Era
una noche oscura y sin estrellas. La falta de viento nos tenía
detenidos en el Pacífico norte. No sé cuál
era nuestra posición exacta, pues durante una semana fatigosa
y jadeante el sol había permanecido oculto detrás
de una tenue neblina que parecía flotar sobre nosotros,
aunque a veces descendía para envolver el mar que nos rodeaba.
Ante la falta de viento, habíamos sujetado en posición
firme la caña del timón y yo era el único
hombre que se encontraba en cubierta. La tripulación, que
consistía en dos marineros y un grumete, dormía
en su camarote de proa, mientras Will -mi amigo y a la vez patrón
de nuestra pequeña embarcación- se hallaba en su
litera de popa, en el lado de babor.
De pronto, surgió una llamada de entre las tinieblas que
nos rodeaban:
-¡Ah
de la goleta! -Fue tan inesperada, que la sorpresa me impidió
contestar inmediatamente.
Volvió
a oírse la llamada; una voz curiosamente gutural e inhumana
nos llamaba desde algún parte del mar tenebroso, por el
lado de babor.
-¡Ah
de la goleta!
-¡Eh! -grité, después de reponerme un poco
de mi sorpresa-. ¿Quién eres? ¿Qué
quieres?
-No teman -contestó la voz extraña, que probablemente
había captado cierto tono de confusión en la mía-.
No soy más que un hombre... anciano.
La
pausa resultó extraña, pero hasta más adelante
no le encontraría sentido.
-Si
es así, ¿por qué no atracas a nuestro costado?
-pregunté con cierta sequedad, pues no me gustaba la insinuación
de que me había mostrado un tanto confundido.
-No...
no puedo. Sería peligroso. Yo...
La
voz enmudeció y todo volvió a quedar en silencio.
-¿Qué
quieres decir? -pregunté, cada vez más asombrado-.
¿Por qué sería peligroso? ¿Dónde
estás?
Escuché
durante un momento, pero no hubo respuesta. Y entonces, un sospecha
súbita e indefinida, aunque no sabía de qué,
se apoderó de mí. Me acerqué rápidamente
a la bitácora y saqué la lámpara encendida.
Al mismo tiempo golpeé la cubierta con el tacón
para despertar a Will. Luego me aproximé de nuevo al costado
y proyecté el haz de luz amarilla hacia la silenciosa inmensidad
que había más allá de nuestra borda. Al hacerlo,
oí un grito leve y sofocado y luego un chapoteo, como si
alguien acabase de sumergir los remos precipitadamente. Pese a
ello, no puedo decir que viera nada con certeza, excepto, me pareció,
que el primer destello de luz había iluminado algo en el
agua, allí donde ahora no había nada.
-¡Eh!
-llamé-. ¿Qué broma es ésta?
Pero
lo único que oí fueron los confusos ruidos de un
embarcación que se alejaba de nosotros y se internaba en
la noche.
Entonces oí la voz de Will que venía de popa.
-¿Qué
pasa, George?
-¡Ven aquí, Will! -dije.
-¿De qué se trata? -preguntó, cruzando la
cubierta. Le conté el raro incidente que acababa de producirse.
Él me hizo varias preguntas; luego, tras un momento de
silencio, hizo bocina con las manos y llamó:
-¡Ah
del barco!
Desde
mucha distancia nos llegó débilmente un réplica
y mi compañero repitió su llamada. Al poco, después
de un breve silencio, el sonido apagado de unos remos fue acercándose
a nosotros y, al oírlo, Will volvió a llamar.
Esta vez hubo respuesta.
-Apaguen
la luz.
-Que me cuelguen si la apago -musité, pero Will me dijo
que hiciera lo que ordenaba la voz, así que metí
la luz debajo de las amuradas.
-Acérquese más -dijo Will. Siguieron oyéndose
los remos. Luego, cuando parecían estar a un media docena
de brazas, cesaron de nuevo.
