H.P. Lovecraft, Hongos de Yuggoth y otros poemas fantásticos. Barcelona, Valdemar; El Club Diógenes, vol. 11, 1997.
© DOGON [*]
La noche del 16 de marzo de 1970 una curiosa procesión formada por unos 150 estudiantes y encabrzada por tres profesores recorrió el barrio de College Hill, en Providence, portando antorchas y linternas en un homenaje local póstumo, a los 33 años de su muerte, al oscuro prisionero de Rhode Island, H. P. Lovecraft. Finalmente el cortejo se detuvo junto a la Casa Apartada, residencia en vida del homenajeado, y se procedió a la lectura de Fungi from Yuggoth, en un ceremonial que habría hecho las delicias de su autor.
A pesar de que sus obras son objeto de constantes ediciones en todos los países y que su lectura despierta la voracidad y el fanatismo incluso en los espíritus más sosegados, Lovecraft no llegó a publicar de forma profesional ni un solo libro de relatos, siendo un cheque por 240 dólares, precisamente por El Horror de Dunwich, la cantidad más grande que recibió en su vida. En los últimos tiempos se lamentaba de su falta de talento, se consideraba a sí mismo como un fracaso absoluto y la más pequeña crítica lo sumía en un estado de depresión sin paliativos en que consideraba la conveniencia de dejar de escribir definitivamente. A lo largo de toda su vida insistió en que no era un escritor profesional, sino un caballero que escribía por puro placer, y cualquier intento de comercialización o concesión literaria a las masas era rechazado de forma contundente por considerarlo mercenario e impropio de un caballero. Su desidia profesional, su falta de ambiciones literarias le llevaron a ganarse penosamente la vida haciendo revisiones y correcciones de estilo para literatos de ínfima categoría (en su mayor parte viudas aburridas) que sin embargo sabían sacarle partido a sus escritos, como el caso de Houdini, el escapista, o el infame Adolphe de Castro, un dentista que intentó explotar descaradamente sus relaciones con Ambrose Bierce. No sólo malgastó el genio en estas tareas insignificantes, sino que desperdició el tiempo en mantener una abrumadora correspondencia (un somero cálculo arroja no menos de 100.000 cartas y un mínimo de diez millones de palabras), pues un caballero no podía permitirse el lujo de dejar una carta sin respuesta. No es la primera vez, ni será la última, en que los caprichosos azares del destino ocultan durante años a los ojos del gran público la obra original de un creador de talento, pero a este misterioso veto contribuyó no poco la anómala personalidad de este outsider de Providence.
Ateo convencido desde su infancia, fue educado según los estrictos principios de un caballero inglés, principios que asumió hasta su muerte, llevando una vida de aristócrata venido a menos que no quiere descender a las vulgares preocupaciones de los intereses mercenarios, aun cuando su posición social, personal y económica distaba mucho de la que corresponde a un rentista. Era anticuado hasta el anacronismo. Adoraba la Inglaterra del siglo XVIII y el período barroco, que consideraba había alcanzado el más alto grado de refinamiento de la civilización justo antes de hundirse ésta en la barbarie maquinista e industrial. Fue siempre una persona enfermiza:
" Mis nervios hipersensibles influían sobre mis funciones corporales hasta el extremo de aparentar muchas enfermedades físicas muy distintas".
Su corazón funcionaba de forma irregular, sufría una aguda dolencia renal, terribles trastornos digestivos y frecuentes dolores de cabeza, aunque los médicos no descubrían en su organismo nada anormal. Todos estos síntomas podrían derivarse de su excesiva afición a los dulces y helados (que pudieron llegar a provocarle en más de una ocasión un shock de insulina) y de una extraña afección, poco conocida, denominada poikilotermismo. Los individuos que sufren esta dolencia pierden la capacidad, común a los mamíferos, de conservar constante la temperatura del cuerpo, de tal forma que su organismo adopta la temperatura del entorno, como un reptil o un pez. Esta deficiencia física le obligaba a recluirse en su casa durante todo el invierno.
Era misántropo hasta el punto de afirmar:
" Mi odio hacia el animal humano crece a oleadas cuantos más miserables veo"
y su esposa decía:
"creo que odiaba a la humanidad en abstracto".
