Transmutaciones

© Gala Lovecraft de Celephaïs


© Salvador Dalí

 

Atravesaba la ciudad como un rayo conduciendo su porsche azul cobalto. La mañana abría sus nubes dejando entrever los dorados rayos del sol. Axel se ajustó mejor sus lentes para el sol, espejados, made in france, sintiéndose poco menos que un dios controlando esa maquina rugiente, un gran monstruo de metal y goma que parecía tragarse la autopista a medida que avanzaba. El automóvil dejaba atrás los edificios del microcentro y cada vez el paisaje iba tornándose más calmo y agreste, menos urbano. Los edificios iban espaciándose más y más, el metal y el vidrio de la arquitectura moderna eran reemplazados por el verde de los grandes árboles, frondosos, y el paisaje mostraba quintas y mansiones tranquilas y alejadas. Apenas divisó la entrada de la enorme casona, su boca se truncó en una mueca de una sonrisa. La larga avenida bordeada de olmos centenarios, el campo, más allá, el bosquecillo.

Continuó por la senda de los olmos, hasta ser recibido por la enorme y majestuosa fuente que custodiaba el frente de la mansión. Axel la miró, con apasionamiento, lujuria, mientras la rodeaba con su porsche. Las estatuas de la fuente representaban de un modo demasiado realista las bacanales, las fiestas de la carne de Dionisos. Y, en la orgía de cuerpos exquisitamente modelados, que parecían elevarse en una cumbre orgiástica, se alzaba majestuosamente desnudo, una replica de la figura desnuda de su prima Alexandra, coronada la cabeza con una tiara de vides. Estaba en el lugar de Baco, pero más parecía una versión femenina del príncipe de las tinieblas y del infierno. En una actitud de lascivia y amoralidad total, a Axel le encantaba verla cada vez que visitaba la casa de su prima. Se aproximó a la puerta, luego de dejar su lujoso coche en uno de los amplios garajes. La tonada del timbre simulaba a la perfección el toque de las campanas de la iglesia de Notre Dame... a su prima Alexandra le encantaban los toques franceses igual que a él.

Salió a atenderlo una pequeña mujer de origen étnico incierto, de la clase que a él y a su prima les gustaba llamar "boliguayos" mientras reían entre dientes. La sirvienta boliguaya en cuestión, ataviada con el clásico vestido negro de mucama de la clase alta, con delantal blanco, lo miraba con curiosidad casi animalesca. La cofia blanca resaltaba entre sus pelos gruesos y negros, que a Axel le recordaron más al vello púbico que a una cabellera. "Soy el primo de la señora Alexandra" se oyó a sí mismo diciendo.

- Está ella esperándome, si no me equivoco… - La mujer lo observaba con una expresión entre idiota y maravillada. De repente salió de su estupor, exclamando con un acento extranjero.

-Sí, sí, señor Axel, su prima lo espera en el vivero. – Axel se adelantó hacia el luminoso solarium que era donde Alexandra lo esperaba. Atravesó escoltado por la sirvienta la amplia y bien amueblada sala de estar, que se abría hacia las escaleras bifurcadas del piso superior, bellamente decorado con cuadros al óleo de estilo holandés.

Arriba, desde la planta alta, llegaban a sus oídos unos gemidos apenas audibles. Admiró, en su recorrido por la casa, el amplio comedor provisto de un ampuloso hogar a leña, los muebles antiguos de bellas curvas y su madera lustrada y oscura que resaltaba la tapicería de brocado italiano y las pesadas cortinas de terciopelo cerúleo coronadas por labrados y borlas de cordones dorados. Sobre la larga mesa, descansaban unos pesados candelabros de plata antigua. La puerta que conducía al solarium se encontraba después de un largo pasillo de vidriarías, que conectaba la casa con los jardines. Se apreciaban, a través de los cristales, la belleza de los jardines, el césped cuidado, la variedad exótica de las flores que resplandecían en grandes macizos luminosos. Un verdor sin par se abrió ante sus ojos al llegar al final de ese pasillo. Alexandra, fabulosamente ataviada como una ninfa de los bosques, se movía graciosamente entre el verdor de la vegetación tropical. Su vestido era de gasa color durazno y la envolvía en un suspiro. La tela, adherida al esbelto y hermosamente delgado cuerpo, se tensaba levemente sobre los pechos redondos y se confundía con el dorado de su piel iridiscente. Las piernas larguísimas, no eran cubiertas por el vestido, sino que sobresalían de él a través de dos tajos en la tela, a la altura de las caderas. Alexandra siempre era una visión magnífica, con su abundante cabellera cobriza alzada sobre su rostro en un sinfín de maravillosas trenzas y torzadas. Y sus ojos, que coronaban aquel rostro helénico de nariz bien perfilada y pómulos delineados… Eran dos soles dorados orlados por abundantes pestañas de oro. La boca, sensual, una invitación a la lujuria. Axel y la sirvienta la miraban fascinados. Alexandra alzó el rostro sobre una orquídea cuyo aroma estaba disfrutando. La belleza de su rostro era tal que eclipsaba la de la flor en demasía. Aun sosteniendo la flor entre sus largos dedos, poso la vista en Axel y le sonrió, un tigre en su propia jungla. Axel avanzó hacia ella sintiéndose demasiado informal, vestido como siempre, con una camiseta negra ajustada y un par de jeans azules con bolsillos a los costados. La sirvienta se acercó a Alexandra y ésta se inclinó para escuchar lo que le susurraba. La boliguaya levantó una bandeja plateada que descansaba sobre la superficie de cristal de una mesa de jardín estilo art noveau, y se marchó. Axel le sonrió a su prima, cuando ella se acercó a él, y depositó un beso en cada una de sus mejillas.