-¡Atraque al costado! -exclamó Will-. ¡A bordo
no tenemos nada que deba darle miedo!
-Promete que no mostrarás la luz.
-¿Qué te pasa? -pregunté-. ¿Por qué
sientes ese temor infernal a la luz?
-Porque... -empezó a decir la voz y enmudeció de
repente.
-Porque ¿qué? -pregunté en seguida. Will
me puso una mano en el hombro.
-Cállate durante un minuto, viejo -dijo-. Ya me encargo
yo de él.
Se
inclinó más sobre la borda.
-Oiga
usted, señor -dijo-. Todo esto es muy extraño...,
acercarse a nosotros de esta manera, en medio del bendito Pacífico.
¿Cómo vamos a saber que no se trae algo raro entre
manos? Dice que está solo. ¿Cómo podemos
saberlo si no le vemos? ¿Cómo... eh? ¿Qué
tiene contra la luz, si puede saberse?
Cuando
Will terminó de hablar, volví a oír el ruido
de remos y luego la voz, pero ahora procedía de más
lejos y su tono reflejaba una desesperanza y un patetismo tremendos.
-Lo
siento... ¡Lo siento! No quería molestarlos, pero
es que tengo hambre..., y ella también.
La
voz se apagó y hasta nosotros llegó el ruido de
los remos sumergiéndose irregularmente.
-¡Alto!
-gritó Will-. No quiero ahuyentarte. ¡Vuelve! Esconderemos
la luz, si a ti no te gusta.
Will
se volvió hacia mí:
-Todo
esto resulta muy extraño, pero creo que no hay nada que
temer.
Había
un interrogante en su tono y le contesté:
-Yo
tampoco. El pobre diablo habrá naufragado por aquí
cerca y se habrá vuelto loco.
El
sonido de los remos iba acercándose.
-Vuelve
a guardar la lámpara en la bitácora -dijo Will;
luego se inclinó sobre la borda y aguzó el oído.
Dejé
la lámpara en su sitio y volví a su lado. El ruido
de los remos cesó a una docena de metros aproximadamente.
-¿No
quieres atracar de costado ahora? -preguntó Will con voz
tranquila-. He vuelto a meter la lámpara en la bitácora.
-No.... no puedo -repuso la voz-. No me atrevo a acercarme más.
Ni siquiera me atrevo a pagar las..., las provisiones.
-Eso no importa -dijo Will, titubeando luego-. Toma toda la comida
que quieras...
Volvió
a titubear.
-¡Eres
muy bueno! -exclamó la voz-. Que Dios, que todo lo comprende,
te recompense por tu...
La
voz se quebró roncamente.
-¿La....
la señora? -dijo de pronto Will-. ¿Está ...
?
-La he dejado en la isla -dijo la voz.
-¿Qué isla? -tercié yo.
-No sé cómo se llama -contestó la voz-. Ojalá...
-empezó a decir, pero se calló súbitamente.
-¿No podríamos enviar un barca en su busca? -pregunté
a Will.
-¡No! -dijo la voz con un énfasis extraordinario-.
¡Dios mío! ¡No! -Hubo una breve pausa; luego,
en un tono que hacía pensar en un reproche merecido, añadió-:
Me he aventurado a causa de nuestra necesidad... Porque su agonía
me atormentaba.
-¡Soy un bruto despistado! -exclamó Will-. Aguarda
un minuto, seas quien seas, y en seguida te traigo algo.
Al cabo de un par de minutos volvió con los brazos cargados
de los más variados comestibles. Se detuvo ante la borda.
-¿No
puedes acercarte a recogerlo? -preguntó.
-No.... no me atrevo -replicó la voz. Me pareció
detectar en ella un tono de anhelo sofocado... como si su dueño
reprimiera algún deseo mortal. Y entonces se me ocurrió
que aquella criatura vieja e infeliz sufría realmente necesidad
de lo que Will tenía en los brazos y, pese a ello, debido
a algún temor ininteligible, se abstenía de acercarse
velozmente al costado de nuestra pequeña goleta y recogerlo.