Quizá como consecuencia de esto y su pertenencia al privilegiado grupo de los blancos anglosajones puritanos de Nueva Inglaterra, era también racista y xenófobo hasta el punto de afirmar:
"Y, naturalmente, es imposible referirse con calma a la ciudad de Nueva York. La ciudad está sucia y maldita: vengo de ella con la sensación de haberme manchado con su contacto, y ansío algún detergente de olvido que me limpie del todo ¡Cómo, en nombre del cielo, los sensibles y dignos hombres blancos pueden seguir viviendo en ese potaje de inmundicia asiática en que se ha convertido la región, es algo que se halla absolutamente fuera de mi comprensión ! Hay aquí un grave y serio problema, comparado con el cual el problema del negro es una nadería, pues en este caso tenemos que enfrentarnos no sólo con infantiles semigorilas, sino con enemigos amarillos y desalmados cuyas repulsivas carcasas cobijan máquinas mentales peligrosas ".
Aunque se consideraba materialista desde el punto de vista filosófico y tenía un amplio conocimiento de las ciencias y un gran respeto por el método científico, creía que tenía cierta base empírica el proclamar la "infinita superioridad de los arios teutónicos" y cantaba al "vigoroso grito del guerrero de ojos azules y barba ensangrentada". Pero este ser se autoproclamaba en sus momentos de mayor delirio "un homicida pálido y fornido de los bosques escandinavos germánicos del norte, un vikingo, un frenético asesino, un ladrón depredador de la samgre de Hengist y Horsa ( ), un bebedor de sangre de enemigos en los cráneos recién arrancados ", era incapaz de tocar los ratones que caían en sus cepos, y se deshacía con gesto melindroso de sus víctimas, cepo incluído. Esta actitud, que ha llegado a afectar a su reputación como escritor, fue remitiendo con los años, y hacia el final de su vida Lovecraft se convirtió en un socialista liberal, admirador de Frnklin D. Roosevelt. Fue abstemio militante, abominaba del sexo, adoraba a los gatos, poseía una memoria sobrehumana, sufría horribles pesadillas
A pesar de todas estas manías y extravagancias, escribió cerca de sesenta relatos de horror, algunos de ellos magistrales. Se dice que su escritura está sobrecargada de adjetivos, que repite hasta la saciedad los mismos recursos y fórmulas argumentales, pero pocos escritores profesionales consiguen, a pesar de su brillantez y depurado estilo, mantener y acaparar la atención del lector a lo largo de todo el relato como lo hizo este simple "aficionado". Creó un espantoso y grotesco panteón de deidades, los "Primordiales" o "Grandes Antiguos", con el dios ciego e idiota Azathoth a la cabeza, "una ruina amorfa de absoluta confusión que blasfema y babea en el centro del infinito", Yog-Sothoth, Nyarlathotep, el Caos reptante, Cthulhu, el morador de las profundidades acuáticas, Hastur el Inefable, Shub-Niggurath, la cabra negra de los bosques, y una alucinante caterva de alimañas descarnadas, demacrados nocturnos, entidades blasfemas y seres cuya mera descripción supone la obscenidad absoluta y total un espantoso panteón de entidades sobrehumanas que pueblan un cosmos amoral, despiadado e indiferente al insignificante destino del hombre. Poco a poco, amigos y escritores afines fueron agregando deidades y sistematizando esta espeluznante cáfila, conocida como los mitos de Cthulhu, y así Clark Ashton Smith incluyó a Tsathoggua y a Attach-Nacha, Frank Belknap Long a Los Perros de Tíndalos, Henry Kuttner a Nygotha, Derleth a Cthugha, etc. Lovecraft gustaba también de aderezar sus historias con libros antiguos, que atesoran sobre sus páginas los secretos de una sabiduría ancestral, capaz de liberar las fuerzas oscuras y malignas del universo. No hay libro más infame y perverso - y que haya sido objeto de tantas bromas y anécdotas - que el Necronomicón del árabe loco Abdul Alhazred. Pero también son sumamente excecrables los Manuscritos Pnakóticos, el Texto de R'lyeh, los Cantos de Dhol, los Siete libros crípticos de Hsan, o los Unaussprechlichen Kulten de Von Juntz.
Rastreando un poco en su biografía, averiguamos que el matrimonio formado por Susie Phillips, hija de una familia enriquecida con el negocio del carbón, y Winfield Scott Lovecraft, viajante de comercio de abuelos británicos, vivía feliz en Boston hasta que un día, en un viaje de negocios a Chicago, mientras se encontraba solo en la habitación del hotel, Winfield empezó de pronto a gritar que la camarera le había insultado y que estaban atacando a su esposa en el piso de arriba. Estas alucinaciones empezaron a hacerse cada vez más frecuentes y hubo de ser ingresado en un hospital para enfermos mentales, donde moriría cinco años más tarde. Era el año 1893, Lovecraft tenía entonces tres años. El mazazo que supuso esta tragedia familiar para Susie Phillips, su madre, la obligó a buscar refugio en la casa paterna y le produjo un progresivo desequilibrio emocional y psíquico que duró hasta su muerte, veintiocho años más tarde, e influyó notablemente en la formación de su hijo Howard.