- Nunca dejare de sorprenderme de la belleza que hay en el mundo… ¡Hace calor en este lugar! - Murmuró Axel enjugándose la frente.
- Le he pedido a Miranda que nos acerque unos refrigerios-. Respondió ella.

El contacto de la piel de Alexandra con la suya le producían leves descargas eléctricas. Cuando ella lo tocaba, olvidaba dónde tenía apoyados los pies, y se le aceleraba demasiado la respiración, el corazón le latía con la fuerza de una manada de caballos salvajes. Alexandra le hizo un gesto para que se sentara, riendo. Alrededor de la mesa art noveau, había silloncitos del mismo estilo, cómodamente provistos con un sinfín de almohadones de manufactura persa. Ella a su vez, reposaba acostada en una hamaca paraguaya que pendía de los gruesos barrotes que formaban la cúpula acristalada del solarium. Una de sus piernas caía laxamente hasta el suelo, y, con el pie desnudo impulsaba la hamaca de atrás hacia delante, mientras miraba a su primo y le sonreía.

- ¿Como se encuentra tu padre? - quiso saber Axel, para comenzar una conversación. Sabía que su tío estaba muy enfermo y que su situación parecía empeorar.
- Agoniza - respondió ella - pero era de esperarse, a su edad…

Axel recordó los gemidos que venían de la alcoba, su mente imaginó el semicadáver, consumido por los años, perdido en la enormidad de su cama… demasiado grande desde que su esposa, la madre de Alexandra y hermana de la suya, lo había abandonado para irse con su hija a vivir a Europa.

-A veces, pienso que nuestros padres solo fueron un vehículo necesario para que llegásemos a este mundo.- dijo Alexandra –Pero, lo que verdaderamente importa, la esencia, fue el legado de nuestras madres en su sangre… Le sonrió hipnóticamente.

Axel y su prima habían sido muy unidos en la niñez, sus madres eran hermanas y mellizas, y no se separaban nunca. Alexandra había heredado la belleza y el carácter de su madre casi de forma idéntica, mientras que Axel tenía el pelo rubio y los ojos azules y grandes de la suya. El silencio los rodeaba, y a través de la abundante vegetación nada se movía.

Alexandra se acercó a Axel llevando en sus brazos un objeto oscuro, el estuche de algún instrumento ignoto, que semejaba la forma humana como la de la guitarra o el violín. Axel la miraba desconcertado mientras su prima abría el estuche con ojos brillantes. Un aroma a opio empezaba a llenar el ambiente, las formas y los colores de las plantas y las flores danzaban alrededor de su cabeza en un frenesí de colores brillantes. ¿De dónde provenía ese aroma intoxicante, voluptuoso?... Axel se sentía mareado, drogado por la maravillosa sensación que pugnaba por apoderarse de su cabeza.

Mientras ella abría el estuche y sacaba un instrumento totalmente desconocido para él, quizás adquirido en su viaje por Europa del este. Parecía una metamorfosis entre un violín, un arpa, y una gaita o flauta múltiple, sin duda, pensó Axel con la mente cada vez más turbia, inaccesible para ser interpretado por una anatomía humana. Acaso sus sentidos lo estaban engañando… pero esta sensación no era producto de engaño alguno, ni siquiera había probado la bebida desde que se había sentado allí.

Resonaron los pasos de la mucama, como pasos de elefante sobre pisos de cristalería fina, o al menos, así se sentían esas pisadas en el interior de su torturado cráneo. Alexandra empezó a interpretar una melodía con ese insecto de cablería transparente y vientre flexible, mientras la mente de Axel se tornaba translucida a medida que iba perdiendo el sentido de la realidad. El sonido que lo llenaba todo, que parecía modelar el mismo universo que los rodeaba hasta casi hacerlo explotar. O quizás era solamente esa sensación de presentir que el mismo universo no es más que una cortina que comienza a descorrerse ante los ojos, un velo que oculta en su cotidiana opacidad lo que no están preparados para ver… el instrumento ignoto, vibrando con el cuerpo de Alexandra, estaba ahora fusionándose con el mismo, con las plantas, con el aire que de repente se veía de color violáceo, mientras la gravedad normal se disolvía en una explosión de figuras y colores imposibles.

Los ojos de Alexandra se posaron en los suyos mientras avanzaba, aunque también le dio la impresión de que estaba en el mismo lugar y de que no se había movido. ¿Seguiría siendo el mismo, o también estaría cambiando, transmutándose en algo que los ojos humanos eran incapaces de mirar o siquiera de percibir, sin caer en un abismo de inimaginable locura? Alexandra llegó hasta él, y una corriente de éxtasis, más fuerte que el más intenso de los orgasmos lo recorrió cuando ella lo absorbió también. Ahora formaba parte de su cuerpo, su ser se entrelazaba con todo lo que tocaba hasta hacerlo suyo. Alexandra era la expresión viviente del caos y también de la entropía a la cual precede. Entonces comprendió, al fin, lo que significaba la escultura de la fuente. Era la virgen, o el gusano, que devoraba vencedor el universo entero… la semilla de la entropía y del caos que había sido plantada para devorar al orden y crear uno nuevo. La serpiente que se muerde su propia cola, Tiamat, la sin fin.


Nota

Tiamat: El principio femenino, el mar, el agua salada que en unión con Apsú (el principio másculino, el agua dulce) dieron nacimiento a dioses, hombres y animales. Así mismo era la representación de las potencialidades del caos prístino. Mostruo hembra, maléfico en las leyendas babilónicas, a quien el dios Marduk venció en le origen del mundo, encadenándolo en los posos del abismo.

 

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