Y junto con este convencimiento relámpago, llegó
el conocimiento de que el invisible no estaba loco, sino que afrontaba
con cordura algún horror intolerable.
-¡Maldita
sea, Will! -dije, lleno de muchos sentimientos, entre los que
predominaba un solidaridad inmensa-. Trae un caja. Meteremos la
comida en ella y se la haremos llegar flotando.
Así
lo hicimos, empujando la caja con un bichero hacia la oscuridad.
Al cabo de un minuto llegó a nuestros oídos una
leve exclamación del invisible y entonces supimos que tenía
la caja en su poder.
Poco después se despidió de nosotros y nos lanzó
una bendición que, de ello estoy seguro, no nos vino nada
mal. Luego, sin más, oímos que los remos se alejaban
en la oscuridad.
-Mucha
prisa en irse -comentó Will, quizás un tanto ofendido.
-Espera -repliqué-. No sé por qué, pero me
parece que volverá. Seguramente esos alimentos le hacían
muchísima falta.
-Y a la dama también -dijo Will. Guardó silencio
durante un momento, luego prosiguió-: Es lo más
raro que me ha pasado desde que me dedico a la pesca.
-Sí -dije yo, y me puse a reflexionar. Y así fue
pasando el tiempo: un hora, y otra, y Will seguía conmigo,
pues la extraña aventura le había quitado todo deseo
de dormir.
Habían
transcurrido ya las tres cuartas partes de la tercera hora cuando
nuevamente oímos ruido de remos en el silencio del océano.
-¡Escucha!
-dijo Will, con un leve tono de excitación en la voz.
-Lo que me figuraba. Ya vuelve -musité.
El ruido de los remos al sumergirse era cada vez más cercano
y me fijé en que los golpes de remo eran más firmes
y duraban más. Era verdad que necesitaban los alimentos.
El ruido cesó a poca distancia del costado de la goleta
y la voz extraña llegó de nuevo a nosotros a través
de las tinieblas:
-¡Ah
de la goleta!
-¿Eres tú? -preguntó Will.
-Sí -replicó la voz-. Me he ido repentinamente,
pero... es que la necesidad era grande. La... señora les
está agradecida aquí en la tierra. Pero más
lo estará pronto en..., en el cielo.
Will empezó a decir algo con voz desconcertada, pero sus
palabras se hicieron confusas y optó por callarse. Yo no
dije nada. Me sentía maravillado por aquellas pausas curiosas,
y además de mi maravilla, me embargaba un gran solidaridad.
La voz continuó:
-Nosotros...,
ella y yo, hemos hablado mientras compartíamos el fruto
de la ternura de Dios y de vosotros...
Will
le interrumpió, pero sin coherencia.
-Os
suplico que no..., que no menospreciéis vuestro acto de
caridad cristiana de esta noche -dijo la voz-. Cercioraros de
que no haya escapado a Su atención.
Se
calló y durante un minuto entero reinó el silencio.
Luego la voz volvió a oírse:
-Hemos
hablado juntos de lo.... de lo que ha caído sobre nosotros.
Habíamos pensado salir, sin decírselo a nadie, del
terror que ha entrado en nuestras... vidas. Ella, igual que yo,
cree que los acontecimientos de esta noche obedecen a algún
designio especial y que es deseo de Dios que os contemos todo
lo que hemos sufrido desde.... desde...
-¿Sí?
-dijo Will quedamente.
-Desde el hundimiento del Albatross.
-¡Ah! -exclamé involuntariamente-. Zarpó de
Newcastle rumbo a Frisco hace unos seis meses y no ha vuelto a
saberse de él.
