista de las protagonistas principales perseguidas por la Muerte.
- Frase final tomada del macabro cuento corto "Voyage immobile" ["El Viaje Inmóvil"] del escritor francés Maurice Renard, publicado en París en 1909. La misma aparece como parte de la cita introductoria atribuida a mi ficticio antepasado, el "Barón Oxxon de Darkestshire", en mi relato breve "Una tumba en Swan Point", publicado en la Nueva Logia del Tentáculo, on-line en http://dreamers.com/logia.
- Esta cita y la siguiente de Sócrates han sido tomadas del prólogo de K. Singer en K. Singer-J. Singer (eds.), Terror inexplicable. Barcelona: col. Biblioteca Oro/Terror, 1ª ed., 1968: pp. 8 y 9, respectivamente.
- J. Burton Russell, El diablo. Percepciones del Mal, de la antigüedad al Cristianismo primitivo. Barcelona: Ed. Laertes, 1995: p. 20. Entiéndase que no tomamos al Mal como uno mismo con el Diablo en la acepción que le dan la Iglesia Católica Apostólica Romana o ninguna otra de las variantes católica, judeo-cristiana o islámica, sino que recurrimos a esta frase porque la irrupción de las entidades "lovecraftianas" siempre terminan siendo fatídicas - cuando no mortales - para los humanos que se topan con ellas; de igual modo, su castigo por recurrir a la "magia negra" y las referencias constantes a los "libros prohibidos y blasfemos", entre otros elementos de los cuentos de Lovecraft y sus seguidores, apuntan claramente a que se trata de seres que matan o inflingen daño a los seres humanos, y, por lo tanto, que lógicamente aparecen como creaturas "malignas" y "demoníacas" a nuestros ojos, lo cual ha conducido a interpretarlas desde una óptica maniqueísta, tal cual hiciera A.W. Derleth. Hemos de subrayar que estas creaturas están "más allá del Bien y del Mal", por así decirlo, por lo que no aceptamos la tesis "derlethiana" sobre los Mitos de Cthulhu. Cf. Robert Bloch, "Una carta abierta a H.P. Lovecraft" en R.E. Weinberg-M.H. Greenberg (eds.), El legado de Lovecraft. Madrid: Ed. Martínez Roca, col. Gran Super Terror, 1991: pp. 7-13, quien critica severamente dicha reinterpretación a partir de su relación personal con Lovecraft.
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