Obsesionada con la pérdida de su marido, Susie se dedicó en cuerpo y alma a su retoño, al que protegió y consintió hasta en sus más extravagantes caprichos infantiles. De esa época le viene a Lovecraft su afición por los dulces y los helados, su horrible aversión al pescado - en la que algunos críticos creen adivinar el origen de las malignas entidades marinas que se insinúan en muchos de sus relatos futuros -, y sus hábitos nocturnos - se pasaba las noches en vela, leyendo y jugando, y apenas se le veía durante el día.
Su abuelo, Whipple Phillips, aficionado desde joven a los relatos de horror de la literatura gótica, al descubrir que su nieto mostraba interés por este tipo de historias, le entretenía con cuentos inventados sobre "bosques tenebrosos, cuevas insondables, horrores alados viejas brujas con siniestros calderos" y le hablaba de "profundos y sonoros gemidos".
Lovecraft aprendió a leer a los tres años y pronto se convirtió en un insaciable devorador de libros. Empezó leyendo los Cuentos de Grimm, y los cinco años se empapó de la atmósfera de Las mil y una noches, leída en una edición juvenil, hasta el punto que se pasaba el día jugando a ser árabe; le pidió a su madre que le decorara la habitación con tapices y lámparas de incienso, y acabó por proclamarse musulmán. Antes de cumplir cinco años había anunciado que no creía en Santa Claus, y, poco después, quizá como culminación lógica de esta actitud, dejó de creer en Dios. Pronto su avidez por la lectura le llevó a descubrir la mitología clásica.
"A los siete u ocho años yo era un auténtico pagano, tan embriagado con la belleza de Grecia que alcancé una semicreencia en los viejos dioses y los espíritus naturales. Llegué a construir, literalmente, altares a Pan, a Apolo, a Atenea, y a vigilar los bosques y los campos en el atardecer, con la esperanza de sorprender a las dríades y a los sátiros".
Fue, pues, un niño un tanto especial que se pasaba las horas muertas en el ático de su casa embebido en la lectura de los clásicos, en las ediciones del XVIII y XIX que poseía su abuelo, y componiendo pareados pseudo-gregorianos al estilo de Pope.
De sus relaciones sociales con otros chicos del vecindario se sabe que odiaba los estúpidos juegos infantiles, y que incluso se escondía tras los matorrales para observar sus movimientos, y luego saltaba sobre ellos, golpeándoles y arañándoles. Salía poco, quizá influído por la opinión de su madre que, aunque consideraba que su hijo era un genio, no dejaba de repetir que su aspecto físico, su cara, era horrible, y no debía exponerse a la vista de los demás. Esto debió contribuir sin duda a fomentar su vida nocturna. Las claves de su obra futura se encuentran ya en la infancia de Lovecraft, en la que su imaginación empezaba a desbordarse en horribles pesadillas: "Cuando tenía seis o siete años, solía sentirme constantemente atormentado por un extraño tipo de pesadilla intermitente en la que una monstruosa especie de entidades (a las que yo llamaba "Alimañas Descarnadas", no sé de donde me saqué el nombre) solían agarrarme con los dientes del estómago y llevarme a través de infinitas leguas de negrura por encima de torres de ciudades horribles y de muertos. Finalmente, me llevaban a un vacío gris donde podía ver los pináculos afilados de enormes montañas, millas más abajo". Sólo faltaba dar un poco de forma literaria a estos terrores. Entonces, "¡¡descubrí a EDGAR ALLAN POE!!". El mundo clásico en el que vivía se derrumbó: "Fue mi caÍda, y a la edad de ocho años vi oscurecerse el firmamento azul de Argos y Sicilia, ¡por las emanaciones corrompidas de la tumba!".
A la vista de todo esto, cuando llegó el momento de asistir a la escuela secundaria, Lovecraft tuvo que sufrir la desgarradora experiencia de abandonar en parte su extraño mundo cerrado, y aunque no fue mal estudiante, no asistió el segundo año a las clases, al parecer debido a una desestabilización nerviosa. Abandonó finalmente los estudios en el tercer curso, aunque su idea era graduarse e ingresar en la Universidad de Brown para especializarse en astronomía. Más tarde escribió: "Jamás he dejado de sentirme avergonzado de mi educación no universitaria; pero sé, al menos, que no podía ser de otra manera". Este fracaso marcó de forma determinante el resto de su existencia. Parece que sus constantes "alteraciones nerviosas" le impedían relacionarse con la gente y aún salir de su casa.