-Sí -contestó la voz-. Pero unos grados al norte
de la línea le sorprendió una terrible tempestad
y quedó desarbolado. Al hacerse de día, se vio que
el barco hacía agua por todas partes y, finalmente, cuando
amainó el temporal, los marineros huyeron en los botes,
dejando..., dejando a un joven dama..., mi prometida..., y a mí
mismo en los restos del naufragio.
"Nosotros estábamos bajo cubierta, reuniendo algunas
de nuestras pertenencias, cuando ellos se fueron. A causa del
miedo se comportaron de un modo muy cruel, y cuando subimos a
cubierta eran ya unas formas pequeñas en el horizonte.
Mas no desesperamos, sino que nos pusimos a construir un pequeña
balsa. En ella colocamos lo poco que cabía, incluyendo
un poco de agua y algunas galletas. Luego, como el barco estaba
ya casi del todo sumergido, nos subimos a la balsa y nos alejamos
de él.
"Fue más tarde cuando me di cuenta de que parecíamos
estar en medio de alguna marea o corriente que nos alejaba del
barco, de tal modo que al cabo de tres horas, según mi
reloj, dejamos de ver su casco, aunque los mástiles rotos
siguieron siendo visibles durante un poco más. Luego, hacia
el crepúsculo, se levantó un niebla que duró
toda la noche. Al día siguiente continuábamos envueltos
por la niebla, y el tiempo permanecía calmado.
"Durante cuatro días navegamos a la deriva bajo esta
extraña niebla hasta que, al anochecer del cuarto día,
llegó a nuestros oídos el murmullo de unos lejanos
rompientes. Poco a poco el ruido fue haciéndose más
claro y, al poco de la medianoche, pareció que sonaba a
ambos lados y en un espacio no muy grande. Las olas levantaron
la balsa varias veces y luego nos encontramos en aguas tranquilas,
con el ruido de los rompientes a nuestras espaldas.
"Al hacerse de día, vimos que nos encontrábamos
en un especie de laguna grande; pero poco vimos de ella en ese
momento, pues cerca de nosotros, por detrás, el casco de
un gran velero asomó entre la niebla. Como si estuviéramos
de común acuerdo, los dos nos postramos de rodillas y dimos
gracias a Dios, pues creíamos que era el final de nuestras
desventuras. Nos quedaba mucho por aprender.
"La balsa se acercó al barco y gritamos que nos subieran
a bordo, mas nadie contestó. Al poco, la balsa rozó
el costado del barco y, viendo que de él colgaba un soga,
la así y empecé a subir. Pero me costó mucho
subir por culpa de un especie de masa gris y viscosa que cubría
la soga y que pintaba unas manchas lívidas en el costado
del barco.
"Finalmente, llegué a la borda y salté a cubierta.
Vi que estaba llena de manchas grises, algunas de las cuales formaban
nódulos de varios palmos de altura, pero yo pensaba más
en la posibilidad de que a bordo hubiera gente que en lo que veían
mis ojos. Grité, pero nadie contestó. Entonces me
acerqué a la puerta que había debajo de la cubierta
de popa, la abrí y me asomé a su interior. Percibí
un fuerte olor a aire enrarecido, por lo que adiviné al
instante que allí dentro no había nada vivo y, sabiendo
esto, me apresuré a cerrar la puerta, pues de repente me
sentí solo.
"Volví al costado por donde había subido a
bordo. Mi..., mi amada seguía en la balsa, sentada tranquilamente.
Al ver que la estaba mirando desde arriba, me preguntó
si había alguien a bordo. Le contesté que el barco
parecía abandonado desde hacía mucho tiempo, pero
que, si quería aguardar un poquito, buscaría una
escalera o algo que pudiera usar para subir a bordo. Luego, un
vez juntos, registraríamos todo el barco. Unos momentos
después, encontré una escalera de cuerda en el otro
extremo del barco. Me la llevé al costado por donde había
subido y, al cabo de un minuto, mi amada estaba junto a mí.
Juntos exploramos las cabinas y camarotes en la parte de popa,
mas en ninguna parte encontramos señales de vida. Aquí
y allá, en el interior de las cabinas, encontramos manchas
de aquella masa extraña, pero, como dijo mi amada, iba
a resultar fácil limpiarlas.
"Al final, convencidos ya de que no había nadie en
la popa, nos dirigimos a proa caminando por entre los repugnantes
nódulos grises de aquella extraña sustancia. También
registramos la parte de proa y averiguamos que, efectivamente,
salvo nosotros no había nadie a bordo.
"Ya sin ninguna duda al respecto, volvimos a proa y procedimos
a instalarnos tan cómodamente como nos fue posible. Entre
los dos pusimos orden y limpiamos dos de las cabinas y después
miré si en el barco había algo comestible. No tardé
en comprobar que así era y mi corazón dio gracias
a Dios por su bondad. Además, descubrí dónde
estaba la bomba de agua dulce y, tras repasarla, comprobé
que el agua era potable, aunque tenía cierto sabor desagradable.
"Durante varios días permanecimos a bordo del barco,
sin tratar de llegar a la playa. Trabajábamos afanosamente
para hacer de aquél un lugar habitable. Sin embargo, ya
entonces empezábamos a darnos cuenta de que nuestra suerte
era aún menos deseable de lo que hubiera cabido imaginar,
pues, aunque, como primera medida, rascamos las manchas de aquella
sustancia que había en el suelo y las paredes de los camarotes
y el salón, en el plazo de veinticuatro horas recuperaban
casi su tamaño original, lo cual no sólo nos desalentaba,
sino que nos inspiraba un vaga sensación de inquietud.
"Con todo, no estábamos dispuestos a darnos por vencidos,
así que volvíamos a poner manos a la obra y no sólo
rascábamos la masa, sino que los sitios donde había
estado los regábamos profusamente con ácido carbólico,
pues en la despensa había encontrado una lata llena. Sin
embargo, al final de la semana, la sustancia volvía a presentar
toda su fuerza y, además, se había propagado a otros
lugares, como si nosotros, al tocarla, hubiéramos permitido
que los gérmenes se esparcieran.
"Al despertar en la mañana del séptimo día,
mi amada se encontró con que un pequeña porción
de la misteriosa sustancia crecía en su almohada, cerca
de su cara. Al verlo, se vistió a toda prisa y vino a mí.
En aquel momento me encontraba yo en la cocina, encendiendo el
fuego para el desayuno.
""Ven conmigo, John", dijo, y me condujo a popa.
Al ver lo que crecía en su almohada, me estremecí
y en aquel mismo instante decidimos abandonar en seguida el barco
y ver si podíamos instalarnos más cómodamente
en tierra firme.
"Rápidamente recogimos nuestras escasas pertenencias
y entonces vi que incluso entre ellas había aparecido la
masa, pues en uno de los chales de mi amada, cerca del borde,
había un poco. Tiré la prenda por la borda, sin
decirle nada a ella.
"La balsa seguía en el costado del barco, pero como
era demasiado difícil gobernarla, eché al agua un
bote pequeño que colgaba de lado a lado de popa y a bordo
del mismo nos dirigimos a la playa. Mas al acercarnos a ella,
poco a poco me di cuenta de que la vil masa que nos había
hecho abandonar el barco empezaba a cubrir todo cuanto había
en tierra. En algunos sitios formaba montículos horribles,
fantásticos, que casi parecían moverse, como si
albergaran algún tipo de vida silenciosa, cuando el viento
pasaba sobre ellos. En otras partes tomaba la forma de dedos inmensos,
mientras que en otras se limitaba a extenderse, lisa, viscosa
y traicionera. En algunos sitios hacía pensar en árboles
enanos y grotescos, llenos de nudos y pliegues extraordinarios..
. Y todo ello se movía a ratos, horriblemente.