De los 19 a los 24 años vivió prácticamente recluido en su nueva casa, un piso bajo al que tuvieron que trasladarse Lovecraft y su madre tras la venta de la mansión de losPhillips. Pasaba el día en la cama y las noches sentado, leyendo sin tregua y escribiendo miles de versos. Su espíritu quimérico había vencido definitivamente:
"Puede obtenerse una satisfacción muchísimo mayor de la vida mediante el repudio del atropellado ideal moderno y el retorno a los sanos principios clásicos antiguos, que reconocen la superioridad del ser sobre el hacer, y acentúan la necesidad del ocio civilizado ".
Pero la vida, y en especial la vida moderna, no perdonan estas actitudes, y Lovecraft hubo de vivir gran parte de la suya acuciado por la penuria económica. Sus intereses fueron siempre amplios e intensos; la química, la astronomía, la arqueología, la literatura, pero su intolerancia al fastidio y su falta patológica de voluntad le impidieron hacer carrera en ninguno de ellos.
A partir del 1 de enero de 1914 empezó a publicar una columna astronómica mensual en el Providence Evening News y en el Gazette News de Asheville, en Carolina del Norte, donde bajo el seudónimo de Isaac Bickerstaff se dedicó a aventurar las más fantásticas predicciones, como que la Tierra estallaría en el año 4592, pero que la humanidad se salvaría saltando a un cometa que pasaría de camino a Venus. Estas colaboraciones, y las polémicas que algunas suscitarían, le abrieron las puertas del periodismo aficionado, única vía de escape que encontró Lovecraft a su situación personal y económica sin salida, y que le permitieron entablar un buen número de amistades y relaciones, la mayor parte de ellas, por supuesto, por correspondencia. De este modo conoció a una serie de escritores que compartían el gusto por los horrores y abominaciones como Robert Bloch, Clark Ashton Smith, Frank Belknap Long, Robert E. Howard. August Derleth y Donald Wanderei, entre otros, y que formaron lo que se ha dado en llamar "el círculo de Lovecraft". Fue precisamente en una convención de la United Amateur Press Asociation donde conoció a Sonia Greene, una mujer alta, elegante, de regia presencia y gran atractivo físico, que se enamoró de H. P. L., a pesar de todas sus manías y deficiencias, y que logró llevarle al altar una tarde de marzo de 1924 en la capilla de St. Paul, en donde Lovecraft insistió en celebrar la ceremonia, no porque se hubiera convertido a la teología episcopal, sino porque la iglesia databa de 1776. Como era de esperar, esta unión no duró demasiado tiempo. La falta de recursos materiales - al fin y al cabo Lovecraft era un caballero y no podía tolerar vivir a costa de su esposa -, sus peculiares hábitos nocturnos, su falta de motivaciones sexuales y su aversión total a la vida en una gran metrópoli como Nueva York, plagada de hordas de emigrantes y engendros tecnológicos, les obligaron a separarse en forma amistosa. Lovecraft regresó a Providence, se reintegró a su cripta y retomó el hilo de sus pesadillas
El 2 de marzo de 1937, aquejado de fuertes trastornos intestinales, se decidió a ir a un especialista, que le confirmó sus sospechas: cáncer. Falleció en la madrugada del 15 de marzo a los 47 años. Ninguna lápida señala su tumba.
Si bien en nuestros días H. P. L. comparte - junto a su admirado Poe - la gloria de estar entre los inmortales de la literatura fantástica, su nombre habría caído en el más negro olvido una vez muertos los pocos amigos que le amaron y le comprendieron, y los escasos lectores de Weird Tales, revista de pulp, cuyo mérito histórico fue mantenerse a duras penas durante los años veinte y treinta y sacar a la luz los relatos de Lovecraft. Hay que agradecer, pues, a los denodados esfuerzos que realizaron A. Derleth y D. Wanderei para reinvindicar la figura del excéntrico y solitario "escritor de espantos" de Providence, quienes fundaron con sus propios fondos la Arkham House con el objetivo de editar de forma conjunta los relatos de su maestro, un deseo que no pudo ver realizado en vida. En sus pesadillas el pobre H. P. L., jamás soñó convertirse en un autor de culto, formado en su inmensa mayoría por fieles que serían capaces de abandonar a sus amantes a las garras de las alimañas descarnadas si un manuscrito inédito del "Sumo Sacerdote" cayese por un azaroso milagro en sus manos. Esta es la ocasión.
Los Editores
[*] Transcripto por © 2005, Jorge R. Ogdon (a) Dogon. Especial para la Nueva Logia del Tentáculo, Valencia (España).
© 2005