"Al principio nos pareció que en toda la costa que
había a nuestro alrededor no quedaba ni un solo lugar que
no estuviera oculto bajo aquella horrible sustancia; pero más
tarde pudimos comprobar que nos equivocábamos, pues al
navegar siguiendo la costa, a cierta distancia, vimos un pequeña
extensión de algo que parecía arena fina y allí
desembarcamos. No era arena. Lo que era no lo sé. Lo único
que he podido observar es que sobre ella no crece la masa, mientras
que nada más que ésta aparece en todas partes, salvo
allí donde esa tierra que parece arena dibuja extraños
senderos entre la gris desolación, que es en verdad un
espectáculo terrible de ver.
"Es difícil hacerles comprender cómo nos animamos
al encontrar un sitio que aparecía absolutamente libre
de aquella sustancia. En él depositamos nuestras pertenencias.
Luego volvimos al barco para recoger las cosas que parecía
que íbamos a necesitar. Entre otras cosas, logré
llevarme a tierra una de las velas del barco, con la que construí
dos tiendas pequeñas, las cuales, pese a tener un forma
muy irregular, cumplían su cometido. En ellas vivíamos
y teníamos almacenadas las cosas que necesitábamos,
y durante varias semanas todo fue bien, sin que sufriéramos
ningún percance digno de señalar. A decir verdad,
nos sentíamos muy felices... porque.... porque estábamos
juntos.
"Fue
en el pulgar de la mano derecha de mi amada donde apareció
la primera porción de sustancia gris. No era más
que un pequeña mancha circular, muy parecida a un lunar
gris. ¡Dios mío! ¡Qué temor embargó
mi corazón cuando ella me la enseñó! La lavamos
entre los dos, rociándola con ácido carbólico
y agua. Al día siguiente, por la mañana, volvió
a enseñarme la mano. La mancha gris, parecida a una verruga,
volvía a ser visible. Durante un rato estuvimos mirándonos
en silencio. Luego, todavía sin mediar palabra, nos pusimos
a eliminarla de nuevo. Estábamos a la mitad de la operación
cuando de pronto mi amada dijo:
""¿Qué es eso que tienes en la cara, amado
mío?" Su voz reflejaba inquietud. Alcé la mano
para tocarme la cara.
"" ¡Ahí! Debajo del cabello junto a la
oreja, un poco hacia el frente." Mi dedo se posó en
el lugar que me indicaba y entonces lo supe.
""Primero acabemos de curarte el pulgar", dije.
Y ella se sometió sólo porque temía tocarme
antes de que se lo hubiese limpiado. Terminé de lavarle
y desinfectarle el pulgar y entonces ella hizo lo propio con mi
cara. Al terminar, nos sentarnos y estuvimos hablando durante
un rato; hablamos de muchas cosas, pues en nuestras vidas acababan
de irrumpir pensamientos inesperados y terribles. De pronto, sentimos
miedo de algo peor que la muerte. Hablamos de cargar el bote con
provisiones y agua y hacernos a la mar; pero por diversas causas
éramos impotentes y... la sustancia ya nos había
atacado. Decidimos quedarnos y que Dios hiciera con nosotros su
voluntad. Nosotros esperaríamos.
"Pasó un mes, dos meses, tres meses, y las manchas
iban creciendo, a la vez que aparecían otras. Pero seguíamos
esforzándonos por luchar contra el miedo, tanto es así
que sus progresos eran lentos, relativamente hablando.
"De vez en cuando nos aventurábamos a volver al barco
en busca de cosas que nos hacían falta. Allí comprobamos
que la sustancia crecía de modo persistente. Uno de los
nódulos de la cubierta principal no tardó en llegar
a la altura de mi cabeza.
"Para entonces ya habíamos abandonado toda esperanza
de salir de la isla. Nos dábamos cuenta de que, padeciendo
de aquel mal, no nos permitirían volver con los demás
seres humanos.
"Un vez hubimos llegado a tal conclusión, comprendimos
que era necesario vigilar nuestras existencias de alimentos y
agua, pues a la sazón no sabíamos cuánto
tiempo pasaríamos allí, aunque era posible que fuesen
muchos años.
"Esto me recuerda que ya les he dicho que soy un anciano.
No es así si nos atenemos a mis años. Pero.... pero...
Se interrumpió, pero luego continuó hablando con
cierta brusquedad:
-Como decía, sabíamos que teníamos que ir
con cuidado con nuestros alimentos, pero ignorábamos que
nos quedasen tan pocos. Fue un semana después cuando descubrí
que todos los demás depósitos de pan..., que yo
suponía llenos..., estaban vacíos, y que, aparte
de algunas latas de verduras y carne y algunas otras cosas, no
teníamos nada para comer excepto el pan del depósito
que yo había abierto.
"Al descubrir esto, decidí hacer algo, lo que pudiese,
y traté de pescar en la laguna, pero no lo conseguí.
Entonces me sentí un tanto inclinado al desespero, hasta
que se me ocurrió que podía probar suerte fuera
de la laguna, en mar abierto.
"Aquí pescaba algún que otro pez, pero con
tan poca frecuencia que apenas resultaba suficiente para protegernos
del hambre que nos amenazaba. Empecé a pensar que nuestra
muerte sobrevendría probablemente a causa del hambre y
del crecimiento de la sustancia que se había apoderado
de nuestros cuerpos.
"En
ese estado se encontraban nuestros ánimos cuando el cuarto
mes tocó a su fin. Entonces hice un descubrimiento en verdad
horrible. Un mañana, poco antes del mediodía, regresé
del barco con un pedazo de galleta que quedaba en él y
vi que mi amada estaba sentada ante la entrada de la tienda, comiendo
algo.
""¿Qué es, amada mía?', le pregunté
en el momento de saltar a tierra. Mas, al oír mi voz, pareció
un tanto confundida y, volviéndose, con gesto furtivo arrojó
algo hacia el lindero del pequeño claro. Cayó más
cerca de lo que ella deseaba y yo, que empezaba a sentir un vaga
sospecha, me acerqué y lo recogí. Era un trozo de
la sustancia gris.
"Al acercarme a ella con aquello en la mano, se puso pálida
como un cadáver y luego se ruborizó.
"Yo me sentía extrañamente aturdido y asustado.
""¡Querida mía! ¡Querida mía!",
dije, incapaz de decir nada más. Pero, al oír mis
palabras, no pudo resistirlo y rompió a llorar amargamente.
Poco a poco, cuando se fue calmando, me confesó que lo
había probado el día anterior y que... le había
gustado. La obligué a arrodillarse y le hice prometer que
no volvería a tocarlo, por grande que fuera nuestra hambre.
Después de prometérmelo, me dijo que el deseo de
comer de aquello le había sobrevenido de pronto y que,
hasta el momento de sentir tal deseo, la sustancia no le había
inspirado más que un repulsión infinita.
"Unas horas después, sintiéndome extrañamente
desasosegado, y muy consternado por lo que había descubierto,
eché a andar por uno de los senderos retorcidos que formaba
aquella especie de tierra blanca que parecía arena y que
cruzaba la sustancia gris. Ya me había aventurado por allí
en otra ocasión, aunque sin llegar muy lejos. Esta vez,
hallándome enfrascado en pensamientos que me llenaban de
perplejidad, llegué mucho más lejos.
"Súbitamente salí de mi ensimismamiento al
oír un ruido extraño y áspero a mi izquierda.
Al volverme rápidamente vi que algo se movía entre
la masa que había cerca de mí, y que presentaba
unas formas extraordinarias. Se balanceaba de un modo precario,
como si poseyera vida propia. De pronto, mientras mis fascinados
ojos contemplaban aquello, pensé que se parecía
de un modo grotesco a la figura de un ser humano deforme. Todavía
estaba pensando en ello cuando se oyó un ruido desagradable,
como si algo se estuviera rasgando, y vi que uno de los brazos,
que más bien parecían ramas, se estaba despegando
de las masas grises que lo rodeaban y acercándose a mí.
La cabeza.... un especie de bola gris sin forma definida, se inclinó
hacia mí. Me quedé allí parado como un estúpido
y el brazo repugnante me rozó la cara. Proferí un
grito de terror y retrocedí apresuradamente unos pasos.
En mis labios notaba un sabor dulzón. Pasé la lengua
por ellos y al instante sentí que me embargaba un deseo
inhumano. Me volví y cogí un puñado de sustancia.
Luego más Y... más. Mi deseo era insaciable. Mientras
devoraba la sustancia, el recuerdo del descubrimiento de la mañana
penetró en el laberinto de mi cerebro. Dios lo había
enviado. Tiré al suelo el fragmento que tenía en
la mano. Luego, totalmente abatido y sintiéndome horriblemente
culpable, regresé al pequeño campamento.
"Creo que en cuanto puso sus ojos en mí, ella lo adivinó,
merced a alguna intuición maravillosa que el amor debía
de haberle dado. Su comprensión silenciosa hizo que me
resultara más fácil confesarle mi repentina flaqueza,
aunque omití decirle la cosa extraordinaria que había
ocurrido antes. Deseaba ahorrarle todo terror innecesario.
"Mas lo que había descubierto resultaba intolerable
y hacía nacer un terror incesante en mi cerebro, pues no
me cabía la menor duda de que había presenciado
el fin de uno de los hombres que habían llegado a la isla
en el barco que estaba en la laguna. Y en aquel fin monstruoso
había presenciado el nuestro propio.
"En lo sucesivo nos abstuvimos de aquel alimento abominable,
aunque el deseo de comerlo se nos había metido en la sangre.
Sin embargo, nuestro temible castigo era inminente, pues día
a día, con una rapidez monstruosa, la sustancia fangosa
iba apoderándose de nuestros pobres cuerpos. Materialmente
no podíamos hacer nada para detenerla, y así. ..,
nosotros.... que habíamos sido humanos, nos convertimos
en... Bueno, cada día importa menos. Sólo. .., sólo
que habíamos sido hombre y doncella.
"Y cada día resulta más terrible la lucha por
resistirse al hambre, al deseo lujurioso de comer esa horrible
sustancia.
"Hace un semana terminamos la galleta, y desde entonces he
pescado tres peces. Me encontraba pescando aquí esta noche
cuando vuestra goleta surgió de entre la niebla y casi
se me echó encima. Entonces los llamé. El resto
ya lo conocen. Y que Dios los bendiga por su bondad para con un
par de pobres almas proscritas.
Se oyó el ruido de un remo al sumergirse..., luego el de
otro. Después..., la voz habló de nuevo y por última
vez, atravesando la niebla que la envolvía, fantasmal y
lúgubre:
-¡Que
Dios los bendiga! ¡Adiós!
-¡Adiós! -gritamos al unísono con voz ronca
y el corazón rebosante de emociones.
Miré
a mi alrededor y me di cuenta de que empezaba a amanecer. El sol
lanzó un rayo aislado sobre el mar oculto; la luz mortecina
perforó la niebla y con un fuego melancólico iluminó
la barca que se alejaba. Aunque no muy claramente, vi algo que
cabeceaba entre los remos. Me hizo pensar en un esponja..., un
esponja grande y gris que movía la cabeza arriba y abajo...
Los remos continuaron moviéndose. Eran grises... Igual
que la barca... Y mis ojos buscaron inútilmente el lugar
donde la mano se unía al remo. Mi mirada volvió
rápidamente a la... cabeza. Se inclinaba hacia delante
cuando los remos se movían hacia atrás a causa del
golpe. Luego los remos se hundieron, la barca salió de
la zona iluminada y la..., la cosa se perdió de vista en
medio de la niebla, sin dejar de cabecear.